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Crónica. Un río de colores en Bangladesh

Santiago Montag es periodista de la sección internacional de La Izquierda Diario y se encuentra actualmente en Bangladesh. Mientras se prepara para palpitar la final del Mundial de fútbol en las calles de Dhaka, recorrió las zonas fabriles donde miles de trabajadoras textiles confeccionan ropa e indumentaria para las principales marcas del mundo a cambio de un sueldo que no alcanza ni para comprar las cosas que ellas mismas fabrican.

Santiago Montag

Santiago Montag @salvadorsoler10

Sábado 17 de diciembre de 2022 10:52

Detrás de la euforia, la alegría y los gritos de pasión que nos llegan del país del sur de Asia hay un mundo apenas conocido. Es una tarea indispensable para la clase trabajadora conocer las complejidades de la hinchada de un país que se encuentra a 17.000 kilómetros de Argentina que apenas supera la superficie de la provincia de Córdoba, donde viven 166 millones de personas con 50 grupos étnicos, con 50 lenguas y sus decenas de dialectos, a lo que se suma la diversidad religiosa. El futbol no es para todos en Bangladesh. La respuesta está en los mismos videos que nos llegan desde allí: no se observan mujeres en ellos. El país es de mayoría musulmana y una minoría hindú lo que significa ciertas reglas conservadoras para las mujeres: no está determinado por el Estado, pero si por la sociedad. Esto no se traduce de la misma manera en las universidades donde las jóvenes tienen mayores libertades.

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Miles de esas mujeres trabajan en las fábricas textiles de corte y confección de ropa. El país desde principios de los 2000 se convirtió en el destino privilegiado de las empresas que migraban desde China, tras un aumento de salarios, hacia espacios de acumulación que brinden mayores ventajas. El mejor puerto fue Bangladesh, pero también arribaron a Vietnam, Sri Lanka, Camboya y Myanmar. La enorme concentración de trabajadores precarios en las ciudades y el bajo costo de la mano de obra del país están determinados por una historia de colonización británica primero (1757-1947), luego pakistaní (1947-1971) y por la alternancia de gobiernos liberales y dictaduras que ataron sus intereses a los de la renta financiera internacional, entre ellos la apertura del Banco Mundial y el FMI desde 1973.

Desde inicios del nuevo siglo nació la clase obrera textil más grande del planeta en el golfo de Bengala. El principal eslabón de la cadena productiva funciona como proveedora de las marcas de moda más conocidas del planeta, entre ellas Gucci, Zara, Benetton Group, Nike, Adidas. El férreo control de la vida cotidiana de los partidos en la alternancia en el poder, la Liga Awami y el Partido Nacionalista de Bangladesh (ambos liberales) sumado a la represión brutal de varias dictaduras militares, dieron como resultado la inexistencia de sindicatos independientes y un vínculo estrecho entre la precarización laboral en las fábricas y el poder político. Esta relación de amistad llevó a una de las postales de la barbarie capitalista del siglo XXI, el crimen social de Rana Plaza.

El 23 de abril del 2013 las obreras y obreros se encontraban protestando contra una rajadura estructural en el edificio de 9 pisos ubicado en Savar, una localidad de Dhaka. Mohammad Sohel Rana, el dueño de la fábrica, amenazó con despidos y no pagar el salario a las obreras a que vuelvan a sus puestos de trabajo. Como si fuera poco, contraron a una banda para golpearlas y obligarlas a que entraran a la fábrica. El motivo específico fue que el cargamento de ropa no llegaría a tiempo según exigían las marcas europeas. El edifico no estaba construido para soportar el peso de las máquinas y 5.000 trabajadores, pero eso no le importó ni a Rana ni a las marcas globales. Ese mismo día, un cortocircuito seguido de una explosión terminaron por quebrar las grietas del edificio hasta que se desplomó. Allí quedaron 1.132 muertos confirmados, y 2.000 heridos. El gobierno de la Liga Awami en vez de iniciar una investigación removieron con topadoras el lugar sin terminar de buscar cuerpos, muchos de ellos irreconocibles. Al menos mil familias reclaman por la vida de trabajadores desaparecidos. La explicación es que si se considera a la persona “desaparecida en acción” la empresa no tiene que pagar indemnización a las familias. Rana Plaza era proveedor las marcas más famosas del mundo. Estas cambiaron de cliente, y los Rana siguen libres. Las condiciones de brutalidad capitalista siguen.

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El odio a esta situación dio comienzo a huelgas y un movimiento obrero que intenta organizarse por lo bajo ante las persecuciones. En distintos momentos las fábricas que albergan en total alrededor de 4 millones de trabajadores, el 80% mujeres, fueron a huelgas salvajes, alrededor de 50.000 obreras van a huelga por año según Human Rights Watch. Pero reciben una fuerte represión durante las concentraciones y con allanamientos en sus casas. En los últimos 15 años hay alrededor de 1.000 líderes y lideresas sindicales desaparecidos, al día de hoy son 200, el resto fueron encontrados muertos con marcas de tortura en el cuerpo.

La rama es estratégica para el país, es el segundo mayor exportador de prendas de vestir del mundo, después de China, y genera exportaciones por alrededor de 36.000 millones de dólares, representa el 83 por ciento de los ingresos de exportación de Bangladesh. La burguesía textil tiene un enorme poder en el país. Un estudiante de finanzas de la Universidad de Jahangirnagar cuenta que “los empresarios y el gobierno le tienen terror a la clase trabajadora y a los estudiantes bangladesíes, vivimos bajo un régimen que no se diferencia de una dictadura”.

En las cercanías de Rana Plaza existen miles de fábricas similares. Como Al Muslim Group, una fábrica mucho más grande, quizás con más de 5.000 obreras trabajando allí. Todas ellas visten ropas tradicionales tanto hindúes como musulmanas, en su mayoría las combinan con coloridas vestimentas étnicas.

Hoy en día hay protestas que, según los medios locales, son dirigidas por las oposición, el Partido Nacional de Bangladesh. Cientos de miles participaron en ellas, y recientemente muchos líderes fueron encarcelados. En ellas se exige la dimisión de Shaik Hasina, la primera ministra a partir de la situación desencadenada por los sistemáticos cortes de energía y un aumento en los precios del combustible, que están atados a varios problemas económicos estructurales en Bangladesh. La entradas de divisas está cayendo por la disminución de remesas giradas por trabajadores en el exterior (como los que están en Qatar) así como una caída de exportaciones de prendas de vestir. En los últimos 10 años (de 2011 a 2021) la deuda externa total de Bangladesh aumentó un 238 % a $ 91,43 mil millones, el doble del aumento de la deuda que experimentó Sri Lanka del 119 % durante el mismo período, y terminó en protestas masivas. En noviembre, la tasa de inflación alcanzó casi el 9 %, dejando a miles de trabajadores de la confección desempleados y muchos en situación de hambre. Bangladesh se convirtió en la tercera nación del sur de Asia, después de Sri Lanka y Pakistán, en buscar ayuda del Fondo Monetario Internacional en 2022, al tiempo que engorda su deuda por los mega proyectos de infraestructura al acoplarse a la Nueva Ruta de La Seda de China.

Presenciar la salida de las obreras del turno de trabajo es ver un río de colores fluyendo por las grises calles contaminadas de montañas de basura. Allí en 2018 hubo una huelga salvaje por aumento de salario, en Bangladesh cobran menos de 70 dólares por mes. La represión fue fuerte, la policía abrió fuego con balas de plomo y mató a 3 obreros. Esta noticia no salió en ningún medio, mientras que los cuerpos desaparecieron. Situación similar viven las trabajadoras de las plantaciones de té que hoy en día se encuentran realizando huelgas para elevar el salario diario de 80 centavos de dólar a dólar con 1,50. Estos impulsos muestran que ellas siguen allí, resistiendo, acumulando bronca, y día a día inundando las calles mugrosas con sus elegantes colores.


Santiago Montag

Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.

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