La juventud trabajadora es más diversa que nunca. Está especialmente representada en el paro y la precariedad, pero también en la lucha contra el machismo, el racismo o la LGBTIfobia.
Recientemente el diario británico The Guardian publicaba los resultados de una encuesta del Institute for Economic Affairs según la cual el 80% de la juventud británica culpa al capitalismo de la crisis de la vivienda, el 75% cree que la emergencia climática es un problema “específicamente capitalista” y un 67% querría vivir en un sistema económico socialista.
Este fenómeno no es una particularidad británica, sino que con distintas características se observa en varios países. Estos años vimos como la juventud se movilizaba en Colombia contra la represión del gobierno de Duque y el ejército, en Chile empezando por la bajada del precio del transporte público y acabando por cuestionar toda la herencia pinochetista del régimen, en Alemania por la bajada de los alquileres y la expropiación de vivienda a grandes propietarios o en todo el mundo contra la emergencia climática.
Esta oleada de descontento juvenil también ha tenido expresiones en el Estado español. No es casual que nos encontrásemos una gran proporción de gente joven en las convocatorias del movimiento feminista del 8M o el 25N, las luchas contra el racismo institucional en solidaridad con el movimiento Black Lives Matter, las movilizaciones contra las agresiones LGBTIfóbicas y el asesinato homófobo de Samuel, las manifestaciones en los barrios del sur de Madrid en defensa de una sanidad pública o las protestas contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hásel por criticar a la monarquía.
La pandemia mostró que el mundo se sostenía sobre los hombros de mujeres, migrantes y jóvenes que hacían llegar los alimentos a los supermercados o doblaban turnos en los hospitales, residencias y hogares, entre otros trabajos. Tal y como se señala en un artículo publicado en Contrapunto: “son personas migrantes, mujeres y jóvenes quienes vienen nutriendo gran parte de los puestos precarizados de las “infraestructuras estratégicas” del capitalismo español, lo que hace que además de agregarle más vulnerabilidades al sistema, le permita a la clase obrera combinarse con los problemas raciales y de género que le atraviesan.”
De 16 millones de personas asalariadas que el INE registra, 2 millones son migrantes o el 48% son mujeres, por ejemplo. Esto sin contar a millones de personas en desempleo, falsos autónomos en precario, trabajadores sin contrato o en la economía sumergida; sectores en los que la juventud trabajadora tiene especial peso. También, la juventud abunda en sectores como la hostelería, el sector agrícola y cárnico o el trabajo del hogar, sectores donde no cobrar horas extra, cobrar en negro o recibir menos del salario mínimo es más frecuente.
El Observatorio de Emancipación contabilizó que en 2019 la juventud debería gastar de media el 94% del sueldo para vivir de forma independiente de sus familias. En grandes ciudades como Madrid o Barcelona donde el alquiler es más caro esas cifras rondan el 120% del sueldo. A esto habría que añadir que en menores de 25 años menos del 5% de los contratos firmados sería indefinido y a jornada completa.
Y que entre 2007 y 2017 se expulsó a 300.000 jóvenes de sus estudios por no poder pagarlos, mientras la población trabajadora de 16 a 30 años cayó de 4,39 a 2,15 millones, y se estableció la brecha salarial por edad más profunda de toda la OCDE. ¿Por qué entonces según la última gran encuesta ECVT la sindicación en menores de 34 es del 13,2% o en las personas migrantes de 7,2%? Podemos apuntar varias posibles razones.
Primero, sectores como la juventud, las mujeres o las personas migrantes están más representados en los contratos temporales y parciales, así como en el paro. Segundo, esta última gran encuesta que analiza la edad y la afiliación es de 2010, siendo hoy en día cifras más preocupantes por el desarrollo de las economías colaborativas de falsos autónomos (Glovo, Deliveroo, Uber, Cabify, etc) con gran porcentaje de jóvenes y casi sin sindicación. Tercero, porque cuando las burocracias sindicales se centran en garantizar la paz social con el gobierno capitalista de turno, las demandas de estos sectores suelen caerse pronto de la mesa de negociación.
A pesar de esa desmovilización impuesta en el movimiento obrero es importante señalar que el goteo de conflictos protagonizados por la clase trabajadora más joven no ha cesado, desde la huelga de Telepizza a la de H&M, pasando por las luchas de riders, Marktel o el Lleure. En las redes miles de jóvenes comparten constantemente experiencias de precariedad, abusos patronales, denuncias del problema de la vivienda o de la falta de opciones de ocio.
Esa rabia está ahí y sin una vía para organizarla colectivamente da lugar a fenómenos como la terrible situación de la salud mental de la juventud, con el suicidio como primera causa de muerte en jóvenes en el Estado español. La salud mental está atravesada por múltiples condicionantes, que no se pueden reducir a estos elementos, pero creer que no podemos defendernos (o atacar) ante lo que nos sucede es un callejón sin salida hacia el desánimo. Hacernos creer que no podemos enfrentar colectivamente la precariedad, la miseria o la explotación también lo es.
Si algo conoce la juventud obrera que ha vivido entre dos crisis económicas en el estado español es la sensación de derrota o de impotencia. Respecto a esto, hemos crecido entre una propaganda más neoliberal que repite que nuestras condiciones de vida son responsabilidad nuestra y que competir a codazos con tu clase es la solución, y una propaganda más reformista que indica que hay que votar y confiar en lugar de luchar y organizarse colectivamente, o que trata los ataques a nuestras condiciones de vida como inevitables o imposibles de combatir.
Esta última es la retórica de Unidas Podemos, que pasó del “sí se puede” al “qué le vamos a hacer” mientras sostiene un gobierno que aplica nuevos ajustes antiobreros o mantiene políticas racistas y patriarcales. Respecto a esto, puede servirnos un fragmento de un texto de León Trotsky titulado “Clase, partido y dirección” a pesar de corresponder a un contexto muy distinto, el de la derrota de la revolución y el combate contra el fascismo en el Estado español. En este texto sostiene que “esta filosofía de la impotencia, que intenta que las derrotas sean aceptables como los necesarios eslabones de la cadena en los desarrollos cósmicos, es incapaz de plantearse, y se niega a plantearse, la cuestión del papel desempeñado por factores tan concretos como son los programas, los partidos, las personalidades que fueron los responsables de la derrota.” Así, contra la indefensión que nos quiere inculcar el reformismo, las posibilidades de organizar la rabia y la transformación social son reales.
Frente al derrotismo actual, proponemos que una de las claves para que la juventud trabajadora despliegue su fuerza está en combinar el potencial que tienen los sectores que luchan contra el machismo, el racismo o la LGBTIfobia con el potencial que tienen sus posiciones en la clase trabajadora. Y, sobre todo, tratar de aprovechar ese potencial de una juventud precarizada y diversa para combinar la pelea contra la explotación y las opresiones de forma superadora de este sistema capitalista que las utiliza para sobrevivir.
Y en tanto la juventud interviene, pero de forma diluida en múltiples luchas sin organizar la cuestión de clase en las mismas, es aún más urgente la pelea por sumar fuerzas y hacerlo de forma organizada. Por una parte, para lograr que esta nueva generación obrera impacte y se fusione con el resto del movimiento obrero puede ayudar a trasmitir las mejores tradiciones de lucha de los sectores más mayores. Por otra parte, para potenciar aquellos sectores que tomen las reivindicaciones de la clase obrera en el interior de los movimientos sociales, siendo también una vía para combatir la cooptación de los mismos por el estado burgués. Estas dos tareas se hacen además más urgentes para revertir la polarización por derecha.
Dividir fuerzas le allana el camino a la derecha
Según el último Barómetro sobre juventud y género en el Estado español, 1 de cada 5 hombres entre 15 y 29 años considera que la violencia machista no existe y es un invento ideológico, el doble que hace 4 años. Según esa misma encuesta, desde 2017 hasta 2021, el porcentaje de mujeres de esa edad que se consideran feministas ha pasado del 46,1% al 67,1%. En estos años han tenido lugar el auge tanto del movimiento de mujeres como de la extrema derecha.
Tal y como señalábamos en un artículo anterior:”el clima político de desmovilización y derechización es el resultado precisamente de las políticas reformistas y del rol de las burocracias políticas, sociales y sindicales, cada vez más moderadas y adaptadas a la miseria de lo posible, a las migajas de este gobierno. A la vez que garantizan la paz social necesaria para la restauración del régimen y que pase la hoja de ruta de salida de esta crisis a nuestra costa, dejan el terreno libre a una extrema derecha que, por el contrario, lanza una demagogia cada vez más radicalizada aprovechando la crisis social.”
La labor divisoria de las burocracias sindicales se hace aún más fuerte a la hora de debilitar mediante la pasividad el poder de organización de sectores que acaban infrarrepresentados en los sindicatos, como la juventud o las personas migrantes. Así debilitan no sólo a los sectores más afectados por el paro y la precariedad, sino al conjunto de la clase trabajadora.
Cuando las lógicas corporativas de las burocracias sindicales tratan de “lucha ajena” la existencia de los CIEs, la ley de extranjería, los desahucios o las agresiones LGBTIfóbicas, contribuyen a que la clase obrera encuadrada en estas organizaciones se encuentre más lejos de las peleas contra el machismo, el racismo o la LGBTIfobia. Cuando las burocracias de los movimientos sociales sólo aspiran al reconocimiento por parte del estado capitalista y pierden la orientación de la lucha de clases contribuyen a alejarse del resto de la clase obrera.
Esta postura lleva a que dentro de los movimientos sociales se fortalezcan las lógicas separatistas, que no tienen en cuenta la unidad con el resto de la clase trabajadora o que dentro de los sindicatos se extienda la impresión de que las luchas contra las opresiones son algo “ajeno” a la clase trabajadora. Mientras tanto, el sistema capitalista sigue reinventando y adaptando los sistemas patriarcales y raciales en su propio beneficio, dividiéndonos en clase obrera “de primera”, “de segunda” o “de tercera”, tratando de enfrentarnos y de ordenar el mundo en base a esas divisiones.
Los sectores con más influencia, peso y responsabilidad en las organizaciones de clase y en los movimientos sociales sostienen posiciones corporativistas y de confianza en que un gobierno burgués más amable sea la vía para arrancar derechos. El resultado de esta vía reformista puede comprobarse en la experiencia con el gobierno progresista de PSOE-UP, que mantiene el aparato imperialista y racista español, las reformas laborales y a las pensiones o se encarga de asumir rescates a las grandes fortunas disfrazados de ayudas sociales.
Esta estrategia le deja en la práctica a la extrema derecha y su demagogia gran parte de la oposición a un gobierno que reclama ser el más progresista de la historia y aplica los planes de los capitalistas. Esto hace que sea aún más urgente la exigencia a las burocracias que tienen la responsabilidad de movilizar y desmovilizar a mayor escala.
Es a los sectores racializados, feminizados y sexodiversos de la clase trabajadora a quienes más afecta el auge de una extrema derecha que toma la avanzadilla contra estos derechos como un trampolín para lanzarse a por toda la clase obrera. Así también, una clave para organizar y movilizar a la juventud trabajadora sea interseccionar las luchas contra las opresiones con la diversa clase obrera al frente. Y levantar una organización anticapitalista y revolucionaria para ganar estas batallas.
Tal y como apuntábamos en un artículo anterior: “es clave pelear contra la burocracia sindical corporativa que avaló la división y la fragmentación de la clase por vía de contratos más precarios, de subcontratar, de externalizar o de segregar al resto de trabajadores. De ahí la importancia de pelear por frentes únicos, coordinadoras, o asambleas que sellen la unidad de las distintas capas de clase y la pelea por una simbiosis entre lo económico y lo político que la burocracia corporativa se niega a pelear”.
¿Por qué no utilizar la fuerza de los sindicatos para organizar una lucha contra la persecución policial a los vendedores ambulantes migrantes? Este ejemplo abre la posibilidad de que uno de los sectores más precarios y hostigados de toda la clase obrera mejore su situación, pero también de extender una consigna antirracista al resto de la clase trabajadora, nada sobrante en tiempos de auge de la extrema derecha.
Igualmente, las organizaciones LGBTI tienen mayor peso, ¿por qué no utilizar su fuerza para combatir a la patronal que discrimina con un 80% de paro a las personas trans en lugar de firmar programas con los empresarios esperando que apuesten por el Talento Trans? ¿Por qué no levantar también en los sindicatos una gran campaña por un cupo laboral trans efectivo?
Nuevas formas de lucha, nuevas perspectivas
Hoy nos encontramos con ejemplos de experiencias de autoorganización sindical de la clase trabajadora más joven, precarizada, feminizada y migrante. Es el caso de Temporeras de Huelva, RidersxDerechos (Reparto de comida por app), SEDOAC y SINTRAHOCU (Sindicatos de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados), Las Kellys (Limpieza de hoteles) o el Sindicato de Manteros, entre otras.
Por el momento estas experiencias parten de haber tenido que crear pequeños sindicatos gremiales ante la pasividad de las grandes centrales sindicales que agrupan a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. Este límite muestra la necesidad de combatir las divisiones entre los distintos sectores de la clase trabajadora, poniendo especial hincapié en organizar a los elementos más subordinados de la misma. Tradicionalmente, cuando los sectores de la clase trabajadora menos organizados en los sindicatos salían de forma independiente a luchar, la situación podía avanzar en dos direcciones: o si imponía la debilidad de no contar con las organizaciones obreras más grandes, o la pelea suponía un revulsivo para que esas organizaciones integraran sus demandas.
Un ejemplo histórico de este proceso han sido las protestas por el coste de la vida. Estas protestas eran habitualmente sostenidas por mujeres sin contar con los sindicatos, ya que el rol de administradora del hogar recaía sobre la trabajadora y los sindicatos se centraban en el papel de proveedor de salario asignado al trabajador. No en vano contaban con mucha más afiliación masculina. Cuando las trabajadoras peleaban contra el hambre o el frío en sus casas sin poder disponer de la fuerza sindical organizada perdían gran parte de sus herramientas para combatir. Cuando imponían a los trabajadores organizados salir a pelear por “lo asignado a las mujeres” esa unidad hacía temblar a los capitalistas y eran más frecuentes las victorias.
Este es el caso de las huelgas de mujeres de 1918 en el Estado español. De estas experiencias nacen múltiples sindicatos de inquilinas por la bajada de los alquileres, pero también políticas para organizar a las trabajadoras más precarias. Estas mujeres salieron a protestar contra el aumento del coste de calentar sus hogares en invierno. El precio de la luz, los alquileres... ¿os suena de algo? ¿Y si hay que despegar de sus asientos a la burocracia sindical para que convoque movilizaciones masivas contra las continuas subidas de la luz o la vivienda?
Hoy en día la juventud trabajadora es mucho más heterogénea que en 1918 y la necesidad de organizarla es acuciante. Tal como explica Josefina Martínez en un artículo de CTXT: “Para unir a la clase trabajadora de sectores tradicionales con los nuevos destacamentos de jóvenes precarios o de migrantes sin derechos, podemos apostar por recrear formas de autoorganización de la clase trabajadora, democráticas y para la acción. Estas son las únicas que pueden permitir articular una unidad sólida a partir de la diversidad, desde la clase obrera y con los movimientos. Recuperar, en ese sentido, los ricos debates del marxismo acerca de cómo conquistar una hegemonía de la clase trabajadora y forjar alianzas de todos los oprimidos contra el capital.”
No se trata de una mera suma de luchas, sino del desarrollo de ésta con una estrategia anticapitalista, para que la diversa juventud de clase obrera pueda movilizarse, organizarse y vencer contra la explotación y las opresiones que este sistema instrumentaliza. Para esto es fundamental que estas alianzas no se den de forma abstracta, sino que se concreten en un programa, una organización revolucionaria y una práctica militante.
Un programa en el que las demandas de la lucha de clases no se plantean de forma ajena o contraria a las demandas de las luchas contra las opresiones, sino que refleja que éstas son una tarea de toda la clase trabajadora y la juventud. Un programa en el que se combinan demandas como la derogación de todas las reformas laborales con el fin de las leyes de extranjería, el cierre de los CIEs y papeles para todes. El reparto de horas de trabajo sin reducción salarial con la prohibición de los desahucios y la expropiación de vivienda a grandes propietarios. La nacionalización de las eléctricas bajo control obrero y usuario con la separación de la Iglesia y el Estado, la gratuidad de los estudios o una Ley Trans no excluyente.
Estas demandas no son un fin en sí mismo, sino que las fuerzas para conseguirlas se encuentran en la autoorganización y buscan establecer un puente entre la lucha por las mismas y la lucha por derribar el sistema capitalista que nos quiere imponer a la juventud trabajadora un presente y un futuro de miseria, explotación y opresión. Sin embargo, contra la resignación tenemos la tarea de organizarnos y de hacerlo sin olvidarse de las fuerzas y las demandas de ninguna parte de una juventud obrera que es más diversa nunca.
COMENTARIOS