Marc Loris (1)
Junio de 1941
Durante la Primera Guerra Mundial imperialista, las tropas alemanas ocupaban en el oeste Bélgica y un sexto del territorio francés, además de cierto número de países de Europa Central y de los Balcanes. Pero la existencia de un frente y sus continuos cambios de demarcación daban a las conquistas alemanas un carácter precario. Una gran parte de la población civil había sido evacuada y casi no existía actividad agrícola o industrial en los países invadidos.
En la Segunda Guerra imperialista, el derrumbe militar de Francia ha originado una situación completamente diferente. La dominación hitleriana se extiende más o menos directamente sobre más de 200 millones de no alemanes. A pesar de las profundas diferencias de un país ocupado al otro, la opresión común constriñe las relaciones en las clases y entre ellas a seguir líneas paralelas en todos los países ocupados.
El derrumbe de los fascistas autóctonos
A su llegada a cada uno de los países invadidos, Hitler ha encontrado partidos fascistas a la imagen del suyo. Era uno de los elementos característicos de la descomposición de la “democracia” burguesa. Durante su avance, el ejército alemán ha sido capaz de utilizar juiciosamente a estos grupos para sus propios fines militares y políticos. Después de un año de control hitleriano en Europa, sin embargo, la evolución de estos diferentes fascismos nacionales es un factor importante en la determinación de nuestras perspectivas futuras.
Fue en Noruega que el estado mayor alemán recibió la resistencia más activa y más inmediata de la “Quinta Columna”. Era el único país en el cual el partido fascista se encontraba situado directamente en el poder después de la invasión. Y es también el país en el cual la dominación alemana ha encontrado las mayores dificultades. El jefe de la Gestapo Himler(2), recientemente se ha dado cuenta que el partido de Quisling(3) por el hecho de su creciente impopularidad, estaba lejos de ser un instrumento con la flexibilidad necesaria para la dominación alemana y en consecuencia ha reducido sus poderes.
Podemos observar el mismo proceso en todos los países invadidos: el estancamiento o la desintegración de los grupos fascistas nacionales. El partido pro-alemán de los Sudetes cae hecho pedazos. En Bohemia, aquellos que han aplaudido la llegada de Hitler, se mantienen ahora lejos de todo lo que es alemán. El partido nacional-socialista de Dinamarca se ha dividido en un gran número de cliques que se disputan los favores de las autoridades alemanas. El partido fascista de Mussert(4) en Holanda se estanca y los invasores no les dan ninguna confianza. Los intelectuales flamencos, en quienes Hitler había colocado sus esperanzas, lo han decepcionado. En Francia, Doriot ha reunido alrededor de él un cierto número de antiguos jefes stalinistas, pero su partido no progresa.
Rumania es uno de los ejemplos más impresionantes. Durante años en este país ha existido un poderoso partido nazi, salvajemente antibritánico. La entrada de tropas alemanas en este país semi-aliado, semi-conquistado, ha sido inmediatamente seguida de una desintegración violenta del partido fascista. Su ala más extremista ha publicado un manifiesto proclamando que sólo una victoria británica podría liberar a Rumania. Este partido ha sido ahogado en sangre. El gobierno actual del gral. Antonescu(5) no reposa sobre un fascismo autóctono, sino que es simplemente un bonapartismo sostenido por el ejército alemán.
Existen indicios de corrientes en la pequeñoburguesía de la ciudad y del campo. En todos los países invadidos Hitler ha encontrado gente para entonar sus coros. A su llegada, los generales alemanes han exigido un cierto número de caballos, de cabezas de ganado, de puercos, de políticos y de periodistas. Pero como movimiento de masas, los fascistas nacionales están condenados al fracaso. Todos los días el nuevo orden de Hitler revela más claramente lo que es: el viejo desorden capitalista con su opresión, su miseria y su hambre. La pequeñoburguesía va ahora en el otro sentido: el péndulo está cambiando de dirección. Este fenómeno muy importante y que recién comienza crea condiciones muy favorables para el naufragio del imperialismo alemán, pero no conduce a nada por sí mismo, sin la intervención de los obreros.
En su conjunto la gran burguesía va en el sentido inverso. Ella organiza y sistematiza cada vez más la “colaboración”. En todas partes donde ella puede, trata de salvar sus privilegios y agarra la más mínima ocasión para la colaboración que Hitler parece complacerse en oponerle. Con la prosecución de la guerra, Hitler deberá cada vez más utilizar la maquinaria de los países invadidos. Los capitalistas de estos países nada desean tanto como la amistad de los generales alemanes del III Reich. Ellos sueñan seguramente con condiciones mejores pero eso no les impide aprovechar lo más posible la situación actual. ¡Qué lección para los obreros cuyas luchas son siempre paralizadas por la burguesía y sus agentes en nombre de la “guerra nacional”!
El ejemplo más típico del comportamiento de la burguesía es el de Francia. La burguesía francesa, una de las más débiles y decrépitas, ha utilizado la derrota para ahogar al país en la más negra reacción y encontrar así más fácilmente un lenguaje común con el conquistador. Por las humillaciones que les han sido infligidas, la burguesía francesa busca compensaciones en la represión a su propio pueblo.
A través de un servilismo cada vez más abyecto de Alemania sólo busca el perdón por la alianza que hizo con Gran Bretaña a fin de salvar lo que podía de su derecho a explotar a los obreros franceses y los pueblos coloniales. La colaboración ha sido extendida a los dominios económico, militar y político. La industria francesa trabaja en gran medida para la maquinaria bélica alemana. Los hombres de Vichy apuestan ahora por la victoria alemana y la derrota de su antiguo aliado.
Además, esta política ha hecho que el bonapartismo de Pétain repose sobre un nuevo punto de apoyo, la flota francesa. La rapidez de la derrota de Francia ha dejado intacta la flota, con todo su prestigio y poder. Ella ha conservado su cohesión y su estabilidad infinitamente más que el ejército, lo que explica el ascenso al poder del almirante Darlan(6). De hecho, la flota francesa era uno de los principales triunfos de los hombres de Vichy. Ayudemos a Alemania con nuestra flota, la cual necesita, se decía Darlan, y podremos reconquistar una parte de las posiciones de Francia en Europa. La tradicional hostilidad de los oficiales de marina hacia Inglaterra facilitó la operación. Todo esto le ha permitido al régimen de Pétain adquirir una nueva complexión y ha hecho de él, en un cierto sentido un “bonapartismo naval”.
La burguesía francesa sólo ofrece el ejemplo más claro de aquello a lo que tienden las cumbres burguesas en los países ocupados. Frente a tanto servilismo, los nazis están soñando con unificar Europa y oponerla como continente al resto del mundo, con el fin de alcanzar sus objetivos imperialistas. El nazismo ha logrado (¡con la ayuda para nada despreciable de los dirigentes socialdemócratas y stalinistas!) orientar a Alemania hacia los fines imperialistas con la idea nacional.
Hitler no puede unificar Europa
¿Se puede creer que Hitler va a lograr aplastar a la oposición interior de los países conquistados de Europa, como sucesivamente ha vencido, en Alemania, al ala extremista de su propio partido, las cumbres de la Reichswehr y finalmente las diversas oposiciones religiosas? Podemos responder a esta pregunta con un categórico NO. En Alemania, ha sido ayudado por el sentimiento nacional, pero en los países de Europa, este sentimiento se vuelve contra él con doble fuerza.
En la época de su ascenso histórico, la burguesía ha podido construir grandes naciones modernas y disipar todas las particularidades provinciales, pero fue capaz de esto sólo porque su dominación significaba también una formidable expansión económica y una vasta acumulación de nuevas riquezas. Incluso como conquistador, Hitler no puede darle a los pueblos más que estancamiento y pobreza. Todos los sueños sobre la unificación del continente deben disiparse frente a la realidad. El nacionalismo imperialista exacerbado de los nazis exacerba y exacerbará cada vez más todos los nacionalismos asfixiados que lo rodean. Es quimérico imaginar una hegemonía estable del imperialismo alemán sobre una Europa unificada, incluso en caso de victoria militar.
La Revolución Europea que viene
Si la lucha comienza en Alemania o en otro lado, los golpes decisivos contra Hitler sólo pueden venir de los trabajadores. En el primer día de la rebelión, ellos serán la vanguardia más determinada. A partir del primer paso en el hundimiento del sistema nazi, ellos crearán los instrumentos de su batalla, los comités de acción, la forma inicial de los soviets.
La burguesía nacional no vacilará en colaborar con los nazis con objeto de restablecer el “orden”. La pequeñoburguesía será lo que siempre ha sido en las revoluciones contemporáneas: una fuerza auxiliar. Ella dará sin ninguna duda un apoyo particularmente entusiasta a los obreros, en todo caso durante la primera fase, pero ella es fundamentalmente incapaz de mantener la dirección de la lucha e incluso de compartirla sobre un pie de igualdad con el proletariado.
Para terminar con Hitler, se necesita una base obrera. La revolución proletaria está a la orden del día en Europa. Todas las esperanzas de una “rebelión nacional” particular en la cual el proletariado y la pequeñoburguesía compartirán la dirección son fútiles. Más absurda es la idea de una lucha victoriosa de la pequeñoburguesía “sostenida” por el proletariado.
La primacía de los trabajadores en la lucha y la aparición de embriones de soviets en las primeras fases, no implica de ningún modo que la revolución proletaria se hará de un día para el otro. Existirá un período más o menos largo de doble poder. Los soviets tomarán conciencia de su potencialidad y su rol: el de nuevo gobierno. Antes que todo, el partido revolucionario, necesitará tiempo para consolidar sus filas y ganar a la mayoría de la clase obrera antes de acabar con el régimen burgués.
Emancipación nacional y revolución proletaria
Esta perspectiva estratégica general no resuelve todavía los problemas tácticos propuestos por la ocupación nazi. La burguesía nacional, en los diferentes países, sólo piensa en merecer, a fuerza de servilismo, la benevolencia del conquistador. Frente a la violencia y el pillaje de los nazis crece mes a mes un odio salvaje al opresor en todas las otras capas del pueblo. Bajo pena de suicidarse, el partido revolucionario no puede menospreciar este hecho fundamental que domina ahora la vida de Europa entera. Nosotros reconocemos plenamente el derecho a la autodeterminación nacional y estamos dispuestos a defenderlo como un derecho democrático elemental.
Este reconocimiento no tiene, sin embargo, ningún efecto sobre el hecho de que este derecho ha sido pisoteado por los dos campos en esta guerra y no sería respetado en el caso de una paz imperialista. El capitalismo agonizante puede satisfacer cada vez menos esta reivindicación democrática. Sólo el socialismo puede dar a las naciones el derecho integral a la independencia y poner término a toda opresión nacional. Hablar del derecho a la autodeterminación nacional y guardar silencio sobre el único medio de realizarla, a saber, la revolución proletaria, es repetir una frase vacía, sembrar ilusiones y engañar a los obreros.
La paz de Versalles dio nacimiento a un cierto número de estados independientes, pero en realidad no eran más que satélites de las grandes potencias imperialistas victoriosas. A la explotación de su propio proletariado ellos agregaban la opresión a las minorías nacionales (eslovacos en Checoslovaquia, ucranianos y bielorrusos en Polonia, croatas en Yugoslavia, etc.). No hay duda alguna de que una paz imperialista, cualquiera sea el vencedor, realizará de manera más caricaturesca aún el derecho a la independencia nacional. En la actual Europa, el partido revolucionario debe sostener todas las manifestaciones de resistencia nacional contra la opresión nazi, pero su participación activa en la lucha no significa de ningún modo que deba reforzar las tendencias chovinistas y tolerar ilusiones sobre la realidad de mañana.
Es un error particularmente grave el imaginar que la lucha contra la opresión nacional crea condiciones especiales en las cuales el proletariado debe abandonar sus propios objetivos y confundirlos con aquellos de la pequeñoburguesía (y a veces de la grande también) por la unidad de la “nación”. La emancipación nacional no es de ningún modo la “especialidad” de la pequeñoburguesía. Al contrario, esta última sólo puede ofrecer soluciones utópicas, sobretodo en nuestra época (pacifismo, Sociedad de las Naciones mejorada, etc.).
Si el proletariado toma en sus manos las tareas de la emancipación nacional, como debe hacerlo en el presente en muchos países de Europa, es solamente con el fin de resolverlos con sus propios métodos, los únicos capaces de asegurar el éxito e integrar la resistencia nacional en su perspectiva general de revolución completa de la sociedad burguesa.
La oposición nacional de los pueblos de Europa le da un carácter profundamente inestable a la dominación del imperialismo alemán. Pero al mismo tiempo, ella constituye una pantalla frente a las tareas fundamentales de nuestra época: la transformación socialista de la sociedad, la única capaz de poner fin a la opresión nacional. Este doble carácter es lo que condiciona la actividad de los marxistas. Ellos deben sostener toda resistencia nacional, en la medida en que represente una lucha real, pero pueden y deben hacerlo sin emplear ninguna fraseología chovinista en su propaganda, sin engendrar ilusiones con respecto a la realización de la independencia nacional, sin perder de vista jamás los objetivos generales de su lucha.
Además, la batalla no tiene esperanza cuando está limitada a un solo país. La tarea del partido revolucionario no consiste en confinar la lucha contra el imperialismo alemán en las estrechas fronteras nacionales, sino en integrarla en la resistencia de todos los pueblos europeos contra la esclavitud común. Hitler ya ha ahogado a los trabajadores alemanes en esta esclavitud. Los marxistas debemos levantar consignas tendientes a extender la arena de la lucha, a generalizarla, a expandirla en toda Europa, comprendida Alemania, y no limitarla, dividirla y partirla bajo las diferentes banderas nacionales. Su grito de unión es: ¡Abajo el régimen nazi! ¡Vivan los Estados Unidos Socialistas de Europa!
Las masas europeas deben luchar en condiciones terriblemente difíciles y brutalmente degradadas. Durante años, los reformistas y sus aliados se han reído de los trotskistas que trataban de trasplantar en Europa occidental los métodos del bolchevismo ruso ¡qué dura lección han recibido aquí! La Rusia Zarista parece, si no un paraíso, al menos un purgatorio en comparación al infierno en que ha devenido Europa. El hambre asola el continente que, ayer, dirigía el mundo. Los obreros paran el trabajo para reivindicar mejores raciones alimenticias. Es una nueva forma de lucha en la Europa degradada. Las manifestaciones de madres de familias hambrientas sólo pueden multiplicarse. En medio de la lucha y de la opresión, toda lucha “económica” adquiere inmediatamente un carácter político. La tarea de los marxistas no consiste en imponer a las masas una forma particular de lucha que ellos podrían “preferir” sino, en realidad, en profundizar, extender y sistematizar todas las manifestaciones de resistencia, aportando en espíritu de organización y abriendo una gran perspectiva.
La pequeñoburguesía y el proletariado
La opresión nacional obliga a las amplias capas de la pequeñoburguesía a entrar en la arena política. Dejada a sí misma, la pequeñoburguesía es perfectamente incapaz de asegurar la caída del régimen nazi. En su gran mayoría tiende a pasarse del lado del imperialismo británico. En Francia, este movimiento sostiene al general de Gaulle(7), quien no tiene otro programa que la lucha militar contra Alemania al lado de Inglaterra. La actividad de sus partidarios en Francia consiste sobretodo en el espionaje al servicio de Inglaterra y en el reclutamiento de jóvenes para las fuerzas francesas “libres”. El partido marxista no tiene nada en común con este programa y estos métodos. Para nosotros, el éxito de la revolución no depende de la victoria o derrota de uno de los campos imperialistas, sino del entrenamiento revolucionario de cuadros probados y de la formación de cuadros de un partido intransigente. Es ésta la tarea fundamental. La simpatía por Inglaterra se difunde en todos los países ocupados como la forma inicial elemental de la resistencia a la opresión nazi (y en Francia, a la burguesía también). La tarea de los marxistas no consiste en adaptarse a este sentimiento completamente estéril, sino en prever las formas de lucha que vienen y en prepararse para ello.
La pequeño burguesía entra en escena con sus propias armas específicas. Casos de terrorismo individual ya se han producido en la Europa ocupada. En Polonia, en Noruega, en Francia, ya han arreglado cuentas con algunos partidarios muy cínicos del entendimiento con Hitler. No han faltado asesinatos de oficiales alemanes. Todo esto sólo puede multiplicarse.
El partido revolucionario sólo puede repetir los argumentos clásicos del marxismo contra el terrorismo individual ya que ellos conservan todo su valor. Muy sintomáticas del estado de ánimo de las masas pequeñoburguesas, a veces extraordinariamente heroicas, las tentativas individuales
de asesinato sólo conducen al sacrificio de vidas de un valor incalculable si encontraran un mejor uso. El deber de los marxistas consiste en dirigir a los partidarios del terror hacia la vía de la preparación de la lucha de masas. Entre tanto, la lucha física puede incluso revestir formas distintas que los actos terroristas individuales. En Noruega, por ejemplo, los choques entre grupos fascistas locales y el pueblo no son escasos. Una situación análoga puede darse en otra parte. En estos casos, los marxistas deben primero organizar y sistematizar las formas espontáneas de lucha, constituir destacamentos de milicia, ligar su actividad a la población, etc.
Al mismo tiempo que el terrorismo, el sabotaje ha aparecido también en la Europa esclavizada y degradada. El sabotaje no es una forma específicamente proletaria, sino más bien propia de la pequeño burguesía. Todos los argumentos marxistas concernientes a la ineficacia del terrorismo individual se aplican también a la destrucción de tal o cual objetivo militar o económico por un individuo o pequeño grupo aislado. Se puede sin embargo encontrar ciertas formas de sabotaje combinadas con la resistencia popular. En las fábricas, el retraso de la producción y la degradación de la calidad pueden aparecer cuando la opresión nazi se hace muy brutal. El partido revolucionario sólo puede apoyar y extender toda forma de lucha que esté íntimamente ligada a las masas.
Después de casi dos años de guerra, después de sensacionales victorias, ninguna perspectiva de solución sobre el plan estrictamente militar ha aparecido. Los generales sólo pueden abrir a la humanidad teatros de guerra cada vez más vastos. Aún más directamente que en la última guerra, es el factor social quien decidirá. Siguiendo esta línea, es necesario trazar nuestra perspectiva y sobre ella es necesario alinear nuestras tareas. En la Europa entera, el proletariado está hoy en día sumergido en las peligrosas aguas del chovinismo. Pero la solución socialista, tan alejada hoy día, tan oscurecida por los nacionalismos de todos los matices, será rápidamente puesta la orden del día. Es necesario explicar pacientemente a los obreros avanzados las lecciones de ayer, la situación de hoy y las tareas de mañana. Es necesario reunir los cuadros del partido de la revolución. Pero esta preparación no es posible ni válida si no se participa en todas las formas de resistencia de masas a la miseria y a la opresión, si no se trabaja en la organización de esta resistencia, en su coordinación y en su extensión. Es una tarea que exige los más grandes esfuerzos. Pero ellos valen la pena, ya que, mañana, devolverán sus frutos mil veces.
Notas:
1. Traducción inédita al español de la versión publicada en Cahiers Léon Trotsky N° 65, Institut Léon Trotsky, Francia, marzo de 1999. Marc Loris era uno de los seudónimos de J. van Heijenoort. Publicado en León Trotsky, La Segunda Guerra Mundial y la Revolución, Obras Escogidas 8, Ediciones CEIP “León Trotsky”-Museo Casa León Trotsky, Bs. As., 2015.
2. Himmler, Heinrich (1900-1945): adherente desde muy joven al partido nazi, jefe de las SS, después de la Gestapo, era el policía en jefe del III Reich.
3. Quisling, Vidkum (1887-1945): oficial al servicio de los Blancos en Rusia, fundador
de un partido nacionalista, primer ministro noruego en 1942.
4. Mussert, Anton (1894-1946): ingeniero, fundador del partido nazi holandés, nombrado “jefe” del pueblo holandés por el Alto Comisariado alemán en 1942.
5. Antonescu, Jon (1892-1946): oficial rumano, mariscal, dictador en Rumania de 1940 a 1944.
6. Darlan, François (1881-1942): almirante francés. Ministro de marina y vicepresidente del Consejo en el gobierno de Vichy, entre 1940 y 1942. Como representante de este régimen en el norte de África, fue un colaborador comprometido con los nazis. Firmó un acuerdo con los norteamericanos el 22 de noviembre de 1942 según el cual cambiaba de bando (es decir, apoyaba la causa de los Aliados), a cambio de que los Aliados respetaran su autoridad en el norte de Africa y equiparan a sus fuerzas militares.
7. De Gaulle, Charles (1890-1970): general y político imperialista francés. Participó en la guerra de los polacos contra la Rusia bolchevique (1919-1921). Luego de una carrera militar de años, fue nombrado subsecretario del Ministerio de Defensa en junio de 1940. Cuando Francia se rindió a los alemanes, De Gaulle consiguió huir a Londres. En el exilio, se autoproclamó presidente de la Francia Libre en oposición al mariscal Pétain y al gobierno de Vichy. La pretensión de De Gaulle de ser aceptado como la cuarta superpotencia aliada hizo difícil sus relaciones Churchill y Roosevelt, reacios a aceptar la petición. Estos le permitieron entrar a París, al mando de sus propias tropas, el 15 de agosto de 1944. En Yalta decidieron aceptar a Francia como un aliado más y dejarle participar en la administración de Alemania en la postguerra. De Gaulle presidió varios gobiernos provisionales en la Francia de postguerra, y en 1947 creó su propio partido de derecha, el Rassemblement du Peuple Francais (el RPF). |