¿Te has parado a pensar cuántas cosas están prohibidas? ¿Por cuantas te puede parar (o algo más) la policía o llevar una visita a un tribunal? La juventud somos toda una generación que no le debe nada a este sistema capitalista también y que tenemos motivos de sobra para combatir su represión. Sucede en Francia, sucede en todo el mundo. Levantemos una organización socialista y revolucionaria de la juventud a la altura.
Jueves 6 de abril de 2023
Somos una juventud que sufre constantemente la represión. Vemos como en las fronteras y en las calles la policía ataca de forma brutal y racista a nuestras hermanas de clase migrantes. Vemos como de un barrio obrero a otro encontramos el mismo acoso policial. La misma policía que nos ataca y detiene en los piquetes, en los desahucios, en las huelgas, que se infiltra en los movimientos sociales, que trata de hundir la vida en juicios a activistas y luchadores en montajes represivos que no han cesado.
Desde la nueva Ley Mordaza Universitaria (LCU) hasta el acoso policial a migrantes en las calles, pasando por la criminalización de la protesta, nuestra generación se enfrenta a un clima represivo que viene en aumento y continuará creciendo con el incremento de la lucha de clases. Solo construyendo una alternativa política con independencia de clase, la juventud de clase trabajadora podemos dar la pelea a esta deriva securitaria.
La policía es la principal herramienta del Estado burgués para reprimir a la clase trabajadora, para asegurar la dominación de una clase sobre otra. Su justicia patriarcal, racista y capitalista se une con la amenaza de las cárceles a ese propósito. Ya lo decía Engels, “El Estado es una banda de hombres armados al servicio del capital”.
En tiempos de crisis y guerras, de inflación y contradicciones capitalistas agudas, de crisis climática, oleadas migratorias y profundo empobrecimiento popular, los diferentes gobiernos burgueses arman hasta los dientes a sus cuerpos represivos, multiplican su gasto militar y recrudecen la legislación para hacer más fácilmente reprimible cualquier expresión de descontento. Se fortalece así, paralelamente, el discurso securitario y punitivista, la idea de que los problemas sociales son en realidad problemas judiciales y que el Estado, como un padre, debe proteger a sus indefensos ciudadanos.
Si bien la extrema derecha domina esta retórica para lanzarla como arma arrojadiza contra los migrantes o para pedir más penas de cárcel para los violadores a la par que niega la existencia de la violencia estructural contra las mujeres, nuestro gobierno “progresista” no tiene nada que envidiarle. Las masacres de migrantes en Ceuta y Melilla, los desahucios, la represión al movimiento independentista catalán (que se salda ya con 4.000 detenidos los últimos años), los campus universitarios militarizados, la infiltración en movimientos sociales, el espionaje a activistas independentistas catalanes, la ley mordaza, las tanquetas en Cádiz, la prohibición del 8M tras la pandemia… son solo algunos de los grandes éxitos de esta “izquierda” del régimen al servicio del capital.
Sin ir más lejos, la propia Rita Maestre de Más Madrid llegó a decir que la solución al problema de la “conflictividad” en los barrios era llenarlos de policía, la misma que practica redadas contra los migrantes para secuestrarlos en CIEs y que nos reprime en las movilizaciones.
Por si queda alguna duda, las “fuerzas del orden” no están para protegernos de nada, sino al servicio de la protección de la propiedad privada, del mantenimiento del sistema capitalista y su desigualdad estructural, la misma que origina precisamente la conflictividad social, de reprimir cualquier contestación a su régimen de explotación y miseria y de perseguir con especial dureza a los sectores más precarios. Tampoco necesitamos reformar la policía, de la misma manera que no nos sirve de nada hacer del capitalismo un sistema más amable: queremos acabar con él.
Pero volviendo al gobierno más “progresista” de la historia, nos hemos cansado de ver lo bien que se les da ser artífices de la represión. Ya nada más empezar su mandato abrieron un CIE nuevo, una forma excelente de estrenar el cargo.
Prometieron derogar la ley mordaza, pero solo plantearon una tímida reforma que no atacaba lo esencial de la ley (“se procurará”, “medios menos lesivos”, "se guiarán en todo momento por un enfoque de derechos humanos", el uso de imágenes de policías seguía considerándose infracción, las manifestaciones se tenían que seguir comunicando, la versión policial continuaba dándose por verdadera a priori y lo de prohibir las pelotas de goma ya si eso para otra legislatura) y que ni siquiera se llegó a aprobar.
Continúa vigente exactamente el mismo texto redactado por el PP que ha permitido la persecución de cientos de activistas y periodistas desde que entró en vigor. No contentos con esto le regalaron a la policía porras de acero para poder reprimir mejor, han aprobado los presupuestos con más gasto militar de la historia, y han endurecido el Código Penal con el delito de desórdenes públicos agravados, el cual castiga la mera posibilidad de que el orden público se pueda ver alterado con hasta penas de cárcel para las situaciones en las que, incluso sin violencia, se interrumpa el tráfico o se perturbe de forma relevante la actividad normal de una entidad.
Y por si todo esto fuera poco, el gobierno de las políticas “sociales, verdes y feministas” se ha dedicado a infiltrar agentes en la izquierda independentista, los sindicatos combativos y el movimiento ecologista incluso a través de relaciones sexoafectivas con mujeres militantes.
El “mal menor” al que supuestamente había que votar para que no creciera la extrema derecha ha acabado llevando a cabo políticas de derechas disfrazándose de progresista. Esto hace que se naturalice el programa represivo de la extrema derecha, bien útil a los capitalistas que nos quieren atemorizar y callar. ¡Si lo acepta y lo propone el gobierno que dice que es de izquierda! También le abre camino a la extrema derecha, al extender sus lógicas y desmoralizar al mismo tiempo a la juventud.
La represión en las universidades se recrudece
Otro ejemplo de estas leyes represivas es el de la LCU (Ley de Convivencia Universitaria, aunque Ley Mordaza Universitaria es un nombre mucho más preciso para esta ley), cosecha propia del Ministerio de Universidades, y que le da potestad a la casta universitaria para reprimir a los estudiantes que se organicen en las universidades, como ya nos ha ocurrido a varios militantes de Contracorriente y Pan y Rosas en un par de ocasiones.
A esto hay que sumarle, además, la creciente presencia policial en los campus, responsabilidad compartida entre los respectivos Rectorados y la Delegación de Gobierno (actualmente del PSOE), como pudimos ver con el blindaje al que se sometió a la UCM para asegurar que Ayuso recibía su premio alumni ilustre mientras sanitarias, trabajadoras, profesoras y estudiantes protestábamos en contra de este nombramiento vergonzoso.
Una militarización que se volvió a repetir con la visita de la embajadora de Israel a esta misma universidad y también en la UAM para reprimir una protesta organizada por el personal de deportes en huelga y trabajadores PAS jubilados a los que la universidad no les paga lo que les debe.
Si le añadimos a todo lo anterior la acción de la propia seguridad del campus, una universidad cada vez más neoliberalーgracias también a la LOSU de este gobiernoー y la eliminación de gran parte de la vida universitaria después de la pandemia, se nos están quedando una preciosa universidad para ir de casa a clase y de clase a casa que nos conviertan en mano de obra para seguir alimentando el engranaje de la explotación capitalista.
La juventud no puede protestar ni en las calles ni en las universidades sin que todo el aparato represivo del Estado se nos eche encima, pero incluso cuando vamos de fiesta se nos criminaliza y persigue. Con la excusa del COVID-19, el gobierno comenzó a aplicar una política de “patada en la puerta” para entrar en viviendas sin permiso judicial por la existencia de “fiestas ilegales”, algo que sigue ocurriendo todavía hoy en discotecas y locales de todo el Estado, que se suma a la prohibición de gran parte del ocio gratuito o más barato en la calle y a la falta de alternativas de ocio para la juventud. A la criminalización que habíamos sufrido durante la pandemia se le une la criminalización de nuestro derecho a divertirnos.
Francia, un ejemplo a seguir para la juventud
Sin embargo, si de algo podemos estar seguros es que la juventud y la clase trabajadora no se quedarán quietas mientras las pisotean, como nos están mostrando las revueltas que están teniendo lugar en Francia. Las últimas semanas hemos visto una muy dura represión a los manifestantes, con cientos de heridos y de detenciones, muchos de ellos estudiantes; pero también movilizaciones de millones que hacen retroceder a la policía, asambleas masivas, manifestaciones que exigen la libertad de los detenidos, ocupación de universidades, peajes que se convierten en cajas de resistencia, obreros que imponen huelgas a sus burocracias sindicales… y también victorias, como la renuncia del gobierno francés a hacer que la juventud cumpla el servicio militar o nacional obligatorio, o que ha tumbado en Normandía mediante la presión las requisiciones que amenazaban con cárcel a huelguistas de la refinería si seguían en huelga. ¡Victorias que debería redoblar los esfuerzos para hacer caer a Macron y su reforma de las pensiones!
Y es que los aparatos represivos del Estado burgués son fuertes, pero no todopoderosos y la clase obrera organizada, junto a la juventud y a otros sectores populares, puede torcerle el brazo a los capitalistas y a sus guardianes armados.
Lo interesante de estas protestas no solo es que se siguen dando incluso tras una brutal represión policial que ha acabado ya con heridos (incluso con un trabajador que perdió un ojo), sino que organizaciones como nuestros grupos hermanos Révolution Permanente y Le Poing Levé (hermana de Contracorriente y Pan y Rosas) plantean un programa de lucha simultánea contra la reforma de pensiones del gobierno, los otros muchos problemas sociales de la clase trabajadora y la juventud (como la pelea contra las leyes racistas o la precariedad) y la denuncia permanente de que la policía no es nuestra amiga.
Si queremos cambiar nuestra condiciones de vida tenemos que construir un movimiento estudiantil revolucionario y combativo que pueda aspirar a convertirse en apoyo a las protestas de los trabajadores como la que se está dando en Francia, pero que también plantee sus propias reivindicaciones como la del a un trabajo no precario, la lucha contra los problemas de salud mental o el derecho a divertirse.
Pongamos en pie un gran movimiento estudiantil que, de la mano de la clase trabajadora, se organice en cada universidad, en cada instituto, en cada barrio y en cada centro de trabajo para luchar por no morir trabajando ni que lo hagan nuestros padres, contra la extrema derecha, por acabar con toda opresión, por una educación que no esté al servicio de las grandes empresas, por una vida que merezca ser vivida. Luchar, en definitiva, por el comunismo.
Pensar en cómo poner en pie este gran movimiento es uno de los objetivos de los encuentros que tendrán lugar en Madrid el 15 de abril, Barcelona el 21 de abril y Zaragoza el 22 de abril. Súmate para seguir discutiendo cómo lograr todo esto que nos proponemos.