El documento de Carta Abierta está recorrido por la queja sobre el tipo de liberalismo que representa la derecha argentina: "Los medidores macristas, tanto los públicos como los secretos –encuestas, focus, trolls, escuchas clandestinas–, dirigen la robótica del gobierno según parámetros de la inteligencia artificial y otros lineamientos del cientificismo empresarial y la mercantilización de informaciones personales privadas. ¿Cuál es la mercancía que miden? Las pasiones públicas. Y allí encuentran razones para sus hipótesis de permanencia en el poder, considerándose dentro de un tiempo abstracto donde sólo existen conceptos como aceleración o gradualismo, donde impera la idea de objetivos, no de plazos". Final nada inocente de la frase, ya que quien planteaba que su gobierno no tenía plazos sino objetivos era el dictador Juan Carlos Onganía, que en una alianza que incluía ultramontanos y liberales, intentó llevar adelante un antecedente del neoliberalismo de los ’90 como fue el Plan Krieguer Vasena. Plan que fue derrotado por ese gran levantamiento obrero estudiantil y popular que inauguró una etapa de cuestionamiento radical al capitalismo semicolonial argentino, que fue el Cordobazo del 29 de mayo de 1969. Digamos de entrada que esta no es para nada la perspectiva del cartismo kirchnerista.
El significado concreto que tienen las mediciones permanentes de la derecha argentina y los conceptos de aceleración y gradualismo tienen una relación intrínseca con una gran debilidad, amén de la lógica mercantilista. Para Cambiemos el escenario triunfal de octubre del 2017 fue trastocado violentamente por la lucha de clases, que en las jornadas del 14 y 18 de diciembre lo obligaron al gradualismo, a morigerar el programa de "hacer el mal de golpe" como aconsejaba Nicolás Maquiavelo, a hacer el mal en cuotas para evitar rebeliones sociales que los coloquen nuevamente contra las cuerdas. Fue en aquellas jornadas que, para aprobar el saqueo a los jubilados, debió recurrir a una democracia a punta de pistola para obligar a votar al parlamento sitiado por la gendarmería y las fuerzas policiales, mientras se reprimía salvajemente una movilización obrera y popular tozuda, que se negaba a abandonar las calles.
Contó entonces con la inestimable colaboración de los gobernadores pejotistas, sus senadores y diputados y algún que otro ex candidato presidencial ausente presentado como la salvación providencial contra la reacción por la misma Carta Abierta, que el gobierno logro sus objetivos. Fue en ese acto donde el macrismo mostró como "convivir con las instituciones con profundo desprecio", tal como denuncian los intelectuales kirchneristas.
"Es un gobierno, el macrismo, que habla lo que se mide y mide lo que se habla. En ese sentido es un gobierno de papel maché sostenido por hierros duros de un capitalismo de mastines" sostienen los cartistas criollos. Pero no para convocar a la clase obrera y el pueblo pobre, como hacían los otros cartistas, padres del movimiento obrero en Inglaterra, a derribar una marquesina cuya fuerza relativa reside en la unidad de objetivos de los capitalistas de someter a los trabajadores, sin por ello jugarse a poner sus dineros fugados y escondidos en cuentas off shores y paraísos fiscales al servicio de la causa neoliberal. Un elemento de crisis de los de arriba que los cartistas soslayan. Sino para lamentarse de un "gobierno elegido por el pueblo, que hace de las elecciones no un evento de la democracia sino un estudio de casos que el laboratorio en las sombras luego mide y sopesa, está destruyendo las instituciones, tergiversando la función de la justicia a la que también somete a su propio balancín, que concluye en la figura presidencial como Gran Juez en última instancia, sin que ello se debilite por ser una figura carente de elocuencia, de alimentos culturales y de sensibilidades sociales".
Pero si el gobierno acentúa sus rasgos bonapartistas es porque las direcciones sindicales de la CGT y la CTA, en todas sus fracciones y a veces de distintas formas, prefirieron replegarse mientras Cristina Fernández de Kirchner se llamó a silencio. Porque otorgaron una tregua bajo la consigna de "hay 2019" para abandonar toda veleidad de resistencia en la lucha de clases en el 2018. Precioso tiempo que el macrismo utiliza para imponer su ajuste en cuotas, dándose el lujo de apropiarse de aspectos de la agenda del movimiento de mujeres como el aborto que el kirchnerismo en 12 años de gobierno se negó a tratar, no solo como maniobra marketinera sino con el claro fin de impedir que la misma se cumpla. Algo que los cartistas ni siquiera se atreven a mencionar, no sabemos si por temor a hacer peligrar la alianza con el clericalismo francisquista.
Carta Abierta inscribe la ofensiva derechista del macrismo como parte de una ofensiva imperialista en la región cuyo fin es "quebrar los proyectos nacionales y populares de América Latina" y cuyo símbolo es "el golpismo brasileño, que primero nació embozado en una torcida institucionalidad vacía de democracia y ahora se despliega en forma abierta con la proscripción de Lula y la tutela e intervención directa de las fuerzas armadas en la actividad del Poder Judicial y el destino político del Brasil". Nuevamente los cartistas criollos alzan su queja como bandera pero desprovista de cualquier llamado a la lucha activa, exigencia a las centrales sindicales a que convoquen acciones de solidaridad, a ganar las calles, silencian cualquier crítica al PT y el lulismo que prefirieron entregarse antes que recurrir a la movilización de las masas para resistir eficazmente la ofensiva golpista.
Sobre el final del documento, luego de plantear el escenario de la desolación, Carta Abierta celebra que haya resistencia, pero no para ver en ella la fuerza capaz de poner en movimiento a las grandes masas en acción contra la derecha sino la excusa para construir un frente antimacrista para enfrentar "la urgencia de las elecciones de 2019".
"El 2019 está cargado de sentido, si la unidad del peronismo no se hace solo con criterios contables –si tal o cual situación alcanza o no alcanza–, y si se da en simultáneo con las unidades concéntricas de todas las fuerzas sociopolíticas contrarias al desacople macrista de la política con el vigor de una sociedad libre. El futuro inmediato, el punto de condensación y puesta en tensión de todas las fuerzas democrático-populares, nacional-populares, de izquierda y del movimiento social, está llamándonos desde un nuevo horizonte de luchas". No se trata de un llamado a construir la unidad de acción en las calles, de generar las condiciones de un increscendo de la lucha de clases desde la resistencia a un plan de lucha generalizado para derrotar las políticas del macrismo. Ni un poquito. Sino de subordinar la energía militante de los trabajadores, las mujeres y la juventud, al objetivo de reconstruir la unidad del peronismo de los ajustadores, los conversos y los traidores, con la amalgama de la centroizquierda y la izquierda.
Buscan así superar la dispersión actual de la oposición patronal y la debacle de un kirchnerismo en bancarrota que sectariamente alega querer que se reivindique todo lo hecho y a CFK como conductora.
Pero además busca neutralizar el crecimiento de la izquierda revolucionaria que en las calles se ha mostrado dispuesta a la más amplia y audaz unidad de acción pero en el terreno de la lucha política ha mantenido en alto su intransigencia ideológica frente a los representantes políticos de la burguesía opositora y la burocracia sindical. Lo hacen a sabiendas de que la existencia de una izquierda que mantiene en alto la lucha por la independencia política de los trabajadores, como lo es el FIT, es una piedra en el zapato de quienes quieren llevar las luchas actuales de resistencia al camino muerto de la conciliación de clases. |