Tenía 21 años y solo dos de antigüedad en la empresa Mittal cuando estalló la huelga. En el caso de SICARTSA (hoy, aceros largos) la huelga había continuado mientras que en el caso de Mittal, hoy aceros planos, ya se había levantado el movimiento.
Viernes 20 de abril de 2018
Lo recuerdo bien, salía de un tercer turno y todo transcurría con normalidad, nos dirigíamos a nuestros domicilios, cuando de repente, en los especiales de la empresa, a la altura del pueblo de Buenos Aires, cerca de las 7:30 de la mañana rumbo al pueblo de la mira, se nos emparejó una camioneta que conducía el compañero Félix Ayala para gritarnos "¡Vámonos a la puerta 2, ya llegaron los granaderos!¡Están atacando a los compañeros!"
Todos los que íbamos en el especial nos sorprendimos, no creíamos que fuera verdad. Dos compañeros se subieron a la camioneta del compañero y yo me dirigí a mi casa por mi vehículo. Llegué, salude a mi familia y les dije "voy de regreso a Lázaro, ya llegaron los granaderos y quieren desalojar Sicartsa." Le di un beso a mi esposa ( tenía poco más de 1 año de casado) y también un besito a mi bebe (apenas de brazos). Tome mi coche y me lancé apresurado a la puerta 2.
No pude llegar, ya no había paso. El panorama era como una guerra, humo, gritos, gente corriendo. Deje mi coche cerca de la unidad deportiva y traté de llegar a la puerta 2, pero me fue imposible debido a que los granaderos habían logrado retirar a los compañeros que cuidaban los accesos y ahora los perseguían por todas las calles. "¡Hay que juntarnos!", gritaban algunos compañeros "¡Hay que traer más gente! ¡hijos de su puta madre! ¡policías de mierda! ¡nos están disparando!"
Comenzamos a llamar a todos nuestros compañeros de quienes teníamos su teléfono celular, mientras en las radiodifusoras locales ya se corrí la noticia de que los granaderos estaban desalojando a los mineros en huelga.
"Ya mataron a uno por aquel lado ¡Compañeros, ya nos mataron a uno! Están tirando a matar, cuidado con el helicóptero". Todos corríamos en dirección contraria a la puerta 2, cubriendo nariz y boca por el gas pimienta. "¡Métanse aquí muchachos!" decían los vecinos que amablemente abrían las puertas de sus casas para resguardar a los mineros.
Queda, para la memoria de muchos, la forma de actuar de "la Marusca" quien también apoyó a varios mineros poniéndoles coca cola en los ojos para mitigar el ardor del gas pimienta y resguardando a algunos mineros en su casa hasta que pudieron salir nuevamente a la batalla campal.
No sé cómo, ni en qué momento, pero de repente ya estábamos camino al acceso de Mittal para entrar a las área y juntarnos con los compañeros que en ese momento estaban de primer turno laborando al interior de la empresa. "¡Vamos a dejar las áreas!", le decían a los supervisores, "no hay problema cabrones, vayan a defenderse", contestaban. Fue entonces cuando una gran cantidad de compañeros salieron con todo el equipo de trabajo (camisolas,mascarillas, etcétera) y salieron a apoyar en la batalla.
Los operadores de maquinaria no dejaron sus equipos en la empresa, se los llevaron por toda la avenida para hacerle frente a las armas y el helicóptero que tenían los federales.
"¡Hay que partirles la madre a estos granaderos!", gritaban los compañeros mientras ya se sabía que habían asesinado a dos mineros, se escuchaban los rumores.
Por la avenida se escuchaba el rugir de las máquinas de equipo pesado. Parece que todos nos hubiéramos puesto de acuerdo para reubicarnos en el mismo sitio y pronto comenzamos a formar un gran contingente. Íbamos detrás de un trascabo y así nos sentíamos protegidos.
"¡Vamos de una vez!", gritó alguien. Para ese momento, el pueblo ya se había unido a nuestra lucha. De todos lados llegaban camionetas cargadas con piedras, de río escombro, pedacera de tabique. Se acercaban lo más posible y vaciábamos un puñado de rocas, nuestra arma contra las balas.
Hubo un personaje de la mina (ahora sé que se llama Juan López) que nos dio una verdadera muestra de lo que un MINERO puede hacer por la defensa de nuestro Contrato Colectivo de Trabajo. Juan López solo tenía un arma; una honda (como la de David contra Goliat) en la cual, acomodaba una gran piedra y todos veíamos como caminaba, dando tres o cuatro pasos, mientras giraba su honda y lanzaba la piedra en contra de los granaderos.
¡Crash! Llegó a despedazar algunos con la fuerza de sus lanzamientos. "!Órale cabrones! ¡Vamos todos juntos mineros, vénganse! Hay que avanzar", se escuchaba y así, detrás de la maquinaria comenzamos a avanzar. Los trascabos llevaban la cuchara por el frente, a la altura de la cabina, para resguardarse el propio operador de las balas.
Hicimos el intento, pero fuimos replegados, los granaderos seguían disparando e hiriendo a varios compañeros. De repente el exceso de gas lacrimógeno nos hacía retroceder.
El operador de una de las maquinas fue herido y dejó su equipo, "¿quien sabe operar esta madre!?", se preguntaban algunos compañeros. Varios fueron los valientes que tomaron las maquinarias para cubrir a los mineros mientras intentábamos avanzar los granaderos. De repente las cosas comenzaron a cambiar.
Los grupos de mineros cada vez mas fácilmente lográbamos romper las filas de los granaderos y los tumbábamos al piso. Los granaderos corrían a replegarse y armaban barricadas para avanzar a recuperar a sus compañeros que caían en nuestro avance; nosotros los despojábamos de su equipo táctico, cascos, esposas, toletes, escudos. Parecían nuestros premios.
El equipo pesado fue un punto a nuestro favor, detrás de ellos podíamos avanzar y romper las filas de los granaderos, aunque esto significaba que los operadores de estos equipos eran básicamente quienes recibían una lluvia de balas para intentar matarlos.
Los federales y mineros nos enfrascamos en una lucha; las maquinas empujaban los vehículos incendiados contra los granaderos para hacerlos retirarse, poco a poco comenzó a funcionar, una maquina avanzó con una piedra puesta en el acelerador en contra de las fuerzas federales y detrás de la máquina, un gran contingente de mineros totalmente dispuestos a defender nuestra dignidad.
Los granaderos corrían hacia adentro de la empresa, muchos caían, tropezaban, sangraban alcanzados por la piedras que lanzábamos en contra de los proyectiles de bala que ellos nos disparaban. Los perseguimos hasta el interior de la planta, ahora eran ellos quienes corrían; ahora no podrían calmar nuestro coraje.
El edificio Monarca se incendió, los granaderos se replegaron y los accesos de Sicartsa nuevamente pertenecían a los mineros. Comenzó el recuento de daños.
Fueron muchos mineros heridos de bala en el estómago, en el cuello, en los pies, en la cabeza, teníamos rozones de bala, disparos certeros, proyectiles completos. Todas las casas y negocios alrededor de Sicartsa mostraban en sus paredes los impactos de bala que hicieron los federales. La gran mayoría de los vehículos del estacionamiento de la empresa que pertenecían al personal sindicalizado estaban quemados, balaceados, dañados.
Para ese momento, muchas de las esposas de los mineros ya estaban en el lugar de la batalla, buscando a sus maridos, a ver si seguían vivos o por si estaban heridos. Yo no vi cuando levantaron los cuerpos de nuestros compañeros Héctor y Mario.
Poco después de las 14 horas, muchos mineros estábamos descansando. Aparentemente éramos pocos los que resguardábamos la puerta 2, así que los granaderos aprovecharon para juntarse nuevamente y comenzaron a cerrar filas sonando los toletes contra sus escudos, queriendo intimidar.
"¡Ahí vienen de nuevo! ¡Vénganse mineros!", se comenzó a escuchar y pronto comenzaron a salir de no sé dónde una gran cantidad de trabajadores, que nos empezamos a juntar para hacerle frente a este segundo ataque.
Al parecer los granaderos vieron que no podrían recuperar los accesos, porque no avanzaron. Al ver a los mineros unidos y dispuestos a enfrentarlos nuevamente; mejor rompieron filas, ya no trataron de retomar los accesos.
Lo que siguió después de allí fue una sarta de mentiras en los medios de comunicación. Oficialmente nunca reconocieron el uso de armas de fuego en contra de los mineros; nunca reconocieron el uso de un helicóptero desde el cual disparaban en contra de los mineros; nunca reconocieron la legalidad de la defensa de nuestra fuente laboral.
Nunca admitieron que los compañeros Héctor y Mario fueron abatidos por disparos de armas de grueso calibre. Nunca admitieron que los granaderos tenían "autorizado" el uso de armas de fuego en las noticias, incluso llegaron a decir que el Lic. Napoleón había ¨azuzado" a los mineros para enfrentar al Grupo de Operaciones Especiales (GOES).
Eso fue lo que yo viví, al lado de varios héroes de los cuales no conozco sus nombres, y sin embargo, sus acciones lograron que ganáramos esta batalla en contra del gobierno y la empresa que pretendía eliminar a los mineros de Lázaro Cárdenas, e imponernos a un dirigente charro como Elías Morales, a quien nunca reconocimos ni siquiera como compañero. Su avaricia y servilismo hacia el gobierno y empresarios costaron la vida de dos mineros y heridas a muchos más.
Mi participación en esta batalla fue poca, fui temeroso, nunca había vivido nada similar, no creía posible que el gobierno actuara de esa forma y tampoco creía que pudieran mentir con tanta facilidad en las noticias de televisión nacional.
Pero agradezco a Dios que me permitiera sentir en carne propia todo esto y vivir, porque ahora comprendo de lo que es capaz un gobierno que esta aliado con los empresarios, y al mismo tiempo, comprendo que los Mineros no estamos dispuestos a regalar nuestra vida, tendrán que arrancarla de nuestro cuerpo para que dejemos de luchar por la defensa de nuestros derechos y de nuestra organización.
En paz descansen los compañeros Héctor Álvarez Gómez y Mario Alberto Castillo, los mineros no olvidamos, no perdonamos, seguimos exigiendo justicia.
¡Ni un minuto de silencio más! Mejor toda una vida de lucha.