La imagen de la repartidora de Pedidos Ya con su beba en brazos destapó un debate que algunos quieren ocultar: cómo enfrentan las mujeres la precarización del trabajo y la vida.
Miércoles 9 de octubre de 2019 00:09
El supervisor del call center miraba al nene de un año y medio que lloraba en el suelo.
La escena se repite cada vez más seguido. Tengo dos compañeras madres solteras, dos que viven en pareja y dos compañeros que son papás. Tienen entre 23 y 29 años. Sus criaturas entre meses y 6 años. No les alcanza el sueldo para pagar una guardería o alguien que los cuide. Es imposible con lo que se gana en un call.
La mayoría vive en provincia de Buenos Aires y se vienen a trabajar al call hasta Capital, lo único que consiguieron. Desde allá se traen a sus pibes. Una de ellas es migrante venezolana. En el caso de las madres solteras, llegan a juntar 25 mil pesos para vivir si tienen la suerte de que los padres les pasen algo de plata por mes. También cuentan que es muy difícil sostener los trabajos, porque no les dan tiempo suficiente para la lactancia y el cuidado de sus hijes. Dependen de otro ingreso o no logran independizarse económicamente de sus familias. Si ganás 18 mil pesos por mes, pagás seis mil como mínimo de niñera, más todos los servicios, los viáticos, la comida, el alquiler… ¿cómo se hace?
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Las criaturas juegan (ponele) en el suelo, entre los cables, los enchufes, en los pasillos llenos de mugre, a los pies de operadores y operadoras. Sus mamás y papás no pueden sacar mucho la vista de la computadora, ni moverse del box. Los supervisores y las supervisoras reaccionan distinto a su presencia ahí, pero por lo general lo naturalizan y ni se mosquean. Lo único que falta es que la empresa les dé una correa para que no se les vayan lejos. No hay ninguna medida de seguridad.
Además de una determinada cantidad de ventas por cada persona, las empresas para las que brinda servicio el call exigen una cantidad mínima de horas de logueo. “Estar logueado”, así se llama a estar conectado al sistema para llamar. El conteo de los minutos de logueo es el gran enemigo de todo trabajador de call. Es por ese maldito contador que aprendemos a hacer pis en menos de 3 minutos, o que estamos tan pendientes de la hora durante nuestro descanso. Nos sancionan si nos excedemos uno o dos minutos de break.
Es por ese maldito contador también que nos dan días de estudio o por enfermedad, pero es una truchada. Porque nos corresponde por derecho, por ley, contar con ese tiempo para poder avanzar en nuestros estudios o para ocuparnos de nuestra salud. Sin embargo, nos lo dan a cambio de que recarguemos con más horas otros días o de que vayamos los sábados a “recuperar”. Cuando llega fin de mes y tenés que recuperar los días que te tomaste por ejemplo, porque estuviste con gripe, capaz que durante varios días trabajás 8 en vez de seis horas. Esto en contra de toda reglamentación: el trabajo en call es considerado insalubre, por eso las jornadas son de seis horas nada más.
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Por esas malditas métricas y estadísticas de horas y ventas, es que los sábados a la mañana, único hueco que nos queda a veces para cumplir con lo que nos exigen, nenes y nenas habitan los pasillos del call mientras sus papás o sus mamás se “loguean”.
Mal de muchas, consuelo para Clarin
La semana pasada se viralizó una foto de una joven trabajadora de Pedidos Ya, con una beba en brazos y la bicicleta en la mano. Se armó revuelo. Muchos y muchas parece que se acaban de enterar: la precarización laboral existe y afecta con mucha más crudeza a las madres trabajadoras.
El diario Clarín se encargó de sacar una nota para lavarle la cara a la empresa. Es lógico. Los grandes medios apabullan con la cantidad de publicidad de Rappi, Glovo o Pedidos Ya. Rastreó a la joven que fue fotografiada en la calle. Se ocupó de aclarar que la chica no sale a pedalear con la beba arriba de la bici, sino que la estaba dejando en la guardería antes de empezar a repartir, cuando el fotógrafo la sorprendió con su cámara. Como si el hecho de que no llevara la nena durante los repartos pudiera “suavizar” la imagen.
La foto de una trabajadora de aplicaciones, que después se supo que es inmigrante venezolana, con una beba en brazos, en la puerta de una guardería…¿por qué no le preguntó el diario Clarín, ya que se tomó la molestia de buscarla, con cuánta plata se las arregla por mes para pagar esa guardería y para darle de comer a esa criatura? ¿Por qué no le preguntó en qué estado físico y mental llega a su casa, después de repartir, para estar con su hija? ¿Por qué no le preguntó de cuánto tiempo dispone para disfrutar de su beba? ¿Por qué no se ocupa de chequear qué tan extendido es este problema, de las madres y padres que no tienen dónde dejar a sus criaturas y las tienen que llevar al trabajo? ¿Por qué no hablan de lo que necesitamos, guarderías en los lugares de trabajo para que podamos trabajar con la tranquilidad de que nuestros hijos y nuestras hijas están bien? ¿Por qué nadie plantea que necesitamos lactarios para poder amamantar a nuestros bebés como corresponde?
A las empresas eso no les interesa. Mucho menos en el call. Toman a personas que tienen familia porque saben que son quienes más necesitan los empleos y por eso mismo son más “responsables”. Los políticos en campaña y los sindicalistas que se escandalizaron con la foto viral, ¿desconocían que esto sucede desde hace mucho tiempo? Claramente no esta en sus prioridades.
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Pero en los pasillos de los call y en las calles sí se habla, de lo bueno que sería tener Jardines materno-parentales en los lugares de trabajo, que nuestro sueldo sea igual a la canasta familiar y trabajar en condiciones dignas. Algo que también plantea el Frente de Izquierda y que propone Nicolás Del Caño en su libro “Rebelde o Precarizada” . También Myriam Bregman y cientos de luchadoras, no solo en campaña electoral. Estas son parte de las banderas históricas de Pan y Rosas, que llevaremos trabajadoras y estudiantes al próximo Encuentro Plurinacional de Mujeres en La Plata. La urgencia de estas demandas se actualiza al calor de la crisis.
El panorama en el call es claro: nos quieren cada vez más precarias y precarios. No sólo a nuestra generación. ¿Puede el tiempo de logueo valer más que la vida de nuestros hijos e hijas?