La primera. El discurso de los candidatos Ricardo Anaya, Jose Antonio Meade, así como los independientes Margarita Zavala y Bronco Rodriguez, difícilmente empata con las tendencias profundas que se adivinan en las encuestas y que se siente en la calle: el hartazgo y descontento con el estado actual de cosas. Eso es lo que está por detrás del 48% de intención de voto para Andrés Manuel Lopez Obrador.
Le hablan a la cámara como “si no pasara nada”, como si la contienda electoral fuera un ejercicio de laboratorio y se definiera por quien tiene mejor oratoria, la sonrisa más brillante (Anaya, quien se ríe hasta cuando lo acusan de corrupto) o lleva las mancuernas más elegantes (Meade).
Hay una brecha notoria entre los “gobernados” y la clase política tradicional en México. Es el legado de tanto avasallamiento a las condiciones de vida de las mayorías, de los cientos de miles de muertos, de las movilizaciones multitudinarias por los 43 de Ayotzinapa. Y el mar de fondo de la elección es que esos cuatro candidatos son o fueron parte de los partidos del Pacto por México responsables de eso.
Su discurso defiende lo hecho o propone perpetuarlo, como la militarización del país y la “lucha contra el narcotráfico”. Y cuando aparecen las propuestas para “atender a los grupos vulnerables”, suenan a chiste. ¿Quien le cree a Margarita Zavala o al Bronco Rodríguez que se preocuparán por la situación de los migrantes o las mujeres? Ni que decirlo respecto a Anaya, el “joven maravilla” panista señalado una y otra vez por corrupción por sus viejos amigos del PRI, o el tecnócrata Meade, responsable de los ajustes contra el pueblo trabajador. Por eso el debate, aunque “técnicamente” lo haya ganado tal o cual, difícilmente se reflejará en la elección del 1/7. La desconfianza y la perdida de legitimidad de los viejos partidos es el signo de la elección presidencial 2018: eso ya está marcado a fuego.
La segunda conclusión. Se ven muchos candidatos conservadores, demasiados, en una elección donde uno sólo -AMLO- concentra el descontento con el gobierno, y ninguno le disputa ese lugar. La apuesta de todos, no solo del PRI, es postularse como el abanderado del voto anti-AMLO. Lo resumió Anaya cuando dijo “soy quien le puede ganar a Lopez Obrador”.
Pero pasan los días y Meade y Anaya siguen peleando el segundo lugar. La esperanza de panistas y perredistas este lunes, es que el resultado del debate permita despegar a su candidato. Y que se dé el pacto con Peña Nieto y el PRI para favorecerlo. En el debate solo se dieron algunos escarceos entre sus candidatos, que no pasaron a mayores. La clave estaba puesta en el “Todos contra AMLO”.
Tercera y última. La actitud de Lopez Obrador en el debate, aceptando los golpes y apenas protestando, no es sólo una estrategia de “no aparecer confrontativo”, basada en la seguridad de la ventaja. En su campaña, AMLO profundizó su moderación, para ganarse la confianza de los empresarios y las trasnacionales imperialistas y demostrar que no es el “peligro para México” que los otros candidatos postulan. La inclusión de ex perredistas, ex panistas y hasta salinistas (como su asesor Alfonso Romo) en su equipo, como parte de este giro, le costó golpes por “izquierda” del cínico Anaya.
No es nuevo que AMLO es adversario de cualquier cuestionamiento a los intereses de la clase dominante: aún en sus momentos mas “radicales” se limitó a proponer algunas medidas que no trasgredian la idea de “humanizar” el capitalismo. Ahora, ni siquiera eso.
Y eso se evidenció en el debate. Sólo en una ocasión AMLO se refirió a los partidos del Pacto por México, las reformas estructurales y el gasolinazo. Pero la clave de su discurso final fue “gobernar para los ricos y pobres” en un idílico “mundo de paz”, esto es, para los empresarios que dictaron los lineamientos fundamentales de los anteriores gobiernos panistas y priistas.
Si finalmente gana, y no se imponen los deseos de priistas y panistas, las aspiraciones de cambio de millones de trabajadores y jóvenes que lo votarán, podrán chocar con la defensa de los intereses de los poderosos. |