Menos de una semana ha transcurrido desde el último paro nacional que, en Argentina, puso de manifiesto un enorme rechazo al Gobierno de Macri. La huelga convocada por la CGT volvió a desnudar el poder social de la clase trabajadora para paralizar la economía nacional. Mostró también la fuerte limitación que impone a ese poderío la casta burocrática que usurpa la cúpula de sus organizaciones, con un paro para “descomprimir” y sin ninguna perspectiva de lucha.
Podría decirse, sin temor a errar el tiro, que los debates sobre esta contradicción superan ya el centenar de años. En ese marco y salvando las distancias, proponemos aquí volver sobre una de las discusiones que marcó al movimiento socialista internacional durante los primeros años del siglo XX.
En ese entonces, la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo cruzó lanzas con Karl Kautsky, el mayor teórico de la socialdemocracia. La polémica, lejos de agotarse en sus principales protagonistas, abarcó multiplicidad de actores y publicaciones. No son pocas las lecciones que podrían sacarse de esa interesante discusión.
Un aire fresco desde Oriente
La discusión está signada por un contexto de enormes convulsiones sociales. Europa marca el paso al son de la “paz armada” que precede a la Primera Guerra Mundial. Desde hace años, la clase obrera continental protagoniza un poderoso movimiento huelguístico. En términos políticos y económicos, el mundo entero asiste a la consolidación de una nueva época, bajo la dominación imperialista.
El nuevo momento histórico asiste también el retorno de la revolución social, luego de tres décadas de ausencia. En 1905 la clase obrera rusa protagonizará un poderoso movimiento contra el zarismo. La huelga general política constituirá el método de lucha por excelencia.
Las esquirlas de la explosión rusa salpican el continente europeo y llegan a Alemania. Allí espera la inquieta mente de Rosa Luxemburgo.
En su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) la revolucionaria planteará que “la Revolución Rusa hace imperativa la necesidad de una revisión fundamental de la antigua posición marxista sobre la cuestión de la huelga de masas” [1].
A partir de allí desarrolla una permanente batalla contra la dirigencia sindical burocrática, factor conservador en el escenario político alemán. En el mismo texto, plantea que
... los sindicatos representan únicamente los intereses sectoriales y una sola etapa del desarrollo del movimiento obrero. La socialdemocracia representa la clase obrera y la causa de su liberación como totalidad.
El creciente proceso de burocratización en los sindicatos encuentra su lugar a nivel organizativo. Ese mismo año, la ciudad de Mannheim será sede de un nuevo congreso partidario donde se le otorga una amplia autonomía a esa burocracia [2].
Duelo de titanes
El debate sobre la huelga de masas se reactualiza en 1910. Será al calor de fuertes movilizaciones que reclaman una reforma electoral en Prusia.
Rosa Luxemburgo se lanza al ruedo para empujar una perspectiva de radicalización del proceso. Esta vez saldrá al cruce Karl Kautsky, máximo referente ideológico del movimiento socialista internacional.
Nuevamente la tensión de la revolucionaria estará puesta en el combate contra el aparato conservador de los sindicatos. La pelea implica, además, apostar al libre desarrollo de la auto-actividad política de la clase trabajadora. En su reflexión, la perspectiva de la huelga de masas aparece ligada a la definición de Marx acerca de que la liberación de la clase obrera será obra de ella misma [3].
En el artículo que abre el debate, Rosa señalará que
A pesar de que una huelga política de masas general, en su primera refriega, conlleve el debilitamiento o el deterioro de algunos sindicatos, después de algún tiempo no solo renacerán las viejas organizaciones, sino que la gran acción removerá nuevas capas del proletariado [4].
Ya en la primera respuesta a Kautsky, Rosa sostendrá que la agitación sobre la idea de huelga general
... ofrece la posibilidad de esclarecer con nitidez toda la situación política, el agrupamiento de clases y partidos en Alemania, incrementar la madurez política de las masas, despertar su sensación de fuerza, su entusiasmo por la lucha, apelar a su idealismo, mostrar al proletariado nuevos horizontes [5].
En el pensamiento de la revolucionaria polaca la huelga de masas aparece como una palanca formidable para liberar la energía de la clase trabajadora en su conjunto, acercando a sus diversas fracciones en la acción.
Constituye, además, una herramienta fundamental para fortalecer la confianza de la clase en sus propias fuerzas, en oposición a cualquier política conciliadora hacia la burguesía liberal. Escribirá Rosa
... no se trata de ordenar súbitamente, de hoy para mañana, una huelga de masas en Prusia (…) sino de aclararle a las masas histórica, económica y políticamente (…) que no puede confiar en los aliados burgueses y la acción parlamentaria, sino que solo pueden contar consigo mismas, con la propia y decidida acción de clase [6].
La huelga general y el poder de la clase trabajadora
En Estrategia socialista y arte militar, Emilio Albamonte y Matías Maiello afirman que "lo que en Luxemburgo comienza como una discusión sobre la táctica para intervenir en los acontecimientos, Kautsky lo reformula en términos de estrategia" [7].
El autor de El camino del poder opondrá su perspectiva de estrategia de desgaste a la de estrategia de asalto directo, en la que ubicará a Rosa.
A la primera la definirá como aquella que concentra “la totalidad de la práctica del proletariado socialdemócrata hasta el presente desde fines de los años sesenta”. Una práctica que apunta a que, en el enfrentamiento al Estado capitalista, “el proletariado se fortalezca constantemente y sus adversarios se debiliten continuamente, sin dejarse arrastrar a un enfrentamiento decisivo mientras seamos los más débiles” [8].
Forzando los hechos y las palabras, Kautsky eleva a Federico Engels al rango de "padre" de esta concepción. Lo hará partiendo de su (recortada) introducción a la La lucha de clases en Francia, de 1895 [9].
Kautsky propondrá polemizar sobre la huelga de masas. Para él, las condiciones de Alemania impondrán una dinámica distinta en relación a lo acontecido en Rusia: el poderoso desarrollo político y organizativo de la socialdemocracia alemana enfrenta un Estado respaldado por una burguesía altamente concentrada.
En ese marco, establecerá una distinción entre huelgas demostrativas y huelgas coercitivas. Precisamente Rosa Luxemburgo le criticará que limita esa táctica “a la idea de una huelga pacífica, planificada por la socialdemocracia y los sindicatos para exigir algo del Gobierno”.
Para la revolucionaria polaca, la huelga política “consiste en un proceso mucho más amplio, que combina la radicalización de sectores de masas con la acción del partido para impulsarla y darle dirección política” [10].
Vale la pena detenerse un momento en la definición que hará Kautsky sobre la huelga general de masas, señalando que
La eficacia de la huelga de masas consiste en obligar al Estado al más extraordinario despliegue de fuerzas, al mismo tiempo que paraliza sus instrumentos de poder. Esto lo logra por su propia masividad. Su efecto es tanto mayor cuanto mayor es la incorporación a la huelga del proletariado asalariado; no solo en las grandes ciudades y en las zonas industriales sino también en los pueblos más apartados. Sería especialmente efectiva si también se le incorporasen los trabajadores rurales de las grandes propiedades [11].
La definición ilustra una distancia sideral entre una medida de lucha aislada –como un paro nacional– y una huelga general política que golpea los cimientos del poder capitalista.
Como resulta lógico, esa dinámica abre la perspectiva de enfrentamiento por el poder estatal, tal como efectivamente ocurriera en la Rusia de 1905 [12]. Este problema es planteado por el mismo Kautsky, quien escribirá
En condiciones como las que existen en Alemania solo logro imaginarme la huelga de masas política como un hecho único, en el que todo el proletariado del imperio actúa con todo su poder, como una lucha de vida o muerte, como una lucha que derrota a nuestros adversarios, o que destruye o por lo menos paraliza por varios años todas nuestras organizaciones y todo nuestro poder [13].
En el debate esta cuestión esencial quedará sin respuesta por parte de la revolucionaria polaca. El límite de la concepción de Rosa reside en la indefinición frente a esta situación. La huelga general política plantea el problema del poder, pero no lo resuelve. Solo una insurrección preparada científicamente puede conquistar el poder estatal, consumando el triunfo que la clase trabajadora preparó al paralizar el conjunto de la economía [14].
De estrategias e intereses
Mirado de conjunto, el discurso político y teórico de Kautsky funciona como justificación de una práctica que, tras varias décadas, decanta en el fortalecimiento de fracciones conservadoras en el seno de la socialdemocracia. Las mismas se consolidan alrededor del aparato sindical y del sector ligado a la táctica parlamentaria-electoral.
Esto será señalado por Rosa, para quien
... como el camarada Kautsky opone la huelga de masas así concebida con nuestra vieja y probada táctica del parlamentarismo, en realidad lo único que hace es recomendar por ahora y para la situación actual nada más que parlamentarismo; se contrapone entonces no con el socialismo utópico de las barricadas, como hacía Engels, sino contra la acción de masas socialdemócratas del proletariado para la conquista y el ejercicio de sus derechos políticos [15].
El oportunismo crecería a pasos agigantados en la cúpula de la socialdemocracia. La realidad le otorga otra cuota de razón a la dirigente polaca en el transcurso del debate. En julio de 1910, una fracción de los diputados socialistas del Estado de Baden vota a favor del presupuesto del Gobierno. Lo hace, lógicamente, rompiendo la disciplina partidaria.
Las ideas y la fuerza
En 1906, Rosa señala que
... si por determinada causa y en cualquier momento llegara a abrirse en Alemania un periodo de grandes luchas políticas, de huelgas de masas, se abriría a la vez una era de violentas luchas sindicales, y los hechos no se detendrían para solicitar el visto bueno de los dirigentes sindicales. Si se marginan o tratan de detener los acontecimientos, sean dirigentes sindicales o partidarios, la marea de los acontecimientos los barrerá de la escena, las masas librarán sus luchas económicas y políticas sin ellos" [16].
La revolucionaria polaca despliega así una confianza formidable en la fuerza del empuje espontáneo de las masas, en su capacidad para superar a sus direcciones burocratizadas.
Sin embargo, esto revelaba un punto débil de su concepción. En términos estrictamente coyunturales, la burocracia sindical y partidaria ya evidenciaba su poder para paralizar las tendencias a la movilización de masas en la pelea por la reforma electoral. La misma Rosa se vio obligada a aceptarlo en el debate, indicando que “las demostraciones callejeras simplemente han sido revocadas por las instancias dirigentes del partido” [17].
Sin embargo, más de conjunto, su reflexión no alcanza a discernir el abismo que ya existía entre la burocracia obrera al frente de los sindicatos y amplias capas de la clase trabajadora. En esa distancia hay que buscar las razones más profundas de la estrategia de desgaste kautskista.
Las últimas décadas del siglo XIX ven el desarrollo y la consolidación de la expansión imperialista a escala mundial. A su vez, al interior del mundo de los asalariados, se desarrolla un quiebre horizontal entre la enorme mayoría de la clase y un sector minoritario, una verdadera aristocracia obrera, ligada a los enormes beneficios que fluyen desde las semicolonias a las metrópolis.
En 1915, dando cuenta de ese fenómeno a escala europea, Lenin asevera que
El oportunismo fue engendrado en el curso de décadas por las características especiales durante el período de desarrollo del capitalismo, cuando la existencia relativamente pacífica y culta “aburguesó” a una capa de obreros privilegiados, le proporcionó migajas de la mesa de los capitalistas nacionales y la mantuvo al margen de las calamidades, los sufrimientos y la disposición revolucionaria de la masa empobrecida y miserable [18].
El surgimiento de la burocracia obrera al interior de las organizaciones sindicales constituía una novedad histórica e implicaba un cambio de calidad en el carácter de las peleas estratégicas en el seno del movimiento obrero.
Contra esa realidad material se estrella la pelea político-ideológica de Rosa Luxemburgo. La exigencia a la dirección socialdemócrata para que adoptase un curso revolucionario resultaba lógicamente impotente.
Para desarrollar el poder social de la clase trabajadora en perspectiva de enfrenar al Estado y al poder capitalista, hace falta construir otra fuerza política, que exprese a los sectores más combativos del proletariado.
Vale remitirse una vez más a Albamonte y Maiello,
... este enfrentamiento de estrategias, a diferencia de todas las (innumerables) luchas de tendencias al interior del movimiento obrero en el siglo XIX (…), ya no esté planteado solo en términos de lucha ideológico/política, sino también de enfrentamiento entre fuerzas materiales [19].
Es Lenin el que, a partir de la experiencia rusa, elabora una nueva concepción de partido, apuntando a la “creación de una fuerza material partidaria que vaya en el sentido opuesto a la burocracia, es decir, revolucionaria” [20].
Mirando en términos históricos el debate de 1910, la razón está plenamente del lado de Rosa Luxemburgo. La degeneración reformista de la socialdemocracia evidencia un salto de calidad al inicio de la Primera Guerra, cuando la dirección de ese movimiento acompaña políticamente esa inmensa carnicería imperialista.
La actualidad de esa polémica reside en la continuidad de uno de los actores. El proceso de burocratización de las organizaciones sindicales no hizo más que profundizarse a lo largo del último siglo. La batalla de Rosa Luxemburgo por liberar la energía combativa de la clase trabajadora sigue vigente. |