El libro La crisis mundial capitalista y el capital ficticio, de Alberto Wiñazky, aporta herramientas para entender la crisis de 2008, y ofrece un panorama del mundo que esta dejó.
Esteban Mercatante @EMercatante
Martes 5 de junio de 2018
El libro de reciente aparición La crisis mundial capitalista y el capital ficticio, de Alberto Wiñazky (Buenos Aires, Herramienta, 156 págs.), resulta de gran interés para entender los aspectos clave de la crisis iniciada en 2007, cómo se compara ésta con la Gran Depresión de 1929, y cómo sus efectos siguen impactando en el mundo hoy.
Se trata de un volumen breve, con una exposición llana destinada a ser accesible para los que no tienen una formación especializada en economía. Los primeros dos capítulos están destinados a establecer los rasgos característicos de la crisis de 2008 a partir de la comparación histórica, y a desarrollar aspectos teóricos fundamentales a partir de los trabajos de autores marxistas. Además de los trabajos de Marx, autores como François Chesnais, que en las últimas décadas viene teorizando sobre el rol clave del capital financiero en la mundialización, son una clara referencia para la elaboración de Wiñazky.
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Hay que destacar que el libro, como ya lo anticipa su título, dedica especial atención a explicar el concepto de capital ficticio, presentado por primera vez por Karl Marx en El capital. De acuerdo a Wiñazky la enorme “emisión de títulos públicos y acciones crean un capital sin base real, que no tienen un valor intrínseco porque no se sustentan en la producción, ni representan valores legítimos” (p. 49). Según el autor, “se trata de un componente parasitario que existió en el capitalismo desde épocas tempranas”. Pero desde los años ’70 del siglo XX, cuando el capitalismo global entró en crisis que puso fin al boom de posguerra que marcó un crecimiento continuado en las economías de los países imperialistas (EE. UU., Europa occidental y Japón), se viene registrando una verdadera explosión en esta masa de “poder adquisitivo ficticio que creció basado en la especulación financiera” (p. 50). Los instrumentos financieros que componen al capital ficticio se han ido complejizando en las últimas décadas, con el crecimiento exponencial de los mercados de derivados, proceso que este libro resume para ofrecer al lector una ventana ese mundo intrincado.
Los capítulos siguientes exponen cómo la crisis impactó en las diversas geografías (EE. UU., Europa, Asia, América Latina), y cuál es el panorama hoy, a diez años de la misma. Es de destacar que se observan fuertes impactos de largo plazo, que subrayan la profundidad que tuvo el descalabro económico de 2007-2009, más allá de que la Gran Recesión haya concluido oficialmente a mediados de este último año. Wiñazky señala, respecto de la economía de EE. UU. pos crisis, que se observa un notable deterioro del ahorro y la inversión, profundizando una tendencia decreciente que se registra hace varias décadas (exceptuando el breve período en el que la acumulación de capital se revitalizó al calor de las “nuevas tecnologías” desde mediados de los ’90 hasta comienzos del nuevo milenio). Esto tiene graves consecuencias: la “capacidad de crecimiento potencial de EE. UU. es 8,4 % menor de lo que debería ser, si el ritmo de expansión pre-crisis se hubiera mantenido” (p. 73).
En tanto, la Unión Europea pos crisis estuvo marcada por un bajo crecimiento, que es tributario de la imposición de fuertes políticas de austeridad bajo el mando de Alemania, principal potencia de la asociación supranacional. Las mismas fueron la respuesta ante el exacerbamiento que generó la crisis de los desequilibrios que caracterizan a la UE, y en particular a la Eurozona, por la asimetría de los Estados miembro. Wiñazky observa que la fuerte “heterogeneidad productiva que existe entre los países del norte, del sur y del este de Europa, ha contribuido a incrementar la diferenciación económica y social, no permitiendo el desarrollo de una zona monetaria óptica” (pp. 75/76). El endeudamiento público como resultado de la crisis creó una situación explosiva, especialmente en Portugal, España, Italia, Irlanda, y Grecia, países en los cuales la “troika”, impuso draconianas medidas de ajuste. Las mismas van mucho más allá del recorte fiscal: la UE busca “compensar su pérdida de importancia en el concierto mundial” con medidas como “estículos a la inversión, aplicación de las reformas estructurales, responsabilidad presupuestaria y políticas de creación de empleo” (p. 83).
El libro destaca cómo también China, a pesar de mantener tasas de crecimiento bastante por encima de la media mundial, se encuentra afectada por la crisis global. Se destaca que existe un “exceso de producción de bienes de consumo masivo y una crisis en el mercado inmobiliario. Ha colapsado el mercado accionario y se ha incrementado el nivel de endeudamiento motorizado, entre otros, por la masiva adquisición de empresas fuera de sus fronteras” (p. 136).
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Llegado este punto, Wiñazky se plantea en qué medida resulta esperable que el capitalismo logre restaurar el crecimiento. En su respuesta, apunta a una contradicción aguda: los sectores que, mediando una fuerte reestructuración de las relaciones de clase y entre los Estados, podrían estimular las inversiones, que son los sectores de alta tecnología como la inteligencia artificial, nanotecnología, biotecnología, neurociencia o robótica, conllevan en su desarrollo una aceleración de la disminución del trabajo asalariado, “no solo manual sino también el de alto saber o habilidad profesional, con lo que se reduciría una vez más la apropiación de plusvalía” (p. 146). Las fuerzas productivas desarrolladas por la humanidad, se encuentran en una contradicción cada vez más aguda con la apropiación privada de los beneficios de las mismas en los que se basa el capitalismo.
Ante estas condiciones en que se encuentra el capitalismo, a casi diez años de la quiebra de Lehman Brothers, el trabajo que reseñamos dirige su mirada a la situación de la clase trabajadora como fuerza central a partir de la cual puede surgir el desarrollo de una alternativa al orden de cosas existente. Acá el autor se centra casi exclusivamente en una recomposición social, manifestada en movimientos como Occupy y los Indignados, los ambientalistas en Chile y Argentina, o el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, en Brasil. Queda en el tintero articular este panorama lo que viene ocurriendo en terreno político, dominado por una creciente polarización que se manifiesta tanto en los países imperialistas como en los dependientes (como muestran hoy Italia, España y Brasil por sólo nombrar algunos), y se expresa por derecha pero también por izquierda. En la Argentina, el desarrollo del Frente de Izquierda y de los Trabajadores es expresión de este fenómeno. Se extraña al final una reflexión que integre estas dimensiones, social y política, para discutir las vías para poner en pie un poder revolucionario de la clase trabajadora que pueda poner fin a este sistema basado en la explotación.
La lectura de La crisis mundial capitalista y el capital ficticio resulta recomendable para las y los jóvenes y trabajadores interesaron en entender lo que dejó la crisis de 2008, y las herramientas teóricas de los marxistas para analizar las contradicciones del capitalismo en el siglo XXI que hacen cada vez más urgente su superación.
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