¿Quién nos habla aquí de olvido,
de renuncia, de perdón?
¡Ningún suelo más querido,
de la Patria en la extensión!
El oportunismo político no se declama, se ejerce. La máxima podría guiar la práctica política del macrismo. Hace menos de 30 días, el gobierno instalaba la discusión acerca del derecho al aborto como forma de golpear a la oposición. Lo hacía a pesar del férreo rechazo a ese derecho por una franja del elenco gobernante, entre ellos el presidente.
Por estas horas, arrimando un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas, el oficialismo se embandera con una tibia mueca de soberanía.
"La identificación de los soldados profundiza aquel sentimiento de defensa de la soberanía y de la causa de Malvinas", desliza el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj. El hombre que defendió a capa y espada la actuación del Estado en la desaparición y muerte de Santiago Maldonado, habla de "diálogo" y de "no confrontación".
El nacionalismo del discurso oficialista no resiste ni una suave brisa. Basta googlear el nombre de Luis Caputo, ministro de Finanzas, para tomar nota del crecimiento exponencial de la deuda externa en la era Cambiemos. Hijos, nietos y bisnietos de la generación actual, atados al pago de una deuda usuraria con el capital imperialista.
El falso nacionalismo de Cambiemos es acompañado por los grandes medios oficialistas. Muchos de estos, hace décadas, fueron los vendedores de humo del "vamos ganando". Lo hicieron avalando la aventura militar de unas Fuerzas Armadas genocidas, que no quisieron enfrentar seriamente al imperialismo británico.
Habrá que agregar, aunque resulte redundante, las permanentes muestras de sumisión a los dictados imperialistas. "Quedate con quien te mire como Macri a Trump", rezaba un famoso meme para ilustrar esa relación. La imagen dice más que mil palabras.
La derrota de Malvinas y el sentido de la historia
“Nada que haya acontecido alguna vez ha de darse por perdido para la historia” (Walter Benjamin)
Todo hecho histórico puede ser vaciado de sentido. Las clases dominantes, como lo advertía Rodolfo Walsh, operan alterando los sentidos históricos. La causa por Malvinas ha sido y sigue siendo una de esas alteraciones de la política estatal capitalista.
La llamada "desmalvinización" fue operada desde el vértice del Estado, a través de diversos gobiernos, en aras de consolidar la sumisión al poder imperialista que impuso la derrota militar.
Malvinas vino a ocupar, en el imaginario social, el lugar de la sumisión al capital imperialista. La idea de "contra las potencias no se puede" se instaló con profundidad en la conciencia de millones.
Frases como "si querés cambiar algo de raíz te invaden" se convirtieron en sentido común en amplias capas de la población. Concepciones de ese tipo fueron incorporadas, incluso, al acervo progresista afín al kirchnerismo. Un modo de justificar la distancia sideral entre un discurso tibiamente antiimperialista y un accionar estatal que protegía esos intereses sin que le entrara la duda siquiera.
La conciencia histórica de amplias capas del pueblo trabajador fue moldeada por esa derrota, facilitando el sometimiento al capital imperialista. La "década perdida" menemista se asentó sobre la dictadura genocida, la derrota militar en Malvinas y la catástrofe híper-inflacionaria que legó el alfonsinismo.
El movimiento que enarbolaba las banderas de la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social, inició una senda de endeudamiento masivo -similar al ciclo actual-; entregó las riquezas nacionales vía privatizaciones; y empujó hacia el abismo del 2001-2002, donde la desocupación y la pobreza alcanzaron niveles históricos.
¿La soberanía? “A esa te la debo”, diría el actual presidente.
Malvinas y el kirchnerismo
“Venimos desde el sur de la Patria, de la tierra de la cultura malvinera y de los hielos continentales y sostendremos inclaudicablemente nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas”. La frase la dijo un flemático Néstor Kirchner en su primer discurso como presidente.
El kirchnerismo protagonizó tensiones abiertas con Gran Bretaña a raíz de Malvinas. Sin embargo, a pesar de su retórica anticolonialista, se reveló como un “pagador serial” que, hasta 2013, había entregado casi U$S 175 mil millones en pagos de la deuda. Alguna vez, al abonar la más modesta cifra de U$S 9.500 millones al FMI, insólitamente se habló de "comprar soberanía".
La misma vara se evidenció ante el saqueo de los recursos hidrocarburíferos por parte de la española Repsol. Los discursos belicosos del ministro Axel Kicillof fueron seguidos por una onerosa "indemnización" que se acercó a los U$S 10.000 millones.
Antonio Brufau, ex gerente de Repsol
El 7 de febrero de 2012, en cadena nacional, Cristina Fernández recordó a las multinacionales británicas que gozaban de absoluta tranquilidad para hacer negocios en el país. Entre los nombres que enlistó la entonces mandataria, estaban firmas como British Petroleum, la Royal, la Easy, ex Duperial, todas las mineras, como Río Tinto, Alexander Mins, Patagonia Gold, HSBC, Standar Gold, Glaxo, Unilever y British Telecom, entre otras. La Argentina “nac&pop” ofrecía al capital imperialista las mismas garantías que ofrece la actual nación cambiemita.
Hay nacionalismos...y nacionalismos
En más de una ocasión la clase dominante ha empujado el crecimiento del nacionalismo y la xenofobia como forma de dividir a los trabajadores nativos de sus hermanos inmigrantes. Ahí, como ya se mostró alguna vez, las coincidencias entre peronistas y macristas abundan.
Malvinas funcionó, en reiteradas ocasiones, como carta nacionalista de los mismos gobiernos que gestionaban la subordinación al capital imperialista.
Sin embargo, en amplias capas de las masas, el reclamo por la soberanía de las islas mantuvo una continuidad. Por estas horas Claudio Avruj se vio obligado a afirmar que la política de Cambiemos "nunca fue la desmalvinización".
La declaración del funcionario, sea o no verdadera, pone en evidencia el peso de esa demanda histórica en la conciencia de millones. El gobierno que endeuda masivamente al país y protege con represión a empresarios y terratenientes extranjeros -como Luciano Benetton o Joe Lewis- se ve obligado a recuperar discursivamente esa causa.
Pero cualquier discurso de soberanía nacional enarbolado por las fuerzas políticas patronales –como el macrismo o el peronismo- va a estrellarse contra las lecciones de la historia. La clase capitalista nativa, atada por miles de lazos económicos, sociales y políticos al gran capital imperialista, es incapaz de cualquier desafío serio a ese poder. Se muestra estructuralmente impotente para lograr una verdadera emancipación de la nación en relación a esas grandes potencias.
Las décadas recientes mostraron que, incluso el kirchnerismo, que hizo gala de un moderado discurso anticolonialista y contó a su favor con enormes ventajas en el plano económico, se mostró como un administrador un tanto "molesto” de los intereses del gran empresariado extranjero.
Vale la pena remontarse a alguna madrugada del segundo semestre de 2014. Por aquellos meses la Gendarmería y la Policía Bonaerense, comandadas por Sergio Berni, reprimían brutalmente a trabajadores, estudiantes y militantes de izquierda que reclamaban contra los despidos en la multinacional norteamericana Lear en la Panamericana.
¿Antiimperialismo? También te la debo. La clase capitalista, se exprese con el color político que se exprese, confirma que ni las Malvinas ni el resto de la Argentina parecen ser el “suelo más querido”.
Precisamente fueron los trabajadores y trabajadoras despedidos quienes enfrentaron a la empresa de capitales norteamericanos. Se entiende que así sea. No hay interés común entre capitalistas, sean locales y extranjeros, y la clase obrera.
El único nacionalismo serio y consecuente solo puede ser antiimperialista. Y, como lo muestra la historia, solo lo puede protagonizar la clase trabajadora, junto al conjunto del pueblo pobre oprimido por el gran empresariado.
Los intereses nacionales de la clase capitalista tienen poco y nada de “nacionales”. Son, apenas, sus limitados intereses como clase dominante. Precisamente por eso, los trabajadores tienen que construir su propia unidad, más allá de las fronteras nacionales.
Hace 170 años, en 1848, dos jóvenes llamados Karl Marx y Friedrich Engels, escribieron que “los obreros no tienen patria” y los llamaron a unirse. Los años no hicieron envejecer ni la afirmación ni el llamado. |