Los mundiales de fútbol, verdadera pasión de multitudes, representan también negocios multimillonarios para empresarios y dirigentes de la FIFA, por ende, no debe sorprender la propuesta de los altos jerarcas del balompié de organizar la justa deportiva cada dos años y, en caso de que la iniciativa prospere ¿Qué implicaciones tendría a futuro?
Jueves 21 de octubre de 2021
La cúpula dirigente de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) encabezada por Gianni Infantino ha cabildeado en el último año la posibilidad de que el Mundial de fútbol sea organizado cada dos años. El argumento de los altos jerarcas para justificar su propuesta es:
“El calendario internacional mantiene el equilibrio entre el futbol de clubes y el de selecciones, porque determina las fechas en las que los futbolistas representan a sus países. Este equilibrio es de un 80-20 y queremos que continúe siendo así. No obstante, el formato actual ya no sirve y está obsoleto”.
Esta propuesta no busca mejorar el nivel futbolístico de los jugadores, pues al saturar con partidos el año, se bloquearía, en los hechos, la planificación y preparación a largo plazo de los torneos nacionales e internacionales. El fondo del asunto es que los grandes empresarios del fútbol y la dirigencia de la FIFA quieren obtener más ganancias a costa de la integridad física de los equipos y en detrimento del espectáculo.
Algunas confederaciones se han declarado en contra de la medida, no por amor al juego, sino porque saben que los futbolistas dedicarían menos tiempo a sus clubes –que son los que pagan sus sueldos— y más tiempo a sus selecciones.
No olvidemos que el fútbol, como deporte y patrimonio social, tiene efectos positivos para las grandes mayorías populares ya que representa un momento de ocio, tanto para quienes lo practican de forma amateur, como para quienes siguen los partidos por televisión. Para millones de trabajadores, los partidos de fútbol son un momento de diversión y distracción de sus precarias condiciones de vida. Al mismo tiempo, los juegos en los llanos generan espacios de comunidad en que los jugadores y sus familias pueden convivir con vecinos y amigos, socializando y creando redes de solidaridad.
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El Mundial y los megaproyectos
Es de conocimiento público que cuando un país es escogido como sede del Mundial de Fútbol la inversión que se requiere es gigantesca, pues se debe construir o remodelar estadios, instalaciones deportivas, vías de comunicación y transporte, etc. Este gasto corre, en su mayor parte, a cargo de los Estados anfitriones, lo que significa que el dinero público termina subvencionando un negocio privado, o peor aún, que los gobiernos deban pedir prestado para cumplir con la responsabilidad.
En las últimas décadas los Mundiales han sido acompañados por megaproyectos. Estos implican la gentrificación del espacio público, es decir, que grandes empresas constructoras e inmobiliarias, con apoyo de los gobiernos, invierten para construir departamentos de lujo, centros comerciales, remodelar la vía pública, etc; el efecto inmediato es que el costo de la vida se dispara, no sólo por el pago de impuestos sino por el aumento de los servicios básicos, lo que provoca que los pobladores originarios y trabajadores precarios sean expulsados a las periferias de las ciudades.
Recordemos algunos ejemplos. En el 2016 cuando el Mundial fue organizado por Brasil, el gobierno de Dilma Rousseff expulsó a miles de personas sin techo y a las familias que habitaban las favelas (favelados) de las zonas mundialistas para dar “una buena imagen” de las ciudades. Las medidas fueron rechazadas por la población afectado, a lo que la presidenta brasileña respondió con represión y encarcelamiento de los inconformes.
El caso de Qatar, responsable de la Copa del Mundo del 2022 es particularmente brutal. Luego de la designación del país del medio oriente como sede –bajo sospecha de que se compraron votos para ganar el nombramiento— se empezaron a construir los estadios, para esto, se emplearon a miles de trabajadores qataris y e inmigrantes. Según cálculos de diversas organizaciones, desde que empezaron las obras hasta principios de 2020, fallecieron más de 6500 obreros por accidentes, enfermedades o por las inhumanas condiciones de trabajo. Esta situación que debería ser un escándalo mundial fue minimizada por la FIFA y los grandes emporios de la comunicación.
El caso más reciente se ubica en la capital mexicana. Como se recordará, Canadá, Estados Unidos y México fueron designados para albergar la justa deportiva. México acogerá 10 partidos, incluida la inauguración. Grupo de Televisa y el Gobierno de la Ciudad, encabezada por Claudia Shembaum, impulsaron el “Proyecto Conjunto Estadio Azteca” que implicará la construcción de un hotel, centro comercial y otros edificios privados. Los vecinos denunciaron que “no puede negociarse el colapso de esta zona; no hay agua, no hay drenaje, no hay vías de acceso, es imposible.”
Al final, mientras para millones en todo el mundo el fútbol es un deporte y una pasión, los grandes capitalistas lo ven como un jugoso negocio a los cuales no les importa a quién se deba sacrificar para incrementar las ganancias. Frente a esto, el fútbol y el deporte en general debe ser un derecho garantizado a toda la población, así como la posibilidad de disfrutarlo como espectáculo público y no subordinado a los intereses de los ricos y poderosos.