En la Universidad de Costa Rica se ha abierto una discusión sobre las implicaciones de la virtulización, ya que podría expulsar en los hechos a gran cantidad de estudiantes de la educación universitaria. Un docente de Humanidades, de Filosofía, nos ha hecho llegar la siguiente reflexión sobre la virtualización de cursos, misma que reproducimos por su pertinencia en el contexto de la pandemia de Covid-19.
Domingo 12 de abril de 2020
El trabajo docente a distancia es un trabajo sin horario. Se puede decir, incluso, que es un trabajo sin fin. Virtualizar los cursos en la UCR significó repensar y modificar en profundidad la lógica misma de la enseñanza. Primero, a través de un trabajo de identificación de estudiantes, que habíamos visto una única vez. Algunos estudiantes de primer ingreso ni siquiera habían podido completar su proceso de admisión, haciendo aún más difícil establecer cualquier contacto vía
correo electrónico. Al día de hoy, por ejemplo, de 80 estudiantes inscritos en el curso, solamente 66 han podido ingresar a la plataforma. De los demás, no tengo noticias. No sé si han visto mis correos, si tienen acceso a internet, si viven en condiciones que les permiten estudiar, si siguen trabajando en empleos precarios, si recibieron la beca que la Universidad les había otorgado. Son fantasmas de la virtualización.
Virtualización que tiene un pendiente concreto y material. Los docentes que tienen hijos deben alargar las horas de cuido, introducir horas de educación (para la cual no tienen las herramientas adecuadas). Educación que pretende continuar con programas diseñados para clases presenciales.
Algunos deben consagrar horas para que sus hijos aprendan los rudimentos de la escritura y la lectura. Otros, para que sus pequeños puedan desarrollar habilidades motoras, juegos y distracciones en espacios no aptos para ellos. Hay docentes que deben atender personas mayores o con problemas de salud. Y en la crisis actual, no pueden contar con ninguna ayuda externa al hogar. De esta forma, la virtualización del curso lectivo implica un trabajo constante, sin fin, que se desarrolla en los intersticios de tiempo disponible. La separación entre trabajo y vida cotidiana
desaparece.
Los estudiantes con los cuales hemos podido tener contacto nadan en un mar de zozobra también, inquietos de perder materia, de no poder acceder a la plataforma universitaria, y con la incertidumbre de las formas que tendrá su año universitario. Otros, que trabajan para mantenerse tienen una presión adicional, puesto que sus horarios lectivos se han visto desarticulados por la virtualidad. Es poco probable que un docente pueda cumplir con el horario de su curso, por ejemplo, en la mañana si debe atender todo lo que sucede en su hogar. Esta es la realidad a la que
se enfrenta la virtualización.