El episodio de Mariana Aylwin llega a amenazar la continuidad de la Nueva Mayoría. La citación a Piñera como imputado por la Fiscalía, amenaza su posibilidad presidencial. Las dos coaliciones que sostienen el régimen políticamente profundizan su crisis y encienden las alarmas. Tienen motivos, pero olvidan el factor decisivo de la lucha de clases.
Nicolás Miranda Comité de Redacción
Lunes 27 de febrero de 2017
Una crisis profunda…
Pocos días después que Goic se proclamaba candidata DC a la presidencia, que no solo rebarajaba los naipes en la carrera presidencial de la Nueva Mayoría sino que, más importante, podía cohesionar a una DC desdibujada, se abría el debate sobre la continuidad o no de la alianza oficialista: si debía llegar a primera vuelta, o participar en una primaria del oficialismo para llevar un candidato único.
Esta tensión se llevó al máximo con el episodio Aylwin, que analizamos en otros artículos. Se transformó rápidamente en una amplia campaña reaccionaria, a nivel latinoamericano contra Cuba, y a nivel local para romper la Nueva Mayoría. La hija del ex presidente que apoyó al golpe del ’73, declaró que "me parece incompatible estar ahora juntos con el PC".
El Gobierno, mira pasivamente desde el balcón.
Es una crisis profunda: la Nueva Mayoría fue la apuesta, parcialmente fracasada, para contener y desviar los procesos de lucha de clases abiertos el 2011.
En la derecha, las cosas no van mejor. Su mejor candidato, Piñera, apenas prende en un escenario de alto rechazo al Gobierno que apenas pueden capitalizar. Pero ahora, de la mano de la amenaza de ruptura de la Nueva Mayoría, es citado a declarar como imputado por la Fiscalía. Lo importante de esto, es que podría quedar como una alternativa electoral por debilidad de su contrincante, pero no como una alternativa política ante la profunda crisis del régimen.
Esto ya tiene expresiones incipientes: surgen nuevos fenómenos políticos, una nueva izquierda que gana peso en la situación política nacional, con mayor fuerza el Frente Amplio como su sector anti-neoliberal, y un sector anticapitalista de los trabajadores como el que impulsa el Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR). Y subterráneamente, con episódicas salidas a la superficie, procesos de lucha de clases de impacto nacional, como ahora la huelga de los trabajadores de Escondida, que apenas iniciada adquiere rápidamente un carácter político, como también analizamos en otros artículos de La Izquierda Diario.
… y los temores de Escalona
Escalona enciende las alarmas: "El quiebre de la Nueva Mayoría afectaría la estabilidad democrática". Lo dice, en primer lugar, por el tono confrontacional de las declaraciones. En segundo lugar porque daría paso a la derecha.
Pero más profundamente, porque “no cabe ninguna duda de que hoy estamos caminando en dirección hacia una polémica que rememorará un escenario ya vivido, pero traumático: el de los 60”. Se refiere al “quiebre histórico entre la DC y la izquierda”. Una vuelta a los tres tercios, la expresión política de los profundos procesos de lucha de clases que sacudían esa década.
Es cierto que se consumaron los tres tercios: la DC rechazó un acuerdo con la izquierda, que propugnaba el PC, dando paso a que el FRAP proclamara a Allende como su candidato.
Es seria la crisis y profunda. Pero olvida el factor decisivo de la lucha de clases, parte, además, de los que se producían internacionalmente (Revolución Cubana, Mayo Francés, Cordobazo argentino, etc). Recordemos algunos procesos: los campesinos realizaron 500 huelgas con 31 tomas de fundos entre 1965 y 1966; la sindicalización campesina pasó de 24 sindicatos con 1658 afiliados en 1964, a 394 sindicatos con 103.644 afiliados en 1969 que realizaron incluso una Huelga Nacional campesina en 1969 unificándose en un Pliego Unico de Reclamos, y las tomas de fundos dieron un salto llegando a 109. Los trabajadores pasaron de 723 huelgas en 1965 a 1142 en 1967, incluyendo este año una Huelga General. Después de eso hubo una oleada huelguística, y la afiliación sindical alzando al 25%. En 1951-54 hubo 1.427.727 días hombre en huelga, en 1967 salta a 1.989.000, para dar un nuevo salto a 3.955.000. Los pobladores realizaron más de 100 tomas de terrenos. El movimiento estudiantil inició la Reforma Universitaria en 1967.
Como parte del factor decisivo de la lucha de clases, la DC comenzó el descenso de su votación, se partió por izquierda en 1969 formándose el MAPU, se formó el MIR, y hasta hubo un intento de golpe, aislado, el tacnazo del general Viaux. Eran los preludios de la confrontación revolución-contrarrevolución que se desarrollaría en los primeros años de los ’70.
Hay aires sesentistas sí, pero no son los ‘60s.
La disparidad
Hay una dinámica abierta de mayor lucha de clases, pero aún no logra triunfos, ni generalizarse. Su mayor fortaleza es que logra imponer parte de la agenda política nacional, y, precisamente, con los métodos de la lucha de clases. No es poco, después de los primeros 25 años de la democracia para ricos post-dictadura. También, que se están gestando nuevos fenómenos de organización, y que los trabajadores logran momentos de hegemonía como con el movimiento NO+AFP, de atraer a otras capas sociales. La dinámica, de todas maneras, es a generalizarse y profundizarse. Recientemente, The Economist, publicó un artículo sobre el odio de “los chilenos” al empresariado.
Hay también, como decíamos, la tendencia al surgimiento de una nueva izquierda heterogénea. Pero es incipiente. La dinámica, también, es a fortalecerse.
Por lo tanto, hay aún una disparidad entre la profunda y acelerada crisis por arriba, y los tiempos, más lentos, por abajo. Cuando converjan, y todo indica que es lo más probable, podrá darse un giro abrupto, sesentista o setentista.
Mientras tanto, el entero régimen se está sacudiendo, y se encamina a una reconfiguración, que puede ir entre unos nuevos tres tercios, o una balcanización, con probables experimentos políticos que la atraviesen.