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La Izquierda Diario
23 de septiembre de 2018 Twitter Faceboock

Semanario Ideas de Izquierda
Debate: sobre Aricó, Pasado y presente y el marxismo
Martín Cortés

En este artículo, escrito especialmente para este semanario, Martín Cortés realiza una crítica de las lecturas practicadas en Ideas de Izquierda sobre la experiencia de Pasado y Presente. Propone una mirada distinta de la trayectoria de “los gramscianos argentinos” y cuestiona nuestras críticas al Frente Popular y el eurocomunismo.
Esta intervención constituye una contribución al debate que ya venimos realizando sobre la valoración crítica de la experiencia de Pasado y Presente y las lecturas de Gramsci en Argentina. También hace a la discusión sobre las distintas estrategias en el movimiento obrero y la izquierda, sobre lo que ensayaremos una respuesta en el próximo número de este semanario.

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Debate-sobre-Arico-Pasado-y-presente-y-el-marxismo

Elogio de la incoherencia

Ideas de Izquierda viene publicando, de unos años a esta parte, una serie de textos vinculados con la experiencia del grupo Pasado y Presente, con especial atención en la figura de José Arico: su itinerario, sus miradas del marxismo, su derrotero político [1]. Esas relecturas no pueden disociarse de un horizonte un poco más amplio que busca medirse con la obra de Antonio Gramsci. En su atenta relectura de los Cuadernos que lleva por título El marxismo de Gramsci –y en otro libro que sabemos aparecerá pronto–, Juan Dal Maso pone en diálogo al revolucionario sardo con Trotsky, y desde allí busca elementos para seguir discutiendo los grandes dilemas teóricos y estratégicos del marxismo. El hecho de que esa relectura de Gramsci se lleve adelante asociada a una lectura de los itinerarios de Gramsci en Argentina es una operación, valgan las redundancias, eminentemente gramsciana. Ella invita entonces a ampliar los contornos de ese diálogo, porque bien podría sugerirse la vaga hipótesis de que las distintas posiciones teórico-políticas de las izquierdas en la Argentina son también modos diversos de lectura del legado de esa figura tan tempranamente “nacionalizada” en el marxismo argentino.

Recordemos una vez más el punto de inicio: en 1963, los hacedores de la revista Pasado y Presente son expulsados del Partido Comunista Argentino. Los propósitos de la revista eran teóricos y políticos: introducir debates que pusieran en movimiento las posiciones de la organización y aproximarse de un modo menos prejuicioso a la experiencia peronista. El PCA rechaza la iniciativa, pero esos mismos propósitos dan origen a ese rico itinerario de varias décadas que todavía hoy estamos discutiendo. No hay espacio para resumir aquí la trayectoria de Aricó y lo que se suele llamar el “grupo” Pasado y Presente, que además está por demás reseñada en los artículos de referencia. Sin embargo, sí pueden señalarse algunos elementos recurrentes que pueden servir para seguir pensando lo que queda de ella. La revista tenía una evidente inspiración gramsciana, como su nombre lo indica, pero en realidad tampoco se agotaba allí, si se mira con atención el gesto casi imitativo con el cual los jóvenes cordobeses contemplaban al Partido Comunista Italiano. Como elemento inscripto en el corazón de la cultura italiana, la organización había captado a buena parte de la intelectualidad de la península, y cobijaba varias publicaciones en las que transcurrían los más relevantes debates del marxismo y las ciencias humanas de la época. A su vez, la orientación política del PCI mostraba una considerable autonomía respecto de la Unión Soviética (mucho más si se la comparaba con el caso argentino) y, este es el elemento fundamental, se trataba de una organización de masas, el gran partido con el que la clase trabajadora italiana se identificaba.

Por eso Aricó caracterizaba a los miembros de la revista como “guevaristas togliattianos”, combinando el influjo de la revolución cubana sobre lo que sería la “nueva izquierda” de la región con el modelo italiano de organización abierta a los intelectuales y con inserción en las masas. Sobre esa base, su práctica se articula en torno de una vocación de intervención que, con importantes variaciones internas, lo caracterizará durante las décadas sucesivas. ¿En qué consiste esa práctica? En el intento, acaso apadrinado al mismo tiempo por las preocupaciones gramscianas y por el drama de las izquierdas argentinas que se hallan alejadas del movimiento real, de trabajar desde una posición crítica al interior del proceso político. En ese camino puede leerse la preocupación por la cuestión nacional y la aproximación a la guerrilla en los primeros años de la revista, la afinidad con los sindicatos clasistas en el salto entre las décadas del sesenta y el setenta, o el entusiasmo por los movimientos de la izquierda peronista al momento de editarse la segunda etapa de la publicación, en 1973. Incluso en esa línea podría pensarse el creciente interés en discutir la cuestión de la democracia y la afinidad con algunas aristas del gobierno de Alfonsín en los años ochenta.

Considero arriesgada y a la vez acertada esa forma de intervención, y creo que la principal y más duradera contribución de Aricó quizá esté en el saldo que cada una de ellas dejó. Esto es así porque el modo de estar en la coyuntura entrañaba una particular operación teórica al interior del marxismo: cada problema convocaba a revisar las formas en que esa misma cuestión había sido trabajada por la larga tradición marxista, además con un especial privilegio por sus bordes menos explorados. Por eso, pensar la nación era volver a leer a Gramsci y a los austromarxistas –o a Mariátegui–, o participar de las luchas obreras cordobesas era volver sobre las experiencias consejistas, o indagar en torno de la relación entre democracia y socialismo era también revisitar las polémicas de la Segunda Internacional, o explorar la cuestión de la periferia era una excelente excusa para pasar revista de la pila de reflexiones dispersas de Marx sobre los confines del mundo capitalista. Así, a los lectores de las intervenciones de Aricó –entendiendo por ello tanto a sus escritos como a su extensísima labor editorial– nos queda no solamente el modo singular en que él se propuso participar de su época, con el cual podemos acordar o disentir, o empatizar más o menos parcialmente, sino fundamentalmente un nuevo y denso capítulo de materiales e interpretaciones de la compleja tradición marxista afincados en los dilemas de la política latinoamericana de varias décadas.

Ahora bien, sobre las no lineales derivas de Aricó se pueden decir muchas cosas, y ellas son parcialmente el objeto de los textos que se han publicado en esta revista. En primer lugar, se señala el largo “deambular” que de algún modo el propio Aricó coloca como característica del andar errático de los jóvenes excomunistas en busca de un sujeto político, luego de su salida de la organización. El señalamiento es crítico, alude a una suerte de deriva irreflexiva y a una falta de coherencia teórica. Pero la coherencia, desde mi punto de vista, está sobrevalorada. Es evidente el carácter visiblemente “errático” de las opciones políticas de Aricó, pero ¿no es ese también el drama del movimiento real argentino? Si sus apuestas políticas están más bien asociadas a la derrota, no puede decirse que no sean también las derrotas de las grandes apuestas políticas argentinas hasta los años ochenta. Esa dimensión “errática” proviene en realidad de una suerte de dictum (¿gramsciano?) que sugería dejarse siempre afectar por la coyuntura, y no volver a disociarse de la experiencia efectiva de las masas, sino trabajar siempre en su interior, aunque intentando tensarla y agregarle una dimensión propia de las izquierdas.

En segundo lugar, las notas que aquí se han publicado proceden con todo derecho a desmenuzar esa trayectoria y a subrayar sus claroscuros. Y allí emerge algo mucho más parecido a un acuerdo, aunque con algunos matices. Juan Dal Maso señala en su lectura de La cola del diablo que los años 80 de Aricó están “en abierta contradicción con sus reflexiones teóricas más interesantes”, y creo que efectivamente es así. Hay un Aricó que piensa el problema de lo nacional-popular desde el marxismo (y la relación entre izquierda y peronismo, en un sentido más argentino); que relee a Mariátegui para imaginar los contornos de un marxismo latinoamericano que pueda liberarse de la condena a la copia; que explora los debates del marxismo de inicios del siglo XX para colocar una relación entre economía y política que esquive tanto la tentación determinista como la politicista; o que se sumerge en el mundo de la obschina rusa con la misma obsesión con la que lo había hecho Marx para divorciar marxismo de positivismo. Ese es un Aricó más interesante, para nuestros días, que el que participa en los años ochenta de una discusión sobre la democracia que había pasado por la cruel máquina de destrucción de las grandes alternativas que había implicado la “crisis del marxismo” en muchos de sus resultados. La colocación del socialismo como un problema de “cultura política” y como práctica de la “sociedad civil” (antes que de transformación del Estado) que era en los hechos compatible con una brutal contraofensiva del capital, no es fructífero para pensar hoy nuestros problemas. Aun si los ochenta contuvieron también otras extrañas contribuciones de Aricó, como sus sugerentes lecturas de Carl Schmitt y Walter Benjamin, podemos también, con la soberanía que todo lector preserva, no elegir a ese Aricó.

Los objetos controversiales y la discusión estratégica

Elegimos un Aricó entonces: el que intenta pensar los dilemas políticos fuertes del marxismo y se pregunta de diversos modos por las singulares formas de constitución de los sujetos políticos transformadores en América Latina, bajo la hipótesis recurrente de que la cuestión de clase en la región no puede pensarse si no es en formas siempre complejas de traducción política. Tampoco habría espacio para proceder aquí a una gran teorización en torno de las clases, pero sí podemos intentar pensar algunas aristas del problema a partir de las caracterizaciones que se han hecho de Aricó en esta publicación. Para ello habría que hablar de dos objetos controversiales: el frente popular y el eurocomunismo.

En más de una ocasión, aquellos méritos que se reconocen a Aricó en sus lecturas de Gramsci, del marxismo o, más recientemente, de Mariátegui [2], se debilitan súbitamente al señalar cómo conducen más o menos mediadamente a una opción por el frente popular como estrategia política. Con ello, Aricó introduciría, de manera ilegítima, tanto a Gramsci como a Mariátegui en esa "familia". Lo que se pierde con ello es la independencia de clase para la lucha, y la potencia revolucionaria para la teoría. Pero ninguna de esas caracterizaciones remite a una discusión historiográfica sobre la efectiva ubicación de Gramsci y Mariátegui en los alineamientos de su tiempo, sino a sus consecuencias en términos de estrategias políticas para sus lectores. Por eso lo que aparece como crítica del frente popular retorna luego como crítica de la opción eurocomunista. En este caso, se cede a las tentaciones del juego de la democratización del Estado capitalista, y se elude el invariante problema de su ruptura en una estrategia socialista. Frente popular y eurocomunismo son, así, dos nombres de una suerte de horadación interna del marxismo de la que participa Aricó, que conduce finalmente al abandono del terreno revolucionario.

Si al frente popular le corresponde el momento "togliattiano" de Pasado y Presente, en la búsqueda de la alquimia para la revolución pensada como gran hecho nacional, el eurocomunismo aparece efectivamente en el horizonte de muchos miembros del mismo grupo en los tardíos años setenta, cuando ciertamente inspirados en la política de Enrico Berlinguer se concentrarán en pensar dramáticamente la relación entre democracia y socialismo. El paralelismo italiano del grupo continúa con una apasionada lectura de Norberto Bobbio en los ochenta, aunque, como dijimos antes, elegimos que esa última torsión nos importe menos.

Ahora bien, en la crítica del frente popular y del eurocomunismo se cifra también la crítica de una serie de alternativas políticas contemporáneas que de algún modo son leídas como sus herencias: Podemos, Syriza, los llamados gobiernos progresistas en nuestra región. Más allá del debate en torno de dicha filiación, y también más allá de la simpatía política por esas experiencias –donde encontraremos mayores diferencias–, en ningún caso su sola mención puede ser razón suficiente para arremeter contra aquello con lo cual se las asocia. Porque aun si se elige, fundamentadamente, otra estrategia, es imperioso abrirse hoy a las preguntas estratégicas que esas experiencias –y esas tradiciones, si aceptamos al frente popular y al eurocomunismo como pecados originales– han abierto: la relación entre socialismo y democracia, los modos de construcción de un partido o una organización política de masas, la relación entre lucha social y construcción política, el problema –el viejo problema– nacional, la cuestión de los liderazgos y, en el estricto terreno argentino, la relación entre izquierdas y peronismo.

En su conjunto, estos problemas pueden reunir, como lo hacen a menudo en estas páginas, escrituras marxistas que se reconozcan como parte de distintas aristas de la tradición, pero que acuerden en la necesidad de un retorno fuerte a la discusión estratégica, lo cual es al mismo tiempo un retorno fuerte a la discusión teórica. Es fundamental señalar esto, sobre todo de cara a una preocupante escena de discusión argentina: cuando los análisis de mayor circulación sobre el macrismo no van mucho más allá del mero registro de lo que el gobierno dice acerca de sí mismo, con alguna que otra remisión menor a una variable económica maltrecha, estamos frente a una carencia teórica que en parte se explica por la declinación del marxismo –o de los marxismos– como horizonte explicativo. Pero, como todo, no es una declinación irreversible, y estos intercambios son urgentes para encontrar los modos de introducir una crítica sustantiva al actual estado de cosas.

Me permito la última referencia que sintetiza puntos de acuerdo y desacuerdo para seguir este intercambio: en un texto de Fernando Rosso publicado en Anfibia [3] se señalan con solvencia las enormes orfandades teóricas con las que se encaró en la Argentina reciente el debate en torno de la “hegemonía macrista”. Rosso muestra que la hegemonía fue reducida a poco más que triunfo electoral, y con ello la complejidad de la política fue reducida al astuto manejo de ardides electorales, con todo eso funcionando apenas fundamentado por una lectura de los movimientos de superficie de la política argentina. No podría más que acordar con esa lectura, y con la crítica de todo lo que allí se pierde. Sin embargo, en un inesperado giro, el autor atribuye el origen de esta “versión amputada” de la hegemonía a “los anales del eurocomunismo y a uno de sus últimos representantes en el fallecido Ernesto Laclau”. Para decirlo rápidamente: a diferencia de las presuntamente provocativas sentencias de José Natanson, el eurocomunismo es cosa seria (y Laclau también). Un relanzamiento de los debates estratégicos marxistas precisa medirse con esos legados, tanto como con el de la experiencia de Pasado y Presente.

03/08/2018

 
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