En un editorial, el diario sostuvo que el auditorio que repudió a Albino por su intervención en el Senado no tenía "el nivel científico necesario". Contate otro.
“Muy probablemente no fue el ámbito o el momento para lanzar al ruedo una cuestión tan delicada ante un auditorio sin el nivel científico necesario para poner en contexto sus palabras”. Así intenta explicar el diario La Nación el enorme repudio que generó la intervención del doctor Albino en el Senado, durante la discusión por el aborto legal.
Perdón doctor, deberíamos decir de acuerdo a la postura del diario. Usted tan adelantado y nosotros tan precientíficos para entenderlo. Vale preguntarse qué habrá pensado el doctor Alberto Kornblihtt si leyó este editorial. “No, no está bien, está mal”.
El diario mitrista sostiene que Albino ha sido víctima de una especie de campaña de difamación, que tomó como único punto para destruir su imagen, las declaraciones que hizo sobre la efectividad de los preservativos para prevenir el contagio del HIV; eso que dijo sobre que el “virus del sida atraviesa la porcelana”. Sus afirmaciones, lejos de sostenerse sobre un criterio científico infalible, generaron repudio porque desinformaron. Albino desalentó y puso en duda el uso del único método anticonceptivo que previene el contagio de enfermedades de transmisión sexual.
La Nación lo defiende y cuestiona que el Concejo Deliberante de Guaymallén le haya quitado el título de ciudadano ilustre. Comparte las concepciones más profundas del doctor sobre la sexualidad. Con respecto a las enfermedades y el control de la natalidad, hace suya la afirmación sobre que “no se puede dejar de poner el acento en los patrones de conducta individual”. Una forma elegante de decirles a las mujeres que pelean por el aborto legal “cierren las piernas”, o “al que le gusta el durazno, que se banque la pelusa”.
El doctor Albino es un hombre oscurantista. Opina que "una mujer embarazada es un tesoro para el país y su hijo, una joya", palabras que La Nación reproduce con emoción. Esta gente se sentiría muy a gusto en el país creado por Margaret Atwood en El cuento de la criada.
Su obra clave es el libro Gobernar es poblar: ¿Paternidad responsable o fornicación asistida?. Ya el tono de la palabra “fornicación” desalienta la lectura. El verso de la falta de población en los territorios nacionales es un pretexto ridículo. Lo único que le interesa al doctor es justificar su obsesión por la regimentación de los cuerpos y las prácticas sexuales, sobre todo de las mujeres.
Habría que preguntarles a Albino, a La Nación y a todos los pro aborto clandestino que reproducen estas ideas, qué opinan de la inmigración. La nota editorial sostiene que “la necesidad de poblar nuestro extenso territorio se contrapone al proyecto que se buscaba aprobar”. Digamos, si uno de los principales problemas por los cuales rechazan el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, es la falta de habitantes en el suelo argentino, ¿no estaría bien que Cambiemos dejara de impulsar medidas y discursos xenófobos? ¿No estaría bien emular aquel tiempo en que el suelo patrio se constituyó en ese crisol de razas tan diverso que describen los manuales escolares? Con el aborto clandestino, lejos de poblar y defender la vida, solo logran que más mujeres mueran en la clandestinidad.
La Nación a su vez celebra que Macri no haya decidido desfinanciar los programas que Albino conduce. “El presidente Macri evitó calificar las declaraciones del doctor Albino, a quien le reconoció sus quilates de ’batallador’, y defendió su titánico trabajo en materia de inclusión infantil, considerando que su fundación puede seguir trabajando con el Gobierno porque ’su tarea es muy buena’.
No podía esperarse otra cosa de La Nación: medio enemigo de las mujeres, conservador y oscurantista. Los dinosaurios del Senado deberían pedir perdón por desoír a personalidades que se refirieron al tema con verdadero nivel científico y a las millones de mujeres que dieron vida a la marea verde imparable.
A continuación, volvemos a reproducir la intervención del doctor Alberto Kornblihtt. Su rigor científico sí que se puede ver: