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La Izquierda Diario
16 de septiembre de 2018 Twitter Faceboock

Revista Ideas de Izquierda
De feminismos, subalternidades y ¿revolución?
Azul Almada

A propósito de La revolución será feminista o no será. La piel del arte feminista descolonial, de Karina Bidaseca.

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La revolución será feminista o no será [1], es un compilado de artículos en los que la socióloga Karina Bidaseca aborda las prácticas de tres mujeres artistas que trabajan la experiencia propia del exilio en lo que ella llama “mundos-entre” las metrópolis y sus excolonias. Según la autora, estas artistas, la cubana Ana Mendieta, la iraní Shirin Neshat y la vietnamita Trinh T. Minha-ha escriben en sus cuerpos los procesos de ocupación, colonización y descolonización que se libran en esos territorios emblemáticos, de conflictos geopolíticos. Producen sus obras desde el “Sur” o “Tercer mundo” geopolítico.

“Tercer mundo”, “sur”, “occidente”, “Oriente”, no son entidades monolíticas. El llamado tercer mundo excede a occidente, se ubica por dentro y por fuera de él. (…) El Sur es heterogéneo. Hay múltiples sures (en efecto, hay sures en el norte) con proyectos políticos anti-capitalistas, anti-racistas, anti-sexistas cuyas luchas contra las opresiones de raza/género/sexualidades/clase promueven formas de expresión artísticas y artivistas únicas (p.19)

De esta manera busca recuperar las voces y el arte de estas mujeres del “Sur”, silenciadas por los feminismos del Norte, historias de mujeres excluidas de un feminismo que pretende una universalidad que él mismo ha criticado furiosamente. La producción del discurso colonial por parte de las ciencias sociales al arte feminista es a partir de la omisión y el silenciamiento. Uno de los aportes que realiza el libro, en el encuentro de los estudios feministas/de género y los estudios culturales del campo poscolonial, es el cuestionamiento a estos feminismos hegemónicos y el cuestionamiento a los límites disciplinarios de la academia que las lee con pretendida objetividad.

El feminismo, los feminismos

El interrogante que repite Bidaseca, "¿De quién deben ser salvadas las mujeres color café?”, está dirigido al feminismo hegemónico, ese feminismo blanco, burgués, heterocéntrico, occidental, denunciado tantas veces ya por las feministas desde los ‘70, cuya crítica atraviesa todos los artículos. Cuestiona la concepción monolítica de mujer blanca, de clase media, universitaria, heterosexual, y la invisibilidad de las mujeres campesinas, indígenas, afrodescendientes, cuyas voces son leídas y traducidas por la academia y el feminismo blanco. Y cita a Audre Lorde [2]:

¿Qué hacen ustedes con el hecho de que las mujeres que limpian sus casas y cuidan a sus hijos mientras ustedes asisten a conferencias sobre la teoría feminista son, en su mayor parte, mujeres pobres y mujeres tercermundistas? ¿Cuál es la teoría tras el feminismo racista? (p. 50).

No hay una experiencia femenina universal –aclara– muchos grupos de mujeres se sintieron excluidas de su participación en el desarrollo de la teoría feminista. Al feminismo occidental se opone el feminismo poscolonial, el que está situado en el Tercer Mundo o Sur (feministas negras, musulmanas, indias, indígenas, etc.) y que busca interpretar la historia desde otro lugar y revisar las implicancias políticas de la academia “occidental” en la construcción de esos “otros”. Cuestiona que el lenguaje académico de ese feminismo (que pretende objetividad/poder) exotiza y recoloniza los cuerpos no-occidentales. Vuelve a la frase “mujeres blancas que salvan a las mujeres de color café de los hombres de color café. ¿De quién/es las mujeres necesitan ‘ser salvadas’?” (p. 41). Representar la otredad es de por sí, colonizador. En la idea occidental de que las mujeres de otros orígenes o religiones deben ser “salvadas” de los “abusos”, se juegan ideas racistas y llevan a la autora a discutir cuáles son los límites del feminismo académico para pensar esta “colonialidad”.

Como aclara al inicio, el libro se inspira en la “lucha de mujeres de distintos sures”, entre las que menciona movimientos como la Marcha de mujeres originarias por el Buen Vivir o el #NiUnaMenos. El cuestionamiento al feminismo hegemónico es correcto, pero en un momento en el que el movimiento de mujeres alcanzó una masividad histórica e impone sus demandas en la agenda política y mediática, no es abordado en profundidad en esta publicación y nos preguntamos: ¿no tendremos que indagar allí, en el movimiento de mujeres actual los antagonismos y las alianzas que conduzcan al camino de la revolución, esa que tan solo se encuentra enunciada en el título?

Las subalternas

La autora busca mostrar cómo las mujeres del Tercer mundo llevan marcado en su cuerpo la intersección de las opresiones de raza, género, clase y colonialidad.

Para eso retoma a Gayatri Ch. Spivak, para pensar la subalternidad. La académica india que pertenece a la corriente postestructuralista- descontructivista “se inscribe en la tradición feminista, aunque ha criticado sus versiones eurocéntricas que, a su entender, han silenciado las relaciones entre la condición de la mujer en los países occidentales y el imperialismo” [3]. Spivak, en diálogo crítico con un sector indio de los estudios poscoloniales –los Subaltern studies– toman el término “subalterno” que Antonio Gramsci usó para designar al campesinado del Sur de Italia.

En su ensayo titulado “¿Puede hablar el subalterno?”, responde negativamente. Dice Bidaseca:

Para Spivak, el subalterno es una subjetividad bloqueada por el afuera, no puede hablar no porque sea mudo, sino porque carece de espacio de enunciación. Es la enunciación misma la que transforma al subalterno. Poder hablar es salir de la posición de la subalternidad, dejar de ser subalterno. (…) esta postura solo se comprende cuando Spivak desnuda su posición: que la única opción política posible para la subalternidad es, precisamente, dejar de ser subalterno (pp. 45-46).

El problema es que el concepto de “subalterno” tiene una enorme amplitud analítica que muchas veces tiende a convertirse en una noción catch all, que opera elegantemente en los discursos más heterogéneos. El concepto, articulado originalmente por Gramsci, sirve de orientador y articulador crítico de nociones como clase, raza, nación y género. De algún modo, cuando Gramsci escribió “Historia de la clase dominante e historia de las clases subalternas” en los Cuadernos de la cárcel, enunció el doble interés por dar cuenta de las operaciones constitutivas de las clases dominantes, en nuestro caso de la secuenciacapitalismo-colonialismo-imperialismo y descolonización (con posterior colonialismo “interno”), y a la vez poner la mirada en los aspectos subjetivos de los colonizados. En tanto lo subalterno es expresión de la experiencia y la condición subjetiva del subordinado y oprimido.

Raza, etnia, género, colonialidad, son situaciones de subalternidad. Pero –se pregunta Bidaseca– ¿cómo se establece un orden entre esas opresiones?

¿Cuál es la medida exacta de la que disponemos las académicas y académicos para definir entre un proletario del primer mundo, hombre, blanco, escolarizado y una mujer del tercer mundo de piel oscura, analfabeta… quién es el explotado y quién el subalterno? ¿Cómo establecer un orden de opresiones entre las identidades de una mujer afrodescendiente y pobre, por ejemplo? ¿Es posible pensar la articulación política entre los que pertenecen al grupo de los explotados y al de los subalternos? ¿Hay, definitivamente, como tales, sujetos excluidos? (p. 44).

Sin embargo, de lo que se trata no es de establecer un orden o jerarquías entre las diferentes opresiones, sino de buscar la manera de articularlas, de estructurar un sistema de alianzas de esas opresiones, para luchar contra el enemigo que tienen en común y formular una propuesta de liberación. Spivak respondería que la enunciación es inescindible de su posición política, basada en la lucha emprendida por la desaparición de la subalternidad. La tarea –dice Bidaseca– es recuperar esas voces, a las que considera las más “autorizadas” para poner en cuestión la dominación por ser quienes se encuentran atravesadas por las diversas opresiones.

La frase de Audre Lorde que Bidaseca repite a lo largo del libro y de otros trabajos: “las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo”, nos abre la pregunta acerca de cuál es su propuesta para liberar de la opresión a la subalterna/o. Nuevamente, a diferencia de lo que esperamos encontrar si nos guiamos por el resonante título del libro, no se plantean propuestas de acción colectiva ni se habla de revolución.

Para Bidaseca la emancipación está por descubrirse, no hay un camino que pueda conocerse de antemano. Los oprimidos deben encontrar una manera propia, no se puede imponer una agenda occidental y eurocéntrica a poblaciones no-occidentales. Hay que revisar el proyecto emancipador de la modernidad y construir nuevas armas, no nos podemos liberar “con las armas del amo” (es decir, de occidente). Propone buscar en los espacios del arte las políticas de liberación, para terminar con el colonialismo, el racismo y la explotación, construir espacios desde posiciones que no son posiciones de poder, de cuerpos disidentes, racializados, sexualizados de cooperación Sur-Sur para el cambio social. Volviendo a Spivak, sentencia que “La única opción política posible para la subalternidad es, precisamente, dejar de ser subalternos, en otras palabras, intensificar la voz, hacerla propia, lejos de la representación”. (p. 45)

Retoma también de Spivak el concepto de esencialismo estratégico. Como dice Keucheyan, este concepto deriva de

… la crítica del esencialismo que sostiene que todas las identidades, sean de género o de clase, sean étnicas o de otro tipo, han sido construidas socialmente y, por lo tanto son contingentes (...) Coincide con la idea de que no existen esencias en el mundo social. Sin embargo, llama la atención sobre el hecho de que, en la vida cotidiana y en las luchas sociales, los individuos se refieren frecuentemente a tales esencias [4].

Esto les permite sentir pertenencia hacia un grupo dominado y obrar a favor de la emancipación. El concepto de esencialismo estratégico sostiene que pueden adherirse provisionalmente a una esencia que les puede resultar estratégicamente útil, agrega Keucheyan.

La mujer del Tercer Mundo lleva en su cuerpo la marca de todas las opresiones, de género, de raza, etnia y –un aspecto subvaluado en el análisis de Bidaseca– de clase. La intersección de estas opresiones profundiza la situación de subalternidad. Sin embargo, Bidaseca no se pregunta por el origen de la opresión ni profundiza en el cuestionamiento al sistema de dominación.

Más allá de las diferencias que podamos tener con la concepción de subalternidad o esencialismo estratégico –conceptos que hacen a parte interesante del libro– no hay una lectura profunda y crítica de la dominación capitalista e imperialista sobre los sectores oprimidos que permita entender el origen de esas opresiones, a quienes resulta funcional y cómo cuestionarlas de conjunto. La lucha contra la “colonialidad del poder”, donde cada población oprimida libra su batalla en los espacios de interacción social en los que se desarrolla, en este caso en “los espacios del arte”, no propone una pelea de conjunto que permita articular a los diferentes sectores oprimidos.

Desde el marxismo entendemos que la enunciación de los sujetos puede tener un peso subjetivo importante, pero no cambiará las condiciones reales de la opresión. Estas no se resolverán mientras las bases materiales de que se nutren la opresión, la discriminación y el racismo se mantengan en pie. No se puede terminar con la explotación de manera aislada, parcial o por vías individuales sin quebrar las relaciones sociales de explotación a las que el racismo es funcional.

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