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Red Internacional
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OPINIÓN. Traición y tragedia en el estalinismo criollo

El libro Secretos en rojo, de Alberto Nadra, nos trae de vuelta a la decadencia del PC en los 80. Vale la pena leerlo y, en este caso, ensayar una reseña crítica.

Miércoles 14 de octubre de 2015

“Si realmente son revolucionarios, ustedes se tienen que callar la boca”.

El que habla es Patricio Etchegaray. No está pidiendo que se guarde la identidad de un militante obrero perseguido por la patronal o la burocracia sindical. Tampoco resguarda el lugar donde se esconde alguien perseguido por las fuerzas represivas.
Nada de eso. Lo que hace es exigirles a sus compañeros que no ventilen las diferencias internas en el PCA y que no cuestionen el statu quo establecido al interior de la misma organización.

Secretos en rojo nos lleva a la historia del PC. El autor fue militante y dirigente. Del conjunto del libro tomamos aquí solo una parte y ensayamos una crítica. Un balance de conjunto del período todavía debe hacerse. Sin embargo, el texto permite ilustrar, con claridad, la decadencia de ese partido en los años del retorno al régimen de la democracia. Ilustración hecha por uno de sus propios dirigentes.

“Secretos de dirigentes”.

Así se titula el primer apartado del libro de Nadra. El autor escribe desde adentro, con conocimiento acabado de los hechos, las tensiones y la dinámica de los acontecimientos.

Además, el autor es parte de una familia que, valga la redundancia, fue parte de la vida interna del PCA durante muchas décadas. Su padre, Fernando Nadra, fue uno de los dirigentes del partido que, en el período de la dictadura militar, actuó como vocero público del apoyo al régimen genocida. Dicho sea de paso, esto último se encuentra abundantemente detallado en otro libro de reciente aparición, cuya autora Natalia Casola, evidencia superlativamente la relación tejida entre el stalinismo criollo y el régimen de Videla.

Nadra nacerá a la adultez política con el retorno de la democracia. Dirá en el relato de sus memorias que “en 1983 -después de que, desde el partido apoyáramos la formula Ítalo Luder- Deolindo Bittel, derrotada por Raúl Alfonsín- la decepción y la frustración en la militancia fue enorme. Por primera vez se dudó de que los militantes hubieran “acatado” la decisión de la Dirección (…) estallaban sordamente muchos debates y conflictos. Y uno de los disparadores fue ese posicionamiento electoral”.

La línea electoral consistió en apoyar a la decadente casta del peronismo derechista que, todavía, consideraba su “jefa política” a Isabel Perón.

La crisis que estalló después de esas elecciones fue el catalizador de un proceso más profundo, que parece haberse incubado durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Si bajo el régimen dictatorial, el terror impedía que las diferencias emergieran abiertamente, en un partido donde las buenas relaciones con el régimen podían ser la única garantía de no morir o desaparecer, esas tensiones aparecieron con el retorno del régimen democrático. El fracaso de la táctica electoral fue, parafraseando el refrán popular, la gota que colmó el vaso.

Dando cuenta de eso, Nadra afirmará en su libro que “entre 1983 y 1990 se jugaron la principales cartas de lo que se conoció como “El viraje” del Partido Comunista (…) se trató del intento más serio –aunque finalmente fatal- de redefinir la línea y la organización del Partido”. Se trató de un intento de evitar que el “partido estalle sin cauce”. Vale consignar que, en este apartado, las discusiones sobre la estrategia global del PC escasean.

El “Viraje” y su fracaso

El intento de renovar al PC encontrará su expresión en las discusiones que se dieron hacia y en el XVI Congreso (1986). Allí se criticará la “línea reformista”, en pos de “reestablecer una línea revolucionaria”.

Este intento de “reforma” sobre la línea política y la organización tendrá duración efímera. Lo que siguió a ese Congreso fue la adopción de un izquierdismo de superficie, cuya única finalidad era represtigiar a la “vieja” dirección.
Aunque el PC tomará un compromiso más activo con el proceso de lucha en El Salvador y el proceso de Nicaragua, de conjunto se mantendrá en una línea conservadora.

Relata Nadra que “los mediocres y los acomodaticios comenzaron a recitar el nuevo credo de memoria”. Más adelante dirá que “el sello de “Reformista” caía sobre cualquiera que tuviera la más ligera disidencia con las consignas que los dirigentes de “El viraje” habíamos ayudado a crear”. Una nueva caza de brujas, esta vez, con “Relato” de izquierda. La figura del Che entraría por esos días a las publicaciones del PC. Lo incorporarían como una figura deslucida y carente de profundidad, sin ninguna evaluación profunda de sus concepciones y su visión estratégica.

“En definitiva, con viejos o nuevos ropajes, “el aparato” seguía protegiéndose a sí mismo” afirmará el autor.

El proceso de reforma será congelado “desde arriba”. El “viraje en unidad” será la consigna de la componenda entre los viejos dirigentes como Athos Fava y Jorge Pereyra por un lado, y la figura de la juventud, que era Etchegaray, por el otro. Éste ascenderá a Secretario general del partido. Poco tiempo antes de eso se localiza la “conversación” que tiene lugar al inicio de este artículo.

Nadra, al igual que todo un sector, será alejado de los cargos de peso dentro del PC. Perderá su lugar en la redacción de Qué pasa, publicación de la organización, y sufrirá una suerte de excomulgación pública en 1989, junto a su padre, una figura histórica del partido.

El 8 de octubre de 1990 -hace poco más de 25 años- dirigirá una carta de renuncia al Comité Central y al PC. Denunciará el “viraje en unidad”, el burocratismo y la falta de democracia interna, así como la política de derecha seguida en el terreno sindical donde el PC sostenía acuerdos con sectores de la burocracia sindical.

Sus acuerdos, consignemos al margen, llegaron hasta el “Gordo” Rodríguez del SMATA, famoso por su rol de colaboración con la propia dictadura.

Traiciones y estrategias

El relato de Nadra lo muestra como una víctima de la continuidad del burocratismo. Pero el autor es también su propio verdugo. Fue parte de la dirección de esa organización durante un período importante.

Secretos en rojo pone en evidencia que el PCA no llegó nunca a poner en cuestión su estrategia reformista de manera global. La reivindicación de una tradición revolucionaria hacía caso omiso de las múltiples traiciones que, como partido, había cometido a lo largo del siglo XX, en función de una estrategia de colaboración de clases.

Esa estrategia se transformaría en dogma a partir de 1935, con el VII Congreso de la Internacional Comunista, que proclamaría la necesidad de construir Frentes Populares como norte. La práctica desarrollada en la Revolución China de 1925-27 era elevada a norma y transformada en una suerte de guion adaptable a todas las circunstancias.

Eso que luego se reformularía de múltiples formas (Frente democrático, Antiimperialista, de Liberación nacional y social) pondría al PC del lado de la oposición gorila frente al primer peronismo; y del lado del tercer peronismo, el de la Triple A, contra la vanguardia obrera y combativa y las organizaciones guerrilleras en los años 70’.

Como bien señala Natalia Casola, la “línea de apoyo “táctico” al gobierno del general Jorge Rafael Videla” será la “derivación más extrema de la estrategia de revolución por etapas y el programa del frente democrático nacional”.

El mismo Nadra no puede sustraerse a esa concepción. Su carta de renuncia termina enumerando “el objetivo de servir al frentismo, a la unidad de la izquierda y a la revolución”.

El XVI Congreso, lejos de revisar la estrategia de conciliación de clases, ratificó la estrategia de una revolución por etapas. Lo hizo con importantes diferenciaciones en relación al período anterior, proclamando la necesidad de “construcción del Frente de Liberación nacional y social” que, en su programa, debe incluir “las transformaciones antiimperialistas y antioligárquicas, necesarias para sacar al país del atraso y la dependencia”. Este Frente tenía a la izquierda como un componente esencial y dejaba de lado lo que definía como "sobre-estimación" de la burguesía reformista. Sin embargo, en su conjunto, seguía siendo un programa de revolución por etapas.

El libro de Nadra muestra la tragedia -siempre relativa por sus propias responsabilidades- de un sector de dirigentes que creyó posible alterar el rumbo del PC sin revisar su estrategia de casi 60 años. El estalinismo estuvo lejos de ser solo una corriente nacional. Fue, por el contrario, una corriente mundial que actuó frenando cada proceso revolucionario en curso desde mediados de los años 20’ del siglo pasado.

El trotskismo, desde donde escribimos, buscó siempre el camino alternativo a esa perspectiva, que llevaba a la derrota de los procesos revolucionarios. Como ya hemos señalado, en otro momento, el nombre del viejo revolucionario ruso, sigue siendo el nombre de la revolución. Desde esa perspectiva estratégica ensayamos esta crítica.


Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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