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7 de febrero de 2015 Twitter Faceboock

UNAM
A quince años de la histórica huelga de la UNAM
Sandra Romero | México | @tklibera

Hace 15 años, miles de estudiantes éramos detenidos o perseguidos por la Policía Federal en las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuando fue ocupada por el gobierno, para romper la huelga contra el alza de cuotas.

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El Consejo General de Huelga

El 6 de febrero del 2000, el Consejo General de Huelga (CGH) permaneció en sesión hasta el amanecer en el Auditorio Che Guevara de Ciudad Universitaria. Una vez por semana, desde hacía 9 meses, cientos de estudiantes, representantes de todas las escuelas e institutos de la UNAM, nos reuníamos en asamblea y analizábamos el contexto político de nuestra lucha, valorábamos las debilidades y fortalezas del gobierno y las nuestras, proponíamos medidas políticas para fortalecernos y votábamos el plan de acción que considerábamos más adecuado.

La fortaleza del CGH era producto no sólo de sus fundamentos, sino de la poderosa organización democrática en que se asentaba: los Comités de Huelga que votaban sus delegados y enviaban sus resolutivos al CGH, permitían expresar democráticamente a los centenares de activistas que sostenían las tomas de planteles, y los miles que los apoyaban.

Los meses previos habíamos ganado la simpatía de cientos de miles de jóvenes, trabajadores y amas de casa, que veían en nuestra lucha una causa justa contra la privatización de la educación.

Los estudiantes del CGH, hábilmente resolvimos cientos de mítines y brigadeos en las calles, los mercados, los jardines, los transportes y explicábamos incansablemente los 6 puntos del pliego petitorio, y los trabajadores en las calles, los jóvenes sin acceso a la universidad, veían con simpatía nuestro movimiento.


La juventud puso en jaque al gobierno y la Rectoría

La década previa, la clase trabajadora mexicana había vivido la peor ofensiva neoliberal del priato, el saqueo de las riquezas y recursos naturales iniciado con la venta de Teléfonos de México a Carlos Slim, el desmantelamiento del autotransporte urbano de la ciudad, el rescate a la banca, la imposición del Tratado de Libre Comercio, la privatización de puentes y caminos, del campo, la militarización tras el surgimiento del EZLN.

Desde iniciada la lucha fue evidente que el gobierno quería derrotarnos, impuso las cuotas, desconoció durante meses al CGH como interlocutor válido, intentó confrontar a los propios alumnos, generó clases extramuros para debilitar la huelga y desplegó un ataque político de gran dimensión, desde la prensa vendida, los intelectuales y las burocracias sindicales, las cámaras empresariales, los funcionarios de distintas instituciones, los principales partidos y la Iglesia.

Mientras la Iglesia nos ¡excomulgaba!, los periodistas vendidos se escandalizaban, los empresarios llamaban a la represión y los intelectuales apoyaban las propuestas del ala llamada moderada dentro de la huelga.

Pero a pesar de todo este ataque, miles de trabajadores y clases medias nos apoyaban, porque nuestra lucha expresaba la resistencia contra los planes del gobierno hacia los trabajadores y sus hijos.

“Ultras” y “moderados”: dos estrategias de lucha

La prensa comenzó a distinguir como “ultras” y “moderados” a las dos grandes tendencias que surgían dentro del movimiento estudiantil.

Con las maniobras del gobierno para levantar la huelga a cambio de promesas, vinieron las propuestas de flexibilización del pliego petitorio por parte del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y otras corrientes afines. Los principales dirigentes del CEU habían intervenido en luchas de años previos, desde la huelga de 1987. Con los años y el surgimiento del PRD en 1989, se habían convertido en jóvenes dirigentes de este partido, aunque entonces muchos de ellos lo negaban.

Para el CEU, la propuesta de suspensión de las cuotas y la promesa de recuperación del semestre eran motivo suficiente para levantar la huelga. Frente a esto, surgió lo que los medios de comunicación denominaron la “ultra”: miles de estudiantes que enfrentaron las maniobras del ala “moderada” encabezada por el perredismo, que no confiaban en las trampas de la rectoría y querían mantener la huelga hasta lograr los seis puntos del Pliego Petitorio.

Dentro de ese amplio sector denominado como la “ultra”, se ubicaban distintas corrientes y colectivos políticos de izquierda, en particular nuestra agrupación estudiantil, Contracorriente.

Mientras, algunas corrientes oscilaban entre una postura y otra, aunque permanecieron hasta el final de la huelga, a diferencia del CEU, que la abandona e intenta entregar al gobierno algunos planteles antes de irse.

Lecciones para las nuevas generaciones

¿Fue la “intransigencia” del CGH y la “ultra” lo que llevó a la intervención de la PFP, que impuso el fin de la huelga, como afirman hasta la fecha activistas del CEU de entonces, el PRD y algunos grupos de izquierda que fueron a la cola de estos?

Para estos la huelga estudiantil se limitó a una lucha reivindicativa por las demandas estudiantiles mínimas, dejando toda lucha por cambiar la estructura totalmente antidemocrática, y ni que decir proponerse una lucha por fuera de los marcos de la universidad. Bajo este discurso es que buscaban entregar la huelga.

Para los estudiantes combativos (la “ultra”) la tendencia de la lucha desde el principio, fue cuestionar la estructura antidemocrática del gobierno universitario y los planes del PRI en la UNAM. Desde Contracorriente, en particular, planteamos que el CGH podía, al tiempo que lograr sus reivindicaciones inmediatas, vincularse al movimiento obrero y avanzar en una perspectiva de lucha contra el régimen político de la transición pactada. El movimiento estudiantil podía ser el catalizador de una lucha obrera, juvenil y popular hasta echar abajo al régimen.

A quince años de distancia, un amplísimo movimiento nacional e internacional de lucha por Ayotzinapa, de pie desde el 26 de septiembre, muestra una pequeña similitud con la huelga de la UNAM, que le da la razón a los estudiantes combativos de la “ultra”.

La historia de nuestro país, está marcada por un sinnúmero de luchas que inician con demandas limitadas y terminan planteando cambios profundos en un sistema que cada vez más se exhibe como criminal e injusto para millones de personas.

Los estudiantes en lucha de 1999-2000, actuaron como caja de resonancia de las contradicciones sociales, expresadas entonces por el hartazgo de millones al PRI.

Hoy los 43 normalistas de Ayotzinapa han sido la gota que rebasó el vaso del hartazgo a tantos asesinatos, feminicidios, que exhiben la alianza criminal del narco con el régimen. Un movimiento que se ha planteado muy progresivamente la caída de Peña Nieto, pero que debe mirar atrás para lograrlo.

Porque las luchas de la juventud, de los trabajadores y los campesinos desprenden lecciones, como el CGH con su ejemplo de organización democrática de representación, como la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca en 2006, tomando las radiodifusoras del estado, como las huelgas magisteriales. De la unidad obrera, campesina y popular, y de una perspectiva revolucionaria contra el capitalismo, dependerá el triunfo de las luchas por venir.

 
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