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Red Internacional
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TUCUMÁN // PUEBLOS ORIGINARIOS. Un recorrido por la cultura de la comunidad originaria del Mollar-Los Tafíes

Un destino muy atractivo que esconde destrucción, contaminación y violencia hacia las mujeres de la comunidad originaria, mientras la lucha se fortalece.

Jueves 7 de abril de 2016

A 103 km de la capital tucumana, entrando a los Valles Calchaquíes donde la belleza del paisaje te inunda, relatamos el encuentro con las comuneras del Mollar mostrando una realidad muy pocas veces contada que para ellas es su lucha cotidiana.

Fuimos al encuentro con Gabriela, integrante de la comunidad del Mollar, para poder conocer un poco más de su cultura y sus lugares sagrados. Iniciamos el recorrido visitando el sitio donde estaban sus morteros sagrados, allí solo encontramos destrucción. Donde antes había recuerdos de sus ancestros ahora solo veíamos tierra y piedras removidas, topadoras en manos de “caudillos” habían arrebatado ese espacio sagrado donde llevaban a cabo sus festividades y honraban su cultura.

Gabriela nos cuenta que días atrás María Pedraza, delegada de base quien está como asistente social del área, iba a ser víctima de Ramón Ríos, primo del delegado comunal Jorge Américo Cruz, caudillo del mismo quien se encarga de perseguir a la comunidad y quitarle sus tierras para uso propio (ventas de terrenos a turistas). Este hombre confundió a María con su hermana Paola a quien agredió física y verbalmente cuando fueron a defender el sitio donde se encontraban sus morteros sagrados que habían dejado sus ancestros. Ese fue el día que pasaron las topadoras y arrasaron con su herencia. Para resguardar a María, con el miedo que tenía la comunidad, hicieron una denuncia junto a su cacique Margarita Mamani.

No es la primera vez que viven estos conflictos, siempre apuntan hacia las mujeres de la comunidad tanto verbal como amenazas con armas de fuego. Las comuneras del Mollar son quienes encabezan esta lucha y sienten a flor de piel sus raíces y la importancia de conservar su cultura, enseñarles sobre sus ancestros a sus hijos, a cultivar sus tierras y subsistir preservando sus costumbres.

Llegamos hasta la casa de Lita mamá de Gabriela quien nos recibe con amor de una madre, feliz de tenernos en su hogar. Nos cuenta un poco de sus costumbres mientras nos sirve unos vasos con jugo. La calidez de la charla cada vez era más grande y ya podías sentir como si estuvieras en casa. Lita nos cuenta que todo lo que ella sabe y le enseña a sus hijos viene de sus tátara abuelos y principalmente el cariño a su mortero y pecana que lo encontraron sus ancestros en sus tierras que hasta el día de hoy no pierde el uso cariñoso de las manos de Lita y su familia quien nos dice con una sonrisa “todos seguimos la tradición, nosotros no perdemos nuestras costumbres nunca”.

Lita nos lleva a conocer su mortero mientras nos vamos encontrando con su cotidianeidad. Una chacrita donde su marido realiza el arado a mula o caballo, sus huertas donde siembran sus verduras y frutas todo a esfuerzo del trabajo diario de toda su familia. Llegando al mortero nos encontramos con “Mamá Chata”, nombre de cariño que le dio la comunidad a la mamá de Lita. De repente nos topamos con tres generaciones que nos recordaban la importancia de preservar nuestra cultura. “Lastima que llegaron tarde para la cosecha“, nos dice Lita mientras nos regala unas verduritas que quedaron en sus huertas. Mamá Chata nos muestra sus tejidos y nos cuentan de todos los poderes medicinales que tiene cada yuyito en su huerta, la charla se había vuelto cada vez más llena de risa, alegría y conocimiento, el valor de la cultura en estas mujeres nos había inundado.

Volviendo a casa de Lita, quien nos estaba calentando unas humitas de su producción hechas en su mortero, Gabriela nos recuerda la importancia de la tierra para su comunidad: “si se sigue vendiendo nuestra tierra la gente ya no va a poder sembrar, recoger su cosecha, el invierno acá es duro queda mucha gente sin trabajo. Hay mucha gente que vive de la construcción y los materiales están muy caros ya no construyen quedan sin trabajo… Entonces vos guardando el maíz, ya sabes que vas a tener para un locro, para una mazamorra, lo mismo que la gente del cerro que tiene animales y hace queso, quesillo, también necesita su siembra para darle de comer a los animales. A nosotros nos gusta comer la comida a la que estamos acostumbrados, comidas muy fuertes para nosotros, nutritivas”, relata.

Nos cuenta también que la cosecha este año se vio muy afectada por la “planta recicladora” que termina siendo un basural, allí llega también los desechos de Tafí del Valle. La planta fue creada en el 2002, financiada por Minera La Alumbrera, con el objetivo de “reciclar los residuos” pero en lugar de eso solo se realiza manualmente una clasificación de los residuos pero sin ser procesados adecuadamente.

Como consecuencia, los niños tienen enfermedades en la piel y diarrea; la fruta por fuera se ve deliciosa pero por dentro está podrida. También relata la pelea para que se retire la “planta recicladora”. Hicieron notas, denuncias, cortes de ruta pero sin embargo no tienen respuestas del gobierno. “Nunca nos dieron solución”, sintetiza Lita.

Con el turismo en el verano el panorama parece empeorar, generan aún más basura mientras la comunidad es quien tiene que cargar luego con las consecuencias, teniendo a sus niños enfermos o a ellos mismos inclusive. Acuden al CAPS del Mollar donde se encuentran con una ausencia total de la salud. “Parece que nosotros no somos dignos de enfermarnos”, comenta Gabriela, “no tenés enfermeras que te atiendan, no hay ambulancias, te derivan a Tafí, de Tafí a Concepción y si en Concepción no hay lugar a San Miguel. Uno muchas veces no tiene donde quedarse y tenés que dormir en el hospital”.

Parece que todos los recursos con los que cuenta la comunidad están puestos para mover a una industria con un contraste que no se cuenta. La mayoría que llega para “conocer y aprender” de una cultura, la destruye, a su gente y a su tierra. Sin embargo la lucha de estás comuneras sigue en pie y promete dar cada batalla que sea necesaria para conservar sus raíces y dejar esta herencia a sus hijos y que sean ellos quienes la conserven. Piden un freno a la violencia hacia la mujer que sufren constantemente. “A mi pollera no me manda”, suelen decirles cuando reclaman algo. Y pollera manda, compañeras, y apoyamos su lucha.