La semana pasada, el flamante Presidente español ofreció a los refugiados que el barco Aquarius había rescatado, que puedan desembarcar en Valencia. Mientras el gobierno derechista italiano cerró todos los puertos y los líderes de otros países miraban a otro lado, Sánchez sorprendió a propios y a extraños con esta invitación.
Más de 600 inmigrantes pasaron de navegar en precarias barcazas jugándose la vida y fueron rescatados por el Aquarius como todos sabemos. Pasaron de luchar por su vida a ser recibidos en el Estado español. Sin embargo, no es oro todo lo que brilla. Ya antes de que llegaran a tierra, se vieron los límites del anfitrión: la reaccionaria ley de extranjería. Eso es lo que tiene la política de gestos.
El ministro de interior, Fernando Grande Marlaska, distinguido por no investigar torturas, ha dicho claramente que los refugiados del Aquarius recibirán “el mismo trato que los que vienen en pateras”. Se revisarán caso por caso para comprobar si existen “fundados temores” de ser perseguidos en sus países de origen. Pero, ¿puede haber alguna duda de ellos? ¿A quién se le ocurre dejar su país y arriesgar su vida en el Mediterráneo si es que no sufre gravemente allí?
Sin embargo, el delegado de Gobierno en Valencia y los socios del PSPV, de Compromís a través de Mònica Oltra, habían dicho inicialmente que les sería concedida la condición de refugiado. Cuestión que también fue negada por la Ministra de trabajo Magdalena Valerio quien aseveró que “hay que ver en qué situación están, si están en peligro en sus países y si es así, entonces se les daría la condición de refugiado".
En otro cambio de política, el Gobierno socialista les dio un permiso de 45 días mientras se les verifica la identidad y los motivos por los cuales se fueron de sus países. El problema vendrá después que se agote ese período. Aquellos que hayan sido rechazados engrosarán la población de los CIE (Centros de Internamiento para Extranjeros). La Vicepresidenta Carmen Calvo quizás respire tranquila porque Francia se haría cargo de la mitad, aunque revisará quienes pueden ser “beneficiados” por la política de asilo.
Si el progresismo se acaba en las leyes que ya tenemos, hay que destacar que durante el año pasado, el Estado español tan solo concedió 595 estatutos de refugiado sobre 4.080 demandas de protección subsidiaria y ninguna por razones humanitarias. Estos procesos que no deberían durar más de seis meses, aunque lo cierto es que nuestro país acumula más de 40.000 expedientes por resolver.
De todas formas éste gesto, que ha significado una ayuda a los 629 náufragos, entre los cuales habían 123 menores y siete mujeres embarazadas, es apenas un pequeño destello en la terrible noche que pasan millones de refugiados en su dura huida a no se sabe dónde. El Gobierno español se había comprometido a acoger a 17.337 refugiados pero tan sólo lo hizo con 1.980. Sin embargo, durante la crisis migratoria de 2015 entraron más de 1 millón de personas a Europa.
Algunas personas dirán: “mejor eso que nada”. Otras podrán pensar que Europa no puede albergar un volumen tan grande de inmigración. Sin embargo, las guerras de las que huyen son sostenidas económica logísticamente por las potencias europeas y EEUU. Los bombardeos en Siria, las tropas francesas en Mali, España mayor productor de armas ligeras en el mundo haciendo su agosto.
Aquí también se acaba la política de gestos. Se acaba con las leyes reaccionarias y las cárceles-CIEs; se acaba con los intereses económicos como grandes vendedores de armas y otros productos, se acaba con la acción militar para dominar regiones enteras en todo el mundo. Pero es eso mismo lo que hace que millones de personas huyan de sus hogares y deambulen como puedan buscando algún tipo de futuro.
Batería de política gestual
Pero lo del Aquarius no es una casualidad. Es parte de una enorme batería gestual que está rápidamente ejecutando Pedro Sánchez. Un Gobierno que salió de una enorme carambola política y con unos presupuestos reaccionarios se la juega a la política de gestos que tantos frutos le dieron a Rodríguez Zapatero (hasta la crisis le dejó revolcado por los suelos).
En relación a los presos políticos catalanes, a Pedro Sánchez le pareció razonable que sean acercados a Catalunya. Aunque para ello se deberá esperar a que el juez acabe con la instrucción. Con este pequeñísimo gesto trata de olvidar la causa general por rebelión y sedición que les aqueja o el hecho de que más de dos millones de catalanes se manifiesten por la independencia. Ni hablar de un referéndum de autodeterminación.
Más de lo mismo pasó con el ya exministro Màxim Huerta. Huerta que había evadido pagar impuestos a hacienda, finalmente lo tuvo que hacer luego de perder un reclamo en los juzgados. Un ministro que busca triquiñuelas para pagar menos impuestos no quedaba bien. En tan solo unas horas fue dimitido. Algo que no ha pasado nunca con el PP. Este gesto le da una imagen de incorruptible. Sin embargo, el PSOE está lleno de manzanas podridas.
Ahora prepara otro gesto como es el proyecto sobre el Valle de los Caídos. Sánchez se propone exhumar los restos del dictador Franco y crear allí “un lugar de reconciliación y memoria”. Será imposible reconciliar con los golpistas de Franco y su dictadura de casi 40 años. Pero lo que será posible es que la familia Franco siga gozando de una mini fortuna realizada bajo la represión sanguinaria del dictador.
La política de Sánchez tendrá muchos fuegos de artificio, algún gesto importante, pero no servirá para resolver los graves problemas sociales. No hay nada en su discurso que sirva para resolver el paro, la precariedad, y los salarios bajos. Nada que haga acabar con la brecha salarial que azota a las mujeres. Tampoco hay un aumento sustancial de las pensiones que están en mínimos.
Lo que está por verse es si ésta batería de política gestual le servirá a Pedro Sánchez para revitalizar a un maltrecho PSOE o si la crisis le dejará revolcado por los suelos como le pasó a “su maestro”. Esta es la gran apuesta de Sánchez. Por supuesto, completamente alejada de los trabajadores y el pueblo empobrecido por la crisis. |