×
×
Red Internacional
lid bot

PATRIARCADO Y CAPITALISMO. Una generación de trabajadoras que cuestiona al feminismo institucional

La crisis desatada en 2008 fue dejando dramáticos retrocesos para una clase trabajadora que en el Estado español, el 47% está representada por mujeres. Desde el 15M hasta la actualidad, ha emergido una nueva generación de trabajadoras, migrantes y jóvenes precarizadas al frente de la solución de los grandes problemas sociales y contra la precariedad laboral. Retos y encrucijadas del movimiento feminista.

Lunes 4 de enero de 2021

Días atrás, la ministra de igualdad publicó en un tuit: “Fuerza a todas las compañeras envasadoras que están en #HuelgaManipuladoAlmería", a lo que las jornaleras de Huelva en lucha respondieron: “Las compañeras del manipulado de Almería, al igual que nosotras y toda la clase jornalera en general no solo necesitamos fuerza. Necesitamos leyes y un sistema agrario que nos proteja en vez de asfixiarnos. Pero para eso, quienes gobernáis tenéis que dejar de mirar a otro lado”.

Es indiscutible que antes y durante la pandemia, son las mujeres las que están en primera línea en las tareas esenciales, en su mayoría bajo ritmos altísimos de explotación. Y que ya desde hace más de una década, las trabajadoras vienen protagonizando huelgas, piquetes, autoorganización, nuevas organizaciones sindicales, enfrentamientos con las fuerzas represivas, encierros, cajas de resistencia. También las protestas contra los desahucios, los recortes en la sanidad, la educación o las pensiones, la derogación de la Ley de Extranjería y el cierre de los CIE, tienen “rostro de mujer”.

De la primera etapa de la crisis del 2007-2008 surgió un ciclo de manifestaciones con el 15M, las huelgas mineras y dos huelgas generales. Las trabajadoras pudieron palpar la crisis de representación al grito de “PSOE y PP, la misma mierda es”, que dio lugar a una nueva configuración política con el surgimiento de Podemos. Hoy están viviendo el primer desencanto con este neorreformismo sin reformas, que acabó integrándose a un gobierno social imperialista para aplicar las políticas de “la casta” de siempre.

Las trabajadoras organizadas en el SAD (Servicio de Atención a Domicilio), el sindicato de cuidadoras profesionales municipales de Barcelona creado en septiembre de 2020, viene luchando contra la falta de políticas contra la externalización de parte de los Ayuntamientos ‘del cambio’: “Un día eres de izquierdas, al siguiente llegas a la alcaldía y la justicia social te parece una utopía, municipalizar un servicio público no te parece más importante que hacerte un té y así el mundo sigue siendo un lugar hostil”, sentencian.

“Recortar en educación y, concretamente en los derechos laborales de las trabajadoras de las escuelas infantiles municipales es una decisión política”, decía en un manifiesto las trabajadoras de educación de 0 a 3 años que denunciaban la gestión del Ayuntamiento de Barcelona.

Te puede interesar: Precariedad en la educación con rostro de mujer: una decisión política

Estas denuncias son sentencias implacables: la raíz de la precariedad no es consecuencia exclusiva de la pandemia. Gobiernos, central y autonómicos, Ayuntamientos, ministerios y ministros de partidos de derechas o “social-liberales”, han tomado durante décadas la decisión política de que las perniciosas reformas laborales y los recortes recaerían en la clase trabajadora y que las consecuencias serían aún peor para los sectores precarizados, altamente feminizados. Mientras, los partidos y gobiernos “del cambio” sostienen y legitiman lo que han heredado.

Paralelamente, el movimiento feminista recuperó las calles y volvió a agitar sus olas inmensas, pintando el planeta de color violeta. Y aquí, primero acabó con un ministro vetusto, continuó con la rabia del “Ni una Menos”, hasta las huelgas generales de mujeres y feministas durante dos años del 8M, 2018 y 2019. Este movimiento se transformó matizándose con los colores de los múltiples colectivos de las ‘otras’ mujeres que ya se venían organizando contra todo tipo de agravios. Y estas ‘otras’ se fortalecieron fusionándose con la ola violeta, con un protagonismo imprescindible en las comisiones de trabajadoras o de migrantes, que demostraron, contra las direcciones de las burocracias sindicales que no convocan huelga desde el 2012, que las “huelgas laborales” son una necesidad para las trabajadoras. Porque aunque este sistema quiso invisibilizar su trabajo asalariado considerándolo ‘complementario’ al ‘principal’, el del jefe del hogar, en el Estado español las mujeres representan el 47% en centros de trabajo, pero con bajos salario y contratos precarios.

Por ello, el movimiento feminista se alimentó de la fuerza energizante de reivindicaciones como: a igual trabajo, iguales condiciones, derechos y salario; contra la discriminación, el acoso y la precariedad laboral; por el pase a plantilla fija de todas las trabajadoras, la prohibición de las externalizaciones, los contratos temporales y las ETTs. Que “los papeles” no sean un chantaje patronal para las inmigrantes, dando lugar a trabajos sin contrato, de internas, a la economía sumergida o a despidos sin prestación ¡ellas también son trabajadoras y exigen derechos! Y contra la idea de que una huelga de mujeres no sería total o general si no hubiera visibilizado que esta gran mayoría de asalariadas es la que, al igual que las mujeres sin empleo asalariado, realizan el “otro” trabajo no remunerado; contando así con esa “doble carga” que los capitalistas se ahorran en educación gratuita de 0 a 3 años o en residencias para personas dependientes.

Esta dinámica, que no es nueva, está mostrando una nueva generación de trabajadoras al frente de la resolución de los grandes problemas sociales y, a la vez, nuevos retos y encrucijadas al movimiento feminista.

Del espíritu del 15M a la emergencia del movimiento de feminista: una nueva generación de trabajadoras al frente

Después de décadas de paz social ficticia en los ’80 y ’90 y de conquistas de derechos limitados aunque importantes para las mujeres, la crisis del 2008 abrió un ciclo de movilizaciones con el 15M y comenzaron a desarrollarse las primeras huelgas y protestas obreras en las que las trabajadoras se reconocían como luchadoras, activistas o huelguistas. El espíritu del 15M perduraba y la crisis de representación política contra la “casta” dio lugar a que, mientras planteaban sus reivindicaciones laborales, se unían a múltiples luchas sociales y contra la violencia de género.

Entre las experiencias más destacadas, podemos recordar la huelga de la panificadora Panrico en Catalunya durante ocho meses (2013-2014), en la que un nutrido grupo de mujeres que fabricaban los donuts de toda la vida, pasó a destacarse entre las más aguerridas junto a sus compañeros. O la larga lucha de Coca Cola en Fuenlabrada (Madrid) que había comenzado en 2014, una fábrica que, aunque muy masculinizada, las mujeres de fuera y dentro de la factoría tuvieron un papel fundamental frente al cierre. La gran huelga de las subcontratas de Telefónica Movistar (2015) en varias comunidades o las del Metro de Barcelona, en las que destacaron una minoría de trabajadoras al frente. Durante los años siguientes también las de la limpieza, de cuidados, trabajadoras del hogar, así como las recolectoras del campo, comenzaron a crear sus propios sindicatos o asociaciones. Las huelgas de las trabajadoras de Telemarketing en varias ciudades. Las de residencias de Bizkaia y otras comunidades de Euskadi.“Las Kellys”, las que limpian los hoteles se organizaron en todo el Estado, convocando huelgas en varios hoteles y diversas protestas.

Mientras, el sector mayoritario del movimiento feminista que venía cómodamente de un largo letargo en los brazos de las instituciones, se despertó cuando el entonces ministro de justicia del Partido Popular, Ruiz-Gallardón, en 2014 intentó aplicar una contrarreforma contra el derecho al aborto, que fue bloqueada por las manifestaciones masivas. Y el ministro dimitió.

Las trabajadoras de Panrico habían pintado en el piquete de huelga, una de las primeras pancartas hecha por y para las mujeres que decía: “Panrico en lucha por el derecho al aborto libre y gratuito”, y así se unieron a la primer manifestación en defensa al derecho al aborto al grito de “Nosotras parimos, nosotras producimos, nosotras decidimos!” acompañadas por sus hijas con la pancarta “No a la Ley de Fachardón, de la Iglesia, del Estado y del patrón”. Años más tarde, recordemos que en Barcelona fueron Las Kellys las primeras trabajadoras en subirse a un palco de la Plaça Sant Jaume el 8M del 2017, para denunciar que la precariedad laboral también es violencia contra las mujeres, cuestión que ha incomodado al feminismo institucional que siempre avaló las externalizaciones en la gestión del “gobierno del cambio” del Ayuntamiento de Barcelona.

Toda esta nueva energía no podía ser percibida aún por ese feminismo enclaustrado en la academia y cooptado por las migajas que el régimen había cedido cuidadosamente para docilizar, durante los años ’80 y ’90, a aquellos movimientos que habían irrumpido en las décadas anteriores. Se abría la etapa neoliberal que necesitaba el campo libre de movimientos radicalizados. Bajo un régimen democrático de monarquía parlamentaria que tan “atado y bien atado” había dejado la llamada transición democrática, parecía que ya no había motivos para enfrentarse al sistema, dominando la falsa ilusión de que los derechos conquistados -que los hubo y muy importantes- habían caído mágicamente de los ministerios y que luchar y organizarse ya no era necesario. Esta era la marca de los diversos movimientos como el feminista, aún muy alejado de los problemas de la mayoría de las mujeres, de las más humildes, las inmigrantes, las trabajadoras, las jóvenes precarizadas, para quienes romper un techo de cristal es inimaginable, cuando, desde los suelos pegajosos les ha tocado hacer malabares frente a la preocupación de pagar la luz, el gas y alimentarse.

Poco a poco, estas preocupaciones tan básicas se convirtieron en las chispas que encendieron a las mujeres para pasar de la amarga queja a la acción, para cambiar el destino de sus vidas. Empezaron a organizarse, mientras nacían o se visibilizaban otras organizaciones feministas que, a contracorriente del espíritu individualista y dócil de la época, acompañaban insistentemente a estas mujeres.

Y nos preguntábamos: ¿Está naciendo una nueva generación de mujeres, que mientras enfrenta las consecuencias de la crisis, el paro, la pobreza en los hogares, cuestiona a un sistema patriarcal que recorta cada vez más sus derechos y oprime mediante múltiples violencias? Su firme lucha contra la precariedad laboral en la que están sobrerrepresentadas, ¿no está cuestionando el modelo laboral del capitalismo español impuesto en los ’90 por la vieja casta bipartidista PSOE y PP, que se normalizó la existencia de sectores precarios, subcontratados o ‘falsos autónomos’? ¿No están rompiendo es status quo de las direcciones sindicales, que bajo pactos y traiciones dejaron en el olvido a las más explotadas?

Las respuestas a estas preguntas se convertían, y se convierten hoy, en nuevos y vitamínicos retos para quienes compartimos el objetivo de construir un feminismo que transforme de raíz este sistema cada vez más caduco para la mayoría de las trabajadoras y las clases explotadas y oprimidas del mundo.

Mujeres en primera línea frente a la crisis ¿Y el movimiento feminista actual?

La pregunta más pertinente para hoy es: ¿por qué no se convocan huelgas feministas y de mujeres, encuentros estatales, asambleas coordinadas o manifestaciones masivas, frente a una crisis cuyas consecuencias están siendo fulminantes? Este 8M2021 sólo habrá huelga feminista en Catalunya, Alicante y Andalucía, ¿por qué no exigir de manera urgente a todos los sindicatos, una huelga general que unifique las demandas de todas las capas trabajadoras? ¿Por qué, frente a la prohibición de las concentraciones con aforo reducido a no más de 500 personas de parte del gobierno de la Delegación del Gobierno de Madrid, el conjunto del movimiento feminista no llamó a movilizarse con todas las medidas de seguridad necesarias y no acatar la prohibición, ante tan escandalosa vulneración del derecho de manifestación.

La respuesta está en el retorno de los discursos pasivizadores desde ese sector del feminismo guarecido en las instituciones y, quizás, estemos ante un nuevo salto en su institucionalización. Lo que antes eran debates, hoy se transforman en proyectos como la Ley Trans o contra la violencia de género -progresivas pero insuficientes- o medidas de punición de la prostitución; ilusionantes para algunas pero decepcionantes para otras. Lo que ha llevado a una polarización mayor entre las posiciones en disputa, mientras se remueve un cierto espíritu conservador moralista contra la liberación sexual, punitivista y transfóbico.

Te puede interesar: Ley Trans: los derechos no se cuestionan ni se racionan, se conquistan

Y fuera de toda creencia ingenua de que en el movimiento feminista, como en cualquier otro, no actúan corrientes políticas, los discursos de “nadie va a quedar atrás” de las mujeres del Gobierno “feminista” y “progresista” del PSOE-UP, se están desenmascarado para algunas franjas de mujeres trabajadoras e inmigrantes. Porque antes de asumir, sus portavoces habían prometido, entre otras cosas, la derogación de las reformas laborales o medidas efectivas para las trabajadoras del hogar -uno de los colectivos más golpeado por la crisis. Pero nada de ello se cumplió.

Te puede interesar: “Trabajadoras en la primera línea: patriarcado y capitalismo en tiempos de coronavirus”, Contrapunto.

Precisamente, como los movimientos no están despolitizados, en las experiencias de las trabajadoras no hay una línea inseparable entre la conflictividad laboral y la política. Si sus experiencias desde el 15M has estado atravesadas la crisis de representación bipartidista, en fuerte choque con las direcciones de CCOO y UGT, las actuales se cruzan con un mar de desilusiones frente a un gobierno “de izquierdas” que sigue gobernando para el IBEX 35. Lo que coincide con este salto en la institucionalización de un feminismo que ha sellado su apoyo al nuevo Ministerio de Igualdad y su agenda 2030, que para las ministras de la formación morada afirmen que es “el ministerio de todas las mujeres”.

Pero Las Kellys no lo sienten como “suyo” y ante el abandono a las trabajadoras del hogar en plena pandemia, exclaman: “Ellas también siguen explotadas mientras que el Gobierno les ignora. ¡¡¡Esto es urgente, Sras. Ministras!!! ¿En qué mundo viven? Ohhh no sienten ni padecen, si no no harían lo que hacen”. También las que limpian los hoteles exigen acabar con la precariedad, “No entendemos por qué aún, con todo lo que hablan y posan las Ministras, no se han llevado a término. Las Kellys exigimos más acción y menos parlamento”.

No señoras ministras, para muchas trabajadoras e inmigrantes no es el Ministerio de todas las mujeres, porque no se derogarán las reformas laborales y porque se sostiene en el racismo institucional de las leyes de extranjería. Tampoco para las jornaleras del campo, las trabajadoras de la sanidad, las de la limpieza de los hospitales o las precarias de la educación; o para quienes exigieron “Regularización Ya”. Por ello, explícitamente o no, son uno de los sectores de la clase trabajadora que más cuestiona a este gobierno tan “progresista” del PSOE-UP, y que por tanto puede volver a chocar con el feminismo de las instituciones que las vuelve a excluir de su agenda política.

Te puede interesar: “A UN AÑO DEL GOBIERNO “PROGRESISTA: “Sras. Ministras ¿En qué mundo viven?”: el plan de (des)igualdad del gobierno”

Las trabajadoras nos dejan planteadas tres “hipótesis a desarrollar” (desafíos) para el próximo periodo de crisis. Una, que las batallas de género están cada vez más vinculadas a la lucha de clases: lo que cuestiona al feminismo neoliberal institucionalizado. Dos, que la lucha de clases es cada vez más ‘femenina’ y que contra los pactos y traiciones de las direcciones sindicales, surgen organizaciones combativas, cada vez más feminizadas, que pueden revolucionar los sindicatos como herramientas de la clase trabajadora. Tres, que el desencanto con los gobiernos o ayuntamientos de “izquierdas o progresistas” puede radicalizar en la acción y en la política a las franjas más explotadas y oprimidas de la clase trabajadora, como son las mujeres o la juventud precaria.

Como planteamos en el libro Patriarcado y Capitalismo. Feminismo, clase y diversidad (J. L. Martínez, C. L. Burgueño, Akal, 2019), las feministas que no desvinculamos la lucha contra el patriarcado de la lucha contra el sistema capitalista, que se sustenta en base a la doble opresión a las más olvidadas para garantizar la explotación y la acumulación de capital, seguiremos nadando contra la corriente del feminismo que se alimenta de las migajas de las instituciones. Pero lo haremos a favor de la corriente de las más oprimidas, que desde hace años sentenciaron “Invisibles nunca más”. Y que nos inspiran cada día a seguir construyendo un feminismo independiente del Estado, las instituciones y sus partidos, anticapitalista, antirracista, antipatriarcal y de clase que pelee por el socialismo revolucionario. Y que aspire a que las “otras”, puedan disfrutar de su tiempo para la liberación sexual, el ocio, la cultura y de una vida que merezca ser vivida.