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29 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Tribuna Abierta
Las últimas clases de Huberto Batis
Orlando Omar Zaldívar Cervantes

Esta mañana se difundió la noticia del fallecimiento de Huberto Batis, escritor, editor, periodista, promotor cultural, provocador y docente jalisciense.

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Hoy no muere cualquier persona. Muere un genio de la escritura borracha y no hablo de un Bukowsky. No. Hablo de un hombre que nació en Jalisco el 29 de diciembre de 1934 y que se fue educando a lo largo de su vida con historias que él mismo narraba en su clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, de viva voz.

Es por eso que me atrevo a decir que hoy muere un propulsor de la literatura con su suplemento cultural Sábado, páginas que guardaba mi madre desde su paso por la universidad. Fue leyendo esas hojas viejas que conocí una parte de la mente de este hombre y las de los nombres rescatados por su pluma, como Malva Flores, Guillermo Sheridan, Alberto Ruy, entre otros.

Huberto Batis era un trovador en sus últimos años de vida, ya no le importaba ceñirse a los contenidos cuadrados de un programa escolar, él era la clase con sus charlas y sus divagaciones, que iban desde periódicos hasta el último libro que se acababa de comprar.

Nos narró cómo fumaba su porro con escritores antes de entrar a dar alguna ponencia, ¡oh dulce soñador de la escritura! que cantabas erotismo que a todos nos hacía pensar distinto nuestros propias maneras de mirar el amor y el deseo. Por respeto no repetiré los nombres que él mencionó, sólo haré mención de algunas aventuras que escuchamos en clase o que son famosas como anécdotas.

Entré a su clase animado por los libros que leí de su autoría en la Mascarones (espacio de la FFyL), por algunas notas periodísticas y por aquella historia por todos sabida que contaba que un joven Batis regañó a una alumna por no haber leído a Baudelaire. Cuando era más importante el texto que las añoranzas de un viejo.

Pero ahora él era la clase, y nos contó que Octavio Paz, al que ambos odiábamos por pedante, mientras festejaba su Premio Nobel en el yate de los Azcárraga, había sido lanzado por la borda y obligado a alcanzarlos a nado. ¡Cómo se reía el viejo sabio!

Cuando nos hizo leer la Poética de Aristóteles, pensé que la clase iba a ponerse densa, pero no le importó un carajo, la resumió en tres preguntas, tres palabras y listo. Regresó a sus anécdotas. Desde entonces supe que no habría más clase, sólo una serie de rememoraciones de un hombre que bailaba en tiempo. Recordando que vivió y lo que logró, pero que estaba en su cenit.

Al poco tiempo dejó de dar clases. Nos contó que se revisó por bromear con el cáncer de mama de su esposa, y por casualidad se detectó el maldito cáncer que no le dejó en paz hasta su muerte.

Lo comencé a leer a través de las redes sociales. Compartía muchas fotos, pinturas entre otras cosas. Ya era una miscelánea su Facebook, con pocas palabras, sólo imágenes que fueron.

Esta mañana supe que este trovador ya no cantaría más a sus alumnos lo que, más que una clase de crítica literaria, era una clase sobre experiencias de vida. Quienes tuvimos el privilegio de tomar alguna clase suya, vimos al hombre, no al crítico, y qué mejor que ver a través de unos ojos diáfanos con la verdad de sus consejos. Por fin supe que otro gallo cantaría.

En paz descanse Huberto Batis.

 
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