Algunos siguen a un equipo de fútbol por sus resultados. Otros, por nostalgia.
Viernes 14 de febrero de 2020 11:03
Virgilio era el abuelo del Portugués pero, con todas sus cosas, yo lo quería como si fuera el mío. O más. El viejo tenía cara alargada, era narigón, los ojos azules caídos con la misma expresión que los del Portugués, un ojo virando más al verde, el otro al gris: ese era su rasgo característico junto con el bigote finito desde siempre.
Me acuerdo de las veces que bajaba del tren y agarraba por Mariano Acha, doblaba y caminaba hasta llegar a la casa pintada de blanco con rejas verdes, rosal maltrecho en el pedazo de pasto al frente y un altar de azulejos esmaltados brillantes al lado de la ventana. Al fondo había una puerta de metal verde oscuro: ahí moraba Virgilio. Por adentro era una casa muy oscura, con una decoración lúgubre: en el comedor tenía colgado ese cuadro de un nene llorando que tantos abuelos tienen en sus casas; en la habitación un crucifijo hecho de cuentas de vidrio rosa arriba de un retrato en blanco y negro donde se lo veía junto a Edith, su esposa. Muchos escudos de Platense también, y eso desde piba me llamaba la atención. Había algo alegre en esa casa: el patio lleno de pájaros. Recuerdo de hecho una vez, cuando yo era muy chica, ver a Virgilio llegar a mi casa en la chata con la que hacía fletes con una jaula con un pajarito amarillo que era un regalo para mí. Bah, qué digo. Lo más alegre de esa casa no eran los pájaros. Era él, con su humor, con su eterna y vieja juventud. Si habré terminado doblada de la risa con sus anécdotas. Pero un día no me pasó eso sino que quedé cautivada. Me contó que cuando era chico era amigo de un pibe que se llamaba Roberto pero en el barrio le decían Pirulo, y que se le parecía mucho de cara, al punto tal de que los vecinos los gastaban diciéndoles que eran hermanos de teta. Ese que en aquel momento le decían Pirulo, hoy todos los demás lo conocemos como el Polaco Goyeneche. Para el momento que me contó eso yo ya escuchaba al Polaco. También me resultaba muy simpático el amor del Polaco y el de Virgilio a su club, el Calamar, ese que nunca ascendía. A mí siempre me importó dos carajos el fútbol.
Después Virgilio murió y el Portugués, que también es calamar no murió literalmente, pero sólo vive en mi nostalgia: ese altar de porquería donde se llenan de grela las estampitas de las cosas que no van a volver a ser como antes. Por alguna razón Goyeneche se convirtió en la banda sonora de varias de mis tristezas haciéndome sangrar con su aspereza, y con eso vino el amor por el Calamar también. Sigo sin darle ni dos de bola al fútbol pero como decía el Polaco "cuando me preguntan digo que soy de Platense y nada más que de Platense" ¿Y cómo no serlo después de tragar saliva y secarme los ojos con el verseo, la amargura, el dolor y la ternura de la voz del Polaco?