Las medidas previamente anunciadas tanto por las autoridades mexicanas como por el propio gobierno canadiense, ambos integrantes del TLCAN se colocan en el escenario comercial norteamericano como un nuevo episodio de fricciones comerciales en una de las regiones de más intercambio continental.
En el documento firmado por la Secretaría de Economía se señala que las medidas no solo se aplicarán a productos de acero y aluminio, como sucedió en el caso de su vecino del norte, sino que abarca a otros productos entre los cuales destaca la carne de cerdo, el whisky, el queso, las manzanas, entre otros.
En muchos casos la nueva cuota es de 25%, como sucede con el caso de la siderurgia en la cual 50 de las 186 fracciones arancelarias que se modificaran corresponderán a esta nueva cifra.
Es decir, los productos trastocados son distribuidos entre los que podrían considerarse como de consumo primario o general como es la propia carne de cerdo ligada al consumo de millones de personas en el país, pero a su vez afecta a una serie de productos de consumo indirecto como lo el sector acerero más ligado a la industria automotriz.
Este tipo de respuestas se traduce en roce cada vez más estructural y por lo tanto entre las dos economías, esto con el telón de fondo basado en un equilibrio raquíticamente estable basado en el consumo e intercambio justamente trastocado por las medidas.
Es decir que el problema que intenta enmarcarse meramente en el terreno económico, aunque ahí tenga su punto de partida, es en realidad la cristalización de las contradicciones a las cuales se enfrenta el capitalismo regional pero a su vez internacional para dar salida a la crisis que no ha podido revertir el débil crecimiento reciente, sin que esto entre con contradicción con las fuerzas políticas hoy imperantes e influyentes en la toma de decisión de estos problemas, como el imprevisible Donald Trump.
Es justamente la visión tecnocrática que hoy impera en el gobierno mexicano, y que fue la ideología bandera de la globalización la que hoy intenta resolver a su modo esta crisis, es decir dentro de un marco limitado de nivelación de flujo comercial y carga tributaria que tensa aún más la crisis por la que está pasando la relación comercial entre México y EE.UU.
Esta medida puede considerarse un salto en las relaciones económicas entre ambos países, puesto que en lo más de 24 años de libre comercio infundado en base el propio TLC pocas veces se había visto un retroceso en el sentido general de cómo había venido desarrollando la tendencia comercial.
En más de un sentido si las medidas impuestas por el presidente estadounidense habían sido consideradas como un autogol, en realidad pocas medidas en el marco general de crecimiento débil por parte de esta gabinete puede considerarse algo distinto, puesto que en realidad el conjunto del equilibrio capitalista está basándose en pilares muy débiles (Intercambio comercial, ajustes, aumento de la deuda, etc), por lo cual cualquier movimiento o medida difícilmente es una solución sin sus propias contradicciones.
El caso mexicano es similar, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que en la industria del acero dichas medidas encarecen el intercambio en general, que podría afectar directamente en los salarios de los trabajadores de la industria automotriz que implican actualmente entre 60 y 70 mil trabajadores, o el caso de la carne de cerdo en donde el producto es importado en casi un 90%. Es decir, dichas medidas pueden interpretarse también como un autogol que no promete ninguna estabilización de las economías.
En dichos conflictos por supuesto las más afectadas serán las millones de familias trabajadoras en los países de la región que verán reflejadas las medidas en un encarecimiento de los precios de productos de la canasta básica e incluso el transporte. |