El 26-M marcó un cierto fin de ciclo de Podemos y la autodenominada “política del cambio”. Los “datos duros” y las claves estratégicas de la derrota.
Tras los resultados electorales del 26M, la izquierda institucional española, con todo el pudor que genera llamarla “izquierda”, se encuentra enfrascada en la batalla postelectoral por señalar a los responsables de la debacle.
Mientras Pablo Iglesias hace una “autocrítica” poco creíble, desde las huestes de Iñigo Errejón le culpan por haber perdido Madrid. En las filas moradas, comienzan a sonar una vez más los tambores de guerra internos. Sectores a los que resulta difícil identificar orgánicamente ya han salido a pedir la dimisión del líder y la convocatoria de un Vistalegre III que no pareciera que será pronto. Incluso dentro de Izquierda Unida se han levantado voces críticas exigiendo una asamblea general que debata el fracaso de la estrategia electoral.
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En la plana mayor de Podemos toda la atención está puesta ahora en la formación de los futuros gobiernos mediante pactos con el PSOE. Aunque los escenarios en los que la formación morada podrá jugar algún papel son francamente pocos. En las Comunidades, solo tienen alguna chance en Canarias, La Rioja, Baleares y Valencia. Aunque mucho peor es el escenario para la formación del Gobierno nacional.
Como era de esperarse, Pedro Sánchez ha tomado nota del retroceso podemita y no ha tardado en pedirle a Iglesias que “reconsidere” su idea de un Gobierno de coalición. “Todos tenemos que reconsiderar nuestras estrategias, todos”, ha dicho Sánchez, al mismo tiempo que volvía a pedir a Ciudadanos que quite “el cordón sanitario al PSOE”.
Tras “lo que ha pasado” el 26M, el PSOE se siente aún más fuerte que antes. Tanto como para, o bien exigirle a Podemos que facilite la investidura de Sánchez en solitario o, nada puede descartarse, pactar incluso con Ciudadanos. Nada más lejos del “bloque de gobernabilidad progresista” a todos los niveles que le ruega Iglesias.
Aún es pronto para hacer una lectura precisa del futuro de la formación morada -ni tampoco de Izquierda Unida-, pero sus horas bajas no son un fenómeno pasajero ni de coyuntura. El fin de ciclo del neorreformismo, dilatado por la situación excepcional generada el 28A por la amenaza de la extrema derecha -que permitió a Unidas Podemos “salvar los trastos” momentáneamente- es un hecho.
Un requiem para los “ayuntamientos del cambio”
El descalabro podemita se evidencia en primer lugar en la virtual liquidación de los llamados “ayuntamientos del cambio”.
En Madrid, Manuela Carmena no sumó para mantener el Ayuntamiento. Su victoria en votos no se tradujo en su permanencia como alcaldesa. En números, Más Madrid no perdió mucho en relación a 2015, apenas 19 mil votos: obtuvo en total 500.620 votos (el 30,94%), frente a los 519.721 que recibió Ahora Madrid (el 31.84%). Políticamente y socialmente, sí perdió más.
El proyecto del tándem Errejón-Carmena no era el de Podemos, que huérfano de espacio político optó por no presentar candidatura. La Candidatura de Sánchez Mato (IU-La Bancada-Anticapitalistas), que compitió “por izquierda” con Carmena con un programa tibiamente reformista idéntico al que llevó Ahora Madrid en 2015, no llegó a movilizar y se quedó afuera del ayuntamiento. No bastaron el apoyo (primero velado, después explícito) de Pablo Iglesias y la plana mayor de Podemos.
Pero a pesar de los reproches que hacen a Podemos y Sánchez Mato desde el espacio de Más Madrid, Carmena no hubiera logrado una mayoría que le permitiera mantenerse ni siquiera con todos los votos de Madrid en Pie. La suma de las dos formaciones le hubiera dado 546.845 votos, equivalentes a 20 escaños, insuficientes para mantenerse al frente del consistorio.
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Lo que le faltó a Más Madrid no fueron los votos de Sánchez Mato, sino el apoyo social que había concitado Ahora Madrid en 2015 alrededor de Ganemos, los movimientos sociales y la movilización del voto en los dormitorios obreros del sur de la capital.
Una dinámica que no puede sorprender a nadie cuando al ayuntamiento que había prometido el fin de los desahucios, remunicipalización de los servicios públicos, la auditoría de la deuda, el impulso de las inversiones y políticas sociales en los distritos más humildes, políticas urbanistas de igualdad territorial y no especulativas, creación de bolsas de empleo municipal, etc., hizo exactamente lo contrario.
Por gobernar para los ricos y las clases medias acomodadas, Carmena perdió la alcaldía mucho antes del 26M, porque ya había perdido el apoyo de las barriadas obreras y populares. Algo que no parece preocupar al carmenoerrejonismo, cuya increíble política in extremis para mantenerlo es pedirles a los liberales reaccionarios de Ciudadanos que pacten con el PSOE y Ahora Madrid para que Carmena siga al volante. Otro síntoma, por si faltaban, de la bancarrota del neorreformismo.
Esta política, a su manera, es la que también busca ensayarse en Barcelona. El 26M, el Ayuntamiento de la ciudad condal fue otra de las pérdidas de la “política del cambio”. Por pocos votos de diferencia y empatados con diez concejales, el líder independentista de Esquerra Republicana, Ernest Maragall, le arrebató la alcaldía a Ada Colau.
La derrota de Colau supuso un duro golpe, tanto para Colau y su proyecto, como para Podemos. Más allá de algunos gestos, Colau gobernó el Ayuntamiento de la segunda ciudad más importante del Estado gestionando los grandes negocios capitalistas, permitiendo que continuaran los desahucios, mientras mantenía una política de “mano dura” contra los manteros o la juventud migrante.
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Pero ha surgido una insólita posibilidad de que la exintegrante de la PAH siga al frente del consistorio. El candidato de Ciudadans, Manuel Valls, ha manifestado que está dispuesto a ceder los votos de los 6 concejales que obtuvieron el pasado 26M para que Colau o Collboni (el candidato del PSC), ocupen la alcaldía. Para Valls, exministro francés conocido por su persecusión a los inmigrantes y que hizo una campaña securitaria, hay un objetivo claro, “evitar que Barcelona tenga un alcalde independentista”.
La oferta de Valls, “sin condiciones”, podría parir un nuevo espécimen a la política catalana: después del “ayuntamiento del cambio”, el “ayuntamiento del 155”.
Zaragoza es otro de los desastres que deja el 26M. El ayuntamiento que lideraba Pedro Santisteve también se ha perdido en manos de las derechas.
El desplome del neorreformismo zaragozano es generalizado. La candidatura municipalista Zaragoza en Común, que en 2015 había cosechado 9 concejales (24% de los votos) y se hizo con el consistorio, estalló por los aires. Separada de Podemos, retrocedió a tres (con 20.000 sufragios, un tercio de los de los 58.047 que recibieron cuatro años atrás). Las huestes de Iglesias apenas cosecharon dos.
Como en el resto de las grandes ciudades, el no pago de la deuda, el derecho a la vivienda y la lucha por la remunicipalización de los servicios públicos, entre otras demandas sociales, son las que hicieron subir al poder municipal a Santisteve. Pero las mismas quedaron en agua de borrajas, subordinadas a una política impotente basada en la estrecha estrategia legalista que ofrece la gestión municipal.
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La misma deriva se vivió en el resto de los llamados “ayuntamientos del cambio”. Galicia se ha transformado en tierra arrasada y ni uno solo de los “alcaldes del cambio”. (Xulio Ferreiro en A Coruña, Martiño Noriega en Compostela y Jorge Suárez, en Ferrol) podrán revalidar sus mayorías.
Las únicas excepciones: Valencia y Cádiz. Joan Ribó revalidó en Valencia, aunque pactando “por los pelos” con el PSOE para llegar a la mayoría. Unides Podem- Esquerra Unida, sin embargo, fueron por separado, se hundieron y no obtuvieron representación.
En Cádiz, el alcalde “anticapitalista” José María González “Kichi”, hizo una extraordinaria elección -quedando a un escaño de la mayoría absoluta-, a pesar de haber hecho más o menos lo mismo que el resto de sus homólogos. Y en algunos casos, “mucho más”, como apoyar la concesión de una medalla a la Virgen del Rosario, patrona de Cádiz, o la construcción de corbetas para Arabia Saudí en los astilleros de la bahía. Difícilmente pueda explicarse sino que haya tenido tanto “voto transversal”, como lo llaman algunos politólogos, al punto de haber vencido incluso al PP en barrios acomodados de la ciudad.
Visto de conjunto, el balance de las primeras “pruebas en el poder” del neorreformismo no podía ser peor. En todos los casos, los ya de por sí limitados programas que llevaron a un crisol de confluencias a los consistorios de las principales ciudades del Estado, fueron suplantados por la realpolitik de la gestión capitalista. Lejos de negarse a pagar la deuda ilegítima de los gobiernos corruptos anteriores, o siquiera impulsar sus auditorías, los “ayuntamientos del cambio”, sin excepciones, se convirtieron en los campeones del pago de la deuda. Lejos de avanzar en la oferta de viviendas públicas para los sectores populares, se mantuvieron y acrecentaron los desahucios. Lejos de remunicipalizar los servicios públicos, se mantuvieron los contratos con los grandes pulpos capitalistas.
Al mismo tiempo, la lucha de clases y la movilización social no solo no entraba en el terreno de la gestión municipal -aquello de “un pie en las instituciones y mil en las calles” rápidamente quedó como un recuerdo de campaña- sino que hemos visto a Carmena, Colau o Santisteve persiguiendo a los manteros o enfrentando a las huelgas de trabajadores, como los del transporte urbano de Zaragoza o el metro de Barcelona, apelando muchas veces a un discurso de “trabajadores privilegiados” que en nada tenía que envidiar al de la derecha.
Cuatro años de “ayuntamientos del cambio” lo único que ha probado es que la gestión de los gobiernos municipales en base a programas mínimos, sin enfrentar los poderes fácticos del capitalismo, promoviendo los “compromisos” con las clases dominantes y negando toda perspectiva basada en la lucha de clases, antes que abrir un nuevo camino democratizador, sólo pueden preparar nuevas derrotas y frustraciones.
Los números de la sangría: las capitales de provincias
Globalmente, considerando las 50 capitales provincias del Estado, Podemos, IU y sus confluencias perdieron 96 concejales, quedándose con sólo 135 concejales, en relación con los 231 que tenían desde 2015. Es decir, un retroceso del 42%.
Podemos no se presentó como tal en ningún ayuntamiento en el año 2015, sino que optó por hacerlo bajo diferentes marcas blancas en forma de candidaturas ciudadanas y confluencias que la formación morada hegemonizaba. La mayoría de estas plataformas las integraban también partidos como Izquierda Unida y Equo, sin embargo, no son pocos los casos en los que se presentaron por separado, llegando a haber dos alternativas “municipalistas” al mismo tiempo.
Otro tanto sucedió en las elecciones de 2019, aunque por razones distintas. En esta ocasión, Podemos ha puesto su marca al frente y ha tratado de formar coaliciones electorales junto a IU y Equo, liquidando el modelo anterior. Un proceso que respondió menos a una política planificada, que al resultado inevitable del desgarramiento interno de la mayoría de los anteriores procesos de confluencia amplia. Esta dinámica tuvo como máximas expresiones el estallido de Ahora Madrid en la capital, pero no fue el único. En algunas ciudades gallegas, por ejemplo, el 26M hubo hasta tres candidaturas diferentes procedentes de la implosión de la confluencia En Marea.
Por esa razón en el mapa de resultados de las capitales de provincias que presentamos a continuación hemos adoptado como método la suma de los resultados de las diferentes candidaturas municipalistas allí donde se presentaban por separado, tanto en 2015 como en 2019. De este modo evitamos el efecto de los resultados de Podemos en las elecciones europeas, donde suele adjudicársele un eurodiputado más que en 2014 aunque, si tenemos en cuenta a sus socios de IU con los que se presentaba conjuntamente esta vez, habrían perdido hasta seis asientos en el europarlamento.
La conclusión fundamental es el retroceso de los resultados electorales globales de una tendencia política municipalista que, con todas sus múltiples siglas y variados matices, se propuso gestionar pacíficamente el capitalismo las principales ciudades del Estado español.
Catástrofe en las Comunidades
Los resultados en los parlamentos regionales muestran que la debacle del partido morado se reproduce también a nivel autonómico. Globalmente, Podemos ha perdido casi 850.000 de los más de 1.500.000 votos que obtuvo en 2015, esto es un 56% menos dejándose por el camino 70 de los 106 parlamentarios que alcanzó hace cuatro años.
De conjunto cae en escaños y en votos en todas las Comunidades Autónomas. La hecatombe es total en Castilla la Mancha y Cantabria, donde se queda sin representación, virtualmente ha desaparecido de Castilla y León y Navarra donde pasa de 10 a 1 y de 7 a 2 escaños respectivamente. También se queda con 2 escaños en La Rioja, aunque partía de un resultado menor, tal y como muestra el cuadro expuesto más abajo.
En cuanto a Izquierda Unida, allí donde se ha presentado en solitario también ha experimentado un fuerte descenso en escaños y en votos. En total, la formación de Alberto Garzón se deja más del 40% de los votos entre las comunidades de Aragón, Asturias, Canarias, Cantabria y Castilla y León.
Las claves del desastre: división e integración
“Mi sensación es que a la izquierda no le funciona cuando nos dividimos y nos peleamos. Toca hacer autocrítica: tener claro que la división resta y la suma multiplica”, dijo el alicaído líder de Podemos en la rueda de prensa que se dignó a ofrecer tras más de doce horas de silencio después de conocidos los resultados del 26M.
Respondiendo a las críticas que ha recibido del entorno de Más Madrid, Iglesias no considera que sea responsable de la pérdida del Ayuntamiento y pide autocrítica a “los aliados”. Aunque al mismo tiempo Juan Carlos Monedero, verso libre y vocero del líder, escribía en su cuenta de Twitter que "las cloacas" convencieron a Íñigo Errejón para que rompiera Podemos. Con aliados así quien necesita enemigos.
Iglesias no sólo ha apuntado a la división como causa de los males. También se ha referido a la falta de “implantación territorial”, mientras algunos dirigentes de la Ejecutiva morada reconocen que la “institucionalización” les ha pasado factura, alejándose de las bases -esto bajo el supuesto que aún existan “bases” en Podemos-. Como sea, en las próximas semanas se convocará un Consejo Ciudadano Estatal que debería analizar mejor los resultados y cuál es el curso que seguirá el partido.
En contraste con la falta de análisis del entorno podemita, Alberto Garzón de IU intentó hacer un ensayo de autocrítica un poco más profundo. En una extensa tribuna publicada en Eldiario.es, con gráfico incluido y hasta citas de Marx, el líder de Izquierda Unida hace su diagnóstico, no sólo de los resultados del 26M, sino del último período de Unidas Podemos y el espacio político de la izquierda. Pero a pesar de su intento de rastrear “factores de fondo” para explicar la crisis, en lo esencial, el coordinador federal de Izquierda Unida coincide con Iglesias: la maldita “división” fue la clave del retroceso.
“La estrategia de la unidad no es una panacea, pero fuera de la estrategia es peor. En las Comunidades Autónomas en las que hemos ido juntos hemos resistido mejor que separados”, dice a modo de síntesis en otro artículo aparecido en Público.
En efecto, la división no amplió el espacio político del neorreformismo, que duda cabe. Al contrario, lo debilitó infinitamente. Un dato empírico que abona la idea de que en cualquier caso la fragmentación de la izquierda sólo puede llevar al peor de los mundos. Sin embargo, en política como en la física, hay sumas que restan. Porque al mismo tiempo que el proyecto podemista avanzaba en su desintegración -con la ruptura entre sus dos principales líderes y centenares de dirigentes que fueron purgados o rompieron con el partido-, Errejón y Carmena formaban su propio espacio, e Izquierda Unida sufría sus propias escisiones -Llamazares, o el coordinador de IU en Catalunya que se fue a ERC-, todos y cada uno de ellos avanzaba al mismo tiempo hacia una unidad más amplia con el PSOE y, por esta vía, una mayor integración al régimen político.
La política de Pablo Iglesias desde la moción de censura, actuando como si fuera un ministro sin cartera de Pedro Sánchez, para luego presentar al PSOE como el “mal menor” frente a la derecha y llamar al voto útil a Unidas Podemos como garantía de un gobierno de coalición, tuvo como principal resultado el fortalecimiento de los social liberales. Así, el balance global es que hace tres años Podemos iba a hacerle el “sorpasso” a “la casta” del PSOE y hoy éste se encuentra en su mejor posición en más de una década.
La idea de un pacto con el PSOE para formar un “gobierno progresista” no es nueva, se venía planteando desde 2015. Mientras se gestionaban los negocios capitalistas desde los llamados “ayuntamientos del cambio” y se sepultaba toda referencia a “la casta”, comenzaban los ensayos, como el gobierno autonómico en Castilla La Mancha.
En estos días, como subproducto del resultado del 26M, toda la dirección de Podemos en Castilla La Mancha dimitió en bloque.
El ingreso de Podemos al gobierno del PSOE en Castilla La Mancha y la agenda de acuerdos parlamentarios entre ambos partidos implicaron entonces un salto cualitativo en la integración de Podemos al régimen político, que hoy muestra sus frutos.
En su momento, en Izquierda Diario escribimos que “al entrar Podemos en minoría a un gobierno del PSOE, culmina un movimiento regenerador, que lejos de ser expresión de una dinámica progresista como la vende la “renovada” dupla Iglesias-Errejón, lo que permite es que este partido social liberal, pilar del Régimen político nacido de las entrañas del tardofranquismo y aplicador a rajatabla de la agenda neoliberal en los últimos 30 años, se relegitime y se presente nuevamente como “mal menor” y como parte de “las fuerzas del cambio”. El pacto de Castilla-La Mancha es un ensayo para un posible giro político estatal. El bipartidismo, reloaded.” Dicho y hecho. Los resultados están a la vista. Esta es una de las claves fundamentales de la derrota electoral y, sobre todo, de una estrategia política.
Para Iñigo Errejón y sus seguidores, el retroceso de Podemos se debe “al abandono de la transversalidad” con la que se fundó el partido, para recluirse en el espacio histórico de Izquierda Unida. Aparentemente la transversalidad populista que pregona Errejón es tan amplia que hasta puede incluir a los liberales reaccionarios de Ciudadanos.
Sin embargo, lo que fracasó fue justamente la estrategia populista “ni de derechas ni de izquierdas”. Un credo que desde el nacimiento de la formación morada predicó la idea de “recuperar la democracia”, abandonar los “dogmas de la vieja izquierda” y las “certezas sobre el mundo del trabajo, los partidos y sindicatos”, para representar a “la gente” recreando los “valores perdidos” de la socialdemocracia. Y, hay que decirlo, al cual Izquierda Unida se subordinó sin solución de continuidad.
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Lo político se transformó en una esfera absolutamente autónoma de las relaciones sociales de producción existentes, negando toda centralidad de clase para dar paso a un “nuevo sujeto” de la política, la “gente”, cuyo único rol activo sería de allí en más votar a Podemos en las elecciones para ocupar espacios institucionales.
El resto de los males que aquejan a Podemos y hoy vuelven a situarse en el centro del análisis (los hiperliderazgos, la burocratización interna, la inmediata transformación de los círculos en apéndices de la maquinaria electoral), fueron funcionales a la “hipótesis Podemos”. Al menos hasta que la hipótesis comenzó a mostrar sus límites. Entonces sobrevinieron las crisis internas, las camarillas, las expulsiones sumarias y las peleas intestinas, al mejor estilo estalinista. Y las rupturas.
Como escribimos en otro artículo, “el crecimiento hipertrófico del partido tras su extraordinaria emergencia electoral, la gestión capitalista de los llamados “ayuntamientos del cambio”, la burocratización interna para movilizar una maquinara electoral que fracasó en su estrategia original, en definitiva, su asimilación política como parte del Régimen, dio paso a sus primeras crisis internas de magnitud. Hoy, estas crisis amenazan con derribar todo el edificio. Si hubo una característica fundamental en Podemos desde su surgimiento fue su excesivo optimismo en las posibilidades de democratizar las instituciones del Estado capitalista, el cual era directamente proporcional a su pesimismo en relación al potencial transformador y revolucionario de la clase trabajadora y la lucha de clases”.
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A cinco años de su nacimiento, Podemos -junto a sus socios de Izquierda Unida-, se han integrado al Régimen como una nueva “casta” de izquierda, cuya estrategia se reduce a intentar regenerar el Régimen del 78 junto al PSOE. Una estrategia que, como es obvio para quien quiera pensar, sólo ha llevado a una nueva frustración.
La "gobernabillidad progresista"
Tras felicitar al PSOE por “unos resultados magníficos”, Iglesias ha insistido en su política de subordinación al PSOE. “La derecha se va a unir y creo que es un error que las fuerzas progresistas no nos pongamos de acuerdo”, dijo a la prensa. También Alberto Garzón ha dicho que no descarta que Unidas Podemos esté en el Ejecutivo, pero baraja todas las posibilidades: “Estamos abiertos a cualquier opción. Es posible que acabemos en un gobierno con el PSOE, es posible otra fórmula y es posible que el PSOE pacte con Ciudadanos”. Esperar distintos resultados de la misma política no parece muy científico. Y no lo es.
Ante la bancarrota del nuevo y viejo reformismo, es urgente desarrollar una nueva hipótesis estratégica que abone el surgimiento de una extrema izquierda anticapitalista, revolucionaria y de la clase trabajadora. La experiencia hecha por franjas cada vez más amplias de trabajadores, mujeres y jóvenes en todo el Estado, es la base para si desarrollo.
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