×
×
Red Internacional
lid bot

Editorial De Editoriales. Zannini, el trotskismo y los nombres de la izquierda

Habla el vice de Scioli. La justicia, colonizada por el kirchnerismo. Elecciones en Buenos Aires y Córdoba. Un silencio progresista sobre la izquierda trotskista.

Domingo 5 de julio de 2015

En los editoriales de este domingo se pueden encontrar, groso modo, dos temas. Por un lado, la “presentación en sociedad” de Carlos Zannini, el vice de Scioli, de la mano de Horacio Verbitsky. Por el otro, la ofuscación mayúscula de la oposición por los avances del kirchnerismo en lo que definen como “colonización de la Justicia”. Por fuera de eso, un debate sobre la izquierda y la derecha, y algunas líneas sobre las elecciones de hoy. Repasemos lo central.

Con ustedes…

En lo que viene a ser una suerte de presentación oficial de Carlos Zannini, Horacio Verbitsky realiza una extensa entrevista en Página12. El desarrollo de la misma sorprende. Cuando se trata de hablar de su historia personal, Zannini se explaya sin problemas. Cuando se discute la agenda política y la relación con Scioli, las preguntas de Verbitsky se hacen más largas que las respuestas. Transcribamos, preguntas en negritas.

“Hay una curiosa polarización interpretativa sobre su candidatura. Para algunos va a ser un cero a la izquierda, sin más poder que la campanita del Senado. Otros lo ven como el comisario político, garante de la continuidad del proyecto kirchnerista”.

Hemos protagonizado un gobierno de reparación de las heridas que tenía la Argentina, de apertura y ampliación de derechos. No es un producto que ya esté terminado, es un trabajo que sigue en construcción. No puede depender ni de una persona ni de dos, ni de un grupo de iluminados, sino de la sociedad”.

La debilidad electoral del kirchnerismo “puro” forzó diversos giros políticos y discursivos. Si, hasta ayer nomás, solo Cristina podía dar continuidad al “proyecto”, el relato mudó y el mismo pasó a ser garantizado por el “candidato”. Cuando éste fue Scioli, la continuidad depende de la “sociedad”. Una confesión anticipada de que Zannini será y no será responsable de lo que haga Scioli. Un Poncio Pilatos de la política futura.

Más abajo leemos que

“Cuando Scioli era vicepresidente se manifestó contra la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y a favor de la actualización de las tarifas de los servicios públicos. En defensa de los más humildes, Kirchner planteó que no iba a haber una actualización tarifaria y le hizo el vacío en forma drástica. Lo desalojó de su despacho en la casa de gobierno, despidió a todos los funcionarios que él había nombrado en Turismo. ¿Qué cambió desde aquel Scioli a este que va a ser su cabeza de fórmula? ¿Él le puede hacer lo que Kirchner le hizo a él?

–Hay una mezcla de leyendas y realidades. Es cierto que hubo diferencias y el propio Scioli se encarga de decir que las tuvo pero que ha cambiado, ha evolucionado, ha comprendido. Después de aquellos acontecimientos, el propio Néstor posibilitó que fuera el candidato de nuestro proyecto en la provincia de Buenos Aires. No creo que las cosas pasen a mayores”.

La brevedad y la ambigüedad en las respuestas se apoderan de Zannini. Una sciolización del discurso con el fin de defender al candidato a presidente. Verbitsky opta por no ahondar en el cuestionario.

Llorar y llorar

En la Corpo opositora lo único que se escuchan (o se lee para ser precisos) son los llantos por los avances del kirchnerismo en la justicia, mediante la nueva ley de Subrogancias y la modificación en la composición del Consejo de la Magistratura.

En La Nación Morales Solá escribe que Cristina Kirchner “con una ley que pasó casi inadvertida en el Congreso, está haciendo la reforma judicial que no pudo hacer hace dos años. Brigadas de jueces kirchneristas están asumiendo en lugares clave de la Justicia, la situación ha puesto en estado de sublevación a los jueces titulares del país y la Corte Suprema es impotente para frenar en el acto ese cambio fundamental”.

En Clarín Julio Blanck recita el mismo libreto, afirmando que “consolidada la noción de que Cristina no tendrá diputados ni senadores suficientes para ejercer un monitoreo inmovilizador desde el Congreso sobre la eventual presidencia de Daniel Scioli, la verdadera operación de protección y control a futuro es el desembarco y ocupación de puestos clave en la justicia por parte de adherentes kirchneristas (…) lo hacen gracias a la aplicación sesgada, en el Consejo de la Magistratura, de leyes votadas por la mayoría parlamentaria oficialista. Es en la Justicia y no en el Congreso donde Cristina y los suyos planean dar la principal batalla de resistencia después de diciembre”.

En el mismo diario, Eduardo Van der Kooy, ilustra esta avanzada: “Cristina Fernández y Carlos Zannini están desarrollando un golpe contra el Poder Judicial. El calificativo no es desmesurado: operan sobre estamentos judiciales clave y lo hacen amparados en normas viciadas de ilegalidad. Nada más parecido a la instrumentación de alguna de las asonadas militares que, sin violencia ni sangre, sufrió la Argentina en su historia”.

El “golpe” va de la mano de garantizar impunidad hasta para los “caídos”. Según relata Van der Kooy “existió un acuerdo entre el general (RE) con la Presidenta y Zannini para que, a cambio de su alejamiento, fuera aliviada su situación judicial. De ese acuerdo estuvo informado Daniel Scioli. Casi en simultáneo con la salida de Milani resultó apartado el fiscal general de Tucumán, Gustavo Gómez, de la causa que investiga la desaparición del conscripto Roberto Ledo, en 1977, que compromete al ex jefe del Ejército. Gómez estaba a punto de citar a Milani a una declaración indagatoria”. No sería extraño. El oficialismo nacional sostuvo a Milani hasta último momento, incluso a pesar de las importantes acusaciones que pesaban en su causa.

Pero este griterío de la oposición no puede ocultar que el avance del kirchnerismo es a cambio de la intangibilidad de la casta judicial. Viéndolo desde el discurso que hizo foco en derrotar el poder de las Corporaciones y, más aun, el poder de la Judicial, este triunfo del kirchnerismo es a costa de sostener una estructura aristocrática, ajena a los intereses de las masas, estrechamente vinculada con el poder económico, y plagada de privilegios. Que esa casta se haga más “plural” no anula su carácter elitista.

Esa izquierda “innombrable”

Edgardo Mocca dedica una columna a preguntarse ¿Qué son hoy la derecha y la izquierda?. El fondo de la cuestión está ligado a lo que sucede en estos momentos en Grecia, donde la población vota acerca de los planes de ajuste que la Troika pretende imponer.

La pregunta que titula la nota remite a una serie de discusiones de historia, política y teoría, inabarcables en un solo artículo. Sin embargo, lo que no deja de sorprender, al abordar este tópico, es el silencio de Mocca sobre el trotskismo. Leamos.

“Durante lo que Hobsbawm llamó siglo XX corto, el período histórico que va desde 1914 con el estallido de la Primera Guerra Mundial a la caída del Muro de Berlín en 1989, derechas e izquierdas fueron el nombre de la lucha entre dos sistemas sociales: el capitalismo y el socialismo. Ciertamente, en el cuadrante izquierdo no tardaron en surgir profundas divergencias ideológicas sobre lo que había que entender por socialismo; la ruptura ente socialdemócratas y comunistas, que se produce al comienzo del siglo corto, tendrá el signo de la discusión sobre la Revolución Rusa, particularmente sobre la relación entre socialismo y democracia”.

Se trata de una primera ruptura al interior de la izquierda que reivindica la tradición marxista pero no la única. El trotskismo emerge desde 1923 como expresión de la oposición al creciente curso burocrático del comunismo “oficial” que, en el terreno de la revolución internacional, se convirtió rápidamente, en reformismo, ubicándose siempre junto a algún campo burgués y en oposición al desarrollo de cualquier dinámica revolucionaria en el movimiento de masas.

Mocca escribe más abajo que “las más importantes resistencias anticapitalistas del siglo corto tuvieron un signo nacional-popular que solamente en algunos casos históricos (China, Vietnam, Cuba, entre otros) fue captado políticamente por las izquierdas. En muchos casos, las formaciones clásicas de la izquierda (tanto las reformistas como las revolucionarias) miraron con ojos de desconfianza a los nacionalismos, hasta el punto de confluir con las fuerzas “democráticas” de las oligarquías que los combatían (…) Argentina es claramente un ejemplo de eso”. En este caso, ese curso fue seguido por el PC y el socialismo, ambas expresiones reformistas de la izquierda. El embellecimiento del stalinismo como corriente “revolucionaria” falta a la verdad histórica.

Finalmente, la definición “actual” de la izquierda no podría revestir mayor ambigüedad: “Hay, por otro lado quienes apuestan a un mundo en proceso de transformación, a un cambio de época. Y los que hacen esta apuesta están construyendo una nueva familia. Una familia plural, contradictoria y conflictiva que tiene en su interior muchas memorias diferentes, la de las diferentes formas de socialismo, las del nacionalismo, el indigenismo y el cristianismo popular, entre ellas. Es una familia que empieza a tomar forma en el país y en el plano regional y mundial. No tiene centros rectores ni etiquetas ideológicas, crece con las experiencias de lucha y de cambios. Y tiene, en el día de hoy, un desafío central, nada menos que en la cuna de la civilización moderna, en Grecia”.

La ambigüedad no es accidental. Mocca adhirió en estos años a la etiqueta de izquierda que los gobiernos latinoamericanos recibieron, entre ellos el comandado por el kirchnerismo. Pero hoy, la que era considerada la “izquierda posible”, lleva al frente de su lista presidencial a un ex menemista que, hace pocos días, reivindicó a su mentor político. Toda una confesión de su carencia de perspectivas.

Hoy, no nombrar al trotskismo supone no nombrar a un actor de la realidad política nacional. Actor en la escena electoral que hoy, en Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires, puede hacer buenas elecciones con el Frente de Izquierda. Pero también actor social, a través del creciente peso en franjas de la clase trabajadora donde interviene esencialmente el PTS. Dicen que “el silencio es salud”. En este caso parece el síntoma de la marcada decadencia de la intelectualidad progresista.


Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

X