Se cumplen 80 años del asesinato del dirigente bolchevique que junto a Lenin condujo la primera revolución socialista de la Historia. Aquí reseñamos una de sus historias menos conocidas; las fugas de las cárceles zaristas.
Daniel Lencina @dani.lenci
Martes 10 de marzo de 2020 00:00
Ilustración: Sabrina Rodriguez
Que Trotsky fue el dirigente de la Revolución rusa de 1905 y de 1917, el organizador del Ejército Rojo que con casi 5 millones de obreros y campesinos derrotó a 14 ejércitos imperialistas, fundador de la Internacional Comunista y más tarde de la Cuarta Internacional, son los aspectos más relevantes de su vida. Sin embargo, hay otras anécdotas de su vida para destacar y una de ellas es su encierro en las cárceles y colonias de deportación que tenía el imperio zarista. Pero no solo su encierro, sino la fuga de las mismas.
Redadas, condena y fuga
A lo largo de su vida, Trotsky estuvo recluido en 20 cárceles en total. Así lo recuerda en “Mi vida. Intento autobiográfico”. Siendo muy joven, a los 19 años cayó preso en una redada, en 1898. Estuvo detenido en la cárcel de Jerson. Las duras condiciones de represión y hambre intentaron quebrar la moral de los jóvenes militantes. Los presos eran alimentados con un plato de sopa y una pequeña ración de pan, que les duraba todo el día. Mientras eran devorados por los piojos y la mugre, el sofocante encierro volvía al aire irrespirable. A pesar de ello mantenían los debates políticos ya que esas eran las condiciones de represión y clandestinidad bajo las cuales se formaban los revolucionarios rusos.
En ese primer encierro Trotsky comienza un largo estudio sobre religión y lee al marxista italiano Antonio Labriola. Recién cuando es trasladado a la cárcel de Moscú escucha por primera vez el nombre de Lenin y lee uno de sus folletos. También nota que entre los presos políticos no solo hay intelectuales sino también obreros.
Hacia 1900 es condenado al destierro a Siberia, donde el menor de los problemas es perder los derechos políticos de ciudadano ruso ya que, en esas latitudes árticas, las temperaturas pueden llegar a 50°C bajo cero, un frío realmente mortal.
Se establece en una de las colonias de deportados, junto a su compañera Alexandra Lvovna y sus dos hijas. Las condiciones de los deportados eran tan brutales que había un cementerio especial para suicidas, algo que se volvía “normal”.
En ese contexto su compañera lo convence de que tenía una importancia política fundamental el hecho de planear su fuga. Y ponen en marcha el plan ideado por Alexandra. Ella convence a los guardias de que Trotsky estaba enfermo y en su cama ponen un muñeco. Para cuando los guardias se dieron cuenta, Trotsky llevaba dos días viajando en trineo a toda velocidad. Junto a una compañera, que era traductora de Marx, se escapó de la colonia de deportados. Salieron cubiertos de paja y heno, simulando ser el equipaje de un campesino que los ayudó a evadirse. Cuando llegó a la estación del ferrocarril anotó en su pasaporte falso el nombre de uno de sus carceleros “Trotsky”, sin saber que ese nuevo nombre lo acompañaría hasta el final de sus días.
Así fue el primer gran escape, seguido de emigración y exilio. Una vida muy similar a la que llevaban otros militantes socialistas, de la que las mujeres también eran protagonistas.
Entre la “libertad plebeya” y el Soviet
La revolución de 1905 encontró a León Trotsky en el ojo de la tormenta. Con solo 26 años fue el presidente del primer Soviet de diputados obreros de la historia. No solo su oratoria se fundía con las pasiones revolucionarias de un pueblo en llamas, sino también su pluma como periodista, perfilaron lo que años más tarde lo encontrarían como el gran organizador de la insurrección armada de Octubre de 1917.
Cuando la revolución puso el cuchillo en el cuello del absolutismo, al Zar no le quedó más remedio que prometer la libertad. Aunque una promesa de libertad no es la libertad misma, los obreros gozaban de una “libertad plebeya”, el soviet (consejo) imprimía su propio diario de noticias y el solo hecho de que haya libertad de prensa, escandalizaba a la dictadura zarista. Los trabajadores eran bien recibidos por los estudiantes universitarios y juntos debatían sobre la necesidad de imponer las 8 horas de trabajo, y reclamar libertades democráticas, concesión a la que el Zar se vio obligado dar con la creación de la Duma, que era un parlamento consultivo.
La huelga general y el soviet inundaron de terror al absolutismo y el soviet no solo fue disuelto por la fuerza, sino que sus principales dirigentes fueron apresados.
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En los paseos por el patio de la cárcel algunos planeaban una fuga colectiva, pero a Trotsky no le convencía la idea porque pensaba que podían sacarle más rédito político al juicio que pendía sobre ellos. Entre otras producciones, redacta “Resultados y perspectivas” donde formula una de las primeras versiones de la Teoría de la Revolución Permanente.
El 19 de septiembre de 1906, Trotsky se sienta en el banquillo de los acusados junto a todos los dirigentes del soviet. Cada uno de ellos se haría cargo ante el tribunal de distintos aspectos de la revolución y Trotsky se haría cargo del punto más peligroso: la insurrección armada.
El tribunal donde se desarrollaba el juicio fue rodeado por una masa enorme de soldados y cosacos, adentro de la sala tenían los sables desenvainados. Los obreros enviaban cartas al tribunal diciendo que los acusados no eran conspiradores sueltos, sino que eran los representantes de los trabajadores y en todo caso ellos también eran culpables.
Los testigos del juicio arrojaban flores al banquillo de los acusados para darles apoyo moral, también arrojaban dulces, cartas y periódicos. Entre los presentes se encontraban los padres de Trotsky.
Los acusados se habían puesto de acuerdo previamente en utilizar el juicio como una tribuna política desde la cual explicar y fundamentar la experiencia de la revolución y del soviet ya que fue el embrión de un gobierno obrero.
Por su parte el código penal zarista contaba con un siglo de antigüedad, ni siquiera tenía fundamentos legales para acusarlos de preparar una insurrección armada, nunca antes en la historia rusa había ocurrido algo similar.
Cuando llegó su turno, en su alegato Trotsky acepta la acusación de preparar la insurrección armada con una condición: que sea el gobierno el que acepte todos los crímenes que cometió contra el pueblo: desde el “Domingo sangriento” hasta los pogromos que eran verdaderas matanzas contra el pueblo judío. El poder de fuego de su oratoria pone al tribunal en aprietos y remata su alegato planteando que si el Imperio Ruso tiene esa forma de gobierno, basada en la matanza y la violencia contra el pueblo “entonces yo reconozco junto con el Ministerio Público que en Octubre y noviembre nosotros nos armábamos contra la forma de gobierno del Imperio Ruso”. Más tarde, todos los dirigentes fueron condenados al destierro en Siberia. Así lo relata Isaac Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky en su libro "El profeta armado".
Entre la nieve y la audacia
Los condenados partieron al destierro el 5 de enero de 1907, vestían uniformes grises de presidiarios. Trotsky llevaba escondido un pasaporte falso y monedas de oro en las suelas y tacos de sus zapatos. Antes de partir, redactaron una carta de despedida en la que agradecían la solidaridad a los trabajadores de Petersburgo y reafirmaban su convicción en el triunfo de la revolución. No se equivocaron.
El viaje a Siberia duró tres semanas, recorriendo el trayecto en tren y luego en trineos sobre la nieve. El destino final era la colonia penal de Obdorsk, en el medio de las montañas bañadas de hielo donde el ferrocarril más cercano quedaba a mil seiscientos kilómetros. En esas condiciones había que comenzar a idear la fuga.
Llegaron a la cárcel de Berezov, donde los prisioneros podían salir a pasear al aire libre, ya que era tanto el frío que a nadie se le ocurría escaparse. Allí Trotsky conoció a un medico simpatizante que le enseñó a fingir un ataque de ciática y lleva adelante ese plan con el objetivo de quedarse hospitalizado. Pensaba que si seguía el viaje al destino final, después tendría que volver a recorrer la enorme distancia en condiciones climáticas mortales. Así, el resto de la delegación partió mientras que Lev Davidovich se “recuperaba”. Los demás se fugarían más tarde.
Además del médico, conoció a un campesino que también quiso ayudarlo. De los caninos posibles optó por uno que lo llevaba hasta los Urales donde había un campamento minero y la terminal del ferrocarril. La noche previa a la evasión Trotsky asistió a una función de teatro dentro del penal y busca cruzarse “casualmente” al jefe del mismo, a quien le dijo que ya se sentía mejor y que pronto podría reanudar el viaje a Obdorsk. El vigilante estaba más que conforme. Pero esa misma medianoche Trotsky se encontraba en el trineo y viajaba a toda velocidad camino a los Urales.
En el viaje hubo momentos de tensión ya que iba conducido por un guía que había contratado, al que pagó con las monedas de oro que llevaba escondidas en sus zapatos. Pero el guía bebía tanto que se emborrachaba. Trotsky le quitaba la gorra de piel para que el aire helado lo rescate de la borrachera. En medio del camino un reno se lastimó y tuvieron que salir a cazar a otro en medio del desierto helado. Así, de a poco fueron llegando los poblados hasta aparecer la estación del ferrocarril que lo conduciría al mismo lugar de donde había salido, Petersburgo. La partida estaba ganada, así lo cuenta en “Mi Vida”: “El tren pasaba por las mismas estaciones donde nos habían recibido con tanta solemnidad gendarmes, escolta y policía. Pero ahora yo iba en dirección opuesta y experimentaba otros sentimientos. En un primer momento, el coche espacioso casi vacío me pareció estrecho y sofocante. Salí a la plataforma, donde soplaba el viento y en medio de la noche mi pecho dejó escapar, involuntariamente, un grito de alegría y libertad”.
Conclusión
La personalidad de Trotsky está marcada a fuego por el contexto no solo de la primera revolución rusa de 1905, sino por los años previos de duras condiciones de militancia bajo la clandestinidad y la represión que imponía el zarismo. Bajo esos latigazos se fueron formando los cuadros del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, con sus dos fracciones: Bolcheviques y Mencheviques.
Al poco tiempo del segundo gran escape, en el Congreso del partido celebrado en Estocolmo los delegados completaron una encuesta que arrojó una radiografía del mismo. La misma se encuentra en el libro de Trotsky llamado “1905” y las cifras no dejan lugar a dudas:
“Los 140 miembros del congreso han sufrido –entre todos– un encarcelamiento de 138 años, 3 meses y 15 días de duración. Además, sufrieron la deportación de un total de 184 años, 6 meses y 15 días.
Se han evadido 18 miembros del partido una sola vez, y 4 miembros dos veces.
Se han fugado de los lugares de deportación: 23 miembros una sola vez; 5 miembros dos veces y uno de los delegados del congreso tres veces”.
El joven Trotsky da una expresión muy profunda a esos datos que, por sí mismos, son más que estremecedores. Hablando sobre las condiciones de represión dice:
“A pesar de todo tenemos derecho a mantener nuestro optimismo, incluso cuando nos ahogamos en nuestros escondrijos. No nos moriremos por eso, estamos convencidos, sobreviviremos a todo y a todos. La mayor parte de los partidos de hoy estarán ya enterrados cuando la causa a la que seguimos se imponga al mundo entero. Entonces, nuestro partido, que hoy vive en una total clandestinidad, será el gran partido de la humanidad, y ésta dueña por fin de sus destinos”.
Pocos años más tarde, en 1917 el Partido Bolchevique encontró ese camino a la revolución triunfante, abriendo la era de la revolución que persigue el reino de la libertad y la abundancia y lo tuvo, al autor de esas líneas, escribiendo una nueva y audaz página de la Historia.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.