Se cumplieron dos décadas del último recital de Patricio Rey, tiempo en el que igualmente este fenómeno inédito en el mundo siguió creciendo hacia magnitudes sin comparación.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Sábado 7 de agosto de 2021 18:00
Afiche del último show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, el 4 de agosto de 2001 en Córdoba capital.
Acaso esta nota sea un retazo del legado más expansivo que dejaron Los Redondos: la cantidad de material generado por fuera del grupo. Desde remeras hasta bandas tributo, libros y, por supuesto, toda clase de textos revisionistas. Algunos dirán que la culpa la tienen las efemérides: en todo año siempre se está cumpliendo algo de Los Redonditos de Ricota. En 2021, por ejemplo, los 35 de Oktubre. Y -especialmente- los 20 años del último show.
Ante la verborrea para narrar algo ya contado muchas veces, alguien que estuvo en la trinchera redondita propone irónicamente hacer un relato novelado al estilo William Faulkner, como forma de evitar lugares comunes y formatos remanidos. La ocurrencia es graciosa: imaginémonos al novelista intentando comunicarse con unos y otros para reconstruir aquella noche final. Llegar al Indio tiene más burocracia que el Kremlin, y para hablar con Skay hay que dejar mensaje en un contestador grabado por Poli. Semilla Bucciarelli quizás lo rechace, como a todo aquel que lo solicita únicamente por la memorabilia ricotera. Sergio Dawi, en cambio, accedería con todo gusto. Quizás también Walter Sidoti, aunque más escueto. Ante este escenario, probablemente Faulkner termine tentado por escribir más sobre estas peripecias que sobre el concierto en sí.
Pero lo cierto es que el miércoles pasado se cumplieron veinte años del último acto en vivo de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Una unidad de medida que posterizó Le Pera en la voz de Gardel. Quizás por eso es que el recuerdo toma otro ímpetu: dos décadas sin una banda por la que miles de personas aún siguen implorando “solo te pido que se vuelvan a juntar”. El cantito parece humilde: se solicita una sola cosa. Aunque esa única cosa sea, para pena de muchos, la más difícil de todas: Solari y Beilinson rozan las dos décadas como solistas oyendo una plegaria que no concederán jamás.
La noche final
“Chau, nenes. ¡Gracias! Chau, chau... Por mis penas bailás… y por tu soledad…”, cierra el Indio cerca de la medianoche. La banda redondea una canción de melodías agridulces, bellezas en la tristeza. En diciembre llegaría la noticia oficial sobre el parate de la banda, un año sabático que duró para siempre. Pero el último fuego de la banda se apagó aquella noche del sábado 4 de agosto de 2001 en el estadio Chateau Carreras (hoy Mario Alberto Kempes) de la capital cordobesa. Fue la función final en el hábitat que narró el grueso de su simbología: el escenario. El altar sagrado de las misas. Los Redonditos de Ricota no apenas como una banda, sino como toda expresión cultural, al decir de Willy Crook, quien se fue pronto del grupo (también del mundo) y nunca quiso ser “una viuda de Patricio Rey”.
En el transcurso del tiempo hubo varios reencuentros. Sergio Dawi y Semilla Bucciarelli armaron el proyecto audiovisual SemiDawi, luego ambos capitanearon la Kermesse Redonda con participaciones de Walter Sidoti, Tito Fargo, Willy Crook y Hernán Aramberri, antes de eso el saxofonista invitó al Indio Solari a cantar en uno de sus discos solistas y luego el cantante reunió a casi todos en un show de Los Fundamentalistas en Gualeguaychú. En la otra vereda, Skay Beilinson siguió su camino de la mano de la Negra Poli y con el arte Rocambole en sus álbumes. Algunas posiciones se acercaron, pero no las más importantes.
Aunque en aquel momento generó sorpresa y estupor, la pausa que devino en disolución no fue otra cosa que el irremediable final. Incluso a pesar de que muchos de los músicos se enteraron por terceros. “A mí no me cabe esconder las cosas. ¿Voy a decir que está todo bien? Sería un verso, si terminó todo para el orto. Me da vergüenza leer las notas, porque se quieren adueñar de algo que en realidad le corresponde al público. Si Patricio Rey tuviera piernas, los cagaría a patadas en el culo”, se sinceró Bucciarelli en 2005, rematando con una frase que quedó resonando en la cabeza de Solari durante mucho tiempo. Y en 2009, mientras presentaba a su banda Comando Pickless, Sidoti abonó la idea del bajista, aunque con más diplomacia: “Hubo un problema entre los dueños, la cúpula. Nosotros no teníamos decisión en la parte organizativa, así que quedamos en banda y sin trabajo. Pero lo que fue, fue. Aprendí mucho y significó una experiencia bárbara, aunque no tuve más remedio que barajar y dar de nuevo”.
Veinte años después, todavía llama la atención aquel desenlace tan imprevisto a los ojos de la masa. Esa misma masa que convirtió a Los Redondos en un fenómeno único, sin parangón en ningún lugar del mundo, y que trascendió incluso a sus propios integrantes. “Lo que hacíamos era porque nos gustaba la música, estar juntos y cranear situaciones fastas para el espíritu. Eso tuvo repercusión y comenzó a crecer, pero nunca imaginamos que íbamos a tener tal destino”, aseguró Skay. “Nos dimos cuenta de que la gente nos había elegido como bandera sobre la cual proyectar cosas de las que no teníamos control. A veces les preguntábamos a los chicos qué podíamos hacer para evitar eso, y muchos decían: ‘Ustedes son el pretexto para vivir esta aventura, no se preocupen por nosotros y hagan lo que tengan que hacer’”.
Los Redondos más allá de Los Redondos
En el análisis de Beilinson sobre el alcance social de Patricio Rey conviven la sorpresa y ciertos miedos. ¿La bola se les había ido de las manos? “Siempre estábamos al borde de una catástrofe y fue muy doloroso. Fuimos conscientes de que, al convocar mucha gente, éramos responsables. Tratábamos de extremar las medidas y gracias a Dios nunca sucedió nada, pero fue desgastante”, relató el guitarrista. “A mucha gente le resultaba complicado lo que hacíamos. Algunos nos dijeron cosas que pasaban por atrás, pero no pudimos confirmarlas. Por un tiempo decidimos no tocar en Capital, porque venía muchísima gente, había enfrentamientos con la Policía, era muy descontrolado. En los últimos momentos había que pedir permiso al Ministerio del Interior para tocar. Generaba mucho pánico lo que se movía alrededor de los Redondos”.
Aquella carta pública con la que el Indio Solari reveló su versión sobre la separación (la negativa de Skay y Poli a cederle una copia de varios shows grabados) le dio a esta historia una perspectiva que nadie deseaba por cierta: la trinidad ricotera se había roto para siempre. Incluso a pesar de la insistencia de sus seguidores, quienes aún siguen pidiendo por un reencuentro que no se dará. Pareciera que la banda se desarmó en el momento justo, antes de que todo terminara de desabarrancarse en detrimento del arte y su magia.
Aquel 4 de agosto del 2001 se guardó en la caja de los recuerdos una historia que todos querían que continuara, salvo quienes la escribían, claro. Aunque Beilinson lo vea de otra manera: “Lo que hago como solista no difiere mucho de lo que hacía antes. No fue una interrupción, sino, más bien, una continuidad de otra manera. Patricio Rey existen en otra dimensión, y por otro lado yo no puedo dejar de ser Redondo, como no puedo dejar de ser yo mismo”.