“Capitalismo colaborativo”, falsos autónomos, precarización. ¿Qué se esconde detrás de estas nuevas formas de negocios capitalistas?
Josefina L. Martínez @josefinamar14
Sábado 8 de julio de 2017
Las apps colaborativas o la uberización de la economía
Plataformas como Uber, Airbnb, Deliveroo y otras se basan en un principio general: la utilización de apps en dispositivos móviles que, según presentan en una inteligente estrategia de marketing, permiten “poner en contacto” a personas que ofrecen cosas -bienes o servicios- con otras personas. La economía del “acceso” reemplazaría a la economía de la “propiedad”. Las plataformas solo operarían como “mediadoras” o instrumento neutro para la relación social entre personas, como “redes sociales” para el intercambio colaborativo. Pareciera que la definición de Marx sobre la fetichización de la mercancía, donde las relaciones entre las personas se manifiestan como relaciones entre las cosas, se hubiera esfumado casi por arte de magia, o por el abracadabra de la tecnología.
Llevando al extremo este principio, los nuevos adoradores del capitalismo “colaborativo”, se imagina la llegada -ya lo anunciaron varias veces, pero ahora sí- del fin del trabajo tal como lo conocíamos hasta ahora. Algunos, como el economista asesor de la Unión Europea, Jeremy Rifkin, hablan de una “tercera revolución industrial”, que, si bien no llevará a la desaparición completa del trabajo, ya estaría dando lugar a “un sistema mixto de economía de mercado y de economía colaborativa”.
Un informe de la Comisión Europea, European agenda for the collaborative economy (2016), indica que este tipo de negocios han duplicado ingresos en Europa, facturando en total de 28.000 millones de Euros.
La ideología que acompaña esta “nueva forma de economía” se viste de “colaboración” como si permitiera una relación libre entre servicios y necesidades, sin mediación del capital. El “sharewashing” [lavado de cara con la idea de “compartir”] es la nueva práctica de muchas empresas, una continuación del “greenwashing” [empresas que usan un discurso “verde” de cuidado del medio ambiente] o el “pinkwashing” [empresas que utilizan referencias gayfriendly para vender más]. De esta forma, prácticas comerciales como vender, comprar o alquilar, se transforman en “compartir”.
El relato toma mano de la idea de la “colaboración” y el “trueque” que emergió con fuerza como respuesta a la crisis capitalista, y se fusiona con prácticas y sentidos comunes promovidos por el neoliberalismo: la idea del emprendedor, el trabajador-empresario que se hace a sí mismo en un mundo libre, lleno de opciones para elegir. Capitalismo feroz en la era hípster.
Mitos y verdades de la “nueva” economía
La realidad es que detrás de los negocios capitalistas “colaborativos” más exitosos se encuentra el capital financiero más concentrado -mediante grandes fondos de inversión- y la explotación capitalista más cruda, con la consiguiente eliminación derechos laborales y mayor precariedad.
En el caso de Uber, una empresa valuada en 70.000 millones de dólares, quien fuera su CEO hasta hace muy poco, el hipermillonario Travis Kalanick, cuenta con una fortuna personal estimada en nada menos que 6.300 millones de dólares y ejerció hasta febrero pasado como asesor de Donald Trump. Su trayectoria como CEO de Uber se vendió como la gran historia norteamericana de “emprendedor exitoso”, pero está cruzada por denuncias de acoso sexual dentro de la empresa -prácticas que los directivos encubrían -, espionaje industrial y plagio a la competencia. El secreto de su éxito se encuentra en la violación generalizada de los derechos laborales de los choferes, y el desprenderse de todo tipo de cargas laborales como seguridad social, vacaciones, seguro médico, etc.
En Seattle, a fines del 2015, los choferes de Uber lograron un fallo histórico favorable para poder sindicalizarse, algo que fue respondido con una demanda de Uber contra la ciudad. Uber considera a los choferes como “empresarios autónomos” a los que les facilita relacionarse con sus “clientes” a través de la App, sin relación laboral alguna con la empresa. La idea es perversa: los trabajadores han perdido todos sus derechos, porque… ¡ahora son empresarios! Vaya vuelta ingeniosa para explotar mejor. Recientemente The Wall Street Journal denunció que Uber obligaba en Seattle a sus choferes a escuchar un podcast con contenido antisindical antes de comenzar a asignarles viajes. En el mismo se advertía de los “errores” que podían dañar su “negocio” y los instaba a “proteger su libertad” en contra de las prácticas sindicales. Al día de hoy, los choferes de Uber Seattle están intentando organizar su sindicato, una iniciativa que es seguida con mucha atención por los choferes de otras ciudades como Nueva York o San Francisco.
En Europa, el enfrentamiento entre los taxistas españoles o franceses y empresas como Uber o Cabyfi ha llevado a demandas ante el Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea. Recientemente un abogado del Tribunal europeo se ha pronunciado afirmando que Uber es una empresa de transporte, y por lo tanto debe atenerse a las regulaciones generales. En las huelgas de Madrid y Barcelona, las asociaciones de taxis denuncian la competencia desleal y la falta de regulación para los choferes por parte de Uber y Cabify. Muchos taxistas asalariados participan de las protestas contra Uber, ya que con su irrupción en el mercado se imponen condiciones laborales a la baja.
Con estas huelgas y resistencia se ha generalizado un sentimiento contra Uber y su modelo de capitalismo “desregulado”, nadie se cree el cuento del capitalismo “colaborativo”. Pero estas protestas tienen una gran contradicción: son impulsadas también por propietarios de taxis que emplean asalariados en pésimas condiciones laborales (la jornada laboral promedio es superior a 10 horas) y que se escudan en la lucha contra Uber para justificar su propia explotación de la mano de obra. También hay sectores de la extrema derecha europea, como Marine Le Pen, que se pronuncian demagógicamente contra la “uberización de la economía”, defendiendo un modelo de capitalismo “nacional” y “regulado” para los franceses.
La lucha contra la uberización de la economía no debería esconder que los empresarios “tradicionales” y “regulados” siguen ejerciendo una intensa explotación y precarización sobre sus trabajadores.
La plataforma Airbnb para alquiler de habitaciones en casas particulares es otro ejemplo exitoso de esta “economía colaborativa”. Pero, lejos de abrir paso a un acceso a la vivienda igualitario, su auge está acentuando la desigualdad social en la geografía de las ciudades.
En centros turísticos como Madrid o Barcelona, actualmente se está viviendo una nueva burbuja en los precios de las viviendas y en los alquileres. En muchos casos, propietarios rentistas compran solo con el objetivo de alquilar a turistas, poniendo en alquiler habitaciones en varios pisos a la vez, mientras rechazan a familias trabajadoras o estudiantes que buscan alquilar para vivir. El proceso de gentrificación -con el consiguiente encarecimiento del costo de vida- se extiende desde el centro de la ciudad a cada vez más barrios, expulsando lejos a los habitantes más pobres.
Las repercusiones sociales de Airbnb y otras plataformas similares muestran que el capitalismo es incapaz de evolucionar hacia una “cooperación libre” entre personas por medio del desarrollo de instrumentos de comunicación y apps colaborativas. Por el contrario, el capitalismo y su lógica implacable de búsqueda de la máxima ganancia deglute cualquier posibilidad de cooperación y la transforma en explotación, diferenciación social y mayores penurias sociales.
La nueva burbuja de los alquileres ha llevado, como forma de resistencia, a la formación de nuevos sindicatos de inquilinos en importantes ciudades españolas. Su lucha, para poder encontrar una potencialidad mayor, deberá necesariamente ligarse a la lucha de las familias contra los desahucios que vienen llevando adelante plataformas como la PAH, a la lucha por expropiar las cientos de miles de viviendas vacías en manos de los bancos y por un plan de viviendas sociales, avanzando en la perspectiva de un programa anticapitalista y una planificación social contra la especulación rentística y la gentrificación de las ciudades, una dinámica que es imposible de lograr en los estrechos márgenes del capitalismo.
Deliveroo: pinwashing y precariedad en dos ruedas
La empresa de entrega a domicilio Deliveroo participó con una carroza propia en el World Pride celebrado en Madrid el pasado 1 de julio. Una empresa que se viste de rosa para encubrir la explotación.
La idea que vende la compañía es que su App permite que personas con “tiempo libre” y una bicicleta entreguen pedidos a otras personas que llaman desde su casa para ordenar comida. Otra vez el cuento del intercambio libre y sin mediaciones.
La realidad es que Deliveroo cuenta en el Estado español una flota de más de 1.000 riders, como llaman a sus trabajadores. Los riders tienen que estar pendientes de que los llamen durante varias horas al día, listos para salir a la carrera, cobrando entre 3 y 4 euros por envío, sin derechos laborales, sin vacaciones, sin bajas por enfermedad, y sin saber cuánto será su paga al final de mes. Como no son trabajadores reconocidos por la empresa, sino autónomos, deben cotizar por su propia seguridad social, y en caso de enfermedad, se quedan sin paga.
Las plataformas de trabajadores de Deliveroo que se han formado recientemente en Barcelona, Madrid y otras ciudades, están denunciando que trabajadores que han tenido bajas por enfermedad son directamente “desenchufados” de la aplicación. Otra metáfora de los tiempos que corren, pretenden encubrir un despido llamándolo “desconexión”.
Los trabajadores de Deliveroo han realizado huelgas y anuncian nuevas medidas de lucha, exigiendo condiciones laborales: que se les garantice una cantidad de envíos por hora, la existencia de un monto mínimo de paga mensual y reconocimiento de la antigüedad, entre otros reclamos. Lo fundamental, que Deliveroo los reconozca como trabajadores y acepte negociar las condiciones laborales. Acciones similares de protesta han sido emprendidas por los riders de la empresa en Reino Unido.
El capitalismo actual muestra una y otra vez su enorme capacidad para “vestirse de seda” y tratar de encubrir la explotación con tintes “progresistas”. Pero debajo de esa capa se encuentra, como siempre, la apropiación privada del trabajo ajeno como fuente de ganancias. La posibilidad de utilizar el desarrollo de las redes sociales y nuevas apps para generalizar una colaboración social entre las personas, sin mediación del capital, es posible solo una vez que se superen los límites del capitalismo. Entonces si, la cooperación entre productores libres puede potenciarse mediante nuevos desarrollos tecnológicos y aplicaciones colaborativas para planificar y organizar la vida en común.
Quizás lo más importante actualmente, es que estas nuevas formas de explotación están generando también nuevas formas de resistencia entre los trabajadores: plataformas de lucha entre los trabajadores de Deliveroo en varios países, agremiación de los choferes de Uber en Seattle, huelgas de “falsos autónomos” técnicos de Movistar en el Estado español, experiencias que se suman a otras luchas contra la precariedad, como las trabajadoras que limpian los hoteles, Las Kellys. Unir estas luchas a las del conjunto de la clase trabajadora, tanto en los sectores “uberizados” como en los tradicionales -que hacen uso intensivo de las externalizaciones, el trabajo parcial y precario-, multiplicará la potencialidad de esas luchas.
Josefina L. Martínez
Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.