Luego de publicada la declaración de destacados intelectuales y personalidades de la política en repudio a las difamaciones y calumnias sobre la vida de Trotsky llevada a cabo por la serie homónima de Netflix, el diario La Nación publicó en su columna de espectáculos un artículo crítico, fiel a su visión de las cosas.
Martes 26 de febrero de 2019 15:12
El título del artículo de Marcelo Stiletano ya parece querer decirlo todo: “Netflix: El debate ideológico desaprovecha Trotsky, una imponente miniserie rusa”, contraponiendo ficción e ideología en una operación ciertamente cínica.
¿Acaso un columnista de un diario como La Nación no sabe que toda producción ficcional contiene necesariamente un contenido ideológico (sobre todo tratándose de un personaje destacado de la historia política contemporánea)? Y yendo un poco más lejos: ¿Ignora Stiletano que, por ejemplo, el más “ingenuo” policial o la más “inocente” comedia sentimental hollywoodense expresan siempre una visión del mundo, una posición ideológica (sea sobre los vínculos, la familia, el trabajo, la vida social, etc.)?
Sin embargo, este debate inicial planteado se puede empezar a desarrollar partiendo de cierta premisa de “honestidad intelectual” en la narración de acontecimientos históricos (“basados en hechos reales”, como afirma la serie), algo de lo que carece totalmente la mentirosa producción de Netflix y Putin, y a lo que Stiletano no le da demasiada importancia (La verdad es un elemento que no parece interesarle demasiado).
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Luego de dedicar varias líneas a los premios ganados, al presupuesto destinado y a toda la mar en coche, Stiletano comienza a desarrollar su crítica al pronunciamiento contra la serie (lo cual es, sin dudas, el único fin de su columna) y lo hace en nombre de ¡la libertad de expresión!
¡Si señor!: Para el autor, en nombre de la libertad de expresión, nadie debería expresarse en contra de la catarata de mentiras que el gobierno de una potencia mundial y una cadena multinacional de contenidos audiovisuales difunden a nivel global sobre la vida de un incómodo dirigente revolucionario. Un curioso alegato en nombre de la democracia, para nada llamativo viniendo de las páginas de La Nación.
Acto siguiente, entrando en una especie de “teoría de los dos demonios liberal”, sostiene que ambas posiciones (la de los productores de la serie y la de los firmantes de la declaración) cometen los mismos “pecados”: el de “tomarse demasiado en serio” los 8 episodios de la serie y el de sentir “la necesidad de cargar las tintas y plantear alrededor de un relato de ficción todo un conjunto de densas y profundas cuestiones relacionadas con la situación política y social del mundo en la actualidad”.
Ante semejante afirmación (casi litúrgica) cabe preguntarse ¿Ignora el autor que emitir una serie sobre la vida de uno de los dirigentes más importantes de la revolución más grande que ha dado el siglo XX no tiene nada que ver con la situación política y social del mundo actual? Y más allá del análisis de esta serie en particular ¿No es acaso la tarea de un crítico pensar las relaciones entre una ficción (pretendidamente basada en hechos reales) y ese mundo en el cual ese relato histórico se reactualiza?
Más adelante, quizás en un lapso de pudor, el autor reconoce que posiblemente hay en la serie una intencionalidad política, ya que “El internacionalismo de Trotsky y su afán revolucionario (...) chocaría con la prédica del gobierno de Putin en favor de la familia, de ciertos valores morales básicos y de la reivindicación del histórico nacionalismo ruso”, concluyendo que “este debate oculta lo que en verdad aparece en la miniserie: una sucesión de farragosas y recargadas afirmaciones ideológicas y filosóficas que inunda hasta las escenas más banales, sin ninguna necesidad”.
¿Realmente cree el autor que la serie lo hace “sin ninguna necesidad”? ¿Realmente cree que la difamación, la mentira, la calumnia sobre la vida del dirigente ruso no es una operación ideológica, sino simplemente un “recurso estético” en post del entretenimiento que debe ofrecer una “imponente” ficción?
“El lugar para esta clase de debate no es una ficción televisiva”, remata Stiletano su artículo, apostando en su rol de crítico a un modelo de ficción y entretenimiento pasivo e inerte, más parecido al método Ludovico de la Naranja Mecánica que al del desarrollo de un espectador crítico ante las producciones audiovisuales que consume. Es esa, detrás de su fachada de neutralidad, su posición ideológica.
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Lo más interesante de todo este asunto, más allá de esta pequeña discusión con Stiletano y La Nación, es que ese fantasma que recorre Europa y el mundo entero (puesto en valor por Marx y Engels hace ya 171 años) parece siempre empecinado en regresar, por más que Putin, Netflix y sus lacayos locales de La Nación quieran ahuyentarlo. La aparición de fenómenos como el de los chalecos amarillos en Francia, el movimiento de mujeres a nivel global o la expresión de simpatía de sectores de la juventud estadounidense hacia alguna idea (todavía vaga) de socialismo (publicada por el mismísimo Washington Post) nos permite pensar que quizás, a Netflix, Putin y compañía, el tiro puede terminar saliéndoles por la culata. Quizás esa caricatura de villano que quisieron construir en la serie se les vuelva en contra.
No vaya a ser cosa que ahora, a los jóvenes y explotados del mundo se les ocurra, por mera curiosidad, empezar a googlear ese nombre maldito...