Por estos días se produjeron dos acontecimientos interesantes para repasar porque grafican o porque ilustran tanto sobre el Poder Judicial como sobre el sistema mediático. Sobre sus jerarquías, sus métodos y, si me lo permiten, sobre su indiscutible carácter de clase. Hace unos días, Paolo Rocca y otros directivos de Techint fueron desvinculados de la causa “Cuadernos”. Ustedes recordarán los muy polémicos “cuadernos de la corrupción”, una causa empujada en su momento por el Gobierno de Mauricio Macri y que cuestionaba todo el sistema de otorgamiento de obra pública bajo los gobiernos kirchneristas con eje en el Ministerio de Planificación que conducía Julio de Vido. La causa tenía muchas lagunas, por empezar no estaban los cuadernos, pero en este caso, el de Rocca, quedó demostrado que pagó coimas a funcionarios. Según el juez federal Julián Ercolini, si bien se hicieron entregas de dinero a funcionarios del Ministerio de Planificación, las mismas quedaron despenalizadas al justificarse en “razones humanitarias”. Según el juez, habían ordenado el pago a los entonces funcionarios kirchneristas para que ayudaran en el escape de empleados argentinos de Techint en Venezuela tras la decisión en 2008 de Hugo Chávez de estatizar Sidor. Además de la muy discutible decisión judicial, en los medios la noticia se trató prudentemente, nadie se indignó, nadie hizo trendic topic, nadie lo llamó o lo invitó a Don Paolo para increparlo, para exigirle respuesta, para enrostrarle todos los artículos de la Constitución que había violado, para exponerlo ante el escarnio público. Todas cosas que sí sucedieron con otra persona llamada Sebastián Romero. Se los nombro y quizá la mayoría de ustedes no sabe de quien hablo. Si les agrego que era trabajador y delegado de una automotriz como General Motors seguramente tampoco identifiquen de quien hablo. Ahora, si les digo que es la persona a la que los medios bautizaron como “el gordo del mortero”, probablemente una gran parte de ustedes sepa de quien se trata. Como es candidato en una de las listas del Frente de Izquierda, se generó un escándalo en varios programas, especialmente anoche en Intratables donde una jauría de periodistas y “periodistas” echaban espuma por la boca porque no podía ser que sea candidato. Recordemos, Romero, como tantos de nosotros participó de la movilización de diciembre de 2017 en las inmediaciones del Congreso de la Nación, contra la reforma previsional que recortaba los haberes de jubilados y jubiladas. Enfrente, defendiendo esa reforma había un ejército de integrantes de fuerzas de seguridad que reprimieron salvajemente, fogoneados por Patricia Bullrich y su “doctrina Chocobar”, su afrenta contra a protesta. Lo importante de esa movilización, en términos históricos, es que fue el principio del fin del gobierno de Macri: allí encontró el límite a su intento de ajuste infinito al que llamó “reformismo permanente”. Todo lo demás fue una consecuencia. Justamente por eso es necesario que no se recuerde con esa conclusión, sino con la operación judicial-mediático-política que se hizo alrededor de Romero, cuya imagen tirando unos petardos al aire (como se tiran miles y miles de marchas) se repitió hasta el hartazgo para generar un “chivo expiatorio” a quien culpar del propio fracaso político y correr el eje de la imponente movilización. Fue perseguido e incluso hoy está con prisión domiciliaria a causa de esa operación. Incluso otro militante y participante de esa jornada, Daniel Ruiz, estuvo 13 meses detenido en Marcos Paz sólo por haber ido a la marcha. No son los únicos ejemplos: Luis D’Elía está condenado por una causa que también se rebautizó mediáticamente como de “la toma de la comisaría 24” del barrio de La Boca que ocurrió el 26 de junio de 2004 cuando D’Elía ingresó con otras personas a la seccional. Ahora ¿por qué había ingresado?: para reclamar por el crimen del dirigente comunitario Martín “Oso” Cisneros, asesinado, supuestamente, por “un vendedor de drogas de la zona”. En el libro Estallidos argentinos del periodista Mario Wainfeld se hace una detallada reconstrucción de este caso en el que es casi imposible negar los vínculos de este “vendedor de drogas” con… la Policía que estaba molesta por el trabajo comunitario de Cisneros entre los pibes que ellos querían tener a libre disponibilidad. Bueno, y el caso más conocido es el de Milagro Sala, condenada con una amalgama de causas que tiene como base una que fue básicamente una movilización social. Más allá de las posiciones políticas en estos últimos casos —podría discutir muchas e incluso D’Elía ha discutido con muchas de las posiciones a las que yo adhiero y en duros términos— la importancia de la cuestión no es sólo por ellos, sino porque el objetivo de fondo es condenar la protesta, la autodefensa frente a los aparatos represivos del Estado o, simplemente, olvidar la movilización social. Y agrego dos cuestiones más sobre esto: sería bueno que todos los que piden por Sala o D’Elía, también lo hagan por los otros casos; y dos: es notable el silencio de los principales referentes del Gobierno nacional sobre estos casos, a veces es tan ensordecedor que hasta parece que avalan la situación. Contrapongo estos casos al de Paolo Rocca, pero podría hablar de la estafa a cielo abierto que se hizo con la deuda de 50 mil millones de dólares, la famosa “querella criminal” que anunció Alberto Fernández en mayo de este año duerme el sueño de los justos y tampoco hubo programas especiales para interrogar a los responsables. O contra Patricia Bullrich y su apología de la represión que terminó en las muertes de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel. Hay una mecánica que opera en todo esto: salvar al poder y demonizar, tergiversar y deformar la historia o la memoria de cualquier acto, aunque sea mínimo, de resistencia activa. Por una razón muy simple que alguien explicó ya hace bastante tiempo y mucho mejor que yo: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas” (Rodolfo Walsh)