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Red Internacional
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DEPORTE Y MERCADO. Trabajo esclavo de menores en el deporte

Hace rato que no me sentaba a escribir porque sí sobre deportes. Ocurre que otras actividades sacan de foco la percepción individual sobre esa realidad tan cruel, tan evidente, que parece una gran mentira social disfrazada de felicidad.

Viernes 26 de septiembre de 2014

El sponsor deportivo es life friendly, aparenta ser amigo de la vida sana, el deporte como modelo de progreso personal, la actividad competitiva como una garantía de eternidad por trascendencia y sobrevida. Sin ir muy lejos, pueden chequear qué tipo de vida tiene el que fuera el mejor jugador de rugby de la historia, Jonah Lomu, o cómo quedaron las rodillas de Batistuta. O cómo quedó Schumacher por practicar aquello que la sed de adrenalina no le hacía percibir como sumamente riesgoso, aún con casco. Después están los estúpidos de siempre, que creen que un oso pardo en estado salvaje puede ser amigo del new age o que las mantarrayas son juguetonas por naturaleza.

Cualquier disciplina deportiva de alto rendimiento (de lo olímpico a lo profesional, formas que hoy se han cruzado de manera simbiótica) exige que el deportista la practique desde niño. Ahí entran factores familiares, influencias docentes, exigencias económicas, luego las virtudes del retoño. Y una presencia sombría: los sponsors y sus funcionales sujetos de captura. En su conjunto, todo opera para detectar al futuro gran deportista que anida en el proyecto niño que salvará a toda una familia de la miseria, a los intermediarios del trabajo, y a los que representa, de la caída en las ventas. No es efecto de la globalización sino de la recirculación del capital financiero (y del blanqueo de divisas por actividades económicas ilícitas) lo que hace que la apropiación de los futuros deportistas acorte la edad de las víctimas. Qué quiere decir esto: cada vez más pequeños ingresan al universo del entrenamiento para formarse como futuras estrellas del deporte (esto hace que sus valores de mercado perduren en el tiempo, más allá de la efectividad, siempre serán útiles en el transporte de divisas de un país a otro, o en la simulación de eso mismo). Sin exagerar, pues la realidad se empeña en refutar cualquier sospecha, no está lejos el tiempo en que una determinada mujer sea fecundada por un selecto donante para que engendre al mejor centro delantero o al inigualable saltador con garrocha, a pesar de Mengele, a pesar de toda paranoia cientificista y la ética médica, que resultan una farsa.

Hace más de diez años que en River se seleccionan a los jugadores bajo estrictas normas de calidad, esto implica la revisión de sus antecedentes familiares: si hubo alcoholismo, droga, robo, incendio, estupro, miseria, y cuantos sucesos familiares traumáticos sean posibles. Luego el estudio genético correspondiente. Si el retoño no pasa la prueba, a jugar a la plaza o fútbol 5. El club no gasta un centavo en formar a un ser defectuoso. Formar es darle educación secundaria, entrenamiento, alimentación, asistencia médica, residencia, y todo lo que necesite. Vélez, por ejemplo, a expensas de los dichos de un ex vicepresidente, es una máquina de picar carne. Forman jugadores para venderlos y mantener la estructura del elefante, o sea, del club. El formato se replica en muchas instituciones, que no pueden soportar su artefacto de sociedad sin fines de lucro contra el profesionalismo europeo. Al tipo de cambio, tres pibes transferidos a las inferiores del Inter salvan muchos gastos. En el medio están los buscadores de talentos (ex jugadores), técnicos, profesores de fútbol, intermediarios en el negocio de la compra-venta, médicos y nutricionistas, entrenadores, utileros, el tipo que maneja el micro, el dueño del micro, y así hasta conformar un universo económico autónomo y satelital. En el centro, el crío que en número se expone a enfermedades, lesiones, frustraciones y, por sobre todo, a la inutilidad de jugar en equipos de baja categoría. Porque en promedio, pocos son los que llegan a primera división, y de ahí a Europa.

La fórmula se replica en el tenis. La edad promedio para que un párvulo se destaque es de 14 años, justo en el límite para el desarrollo adolescente. Por ejemplo, ya en 2003, Del Potro (con 14 años) estaba en boca de todos los entrenadores del país: está para otra cosa, será top ten, era el pronóstico. Y no fallaron. La terrible potencia del tandilense lo ponía muy por encima de todas las categorías del tenis nacional. Porque el negocio, el verdadero, no es ganar un Grand Slam por única vez, sino permanecer en el ranking durante años, la mayor cantidad posible. La razón es sencilla, el contrato con varios sponsors reporta más dinero que los premios a ganar compitiendo. Y ése dinero es del jugador, no del entorno técnico, pero sí del sponsor que soportó su desarrollo y que recibirá la devolución de lo invertido más una ganancia. El rol del sponsor (o inversor) remite también al tráfico de influencias. Por ejemplo, si tiene buenos contactos, puede conseguir que el retoño participe en torneos como “invitado especial” del mismo, saltando la ronda clasificatoria desgastante y, a veces, terrible filtro competitivo. Una forma amable de construir una carrera deportiva menos exigente.

Bien, volviendo al tema. A los 14 el pibe ya muestra qué pasta tiene para ser un jugador de tenis profesional. Ahora, ¿qué hace el entorno que lo asesora deportivamente? En este orden: 1) lo separa de la educación formal (y del contacto con sus pares sociales), 2) le cambian el régimen de alimentación y planifican un trabajo físico in crescendo para llegar al biotipo que supere o iguale 1,85 m., estatura del biotipo vigente, 3) entra a jugar el médico “deportólogo”, y con él, la ayuda suplementaria, alguna hormona de crecimiento, algunas enzimas al límite de lo ilegal, y por qué no, “papota” de la buena, importada, que incrementa el crecimiento. Vale decir, al niño deportista se lo dopa como a un marine en entrenamiento para la batalla. Sí, se lo droga, se lo separa de los amigos, de la educación, de todo lo que lo convierta en un adolescente integral, lo único que falta es que le enseñen a llevar explosivos para un buen atentado.

El modelo de desintegración del sujeto en desarrollo también se aplica al fútbol, con el agravante que no los dejan engordar, el modelo del jugador de fútbol actual es fibra muscular larga (resistencia), poco peso, mayor velocidad, cambios bruscos de dirección. Si tiene huesos pesados, imposible. Como ganado para la cría de campeones, cada deporte tiene sus características dominantes. Pero, ¿tienen los padres el derecho real de vender a sus hijos a una estructura económica de sponsors o intermediarios para que respondan a un club o institución? ¿Un niño de 14 años tiene plena conciencia de cuál será su destino entre semejantes intereses en juego? ¿Alguien está en condiciones de elegir a los 14 años? Recientemente se publicaron las memorias de André Agassi. Es un lamento terrible, así como una reflexión sobre el límite físico y la explotación humana, va un ejemplo: por el stress de la exigencia, el joven tenista ya era calvo, y en una final su única preocupación era preservar la peluca debajo del gorro.

No existe ley del deporte respecto a los menores, y la Ley 26.061 (Ley de protección de derechos integrales de niñas, niños y adolescentes) promulgada en 2005 no está articulada para estos casos. Tampoco existen pautas que los defiendan de la ambición familiar y de terceros. Sí algunas normas, desde instituciones paraestatales como la AFA (y de ahí a la FIFA). Parece una población favorecida si los comparamos con los desnutridos de la exclusión social, pero la red de intereses y las ganancias que brindan son similares a las del trabajo esclavo de varios inmigrantes ilegales puestos en Europa. Y las condiciones de indefensión similares, aunque coman más seguido…

Por último, existen los que quedan en el camino, los deportistas profesionales que no fueron. El medio social los incorpora como trabajadores en otros oficios, algunas veces como sub ocupados. Hace unos años, conocí a un remisero de la zona sur del GBA, ex jugador de fútbol retirado por lesión. Hablando con él sobre su carrera como juvenil en la selección resaltó algo sobre la diferencia: “cuando en la práctica chocabas con algún jugador formado en un club grande, rebotabas, era como darle a una pared, a esos pibes le daban algo extra, no eran normales…” Luego, piense lector, que si su hijo quiere practicar deporte, lo mejor, es que lo disfrute. Si no hay goce, si no hay juego, está llevándolo hacia un callejón sin salida, a una frustración muy difícil de superar.