“Esta justicia es una mierda”, “Basta ya de justicia patriarcal”, “No fue un abuso, fue una violación”, y “Uno de ellos es Guardia Civil”, fueron algunas de las consignas más escuchadas en las manifestaciones que desbordaron las principales ciudades españolas.
Desde hace meses se esperaba con gran expectación la sentencia en el caso de ‘la Manada’, la violación de una joven de 18 años por un grupo integrado por un militar y un Guardia Civil. El tribunal ha condenado a los 5 acusados a 9 años de prisión por el crimen de abuso sexual, pero los ha absuelto en el de agresión sexual, intimidación y robo.
El fundamento de la sentencia por parte de dos jueces -que rebajan el delito respecto a lo que pedía la acusación- ha encendido la rabia. Los magistrados reconocen que no hubo consentimiento y aceptan como hecho probado que la joven fue “abusada” (violada) en un acto grupal contra su voluntad, pero dicen que no existió “intimidación” ni “violencia” en los hechos. El argumento es perverso porque carga la culpabilidad en la víctima: como la joven no se resistió físicamente, los jueces desprenden que no hubo violencia por parte de los agresores. Como si no fuera violenta e intimidatoria una violación grupal. Miles de mujeres se preguntan: “¿acaso ella tenía que golpear a los agresores y arriesgar su propia vida para que le creyeran?”.
Si esta decisión de los jueces despertó un profundo rechazo, el voto particular del juez Ricardo González, negando la violación, generó directamente estupor y asco. Para este juez, lo ocurrido esa madrugada fue un “jolgorio”, especula que la víctima se excitó sexualmente, que no sufrió dolor ni miedo y concluye que los integrantes de la manada debían ser absueltos y puestos en libertad.
Este escandaloso voto no es una excepción. Es la expresión de un sistema judicial patriarcal que culpabiliza a las víctimas y naturaliza las agresiones sexuales, la violencia hacia las mujeres y los feminicidios. Un sistema donde un juez conservador y machista tiene la potestad de un rey todopoderoso para interpretar a su gusto los hechos y dictaminar sobre nuestras vidas. Por eso miles de mujeres y también muchos hombres salimos a las calles para manifestar nuestro repudio, retomando las movilizaciones del 8M y la huelga de mujeres. El cuestionamiento a la justicia patriarcal apunta contra una institución reaccionaria que hoy se encuentra a la ofensiva contra las libertades democráticas, pidiendo penas de hasta 60 años de prisión para los jóvenes de Alsasua por una pelea de bar, condenando a tuiteros y activistas por protestar contra la corona y manteniendo en prisión a los políticos catalanes.
No es un caso aislado, se llama patriarcado
Desde los grandes medios y partidos políticos del régimen se intenta canalizar el profundo descontento social hacia medidas como la revisión de la tipificación de los delitos de agresión sexual en el Código Penal. Hasta representantes del PP han declarado que es un “buen momento” para abrir esta reflexión. ¿Pero puede surgir de aquí una solución a la violencia contra las mujeres, los abusos y las violaciones?
En el Estado español ocurre una violación cada ocho horas -según datos oficiales-, aunque las organizaciones de mujeres denuncian que la cifra es mucho mayor, porque de cada 6 violaciones, solo se denuncia una. Una vez que las mujeres se deciden a hacerlo, deben pasar por el martirio de los interrogatorios policiales y judiciales y la estigmatización en los medios de comunicación. En el caso de ‘la Manada’ se llegó a utilizar un detective privado para investigar a la joven y presentar como “prueba” en su contra una foto donde se la veía con sus amigas. Con esto se pretendía descalificar su denuncia: parece que no alcanza con ser violadas, las mujeres no tienen derecho a intentar rehacer sus vidas.
La antropóloga Rita Segato explica que las violaciones son un acto de poder en una sociedad patriarcal. Una sociedad donde los hombres tienen poder sobre el cuerpo de las mujeres, los medios de comunicación las cosifican y se difunde la idea de que cuando las mujeres dicen “no” en realidad están diciendo “si”.
Frente a estas estructuras patriarcales profundamente arraigadas, las propuestas punitivistas (aumentar las penas a los crímenes sexuales) no son una solución. Como explica también Segato: “Los Estados Unidos son uno de los países con penas más severas contra las violaciones y la incidencia de las violaciones es máxima. La violación, por ende, constituye una problemática social y no la conducta de un criminal ‘raro’. (…) Ni la cárcel, ni la castración química, ni la pena de muerte, ni la cadena perpetua resuelven el problema.” (1)
Si la fuerza del movimiento de mujeres en las calles se canaliza hacia una estrategia que pone el eje en exigirle al Estado (el mismo Estado que es cómplice del patriarcado, que expulsa a los inmigrantes y persigue activistas) penas más duras para los agresores, puede terminar en una legitimación de éste, mientras se crea la ilusión de que con castigos individuales se puede terminar con la opresión hacia las mujeres.
Como señala la feminista argentina Andrea D’Atri: “La legítima búsqueda de justicia ante los crímenes de odio, como los femicidios, paradójicamente conduce a limitar la definición de violencia patriarcal a la estrechez de las figuras jurídicas estipuladas en el sistema penal. El Derecho nos devuelve impotente las limitaciones que tiene la búsqueda de la eliminación de la opresión con los mismos instrumentos con los que la misma es legitimada y reproducida.”
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Patriarcado y capital: alianza criminal
Con la sentencia de ‘la Manada’ ha quedado de manifiesto que es necesario desarmar las bases de esta justicia patriarcal y capitalista. Medidas básicas en este sentido serían la elección de todos los jueces por sufragio universal y la generalización de los juicios por jurados populares. A su vez, habría que exigir que en los casos de agresiones sexuales participen comisiones independientes de mujeres, con especialistas en violencia de género. Son necesarias campañas de educación sexual y la formación de comisiones de género en lugares de trabajo, institutos y universidades, para transformar radicalmente los planes de estudio incorporando la formación contra todo tipo de opresiones. Para esto habrá que destinar mayor presupuesto a las campañas contra la violencia de género y la educación, así como recursos de ayuda a víctimas de violencia machista, con casas de acogida y centros controlados por las propias mujeres sin presencia policial. Pero, aun así, esto no es suficiente. Porque como cantamos tantas veces en las manifestaciones: “no es un caso aislado, se llama patriarcado”.
Desde la tradición del feminismo socialista analizamos que la violencia hacia las mujeres, las agresiones sexuales y las violaciones son consustanciales a las sociedades de clase desde el surgimiento de la propiedad privada. Como escribió Federico Engels: “El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción.” (2)
Las violaciones han sido históricamente un arma de “guerra”, instrumentalizando el cuerpo de las mujeres como una mercancía y como una afirmación del poder de los triunfadores. En el siglo XXI, el aumento de los casos de abusos y machismo entre los jóvenes o la persistencia de prácticas brutales de violaciones grupales en países con “democracias avanzadas”, manifiestan de forma trágica la persistencia del patriarcado. Una opresión milenaria que el capitalismo refuerza, alimentando grandes industrias como la trata de mujeres o la industria del porno.
Como señaló en su momento la revolucionaria rusa Alejandra Kollontai, para terminar con siglos de opresión de las mujeres hará falta una verdadera “revolución psicológica de la humanidad”, pero ésta no podrá siquiera comenzar a bosquejarse en un sistema donde impera la propiedad privada, el machismo, el racismo, el individualismo y el sometimiento de millones de hombres y mujeres bajo el poder de unos pocos. La alternativa es radicalizar la lucha del movimiento de mujeres, junto a la clase trabajadora y todos los oprimidos, contra el patriarcado y el capitalismo. En eso estamos.
1. Rita Segato: “La violación es un acto de poder y de dominación”
2. Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. |