La edición de mayo del mensuario más leído de Argentina vino con un ensayo de Raúl Eugenio Zaffaroni, La metáfora bélica, en el que desacredita lo inminente: el estado de guerra inherente a la vigente disputa por la apropiación del excedente de riquezas, que encierra fricciones entre explotadores pero, sobre todo, el antagonismo entre explotadores y explotados/as. Apelando al “Estado de Derecho”, el prominente letrado, implícitamente, defiende la idea de paz social para la construcción un “modelo de sociedad abierta”.
El planteo de Zaffaroni está centrado en la noción que da nombre al título, con una exposición de basamentos organizados en una docena de ítems, numerados y titulados, en los que entiende, desde el derecho penal y constitucional, que la “metáfora bélica” como discurso de Estado siempre sirvió al poder de turno. Menudo hallazgo a más de cien años de que la tradición marxista iniciara sus críticas a los sistemas de gobierno liberales.
No sin sorna, especialmente contra Ricardo Lorenzetti, actual presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Zaffaroni dice al respecto: “Quien no conoce mucho de la materia [derecho penal] puede confundirse, pero quienes conociéndola repasamos la historia verificamos que cada vez que se usó esa metáfora para eliminar a un enemigo peligroso en realidad se terminó eliminando a quienes el poder de turno consideraba molestos”. Antes, había mencionado a Lorenzetti de soslayo, haciéndolo partícipe de un clima de época en el que se estaría restituyendo esa lógica: “El presidente de la Corte no es penalista y quizá no entendió bien que su derecho penal de ataque y defensa es una metáfora bélica, porque sólo se ataca a un enemigo, concepto que hace pocos años dio lugar a un intensísimo debate internacional” (las cursivas pertenecen al magistrado).
Demos por sentado que el ánimo de los protagonistas del sistema de corporación judicial y castas políticas que gobierna al país actualmente está más proclive a la belicosidad, tanto discursiva como empíricamente, que aquel que gobernó los años anteriores. Considerado el matiz, aprovechemos la avidez conceptual de Zaffaroni para recordar que ni la “metáfora bélica” ni el uso discrecional del estado como aparato de dominación, y perpetuación del dominio, fueron inaugurados en la historia nacional por Mauricio Macri, Cambiemos o Lorenzetti.
El ex presidente de la Corte de Justicia durante el período kirchnerista hace una exposición digna de su posición conciliadora entre clases y macartista: culpa a la invocación de combate de haber causado regaderos de sangre insondables y abunda en ejemplos que pretenden abarcar de la derecha más rancia a la izquierda, evitando nombrar la gran metáfora bélica que nos esperanza a los marxistas: la guerra de clases. “(…) en cada época genocida el poder punitivo desató su ataque contra algún enemigo prometiendo salvarnos de los peligros más dispares: las brujas, los herejes, la degeneración, la sífilis, el comunismo internacional, el capitalismo explotador, la droga, el alcohol, la corrupción, la criminalidad organizada e incluso el propio totalitarismo”. Cierto es que menciona la guerra al “capitalismo explotador”, y forzadamente la asimila con exclusividad al stalinismo, pero desconoce la raíz estrictamente material de la idea de guerra de clases: cuando la desigualdad es tan acuciante que sectores de la clase explotada se organizan para manifestarse, les explotadores y su estado arremeten contra quienes pretenden socializar lo que está atesorado, el enfrentamiento se torna ineluctable. La guerra de clases puede conjugarse en un sustantivo abstracto como “capitalismo explotador” pero tiene raíces materiales, es la guerra entre explotadas/os y explotadores, personas de carne y hueso.
Esa tendencia al análisis discursivo y conceptual antes que al curso concreto de la historia en función de la vinculación humana con la naturaleza y sus riquezas, tanto como de su propia capacidad para crear riquezas ficticias -como las finanzas-, invisibiliza el aporte que hizo el materialismo histórico a los análisis sociales. Eso, no obstante, puede leerse como una decisión epistemológica de Zaffaroni, aceptémoslo. Su macartismo queda claro igualmente en el ensayo: “La intelectualidad antipopular elevó estas patrañas a la categoría de un paradigma (del que no se libró nuestra propia izquierda tradicional), como pretendida clave de compresión de todos nuestros problemas nacionales: la culpa de todo la tienen los bárbaros y los populistas corruptos, que son votados por esos ignorantes, brutos, inmorales, concupiscentes y delincuentes”.
La sólida pluma del docto presenta de la mejor manera aquella encerrona en la que quedó el peronismo, epicentro del reformismo nacional desde mediados del siglo XX, luego de las elecciones de 2015, cuando se cargó contra el pueblo porque "no sabe votar". Así es que, al tiempo que acusa a la izquierda de desprestigiar a las masas pero es quien se queja por la “credulidad de los sectores medios”, en gran parte abono de las mayorías argentinas. Después de algunas vidriosas salvedades, el autor dice en el punto noveno: “Pero lo cierto es que un buen sector de la clase media está predispuesto a creer que se llevaron todo, mientras no cae en la cuenta de que se endeuda al país en forma descomunal, por obra de una corrupción sistémica de volumen astronómico. ¿Qué es lo que impide que parte de la clase media perciba la realidad?”, se pregunta Zaffaroni con aires de demiurgo.
El estudioso de las leyes considera que en las antípodas de la metáfora bélica lo que se defiende es el “Estado democrático mismo, pues éste desaparece cuando se lesiona la dignidad y la vida de las personas, aunque la hegemonía gobernante sea resultado de un acto electoral”. Admite y se atribula con las arbitrariedades que un gobierno puede asumir en su manejo del estado, novedad que en la tradición marxista se conoció como “bonapartismo”, hace ya unos cuantos decenios. Contra el “derecho penal de ataque” que se desprende de la “metáfora bélica” no puede haber un “derecho penal de defensa”, lo dice el propio Zaffaroni, por lo tanto, no se admiten medias tintas en materia de derechos humanos.
¿Cómo explicaría él, entonces, lo ocurrido con Luciano Arruga, o su defensa a la baja de la edad de imputabilidad, en abril de 2009, cuando aparentemente no había un “derecho penal de ataque” ni una “metáfora bélica” en el Estado y los discursos hegemónicos? Con la doctrina del caso aislado: “En todas las categorías profesionales (jueces, abogados, docentes, ingenieros, médicos, sacerdotes, economistas, etc.) existen ciertas personas con problemas de salud mental; la policía no es una excepción”. Solapadamente, luego se manifiesta a favor de la sindicalización de las y los efectivos, completando así su naturalización de una paz en la que algunos dan las órdenes a los que tienen las armas, “el monopolio legítimo de la violencia”, en palabras de M. Weber (también citado por Zaffaroni en su texto).
El Estado de Derecho sobre el que apologiza el autor es de índole liberal, con oscilaciones entre el estado de bienestar y el neoliberalismo, por lo tanto admite como válidas la propiedad privada y la explotación de unas/os sobre otros/as, una forma silenciosa de matar, deshumanizar, que los marxistas llamamos “alienación”. La “sociedad abierta” que espera Zaffaroni es aquella en la que impera una paz donde unos cuentan con la posibilidad de usar racionalmente el monopolio de la violencia, de suministrar órdenes a los ejecutores de disparos y operativos de inteligencia militar.
Aunque critique la lógica “ataque-defensa” en el derecho penal, mientras Zaffaroni formó parte de una estructura institucional de gobierno sostuvo esa situación de asimetría que ahora critica con vehemencia. Con un derecho penal de defensa, distinto a una sociedad en la que los “atentados” contra la propiedad no constituyan figuras de “delincuencia”, el kirchnerismo sedimentó la lógica penal que hoy explota Cambiemos usando un derecho penal de ataque. En definitiva, el magistrado vuelve a mostrar el límite que cimentó al progresismo argentino: la inclusión, para todes, la igualdad, para nadie. Pacifismo para cristalizar la desigualdad. |