"Una teoria feminista de la violència. Per una política antiracista de la protecció" (2022) de Françoise Vergès, interroga la protección desde el ángulo de clase, de la raza y la heteronormatividad, en un incisivo debate con el feminismo carcelario y punitivista.
Este interesante ensayo ha sido publicado en catalán por Tigre de Paper [1] Su autora, Françoise Vergès, es politóloga y militante antirracista, presidenta de la asociación “Décoloniser las artes”, autora de varias obras y artículos en francés y en inglés sobre la esclavitud colonial, el feminismo, la reparación y la descolonización de los museos.
La tesis de arranque de este libro plantea que el verdadero responsable de la violencia sexual y los feminicidios son los cuerpos policiales y el Estado, en tanto “condensación de todas las opresiones y explotaciones imperialistas, patriarcales y capitalistas”, tiene un papel central en la violencia contra las mujeres, el pueblo pobre y las personas racializadas. Esta premisa conecta directamente con el enfoque central del libro: una crítica al feminismo punitivista y su estrategia de recurrir a la policía, a la judicialización y al sistema penal para proteger a las poblaciones llamadas vulnerables.
Aunque como la misma autora reconoce, su análisis no busca aportar soluciones de fondo para acabar con las violencias machistas, su objetivo es aportar en la reflexión sobre la violencia como “elemento estructurador del patriarcado y el capitalismo y no como una especificidad masculina”. Y destaca en su concepto de violencia patriarcal la relación con la violencia racial, desde el punto de vista del feminismo decolonial al que adhiere la autora, cruzando las relaciones de clase como otro elemento central de “las violencias sistémicas fuertemente diferenciadas según la pertenencia social y racial”.
Desde estas premisas, apunta explícitamente contra los fundamentos de lo que Vergès define como “feminismo carcelario” que, en un contexto de militarización del espacio público, apela a la multiplicación de las medidas y leyes de protección a las mujeres exigiendo más poder de actuación a la policía con todo su carácter racista y de clase. Es decir, a una protección militarizada, a las fronteras, muros y a más vigilancia.
Si bien no es objeto de esta reseña debatir con el feminismo decolonial, con el cual se abrirían importantes divergencias de estrategia [2] “Una teoría feminista de la violència” logra de manera precisa y vehemente interrogar la protección desde el ángulo de clase, la raza y la heteronormatividad al feminismo carcelario y punitivista, que desplaza la protección de las mujeres a la esfera penal y que considera al patriarcado como una estructura de poder centrada en el dominio de los hombres. Un cuestionamiento totalmente oportuno cuando la extrema derecha también se sirve de medidas punitivistas y prohibicionistas para perseguir a las personas racializadas, para atacar a las personas de diversidad sexual, a la lucha feminista o contra derechos tan elementales como el del aborto en Estados Unidos. Mientras los gobiernos progresistas implementan leyes punitivistas “en defensa de las mujeres más vulnerables”, pero mantienen las leyes de extranjería racistas o reformas laborales que continúan con la precariedad y la explotación de las mujeres trabajadoras y racializadas, como en caso del Estado español.
Patriarcado y capitalismo: feminismos en debate
En su ensayo, la autora dedica un capítulo especial a los debates en el movimiento feminista en torno a los vínculos entre el Estado y el patriarcado o entre patriarcado y capitalismo. El concepto de “mujeres” como una realidad homogénea, universalista, sin diferenciar clase y/o raza ha sido cuestionado durante la década del setenta insistiendo en los vínculos entre capitalismo, imperialismo, racismo y opresión de las mujeres, tras la existencia de varios feminismos, desde al arco radical hasta el reformista. En los años ochenta se impone un feminismo institucionalizado que se mantiene hacia la década del noventa bajo el neoliberalismo, convirtiéndose en un “feminismo pacificador y cómplice del capitalismo y el patriarcado”.
Para Vergès este feminismo desliga la situación de las mujeres del contexto global de naturalización de la violencia e identifica y castiga a los “hombres violentos”, sin tener en cuenta las estructuras que constituyen esas violencias espantosas. Plantea un ejemplo bastante provocador y en choque de plano con los postulados de este feminismo: las violaciones sexuales durante los procesos de colonización y de ocupación imperialistas como arma de guerra y de dominación racial y virilista que, a la dimensión masiva de violaciones a mujeres, la autora le añade las violaciones a jóvenes varones, niños y hombres por otros hombres. Aunque la mayoría son casos poco estudiados, con este dato pretende demostrar que la violación también es inseparable del racismo y el imperialismo. Y que la violencia sexual es también parte de la dominación heteronormativa virilista, expresada en las violaciones a hombres racializados, gais, trans o trabajadores sexuales. Es más, da cuenta del rol de las mujeres militares de los Estados imperialistas bajo el ejemplo de soldados femeninas del ejército norteamericano, que en Abu Ghraib en 2004, amenazaron y sodomizaron a presos iraquíes o que provocaron torturas sexuales a hombres musulmanes. No obstante, la autora remarca que esta realidad no disminuye para nada el horror de las violaciones sistemáticas a las mujeres.
Estos debates se han ido actualizando hasta la década actual, cruzado por las agendas políticas gubernamentales en todo el globo [3]. Y en este punto es interesante cómo en el terreno político, en la diferencia entre los gobiernos neoconservadores y progresistas, considera que ambos persiguen la misma política neoliberal, la misma política extractivista, el relato occidental del progreso, el racismo y la explotación.
La violencia de la explotación y la precariedad
El otro foco de análisis interesante de la autora, está en las políticas de protección hacia las personas en situación de vulnerabilidad y precariedad. Desde el Estado, se legitiman discursos paternalistas y de “auto emprendeduría, voluntad y responsabilidad individual de parte de la gente vulnerable para salir de su situación. Y se esconden las verdaderas causas que fabrican esta situación de violencia mercantilista y precaria”.
Vergès traslada estos discursos a las nociones de género forjadas por luchas que irán siendo absorbidas por el capitalismo bajo la “igualdad de género”, y se propone develar la relación entre explotación económica, racismo, menosprecio de clase y las violencias sexuales. Una relación que la autora ejemplifica mencionando algunas huelgas de trabajadoras, como la de las mujeres negras de McDonald’s con el slogan “Tienes la hamburguesa, tienes las patatas, quita las manos de mis muslos!”. Una huelga que destapó tras varias investigaciones el acoso sexual y de racismo endémico que sufren las mujeres trabajadoras en el gigante americano; cuestión que se extiende a otros sectores laborales de mujeres racializadas que sufren mayor explotación y precariedad como la restauración rápida, la hostelería cuidados, etc. O la huelga de trabajadoras negras del hotel Ibis Batignolles que aparecieron con una pancarta en una manifestación contra las violencias contra las mujeres que decía: “Explotación de las mujeres de la limpieza, eso también son violencias sexistas”.
En otra obra destacada de la autora, Un féminisme décolonial (2019) [4] debate con el “feminismo civilizatorio”, comenzando con el relato del triunfo de la huelga de las trabajadoras de la limpieza de trenes en París en enero de 2018, que después de cuarenta y cinco días obtuvo una victoria sobre la empresa ONET, contratada por el sistema nacional ferroviario de Francia para limpiar las estaciones. Analiza la feminización y racialización de la industria de la limpieza, invisible para el sistema pero también para muchos ‘feminismos’ que ocultan el carácter de clase y raza de la opresión de las mujeres. [5]
En “Una teoria feminista de la violència” Vergès retoma estas premisas y se propone combatir los discursos que legitiman una distancia infranqueable entre las políticas de protección de las mujeres y de las personas vulnerables, y las medidas y leyes que imponen de forma brutal la precariedad y la violencia institucional; lo que lleva a una distinción entre quién se merece o no tales políticas de protección, delimitadas según la raza y la clase. Políticas basadas en mayor militarización, vigilancia y control de parte del Estado que, en nombre de la “defensa de las mujeres”, recaerá en los colectivos más vulnerables que el Estado (racista y patriarcal) dice defender, ya que la protección está sometida a criterios raciales, de clase, de género y de sexualidades.
El “Femimperialismo” y el callejón sin salida del feminismo punitivo
En los debates del movimiento feminista en Francia, la autora se enfrenta a lo que denomina “femimperialismo” que, bajo planteamiento universalista y civilizador busca proteger a las mujeres de las violencias sexuales y misóginas, criminalizando y culpabilizando especialmente a los hombres racializados. Por tanto, este feminismo institucional -tanto en gobiernos conservadores como progresistas-, en sus discursos racistas explican que el retraso en los derechos de las mujeres es atribuido a la población racializada cuyos hombres son una amenaza para la libertad de las mujeres. Los debates en Francia sobre la ablación, la abolición de la prostitución o la prohibición del velo marcarán las agendas gubernamentales y los discursos punitivistas de parte de las ministras feministas liberales.
Por otro lado, analizando críticamente de los datos proporcionados por ONU Mujeres, que dan cuenta de que cada día 137 mujeres son asesinadas en todo el mundo y un 35% han sufrido violencias físicas y/o sexuales, Vergès explica que estas cifras no se contabilizan todos los ataques contra las mujeres, cis, trans, no binarias y lesbianas que se producen en todo el mundo y tampoco las que sufren las mujeres racializadas. Para la autora, estas estimaciones no tienen en cuenta las discriminaciones de raza, género y sexualidad para dar cuenta de la violencia sistémica contra las mujeres. Aun así, a partir de estos datos Vergès dice comprender el deseo de venganza y de castigo, aunque paradójicamente ni los castigos, ni la pena de muerte, ni los linchamientos o el alargamiento de las penas de prisión han bajado las cifras dramáticas de violencia machista. Frente a ello, el feminismo carcelario milita para que se intensifique el castigo, basándose en las nociones de peligrosidad y de seguridad.
Vergès describe minuciosamente todos los debates que se abren en el movimiento feminista e invita a pensar en un feminismo de liberación anti carcelario bajo la consigna “las prisiones no nos salvarán ni del patriarcado ni de la violencia”. Y toma como referencia los movimientos feministas anticolonialistas contra las prisiones protagonizados en las décadas del 60 y 70 en Francia o Estados Unidos, considerándolas como estructuras del colonialismo y del racismo. En Francia, mientras se imponía la prisión a todo el activismo y la militancia, los procesos de huelgas y revueltas estudiantiles, se fue intensificando en los años setenta un discurso securitario pero teñido de racismo, identificando la inseguridad y la delincuencia con los hombres jóvenes, extranjeros, inmigrantes y descendientes y a la población humilde.
Vergès analiza la emergencia actual del feminismo carcelario a partir de una cierta continuidad de estos discursos y en los vínculos entre justicia y prisión colonial y entre justicia y prisión (post)colonial. Y se pregunta ¿Qué papel juega la amnesia respecto a las luchas anticoloniales y antirracistas en estas posiciones sobre la cuestión carcelaria y en la evolución hacia un feminismo civilizador, estatal y feminacionalista?, para dedicar un capítulo especial al rol de las prisiones y cuál es su composición social: poblaciones racializadas, pobres y precarizadas y mayoría hombres; ya que las mujeres inmigrantes, precarias y pobres están representadas en otras formas de control social como los psiquiátricos o de ámbito “social”.
Por un feminismo antirracista, antiimperialista e internacionalista
En la conclusión del libro, Françoise Vergés actualiza todas sus premisas críticas desde el feminismo decolonial y antirracista, a la época pospandémica, bajo la cual se intensifica toda la violencia sistémica que sufren las mujeres, las personas migrantes y racializadas, como violencias económicas y sociales, psicológicas y culturales. Por tanto, no son exclusivamente el resultado de la dominación masculina, sino de “un sistema que hace de la violencia un modo de vida y de existencia”. Y que la “dominación masculina se ejerce sobre mujeres y sobre hombres” en referencia a los hombres y jóvenes racializados que día a día sufren asesinatos ataques sexistas, racistas coloristas. La autora coloca en el centro de las luchas del feminismo decolonial la denuncia de la violencia racista y toma la noción de misogynoir, es decir la misoginia dirigida especialmente a las mujeres negras y concluye que “mientras las luchas contra las violencias sexuadas y sexuales se basen en categorías mujeres y hombres forjadas y alimentadas por el racismo y el sexismo, tal como las mantiene vivas el Estado, no pueden ser luchas de liberación”. De esta manera, queda retratada su denuncia al feminismo institucional y su contribución a la estructuración de la dominación racial y económica.
Desde la reivindicación a la aportación del feminismo radicalizado que no confía y se enfrenta al Estado y al feminismo racializado, propone construir un feminismo antirracista, antiimperialista e internacionalista, que busque alianzas con los hombres, las personas no binarias, trans, en combate contra el virilismo y el racismo. Y en esta perspectiva, la cuestión antirracista está en el centro, aunque muy lejos de toda interpretación esencialista de determinadas políticas identitarias, sino ligado a la lucha contra el sistema capitalista racista y patriarcal.
Ahora bien, si partimos del hecho irrefutable de que la clase trabajadora es cada vez más racializada y feminizada, cabe indagar en cómo vincular las luchas de los movimientos sociales (antirracista, feminista) con la del conjunto de la clase trabajadora que tiene la gran potencialidad de paralizar el funcionamiento de la economía e interrumpir las ganancias capitalistas. Una potencialidad que podría ser aún más arrolladora en alianza con todos los sectores oprimidos por el sistema capitalista e imperialista, que se sirve del racismo y la xenofobia para actuar con toda su violencia.
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