El prematuro triunfalismo del premier derechista Benjamín Netanyahu terminó con patas cortas. A pesar de la victoria del Likud en las elecciones de marzo alzándose con 30 escaños, Netanyahu recién concluyó de formar su coalición política de gobierno con apenas 61 legisladores, el mínimo exigido para hacer efectiva una mayoría de los 120 asientos que cuenta la Kneset.
Miércoles 13 de mayo de 2015
En su cuarto mandato, el inoxidable Netanyahu recibió los votos de Habait Hayeudi del ultraderechista jefe del movimiento de colonos Naftali Bennet, de los partidos religiosos ortodoxos Shas (sefaradi) y Judaísmo Unido por la Tora (ashkenazi) y del centroderechista Kulanu de Moshe Kahlon. Sin embargo, no contó con los guarismos de Israel Beiteinu del ultraderechista Avigdor Lieberman, ex canciller y líder de los judíos provenientes de Rusia, asentados en los territorios palestinos de Cisjordania. En medio de un toma y daca a contra reloj, hasta el laborista Jaim Herzog de la opositora Unión Sionista especuló en silencio la posibilidad de integrar la coalición, disolviendo los presuntos límites de principios entre el laborismo y los derechistas.
Si bien Netanyahu cumplió la formación del gobierno al filo del plazo legal establecido, las duras negociaciones contraídas con sus aliados pusieron en evidencia la temprana fragilidad de la nueva coalición. Ante las severas exigencias de sus socios, Netanyahu resolvió presentar un proyecto de enmienda para ampliar la cantidad de ministros y viceministros con la finalidad de retribuir las cuotas de poder estatal, aunque, desde ya, conservando la hegemonía del Likud. El cuestionamiento de sectores de la oposición obligó a un breve impasse, pero finalmente Netanyahu se salió con la suya y logró la reforma de la Ley Básica, adquiriendo nuevas facultades bonapartistas para designar a piaccere una cantidad ilimitada de ministros y viceministros. El Tribunal Supremo rechazó las objeciones de la oposición fortaleciendo coyunturalmente a Netanyahu, aunque la situación ilustra la perspectiva de nuevas y seguras crisis ante un régimen fraccionado respecto al viejo régimen bipartidista histórico, apoyado sobre el Likud y el partido laborista.
Los acuerdos establecidos con los partidos religiosos auguran un aumento cualitativo del ya pesado presupuesto que financia a los judíos ortodoxos (alrededor de 500 mil que no trabajan), así como la anulación de la Ley Tal (sancionada por el anterior gobierno de Netanyahu), que establece duras penas de prisión a los haredis que se niegan a prestar servicio en el Ejercito. Las recientes movilizaciones callejeras de los etíopes israelíes, una minoría segregada e invisibilizada, constituyen todo un síntoma del incremento de la carestía de la vida y la falta de vivienda, reclamos comunes a las nuevas generaciones de israelíes en oposición a las generosas concesiones a los ortodoxos.
La alianza con Bennet y Habait Hayeudi a cambio de sus ocho bancas supone el rechazo de cualquier tipo de negociación con el pueblo palestino, negando hasta la más minima demanda formal, una fuente potencial de tensión con la política de Obama y la UE. Cabe recordar que este halcón fanático del movimiento de colonos propuso la anexión de Cisjordania y enfrentó las “vacilaciones” del mismo Netanyahu durante la operación Margen Protector, cuando sostuvo la necesidad de reocupar la franja de Gaza para enviarla a la “edad de piedra” y “eliminar de una vez por todas a Hamas”.
Para colmo de males, Bennet acaba de consagrar a Ayelet Shaked como ministra de Justicia, abriendo una conmoción pública entre las franjas medias liberales. En el fragor del ultimo operativo terrorista sobre Gaza, Shaked se refirió a las mujeres palestinas señalando que “deberían desaparecer junto a sus hogares, donde han criado a estas serpientes, de lo contrario criarán más pequeñas serpientes”, pero temiendo quedarse corta agregó que “detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar, ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas, incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos, nada sería más justo que siguieran sus pasos”. La selección de este personaje siniestro que aboga por un nuevo genocidio palestino fue convalidada por Netanyahu en su afán de recortar los poderes del Tribunal Supremo, insertando a su vez jueces más derechistas afines a sus propósitos, más allá de que el mismo haya sancionado con carácter legal la tortura y los “asesinatos selectivos”.
Ante la falta de una constitución laica, producto del carácter teocrático del Estado sionista desde su génesis, el Estado judío esta sostenido sobre una serie de leyes básicas que reflejan el consenso de la sociedad israelí. Netanyahu se propone avanzar hacia una nueva legislación que imprima un curso aún más derechista a ese régimen colonial y racista basado en la opresión nacional del pueblo palestino. Un derrotero que promete nuevas tormentas más temprano que tarde.