La Plata, 12 de agosto de 1981
Clara Anahí, mi chiquita, hoy es doce de agosto, es tu cumpleaños. Cumples cinco años, mi vida, y yo sólo puedo imaginarte…
Hace cuatro años y nueve meses, oscuras fuerzas te llevaron. Eras apenas un bebé con batita rosa, con una boca grandota que reía y reía y unos ojitos espiones que buscaban ansiosos las caras de papá y mamá, para reír de puro llena de amor. Y cómo reías cuando yo te cantaba el arrorró ¡Tan desafinada como siempre! La familia, gozosa, opinaba que demostrabas muy buen oído y gran inteligencia”.
(El espanto, el horror, aquel 24 de noviembre de 1976. Los tiros. La muerte... Y ‘desapareciste’. Te llevaron solita. Tenías tres meses. El tiempo se detuvo. Nunca más la vida).
Te he buscado, mi Anahí, sin descanso. Por sobre el desgarrante dolor de mis muertes. Ignorando las armas, las amenazas y las injurias, te busqué un día y otro día y otro y un mes y muchos meses. Apretando los dientes. Quemándome las lágrimas. Con rabia y desesperación. Estallando el corazón pensaba en tu primer dientito, en tus primeros pasos. Crecías y yo debía encontrarte ya, ya mismo, enseguida.
Fui imaginando tus primeros vestiditos y tus muñecas y el jardín de infantes. Y no te puedo encontrar, mi chiquitita: ‘Se ignora tu paradero’. Te compro muñecas, ¿sabés? Las tengo en cajas que ya tuve que cambiar por otras más grandes. Se acumulan muñecas... y no te encuentro.
Te busco sin descanso. Qué hicieron con mi bebita, con mi Anahí. ¿Dónde estás? Tengo que apurarme, tengo que encontrarte antes de que sigas creciendo lejos de mí, de lo que queda de tu familia. Todo mi tiempo y las energías que me quedan son para buscarte. Te encontraré algún día. Pero, por Dios, que sea pronto.
Debes ser alta como lo eran tus padres. Quizás te han cambiado la edad, quizás por eso empieces a ir al colegio demasiado pronto: en 1982, quizás. ¿Te habrán conservado el nombre? Te sigues llamando Clara Anahí o sólo Anahí. ¿O sólo Clara? Tu cabello seguirá siendo castaño oscuro y lacio -te decíamos ‘Pelopincho’-. ¿Habrás heredado la miopía familiar? Tus orejas grandes, también heredadas, ¿no cambiarán?
Te encontraré, Anahí mía, no temas. Tu abuelita te reconocerá porque te lleva en la sangre. Eres hija de mi hijo muerto. ¡Y tus ojitos, mi amor, quisiera tanto que no guarden la visión del horror! Que no haya quedado en tu interior el ruido de la metralla, el grito de muerte de Diana, tu maravillosa madrecita.
(Dios, si estás ahí, escucha. Diles que me devuelvan a mi nieta. Ayúdame a no odiar, porque no sé si son hombres o hienas los que me la llevaron indefensa, con su pañal y su batita rosa. Y a mi Anahí dile, por favor, que su abuelita está aquí, buscándola, arañando las puertas herméticas. Que la encontrará un día, que no tenga miedo. Díselo, por favor, para que no asome esa infinita tristeza a sus ojitos cuando está sola, cuando la roza el recuerdo lejano del total despojo).
Anahí mía, mi chiquitita, espera un poquito más, estoy buscándote. Mientras llego, sientes que te abrazo. ¿Oyes, no un solo corazón sino tres, latiendo juntos, bendiciéndote?
Anahí, Anahí mía, Anahí nuestra, confía. Ya nos encontraremos. Confía en tu abuelita, que se ha convertido en acero para buscarte pero que volverá a ser nido y tibieza en cuanto te encuentre, chiquitita mía.
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