Enmascarado tras el relato del “gradualismo”, en el terreno del aumento vertiginoso y múltiple de las tarifas, el Gobierno aplicó una orientación más cercana al shock y volvió a desatar una crisis política. En el contexto de una inflación que no cede, el reajuste tarifario persistente generalizó el malestar en las amplias mayorías, hasta ahora contenido por las superestructuras políticas y sindicales.
Pero este miércoles, la bronca terminó expresándose en el parlamento, con todas las distorsiones del caso, y en el disperso ruidazo de la calle como caja de resonancia de un fastidio generalizado por el evidente deterioro del poder adquisitivo. Un latigazo que no afecta sólo a los trabajadores asalariados, sino también a un importante sector de las clases medias (pequeños comercios o productores agrícolas).
Abandonada la gran agenda del “reformismo permanente”, luego de la conmoción de diciembre y el triunfo pírrico con la aprobación de la contarreforma previsional, el pilar del ajuste macrista se centró en un “silencioso” aumento de tarifas que día a día se siente violentamente en el bolsillo del pueblo trabajador.
La convergencia opositora en el Congreso y las grietas en la coalición oficial (los cuestionamientos de Elisa Carrió y los radicales) dejaron en evidencia la falacia del famoso “desacople” entre la política y la economía. Más allá de que para algunos (el peronismo) esto sea tomado como tribuna electoral y para otros (Carrió y la UCR) como intentos de contener la bronca y pelear espacios de poder propios; los desplazamientos muestran que se quieren despegar del paquete más antipopular del plan oficial desde la contrarreforma previsional.
La reaparición del moyanismo que, junto a las CTAs, convocan a la tímida marcha de las velas también muestra que en el tema tarifas es donde reside el nuevo talón de Aquiles del esquema económico oficial. Y hasta el anestesiado Antonio Caló de la UOM terminó convocando a un paro para el próximo 3 de mayo porque la negociación paritaria no cierra en este contexto.
Las patéticas escenas de Nicolás Massot, sonriendo tras bambalinas con los dedos en V por el “éxito” de la caída de la sesión en Diputados que se proponía tratar el tema de las tarifas o del inefable Alfredo Olmedo huyendo del recinto por órdenes del macrismo, desnudaron los métodos del oficialismo para aplicar una orientación que carece absolutamente de consenso social.
Hasta el mediodía del miércoles, el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, había asegurado que no daría marcha atrás con el esquema de aumentos, pero el culminar la jornada aceptó sorpresivamente rediscutir la cuestión con los socios de su coalición.
Más allá del resultado del entuerto (probablemente se llegue a un acuerdo para maquillar los tarifazos), la cuestión pasará por los costos y las secuelas políticas.
El Gobierno nunca se recuperó del retroceso político que significó saquear los magros haberes de los jubilados contra viento y marea. Ahora, el ajuste de tarifas se colocó en el centro del debate nacional y la coalición oficial puede optar por seguir avanzando a condición de dar un paso adelante y dos pasos atrás. O puede escoger el camino de revisar el esquema y volver a dejar en evidencia ante el establishment que le reclama más ajuste, las grandes dificultades que tiene cuando pretende desplegar aspectos nodales de su programa.
La semana que viene puede volver a plantearse al debate en el Congreso y la “mini-crisis” inauguró una nueva coyuntura con final abierto.
La contrarreforma previsional unificó en un punto a toda la oposición social al Gobierno. Hoy, aunque no se repitan en la misma magnitud las movilizaciones de diciembre, el tarifazo puede ocupar ese lugar para volver a marcarle a Cambiemos los límites de la relación de fuerzas. Además de recordarle que el camino hacia la supuesta reelección asegurada es todavía una expresión de deseos de los que todos los días no sólo militan su exagerado optimismo, sino que además... se lo creen. |