Retomamos aquí la discusión sobre la vigencia de la teoría del imperialismo que venimos desarrollando en diversos artículos de Ideas de Izquierda, en este caso a partir de una acalorada polémica protagonizada en los últimos meses por David Harvey, uno de los académicos marxistas contemporáneos más prominentes.
Sobre esta última cuestión se viene desarrollando un contrapunto entre David Harvey, uno de los autores marxistas contemporáneos más conocidos, autor de numerosos volúmenes sobre El capital de Karl Marx y animador de la geografía crítica, y John Smith, autor de El imperialismo en el siglo XXI: globalización, superexplotación y crisis final del capitalismo (que hemos reseñado en otra oportunidad) y colaborador regular de Monthly Review [1].
El disparador fue una afirmación realizada por Harvey en su comentario al libro de Prabhat Patnaik y Utsa Patnaik, A Theory of Imperialism. Allí afirma que:
Aquellos de nosotros que pensamos que las viejas categorías del imperialismo no funcionan demasiado bien en estos tiempos, no negamos para nada todos los complejos flujos de valor que expanden la acumulación de riqueza y poder en una parte del mundo a expensas de otra. Simplemente pensamos que los flujos son más complicados y están siempre cambiando de dirección. El histórico drenaje de riqueza de Oriente hacia Occidente durante más de dos siglos, por ejemplo, se revirtió en gran medida durante los últimos treinta años.
Smith ya había criticado a Harvey en su libro por no otorgar la relevancia que se merece a la explotación de la fuerza de trabajo del llamado “Sur Global” que vienen realizando las multinacionales de los países imperialistas en las últimas décadas a partir de las llamadas Cadenas Globales de Valor. En su opinión, este es el fenómeno determinante del imperialismo moderno, que explica la forma en que se desarrolló la internacionalización productiva desde los años ‘70.
La crítica que ahora le realiza a Harvey es doble. Por un lado, la inversión de los puntos cardinales. Donde Harvey dice “Oriente”, afirma Smith, debe leerse Sur, ya que toda la historia del colonialismo y del imperialismo es la de la explotación de lo que Smith llama, siguiendo a numerosas teorías de centro-periferia, el “Sur global”. Luego de señalar esta inversión, que es parte en su opinión de la operación que Harvey realiza –desdibujar las relaciones que estructuran al capitalismo global–, va a la cuestión nodal: la idea de que Occidente, según Harvey, y el Norte, en términos de Smith, ha dejado de extraerle riqueza al “Este”/”Sur global” es
… refutada por una mirada superficial a la más importante transformación individual de la era neoliberal –el cambio de los procesos de producción a los países de bajos salarios. Las corporaciones trasnacionales con base en Europa, Norte América y Japón lideraron este proceso, reduciendo los costos de producción y elevando los márgenes mediante la sustitución del relativamente bien pago trabajo doméstico por trabajo extranjero mucho más barato.
Esta es la base central de su noción de “superexplotación”. Con este concepto Smith se propone, siguiendo la elaboración de Andy Higginbottom [2], definir la existencia de una tercera forma de incremento de la plusvalía, a la par de la plusvalía absoluta y relativa definidas por Marx en El capital. Esta tercera forma consistiría en reducir los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo, que es lo que el capital trasnacional logra según Smith en los países oprimidos, transformándose en una fuente de ganancias extraordinarias que obtienen gracias a la relocalización de actividades productivas en estos países en los que pueden pagar la fuerza de trabajo más barata. La idea de superexplotación tal como la plantea Smith suscita algunos problemas, que lo pueden llevar a magnificar la magnitud del valor total de las cadenas globales generado en los países del “Sur global”, aspecto que ya discutimos en otro artículo. No obstante, su trabajo pionero en indagar cómo articular desde la teoría marxista los estudios sobre el arbitraje global de la fuerza de trabajo desarrollados por Stephen Roach y otros autores, aborda un aspecto central para entender la internacionalización productiva de las últimas décadas.
Harvey aclara en su respuesta a Smith, que él se refiere no al “Sur global” sino a China, junto a otras economías asiáticas. “Agreguemos a Corea del Sur, Taiwán y (con un poco de licencia geográfica) a Singapur, y tenemos un verdadero bloque de poder en la economía global”. Concluye que “si miramos al mundo como se ordenaba en, digamos, 1960, entonces el impresionante ascenso de Asia del Este como un centro de poder de la acumulación global resulta evidente”.
Para Harvey, una “teoría rígida del imperialismo”, no puede dar cuenta de estos fenómenos.
Una reversión que no se verifica
Pero no basta la constatación de estos nuevos polos de acumulación para afirmar que se han revertido los flujos globales de apropiación de riqueza, como asume Harvey. Las fuentes disponibles muestran por el contrario que la expoliación continúa, y los flujos de apropiación de riqueza mantienen la misma dirección hacia las economías imperialistas más ricas.
El estudio Flujos financieros y paraísos fiscales: combinándose para limitar la vida de miles de millones de personas [3], que cita John Smith, realiza un análisis de los flujos financieros globales. Su estimación es que las “transferencias financieras netas” entre los países desarrollados y los países en desarrollo, combinando flujos entrantes y salientes lícitos e ilícitos –“ayudas al desarrollo”, remesas de salarios, saldos comerciales netos, servicios de deuda, nuevos préstamos, inversión extranjera directa (IED), inversiones de cartera y otros flujos–. El estudio calcula que entre 1980 y 2012, los “países emergentes y en desarrollo” perdieron 3 billones de dólares en trasferencias netas hacia los países ricos. En promedio, desde los años 2000, las transferencias representaron al año más de 8 % del PBI de los países afectados. China representa nada menos de 1,9 billones de dólares del total transferido durante esos años. En lo que hace a salida de capitales, el conjunto de los países emergentes registraron durante este período una salida de 13,4 billones de dólares, que se reducen a 10,6 billones excluyendo a China. Para que nos demos una idea, la economía de China alcanza hoy los 12,5 billones de dólares.
No es sorprendente que el flujo mantenga la misma dirección que caracteriza toda la historia del imperialismo. Los países imperialistas son la base de la mayor parte de las firmas trasnacionales (un sistema de alrededor de 90 mil firmas con 600 mil subsidiarias); en 2017, el 70 % de los flujos de IED se originó en estas economías desarrolladas (que a la vez fueron receptoras del 50 % de los desembolsos). Como vemos, las economías más ricas tienen de conjunto una posición neta inversora sobre el resto del mundo. No sorprende entonces que los frutos de dichas inversiones fluyan como giros de utilidades netos positivos nuevamente hacia los países más ricos. Al mismo tiempo, estas inversiones tienen un fuerte impacto moldeando las economías de los países dependientes en función de los beneficios del capital imperialista, lo cual confiere las “dualidades estructurales” que suelen caracterizar a estas economías atrasadas y oprimidas. Además, EE. UU., la UE y Japón son la base de operaciones también de los grandes bancos e instituciones financieras, que entre otras funciones no menores drenan riqueza del resto del mundo.
Harvey afirma que su preferencia por un esquema de “desarrollo geográfico desigual” no significa “negar que el valor producido en un lugar termina siendo apropiado en otro, y que hay un grado de crueldad en todo esto que es asombroso”. Pero el rechazo a la teoría del imperialismo desdibuja lo que son mecanismos de una apropiación sistémica, que constituyen una relación de opresión.
Lo que la internacionalización productiva nos dejó: desarrollo desigual y nuevos centros de gravedad en el capitalismo global
Aunque Smith refuta que las grandes potencias hayan retrocedido en su apropiación privilegiada del excedente producido globalmente, y demuestra la centralidad de las cadenas globales de valor para entender la dinámica de las últimas décadas, Harvey acierta al señalar un punto ciego de su esquema teórico, que es el lugar jugado por los nuevos polos de acumulación, y sobre todo China [4].
Por su parte, si Harvey plantea un elemento relevante al señalar que el desarrollo geográfico desigual es clave a la hora de analizar los cambios que puedan producirse en las relaciones imperantes en la economía mundial, falla en dar por concluida la expoliación realizada por las economías más ricas. Como afirma más matizadamente Alex Callinicos, la “jerarquía global de poder económico y militar que es una consecuencia fundamental del desarrollo desigual y combinado inherente al capitalismo imperialista no fue disuelta, sino más bien complicada por la emergencia de nuevos centros de acumulación” [5].
Algunos indicadores de esta jerarquía más “complicada” los tenemos en los cambios en la IED: si los países desarrollados concentraban el 90 % de su stock en el año 2000, hoy vieron caer ligeramente su presencia hasta 75 %. Esta es una de las dimensiones que muestra que algunos países dependientes ven crecer su participación subordinada en la expoliación del resto del planeta. A esto apunta Harvey cuando señala que:
Cuando leemos reportes sobre terribles condiciones de superexplotación en manufacturas en el Sur global, usualmente se revela que son firmas de Taiwán o Corea del Sur las que están involucradas, aun cuando el producto final termina en Europa o EE. UU. La sed china por commodities mineros y agrarios (granos de soja en particular) significa que las firmas de China están también en el centro de un extractivismo que está arruinando el paisaje en todo el mundo (miremos a América Latina). Una mirada superficial a las apropiaciones de tierra en África muestra que las compañías y fondos de inversión de China están por delante de todos los demás en sus adquisiciones.
China, por el tamaño de adquirió su economía como resultado de la atracción que realizó de IED dirigida a desarrollar la exportación aprovechando el reservorio de mano de obra barata, así como por la manera administrada en que la burocracia del PCCh orientó la restauración capitalista, es un producto singular de este desarrollo desigual y combinado que produjo la internacionalización productiva. Al mismo tiempo que la radicación de empresas imperialistas en ese país redundó en una formidable transferencia de la plusvalía generada por la explotación de la fuerza de trabajo de China hacia las economías ricas durante las últimas décadas, esta fue la base para una transferencia de tecnologías, desarrollo productivo y la apropiación de recursos que el Estado volcó en un proceso de fuerte acumulación de capital y, cada vez más aceleradamente, competencia en la arena global por los espacios de acumulación.
Esto se expresa en el peso adquirido por este país en la IED. Harvey nos recuerda que
… el mapa de la IED de China estaba en 2000 casi completamente vacío. Ahora un torrente de la misma atraviesa no solo el “Un cinturón, una ruta” [como se conoce la “nueva ruta de la seda”, NdT] a través de Asia en dirección a Europa, sino también el Este de África en particular y América Latina.
Efectivamente, desde el comienzo del milenio hasta 2017, la IED de China en el resto del mundo se multiplicó por 54 [6]. Hoy las empresas chinas tienen un valor inversión en emprendimientos productivos en el extranjero que es casi igual al que el capital extranjero tiene en China. La relación está cambiando de manera acelerada: en 2010 la IED extranjera en China era casi el doble que la de China en el exterior, y en 2000 la primera era 7 veces la segunda. De esta forma, si bien el gigante asiático sigue siendo una fuente de redituables inversiones para las firmas trasnacionales imperialistas, participa a la vez de manera cada vez más agresiva en ese reparto. China es hoy el segundo inversor global, después de EE. UU., y sus desembolsos representaron en 2017, a pesar de haber caído drásticamente en relación a los del año anterior, el 9 % de la IED total (la IED originada en EE. UU. representó ese año el 25 %).
La capacidad de China de competir en el desarrollo tecnológico en los sectores de punta es lo más preocupa hoy al imperialismo norteamericano. La escalada de Trump en materia comercial, que tiene el trasfondo la competencia por la primacía en estos terrenos, es un recordatorio de que el ascenso de China no podrá concretarse como un tránsito pacífico. David Harvey, por el contrario, parece opinar que el pasaje de China a convertirse en una potencia “hegemónica” (que no califica de imperialista) ya se estaría consumando, sin mayores trastornos.
¿Desafío o refuerzo del entramado imperialista?
Los aspectos de cambio en el balance entre las economías desarrolladas y algunos países emergentes producido por el desarrollo desigual y combinado, es mejor comprendido en el marco de una teoría del imperialismo, y no descartándola como propone Harvey. Este desarrollo desigual complejizó las condiciones de la dependencia, ampliando sus gradaciones, y permitió el surgimiento de fenómenos en transición como China, cuyo destino estará ligado al desarrollo de las tensiones que caracterizan la convulsionada situación mundial.
Que estos fenómenos, lejos de cuestionar el entramado que asegura los beneficios del capital trasnacional imperialista, lo refuerzan, lo pone en evidencia la manera en la que se integran en las instituciones como el FMI. China buscó, y logró, tener más peso en las decisiones de este organismo multilateral, que es sostén del orden monetario internacional basado en el dólar [7]. Esta es apenas una muestra de cómo los centros de acumulación emergentes resultan un “amplificador del imperialismo” [8].
El análisis de los fenómenos contemporáneos confirma la vigencia de la categoría de imperialismo; no como un fenómeno rígido o estático, sino como uno dinámico que es reconfigurado, pero no revertido, por el desarrollo desigual que caracteriza la acumulación capitalista global.