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Red Internacional
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Colombia en el “posconflicto” (II). Visita papal al servicio del orden

Martes 12 de septiembre de 2017

Bergoglio, en campaña

Durante cinco días, cada uno de los actos papales en suelo colombiano fueron una puesta en escena al servicio de objetivos políticos -“ayudar al país en su camino de paz” apoyando la “reconciliación nacional”; como también “pastorales”: revitalizar la influencia de una iglesia sacudida mundialmente por escándalos de abuso sexual a niños, en un país de fuerte peso católico pero donde la jerarquía local está dividida (con sector enfrentado al propio Bergoglio) y las sectas evangélicas le disputan espacios religiosos y políticos.

La atención del país estuvo pendiente de los actos y dichos del Papa. En Bogotá, tras su llegada, se reunió con el presidente Santos y con obispos, y en una misa multitudinaria llamó a la paz, la reconciliación y la unidad nacional: “volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria”. En Villavicencio celebró un “encuentro de oración por la reconciliación nacional” ante víctimas de la guerra interna. En Medellín, bastión de la derecha uribista, convocó a cientos de miles insistiendo en ese llamado, y se reunió con curas y monjas para reconvenirlos, reclamar se disciplinen a la línea papal y una actitud más militante. En Cartagena se despidió enfatizando la “preocupación por los pobres”. Siempre subrayando ante grandes concentraciones los distintos aspectos del proceso “de paz”, apelando a la unidad nacional y a la responsabilidad de las élites, sin olvidar la defensa de las tradiciones conservadoras y patriarcales de las que es custodio.

La visita papal fue acompañada por el anuncio de cese de fuego con el ELN y la oferta del clan de Úzuga (narcos) y grupos paramilitares de negociar. Entre tanto, Uribe y la derecha “dura” enfrentados al gobierno, prefirieron no chocar con el pontífice, conformándose con un discreto segundo plano, más allá de la carta de Uribe al Papa criticando los términos del Acuerdo Final que, según él, concede a la ex guerrilla “impunidad” y excesivas concesiones.

Progresistas y reformistas, sin tapujos ni vergüenza se posternaron ante Bergoglio y sus sermones. Entre otros, así hicieron la burocracia sindical de la CUT, el Partido Comunista o Marcha Patriótica, saludando a “Francisco” y su “mensaje de reconciliación”. Por la nueva FARC, Rodrigo Londoño (que supo ser el comandante “Timoshenko”) le escribió a Bergoglio una carta pública declarándose “profundamente conmovido por su santa presencia en mi patria, cuyo pueblo tiene el privilegio de escuchar su palabra de fe, esperanza, alegría, amor, reconciliación y paz” para “suplicar su perdón por cualquier lágrima o dolor que hayamos ocasionado al pueblo de Colombia o a uno de sus integrantes”, sin olvidar despedirse asegurándole que “Dios está con Usted, no hay duda”... Tanta beatería y espíritu de capitulación moral y política en demostración de apoyo al plan de pacificación y por esa vía, el propósito de ubicarse como ala izquierda de los proyectos de reforma burguesa.

El viaje del jefe de la iglesia constituyó un gran hecho político y un fuerte espaldarazo al proceso, ante un “posconflicto” que se inicia en medio de tensiones y crisis política. Por ello, la revista Semana editorializó exultante de entusiasmo: “Hasta la semana pasada, las palabras pesimismo, derrotismo e incertidumbre podían agrupar los sentimientos que se habían apoderado de buena parte del país en los últimos meses. Y no era para menos. Los numerosos escándalos de corrupción como el de Odebrecht, el de los Ñoños y el de los expresidentes de la Corte Suprema de Justicia tenían indignados a los colombianos. A esto se sumaba el tema de los impuestos, que independientemente de si están justificados, se habían convertido en una obsesión.

Antes de todo esto no faltaban problemas. La polarización política, el acuerdo de paz con las Farc y el deterioro de las finanzas familiares a raíz de la desaceleración de la economía, entre otras razones, han sembrado nubarrones sobre la confianza del país y sobre su futuro. De ahí que la cascada de buenas noticias en la última semana cayó como un bálsamo que por ahora les ha cambiado el chip a los colombianos...”

Está por verse cuánto dura tal optimismo, porque todas las cuestiones de disputa, como es el sistema de justicia especial y las condiciones de reinserción de la FARC, caballitos de batalla del uribismo, siguen en el candelero en una etapa preelectoral. Por lo pronto, el Papa Bergoglio que buscó un cierto equilibrio, tomando nota de algunos planteos de la oposición derechista y junto al “discurso social” del último tramo, ha incidido a favor de un mayor entendimiento entre las alas enfrentadas de la élite dirigente.

Una paradoja crucial: “posconflicto” y crisis de los de arriba

En los términos acordados, la pacificación para cerrar el histórico conflicto armado interno -con la “rendición negociada” de las FARC-, significa un éxito estratégico para el orden burgués. Pero se combina con un cuadro de “crisis orgánica” emergente, es decir, una crisis del gobierno y los partidos burgueses, tanto por divisiones entre las alturas, como en su relación con las clases populares. Una evidencia de esto fue el fracaso del plebiscito de octubre, donde el inesperado triunfo del NO detonó un impasse, encauzado luego de apuradas negociaciones parlamentarias pero no resuelto de fondo. A ello se suman los elementos enumerados por La Semana, con el desgranamiento de los partidos, sean del oficialismo como la oposición, la impopularidad del gobierno que “logró la paz”, los escándalos de corrupción, narcotráfico y paramilitarismo, el estancamiento económico y el creciente malestar social.

A pesar de los esfuerzos por contener esa crisis, la polarización política y la fractura con el sector representado por el uribismo (ganaderos y empresarios temerosos de ver perjudicados sus intereses por los términos del Acuerdo Final), dificultan la estabilización de un “gran acuerdo” de conjunto. Esto mantiene abierta una cuota de fricciones e incertidumbre sobre la marcha del proceso. La paradoja es que el éxito en la “pacificación” se ve empañada por esta crisis en las alturas.

En este marco, el camino hacia las elecciones de 2018, en el que se juega el “relevo” en la conducción del proceso está cruzado por la incertidumbre, sin figuras ni coaliciones políticas bien afirmadas todavía y cada paso en la agenda de los acuerdos, como en las decisiones económicas y políticas en general despierta la pugna entre fracciones empresariales, terratenientes, de la justicia, los partidos y las cúpulas militares. Se siguen acumulando los “nubarrones” de que se lamenta La Semana, sin que el debilitado gobierno Santos pueda garantizar su marcha ni se defina el horizonte de su sucesión en la Casa de Nariño. En una póxima nota profundizaremos sobre este tema.

Digamos ahora que el fuerte apoyo imperialista a los acuerdos de La Habana y al posconflicto, apunta a contener esa paradoja, lo que nos propone examinar la dimensión internacional de la visita papal.

Misión en Colombia, con un ojo en Venezuela

Un jefe del clero tan político como Bergoglio nunca da puntada sin hilo y la diplomacia vaticana, aunque fiel a su estilo discreto, juega un rol muy activo en la cuenca del Caribe. El Vaticano, socio de Washington en la defensa del statu-quo imperialista, es un interlocutor clave en Cuba. En Colombia, estuvo presente desde el comienzo detrás de las negociaciones que llevaron al Acuerdo de La Habana mientras en Venezuela auspicia los intentos de diálogo entre chavismo y oposición.

El Papa Bergoglio cumplió su misión en Colombia sin descuidar las posibilidades de alentar conversaciones entre el gobierno de Maduro y la oposición. Desde el avión que lo llevaba a Bogotá no olvidó “orar” para que Venezuela “encuentre diálogo y una bella estabilidad”, y envió un mensaje a Maduro “para que todos en la nación promuevan caminos de solidaridad, Justicia y concordia”. Antes de partir de regreso a Roma, reiteró el llamado a que “se encuentre una solución a la grave crisis que está viviendo Venezuela y que afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad”, insinuando además la intervención de Naciones Unidas.

No es casualidad ni inspiración divina, simplemente toma nota de la realidad geopolítica de estos dos países que comparten el extremo norte del arco andino. Estrechamente ligados por fuertes lazos históricos, económicos, culturales y de todo tipo, con una extensa frontera común, Colombia y Venezuela expresaron en las dos últimas décadas dos polos enfrentados en la política latinoamericana, con frecuentes fricciones bilaterales. Colombia expresó la repuesta por derecha a la crisis del ciclo de los 90, manteniendo el programa neoliberal, la alianza con Estados Unidos (Plan Colombia y TLC) y la ofensiva contra las masas rurales y la guerrilla, particularmente brutal bajo los gobiernos de Uribe. En cambio, Venezuela representó bajo el chavismo la expresión más a izquierda de los gobiernos posneoliberales, con fuertes fricciones con el imperialismo.

Hoy, mientras Colombia transita el comienzo del “posconflicto” con las contradicciones señaladas más arriba,el bonapartismo degradado de Maduro, en medio de una abismal crisis económica, social y política expone la aguda decadencia del progresismo latinoamericano. Sigue irresuelto el “empate catastrófico” entre el gobierno chavista y la oposición de derecha y Venezuela es un foco de inestabilidad en el panorama regional que el imperialismo, la OEA y Bogotá aspiran a encausar.
Los procesos de Colombia y Venezuela, siendo tan divergentes, se influyen mutuamente y se han “internacionalizado” dado su impacto en los equilibrios regionales y los intereses imperialistas.

El objetivo compartido por Washington, las capitales europeas, las burguesías latinoamericanas y el Vaticano es estabilizar el orden en dos países que consideran estratégicos y que están tan estrechamente ligados. Eso significa, en síntesis, afianzar la “pacificación” en Colombia y recomponer “la democracia” en Venezuela.
El Papa católico es fiel embajador, no sólo de los designios celestiales sino de esta meta tan terrenal. Bergoglio aspira el avance del “posconflicto” en Colombia como punto de apoyo para revitalizar en Venezuela los esfuerzos, hasta ahora infructuosos, por reabrir negociaciones en pos de una salida política pactada con el conjunto de la clase dominante.

Pero si bien la mayor parte decisiva, del imperialismo y las clases dominantes acuerdan con este tipo de negociaciones y pactos para arribar a tales fines, algunos sectores, en Washington como en Bogotá o Caracas quisieran torcer a derecha, lo más posible el “posconflicto” colombiano y una mayor dureza contra Maduro. A tono con esa franja, el periodista Oppenheimer, exponente de los sectores más cipayos, salió al cruce de los mensajes del Papa por el diálogo en Venezuela, como un favor indebido al gobierno chavista.

El Papa bendice una “paz” fraudulenta, apoyada por el imperialismo

Esto es algo que los análisis progresistas suelen olvidar, pues encandilados por las supuestas maravillas de los Acuerdos de La Habana y la conversión de la FARC en el partido de la “rosa roja y el bien común”, como por los sermones del “Papa latinoamericano” les resulta engorroso explicar ese apoyo a una “paz” que no significa el fin de la violencia contra el pueblo, ni de la opresión y la explotación, mucho menos, garantiza memoria, verdad y justicia para los millones de desplazados, los afectados por el monstruoso costo humano en víctimas, “falsos positivos” desaparecidos, presos, torturas y violaciones de los que son responsables, por sobre todo y en grado máximo, el Estado y la clase dominante. Aquí “reconciliación” significa impunidad, ante todo para los militares y la clase dominante, justificada con algunas garantías para la guerrilla desmovilizada. Por eso el Papa pide “perdón”.

De conjunto, el imperialismo, tanto norteamericano como europeo, y las instituciones de la “comunidad internacional” (ONU, BID, BM, etc.) sostienen política, técnica y financieramente el plan de pacificación y la agenda del “posconflicto”, contribuyendo Estados Unidos con el Plan Paz Colombia, y la Unión Europea al desminado, a un Fondo especial para el posconflicto y a otras iniciativas, algo que hará que en los próximos años, el país siga siendo uno de los que más ayuda financiera y militar reciba de Estados Unidos y Europa en el mundo.

Esto pese al efecto Trump fomentando la incertidumbre tanto como la polarización con sus gestos de gran potencia hacia América Latina, en el maltrato a México, el enfriamiento con Cuba o las sanciones y amenazas a Venezuela. Trump pretendió recortar los fondos del Plan Paz Colombia, pero esta iniciativa fue resistida por demócratas y republicanos en el Congreso. Trump presiona a Santos para mantener la eliminación forzosa de cultivos de coca como parte de la "guerra contra el narcotráfico" contra la erradicación voluntaria prevista en el marco de los Acuerdos.

Nada de esto significó el retiro del aval brindado por Obama a los Acuerdos de La Habana, algo que constituye una cuestión de Estado para el stablishment yanqui.
Es que se trata de apoyar un eslabón clave del plan estratégico de la gran burguesía colombiana y el imperialismo: poner fin a la guerra interna de medio siglo es clave para fortalecer el papel de Colombia como una “democracia decente”, capaz de jugar el papel de aliado de Estados Unidos con mayor influencia regional. Esto va ligado al “retoque” de las formas de dominio aumentando el grado de “consenso” para lavarle la cara la régimen y relegitimarlo, “desmilitarizando” en cierta medida esta “democracia para ricos”. Al mismo tiempo, legalizar el saqueo de tierras con que se nutrió la acumulación capitalista al amparo de la violencia estatal y paramilitar.

Desde el punto de vista económico, aliviar el peso del esfuerzo militar sobre los negocios y abrir, gracias a “la paz” el tercio del territorio nacional en que actuaba la guerrilla a la inversión de petroleras, mineras y forestales.

El Papa es el mejor embajador posible que ha encontrado tan amplio y reaccionario “frente por la paz, la reconciliación, el perdón, la unidad nacional” al servicio de los planes capitalistas, con la ventaja de agregarles sin costo adicional, la bendición de los cielos.


Eduardo Molina

Nació en Temperley en 1955. Militante del PTS e integrante de su Comisión Internacional, es columnista de la sección Internacional de La Izquierda Diario.