Lunes. Llegué más temprano que de costumbre a la escuela de Ingeniero White. Me senté en una silla cerca de la puerta de entrada. A medida que iban llegando, pibas y pibes de los primeritos me vinieron a saludar y se quedaron charlando.
Una piba de uno de mis primeros, 12 años, me comentó que para este 11 de septiembre quería hacernos cupcakes para regalarnos en nuestro día, pero cuando le dijo a su mamá ella le planteó que no había plata.
Claro, estamos en una situacion difícil, cada vez nos cuesta más- le dije
Sí. Estos días tuvimos que improvisar. Anoche mi abuela nos trajo un poco de maizena y con eso hicimos unas tortitas. No alcanzó para toda la familia. Mi padrastro se tomó unos mates y se fue a dormir- respondió
La mamá de mi alumna trabaja tapizando en su casa, en el barrio El Saladero. Su padrastro sale a vender tortas fritas y rosquitas. Para la familia no hay ni principio ni fin de mes, solo hay carestia.
A veces, del jardín nos mandan algo para comer
¿Comés en el comedor?
Sí, sí
¿Y comés bien?
Sí, al mediodía como bien
Todavía hay quienes preguntan qué tienen que ver con todo esto los acuerdos del gobierno de Macri con el FMI y el pago de la deuda. La total precarización de la vida del pueblo trabajador. Eso tiene que ver.
En Chaco asesinaron a un pibe de 13 años. Todos los días el gatillo fácil se lleva la vida de un pibe o una piba pobre.
Acá, a tu alrededor, hay miles de pibas y pibes que tienen hambre. Ni hablar de las posibilidades de cubrir el resto de las necesidades básicas. La escuela pública cubre lo que puede gracias a la voluntad del conjunto de quienes trabajamos en ella, no precisamente de las autoridades.
Y no hablemos del Frente para la Victoria y el Partido Justicialista, con sus dirigentes sindicales, que lo único que responden ante esto es que “hay 2019”.
Hoy, como muchas veces, tengo que dar clases con un nudo en la garganta, formado por la mezcla de tristeza, odio de clase y la convicción de que tenemos que organizarnos para dar la pelea contra quienes siguen fabricando miseria.
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