Confieso que yo también he pecado encandilado por los personajes de las películas del israelí crítico Eytan Fox, pero nunca es tarde para cuestionarse los límites del ultraje ni de la colonización cultural.
La derecha ha conseguido no solo legitimar la última locura de Donald Trump al servicio de los más espurios intereses sino vender para mentes perezosas la figura de que toda esta sangrienta matanza de civiles inocentes se hace para “cazar terroristas”.
Así lo expresan sin atisbo de rubor las autoridades de las grandes potencias. Y claro está vender derechos humanos, canciones contra el bullying e incluso derechos LGTB (para israelíes nunca para palestinos, doblemente perseguidos) parece una forma de colar la existencia de un país de Oz donde ocultar la sangre de inocentes, los bombardeos aquí y allá, los continuos atropellos de derechos humanos con el veto añadido en la ONU de EEUU y Alemania, aliados de los intereses sionistas.
No toda la sociedad israelí es igual, hay voces críticas, pero los tres años de servicio militar obligatorio y el lavado de cerebro desde todos los frentes educacionales y mediáticos la han convertido en la sociedad más militarista y esquizoide del mundo, con casi todos sus pensadores y disidentes en el exilio.
Fue imposible vetar la participación de Israel en el Pride madrileño que al final se coló (como Cifuentes) por la puerta grande de los derechos-mercancía y en los festivales de cultura-purpurina parece brillar el estaño sionista como una estrella fugaz ocultando la caída de bombas sobre gente desarmada e inocente que ve diezmados sus ocupados territorios. |