Aromas de revolución recorrían los años setentas. La “revolución de abril” de 1974 en Portugal tiraba a la dictadura de Marcelo Caetano. Como subproducto de esta “revolución de los coroneles”, Angola y Mozambique lograban su independencia nacional del colonialismo portugués.
En el Estado Español, un ascenso revolucionario apresuraba el fin de régimen del dictador Franco que moría en 1975. En Irán, en enero de 1979, el pueblo derrocaba a la tiranía del Sha Reza Pahleví que había sido impuesto por la CIA, lo que le dio un rasgo anti imperialista a la revolución islámica.
Mientras se desarrollaban procesos anti dictatoriales en El Salvador y Guatemala, en julio de ese año, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y las masas de obreros y campesinos, derrocaban al sanguinario dictador Anastasio Somoza. Este proceso centroamericano tenía como telón de fondo el poderoso impulso de la revolución cubana que impactaba a la juventud y a los trabajadores en todo el continente.
Para muchos que vivimos esos momentos, la entrada triunfal del FSLN a Managua, hacía recordar la entrada de Fidel Castro y sus comandantes a Santiago de Cuba y a la Habana, iniciando enero del 1959. Es decir, que se abrían posibilidades para el surgimiento de una etapa pre-revolucionaria en el continente, cuyo punto más alto era la nicaragüense.
Sin embargo, el carácter de colaboración de clases (frente populista) del Gobierno de Reconstrucción Nacional formado por los sandinistas y sectores de la burguesía antisomocista (como los empresarios Violeta Chamorro y Alfonso Robelo), no apuntaba hacia un proceso que siguiera el curso que, en un principio desarrolló la revolución cubana.
Al negarse a levantar un programa anticapitalista que expropiara a todos los terratenientes para impulsar una verdadera Reforma Agraria integral, y que dotara de tierra a los campesinos pobres para acabar con la explotación del campo, el sandinismo dejaba claro el programa burgués de su gobierno y, que no estaba dispuesto a acabar con la miseria del pueblo.
Distinto a los que hicieron los revolucionarios bolcheviques en Rusia, que exigieron echar a los ministros capitalistas del Gobierno Provisional Revolucionario -que sucedió a la caída del Zar-, para avanzar en un gobierno obrero y campesino que tomara medidas progresivas que fueran eliminando las bases del estado capitalista.
Era un gobierno que, pese a haber desmantelado al ejército (la temible Guardia Nacional), que era el soporte fundamental de la dictadura somocista, no se propuso cambiar el carácter de clase de ese estado.
Salvo algunas medidas progresistas, protegió las propiedades de la burguesía antisomocista, expropiando a solamente a los sectores patronales más favorecidos por la dictadura. Por lo que, en vez de emprender una serie de reformas en el régimen de la propiedad que avanzaran hacia una economía planificada al servicio de la mayoría pobre, adoptó el sistema de “economía mixta” que permitía al capital nacional y las transnacionales, seguir explotando a la clase trabajadora de ese país.
Así Ortega y el FSLN, utilizando el prestigio ganado por ser la dirección que echó a Somoza del poder, durante sus distintos gobierno se fue adaptando a los planes neoliberales e impuso a la población el incremento del costo de la vida, el alza de los servicios y la reducción de prestaciones sociales; hasta llegar a la Reforma a la Ley de Seguridad Social cuyo impacto negativo caería sobre la población pobre.
Leer: Nicaragua: Ortega anuncia que revoca la reforma previsional, tras protestas y más de 30 muertos
Una dirección pequeñoburguesa que detuvo un proceso revolucionario
Una vez que la derechista Violeta Chamorro rompe con los comandantes -porque opinaba que eran socialistas-, y los desplaza del poder en las elecciones en 1990, el FSLN tuvo la posibilidad de fortalecer el proceso revolucionario que se desarrollaba en Centroamérica en ese entonces. Sin embargo frenó dicho proceso que enfrentaba los embates de gobiernos reforzados por el imperialismo.
En eso tuvo mucho que ver la política del comandante Fidel Castro que recomendó a los hermanos Ortega y al resto de la dirección del FSLN, “no hacer de Nicaragua otra Cuba”. Por lo que el gobierno recibió mucho apoyo de la socialdemocracia europea, defensora a ultranza del capital.
Contra la orientación que tomaba la revolución nicaragüense, un sector de marxistas (fundamentalmente trotskistas) que combatieron con las armas contra el régimen de Somoza, aunque independientes políticamente de la dirección sandinista (La Brigada Simón Bolívar), alentaron las expropiaciones de terratenientes y la creación de sindicatos independientes, así como tribunales populares que hicieron justicia sentenciando a los torturadores, y militares y militares asesinos.
Por estas medidas que podían que la contracara de los planes del sandinismo y de la burguesía con la que se alió, fueron expulsados de Nicaragua y reprimidos por el gobierno de Panamá que dirigía Omar Torrijos.
Sin embargo, esta orientación castrista -que después los sandinistas sugirieron al FMNL salvadoreño- frenó la revolución centroamericana que estaba en curso en ese entonces, y aisló a la revolución nicaragüense, al mismo tiempo que reducía en la región el apoyo político y material a la misma revolución cubana. Como se vería después, esa política fortaleció el aislamiento estadounidense sobre Cuba.
La mayoría de la izquierda reformista a nivel nacional e internacional, caracterizó como revolucionaria a la dirección sandinista y la apoyó políticamente. Un puñado de trotskistas, disintiendo también con sectores de –en ese entonces- nuestra propia corriente (el Secretariado Unificado), fuimos críticos de este gobierno de colaboración de clase y llamamos a construir una alternativa revolucionaria a esa dirección. Lamentablemente, tras la división por medio de esta corriente por esta diferencia estratégica, el tiempo nos dio la razón. |