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La Izquierda Diario
16 de septiembre de 2018 Twitter Faceboock

Semanario Ideas de Izquierda
Hobsbawm perdido en América Latina
Federico Roth

El libro póstumo de Hobsbawm, ¡Viva la revolución!, está dedicado a su relación con América Latina. Pero ¿qué revolución ve el historiador británico en el continente?

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El libro ¡Viva la revolución! reúne los artículos de Eric Hobsbawm durante “una relación de cuarenta años con América Latina”. Seleccionados por Leslie Betthell, muestran un recorrido por los procesos políticos que se sucedieron desde la Revolución cubana de 1959 hasta sus comentarios de los gobiernos posneoliberales de principios del siglo XXI que “alegran el corazón de la vieja izquierda”.

Los mismos comprenden un análisis unilateral de los procesos políticos de base agraria, repasando un heterogéneo cúmulo de experiencias que van desde insurrecciones campesinas, pasando por enfrentamientos armados y guerrillas hasta verdaderas revoluciones, como la mexicana y la cubana.

No debería resultar llamativo que ni siquiera estén incorporados sus análisis sobre la Revolución boliviana de 1952, y que cuando localice los procesos urbanos que tenían por eje al proletariado y a los pobres de las ciudades, como en los casos de Perú, Chile y Colombia, sea desde un lugar subordinado a la burguesía.

Escritos al calor de los acontecimientos, aprovechando sus visitas como turista, connaisseur revolucionario, combinan la descripción histórica con sus evaluaciones de las posiciones políticas y los debates estratégicos de algunos de los actores políticos que los protagonizaron, siendo muy crítico hacia los “ultras”.

¿Viva cuál revolución?

En estas coordenadas, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, del mundo colonial y semicolonial, quedaban todavía por resolver las tareas democrático-burguesas [1], la reforma agraria y la independencia nacional.

En sus artículos Hobsbawm plantea que la temprana independencia, ocurrida durante las primeras décadas del siglo XIX, no habría pasado más allá de la separación “formal” de Europa pero sin transformar la estructura social y colonial.

El crack de 1930 habría marcado “el fin de la Edad Media en América Latina”, generando que “la gran mayoría de su población ingresara a la política nacional” cuando el populismo, un movimiento nacionalista y “revolucionario” cuyo poder radicaba en movilizar a los pobres contra los ricos, entró en escena. Para movilizar estos sectores los políticos, intelectuales o militares se debían valer de un programa de “desarrollo económico” y “reformas sociales” que trasformaban a grandes masas en “sujetos”. Sería entonces por detrás de las medidas proteccionistas que tomaron los Estados para enfrentar el quiebre del comercio mundial que “aparecieron nuevos intereses económicos y políticos, especialmente los de los industriales que abastecían al mercado interno”.

Sobre esta base se habría registrado un “éxodo fantástico desde los pueblos y el interior a las ciudades” provocando una “expansión casi alucinante” que, al darse paralelamente con “muy poca industrialización”, provocó la aparición de distintos asentamientos precarios. A pesar de esto, América Latina sería una sociedad con “elementos feudales en su desarrollo”, y el sujeto social de la transformación tendría base rural.

Aunque plantea el carácter marginal y transitorio de lo que denomina neofeudalismo en regiones aisladas, va a insistir sobre su presencia en el último artículo que trata al respecto todavía en 1976 [2]. El último que apague la luz.

Contraria a la caracterización de una sociedad feudal, Luis Vitale afirma que durante la colonia “no hubo un modo de producción preponderante, sino variadas relaciones de producción precapitalistas y capitalistas embrionarias que, combinadas y articuladas, constituían una formación económica en transición al capitalismo”. Una visión que capta mejor el hecho de que la colonización europea, lejos de implantar acá las relaciones feudales (que ya estaban en disolución en Europa) convirtió a las colonias en parte de esta transición al capitalismo, lo que se expresa en las formas híbridas presentes desde el origen.

El corte temporal a partir de la crisis del ‘30 es en realidad una operación teórica que cumple con dos objetivos. Por un lado, terminar de oscurecer el rol del capital en el desarrollo de algunas ramas de la economía en América Latina que fue la base del crecimiento de un proletariado que tempranamente iniciado el siglo XX protagonizó grandes huelgas y jugando un papel revolucionario. Y correlativamente se encastra con la Internacional Comunista stalinizada cuyos PC planteaban la necesidad de una revolución “antifeudal, agraria y antiimperialista” que promoviera el desarrollo del capitalismo, donde el proletariado y el campesinado estarían llamados a forjar alianzas de clases con los burgueses industriales en los países coloniales y semicoloniales [3].

Viva México (burgués) cabrones

El modelo de la Revolución mexicana será el que Hobsbawm plantea que es necesario repetir. Al menos en su interpretación de la misma como una revolución burguesa.

Si bien hay constantes pasajes sobre la Revolución mexicana, el artículo que habla de la misma es una selección de pasajes de su libro, La era del Imperio. Allí Hobsbawm explica que hacia fines del siglo XIX, México había sufrido aceleradas transformaciones producto de su incorporación al mercado mundial.

Las raíces de la revolución se encontrarían en una combinación de una crisis moderna por el impacto de la crisis de la economía yanqui de la primera década del siglo XX y la consiguiente desocupación de los trabajadores mexicanos de las zonas fronterizas y una más antigua por la caída de los precios de los productos agrarios. Sobre esto se agregaba la reacción campesina al despojo de las tierras libres que luego de la extensión del ferrocarril se convertían en “tesoros potenciales”.

La Revolución mexicana de 1910 sería “la primera de las grandes revoluciones en el mundo colonial y dependiente en el que las masas trabajadoras desempeñaron un papel protagonista”. Tendría un epicentro norte con los hombres armados del ejército de Pancho Villa y un epicentro en las localidades agrarias cercanas a la capital, dirigido por Emiliano Zapata.

Emiliano Zapata dirigió entonces la más vigorosa y sólida revolución comunal del período, organizando la Comuna de Morelos, donde se estableció un régimen basado en la democracia directa de las masas campesinas, se redactó una ley de reforma agraria y expropiación de los ingenios, medidas con aspectos de carácter socialista. Pero se ve aislado del resto del país, cuestión que se agrava con la derrota del ejército del norte.

La revolución ocurrió en el interregno histórico entre la vieja revolución burguesa y la revolución proletaria que sería protagonista central del siglo XX. Su retraso histórico abrió una dinámica caracterizada por el enfrentamiento entre quienes representaban los intereses de una burguesía en ascenso y las masas campesinas [4].

El articulo seleccionado recupera hacia el final un pasaje de Historia del siglo XX donde el autor sostiene que “la forma del México pos revolucionario no se aclararía hasta fines de la década del 30” y afirmando que bajo el gobierno de Cárdenas se daría “la reforma agraria más cercana al ideal campesino”, limitando a esta tarea el alcance de la revolución. Según Hobsbawm, la nacionalización del petróleo y los ferrocarriles se habría debido esencialmente a los intentos de Estados Unidos por limitar la influencia británica hacia la Segunda Guerra Mundial, desdibujando el rol que jugaba el proletariado mexicano que venía protagonizando desde inicio de esa década un fuerte proceso de organización y movilización, aunque con sus organizaciones sindicales estatizadas.

Contra la reducción de la revolución a la reforma agraria del cardenismo, Trotsky sostendrá en 1939 que lo que necesitaba México era en realidad una segunda revolución para la que planteaba la tarea de “completar la obra de Zapata” por parte del proletariado.

Los herederos del modelo mexicano

La continuidad de la Revolución mexicana se encontraría primero en el desarrollo de una “guerra civil larvada” desde 1948 en Colombia, cuando el líder del Partido Liberal Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado, desatando una insurrección en las barriadas populares de Bogotá. El error del PC habría sido no haber apostado a tiempo a “constituir un régimen populista de izquierda” en estrecha colaboración con los comunistas. Luego se dio inicio a un período de enfrentamientos armados por la propiedad de la tierra conocido como La Violencia, en cuyo seno el PC colombiano desarrolló “el mayor movimiento agrario” que hasta 1963 dio pie a la incursión militar de las FARC.

Tendría expresión esta misma política con en el proceso de “invasiones de tierras” abierto en Perú a principios de los ’60, donde la formación de sindicatos campesinos por parte del PC y otros marxistas “no ortodoxos” provocó “el colapso del sistema de haciendas”. Para el incansable Hobsbawm, “aunque fue capaz de matar al terrateniente” e hizo de la reforma agraria algo “inevitable”, este proceso habría necesitado de la llegada al poder de Velasco Alvarado para “enterrar el cadáver de las haciendas en las tierras altas”. Su resolución estaría en la reforma agraria que el régimen militar comenzaba a realizar a partir de 1968.

De este mismo período son los artículos en los que escribe el acta de nacimiento y el de defunción de la “vía pacífica al socialismo” por el ascenso de Allende en Chile y el golpe de 1973, donde depositaba una esperanza renovada de conseguir el desarrollo de un “capitalismo de Estado”. No ha de asombrar que en la segunda abunden las críticas al MIR porque “tanto la derecha como la ultraizquierda estaban empeñadas en demostrar que un socialismo democrático no podía funcionar”. En ningún momento desarrolla una explicación de cuáles eran los elementos revolucionarios que existían; pareciera que los Cordones Industriales y las Juntas de Abastecimientos y Precios no son dignos de mención alguna.

Sobre la base de estos dos procesos recomienda a la izquierda “saber elegir entre una pureza sectaria ineficiente y sacar el mejor partido posible de de una serie de compañeros: populistas civiles o militares, burguesías nacionales, o lo que fuere”.

Lo cierto es que para el capitalismo a nivel mundial, desde la década del ‘50 el latifundio ya mostraba su inviabilidad, por el proceso de tecnificación de la agricultura en los países imperialistas. La respuesta por parte del imperialismo a dicho límite fue el impulso a la transformación de la “agricultura tradicional” en “agricultura empresaria”, lo que generó en distintas latitudes enfrentamientos entre campesinos y latifundistas [5].

Mientras la Revolución boliviana de 1952 mostraba que el proletariado era ya un actor político central, cuyos batallones iban a marcar con la impronta de sus métodos los procesos revolucionarios, Hobsbawm sigue apostando al desarrollo de una intervención política campesina dirigida desde las alturas del Estado burgués o la burocracia comunista y socialista integrada al mismo.

Revolución socialista o caricatura de revolución

Con la revolución de 1959 surgía para Hobsbawm “el primer país socialista del hemisferio occidental”. La independencia cubana en 1898 había dado como resultado casi sin solución de continuidad su subordinación al imperialismo yanqui, del cual Cuba se convirtió en una semicolonia desde principios de siglo. En esta encrucijada histórica la cuestión nacional se complejizaba aún más, dando como resultado que ya no se tratara solamente de romper el nexo colonial con España, sino también de evitar el dominio del capital financiero norteamericano. Las etapas históricas se comprimían. Y esta característica iba a quedar en el ADN cubano. La tragedia de Hobsbawm es no haber logrado dilucidarla.

Esta situación se prolongó hasta la revolución de 1933, donde el proletariado tuvo una destacada participación. La misma llevó a un gobierno que impulsó medidas sociales de carácter progresista y la convocatoria de una Asamblea Constituyente para abolir la Enmienda Platt que admitía la intervención norteamericana en los asuntos internos de Cuba desde 1901. En nombre de ese texto redactado como Constitución de 1940 se levantará el Movimiento 26 de julio al levantarse contra Batista.

Hobsbawm acierta en señalar tempranamente que este era el programa de la dirección que tomó el poder en 1959, explicando que “no la doctrina sino la empiria está volviendo socialista a Cuba”. Pero su explicación se reduce a que “desde fuera” la influencia del comunismo ortodoxo llevó a Castro al “descubrimiento crucial de que los campesinos no quieren en realidad minifundios propios, sino que pueden ser integrados de inmediato en unidades de producción más grandes, las abrumadoras ventajas técnicas de la agricultura planificada clamaban ser utilizadas y puestas en práctica”. Lo que en realidad vino “desde fuera” fue el intento de derrotar el proceso revolucionario por parte de Estados Unidos, generando una serie encadenada de “acciones” y “reacciones” entre su accionar y el de las masas cubanas que dieron por resultado lo que el “Che” llamó una “revolución de contragolpe”.

No resulta llamativo lo poco que escribió Hobsbawm sobre Cuba, ya que fue un crítico feroz de los movimientos guerrilleros que inspiró en la región y más allá, como señala Leslie Betthell en su introducción. Y no era para menos, cuando el triunfo de la revolución socialista en un país como Cuba significaba que en estos países para terminar con el imperialismo y el poder de los terratenientes había que llevar adelante una revolución con el programa del proletariado.

No será sino hasta unos meses después del asesinato del “Che” y en medio de la embestida de los tanques soviéticos que pisoteaban flores obreras y juveniles, que Hobsbawm aproveche para escribir un segundo artículo donde critica a la juventud que bajo su figura encuentra una inspiración revolucionaria “que rechaza el viejo comunismo y la burocracia” ya que “la rebelión es inútil sin disciplina, organización y liderazgo” y sostiene que el “Che”, aunque tiene un halo romántico, “en el eterno debate que divide a la izquierda revolucionaria ortodoxa de la heterodoxa […] estuvo firmemente del lado de la primera y en contra de la segunda”.

Si bien Guevara no fue ningún heterodoxo por no haberse convertido en alternativa a la dirección de Fidel Castro, evidentemente su grito de guerra para “crear uno, dos, tres Vietnam” y su intento de extender la revolución socialista a otros países y continentes, lo ubicaban claramente a la izquierda del stalinismo latinoamericano.

***

Como pudimos ver, son muchos los claroscuros que deja la reconstrucción en manos de alguien como Hobsbawm, de quien podríamos aseverar que “sus puntos de vistas teóricos pueden clasificarse como marxistas solo con gran reserva”. Hobsbawm no era un teórico, es cierto. Pero algo hilvanaban sus anotaciones. Cuando cruzó el océano para "hacer la América” llevó a cuestas su pecado original y los procesos políticos se convirtieron en una encrucijada para una mirada “tan cerca del Kremlin”.

 
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