Cuando decimos que las mujeres proponemos que no se pague la deuda externa, no falta el que se pregunta qué tiene que ver esto con nosotras o quien se indigna porque “las feministas mezclan todo y hacen política”. Probablemente, muchos sepan que la deuda es un mecanismo mediante el cual el capital financiero internacional saquea nuestros recursos y condena a la decadencia a los países deudores; pero pocos saben que las consecuencias de esos ajustes recaen con mayor peso sobre las mujeres del pueblo trabajador.
Estos préstamos otorgados por organismos internacionales requieren reformas económicas, financieras y comerciales a los países que se endeudan. Aunque el Banco Mundial y el FMI sostienen que estas “condicionalidades” se han reducido en los últimos años, lo cierto es que han aumentado y, en general, contribuyen a acrecentar lo que se conoce como la “feminización de la pobreza”.
Más trabajo no remunerado de mujeres y niñas
Actualmente, aunque las mujeres somos alrededor del 50% de la población mundial, somos el 70% de los más pobres. Con las políticas de ajuste que exigen los acreedores, hacen que aumente el trabajo no remunerado de las mujeres, reduciendo su disponibilidad para el trabajo asalariado. Con ese trabajo no remunerado, son mayoritariamente las mujeres y las niñas las que producen bienes y servicios que, en otras circunstancias, se adquirían en el mercado o eran provistos por el Estado.
Como ya lo hemos vivido en la época menemista, entre las exigencias de los organismos financieros internacionales, a veces se encuentra el requerimiento de privatizar las empresas de servicios públicos, como el agua, la electricidad, las telecomunicaciones, etc. Las empresas privadas intentarán sacar las máximas ganancias, a costa de que los más pobres pierdan el acceso a estos servicios básicos esenciales.
Cuando esto ocurre, muchas mujeres y niñas se ven obligadas a incrementar su trabajo impago, por ejemplo, haciendo mayores esfuerzos por conseguir agua potable, ocupando más horas en lavar a mano para ahorrar energía eléctrica, dedicando más horas al cuidado de familiares enfermos que ya no atiende el servicio de salud pública, etc.
Las niñas son las primeras en acompañar a las mujeres adultas en estas tareas, perjudicando su escolaridad. Actualmente, según datos del propio Banco Mundial, de los 150 millones de niños en el mundo que se estima abandonarán la escuela primaria antes de completarla, 100 millones son niñas. Esto redunda, años más tarde, en que esas niñas serán mujeres con una situación desventajosa en el mercado laboral, con respecto a los hombres de su misma generación.
En situaciones de crisis, las mujeres se convierten en “migrantes económicas” que prestarán sus servicios domésticos y de cuidado, a cambio de bajos salarios, para muchas otras mujeres asalariadas, como también para profesionales y mujeres empresarias. ¿Quiénes cuidarán, mientras tanto, de las familias de estas mujeres migrantes que prestan sus servicios de cuidado a otras familias en otros países? Serán nuevamente, otras mujeres: las abuelas o las hijas mayores, las hermanas de las migrantes muchas veces son quienes quedan a cargo de los hogares empobrecidos de los países expoliados por la deuda.
Los peores trabajos asalariados para las mujeres
Además, con los despidos, las mujeres son las primeras en perder el empleo y las últimas en volver a ser contratadas, porque se considera que su salario es complementario del de un supuesto “jefe de hogar”, varón.
Con la desocupación, aumenta el trabajo de lo que se conoce como la “economía informal”, es decir, la venta ambulante y la elaboración de productos caseros de cocina, para vender al menudeo y poder sobrevivir; como también empiezan a abrirse más comedores comunitarios. La mayoría de las personas que trabajarán en estas condiciones, serán mujeres.
Ya conocimos el crecimiento del trabajo precario, de la desocupación y el trabajo informal en la crisis del 2001 y verdaderos “ejércitos” de desocupados con rostro de mujer. En el año 2002, el 49,4% de las mujeres ocupadas de América Latina eran del sector “informal”, que es un eufemismo para decir que eran trabajadoras sin ningún tipo de derecho sindical, ni protección social.
Queremos terminar con la historia repetida del saqueo nacional: que esta vez la crisis no la paguemos con hambre, inflación, desocupación, precarización del pueblo trabajador y sangre, sudor y lágrimas de las mujeres. Que la crisis, la paguen los capitalistas.
No pagaremos la deuda con sangre, sudor y lágrimas
Pero los organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se convirtieron en símbolos del saqueo imperialista, odiados por las grandes mayorías a lo largo y ancho del planeta. Por eso, entre sus intentos de dotarse de un “rostro humano”, también han abierto departamentos y oficinas de género o han incorporado a mujeres en sus directorios. Ése es el caso de Christine Lagarde quien cobra casi medio millón de dólares anuales por presidir el FMI y se da el lujo de posar de “feminista”, cuestionando que no había ninguna mujer en la comitiva argentina de negociadores. A Christine, sin embargo, no le temblará el pulso para dictaminar políticas de ajuste que afectarán doblemente a las mujeres en la Argentina.
Por eso, las mujeres de Pan y Rosas en el Frente de Izquierda decimos que no hay que pagar la deuda pública a los especuladores. Esos recursos hay que usarlos para responder a las necesidades más importantes del pueblo trabajador. Rechazamos el acuerdo con el FMI, firmado por el gobierno de Macri, que sólo impondrá un mayor ajuste en favor de las multinacionales y el capital financiero.
Queremos terminar con la historia repetida del saqueo nacional: que esta vez la crisis no la paguemos con hambre, inflación, desocupación, precarización del pueblo trabajador y sangre, sudor y lágrimas de las mujeres. Que la crisis, la paguen los capitalistas. |