Hoy, la desidia estatal parece aflorar y mostrarse como el sol radiante, que hierve el cemento y calienta las cocinas de un restaurant, en el que las frentes sudan y el calor desmaya.
Las bicicletas, cortando el pasto por un vaso de gaseosa. Gaseoso, como los humos contaminantes que respiran desde los barrios periféricos, barrios inundados por modificaciones de elevación del terreno de un country. Donde bicicletas, frentes sudadas y cortadoras de pasto asisten periódicamente sobre el cemento hacia un pasto que nunca será el suyo.
Se hacen las cuatro de la tarde, cuatro como las horas que una madre ve a su niño por día, por tener que trabajar doble turno, de sol a sol, esos soles que anuncian el nuevo turno de aquellos guantes y botines que dormitan en el transporte público.
Como duermen los niños luego de un día de plaza, hamacando el aire, acariciando el cielo.
Caricias vs. palizas, marcas que retrasan un poco la producción, piernas con moretones que tiemblan de dolor pero saben que no pueden parar un segundo. Y he aquí todos los actores del gran capital, nosotros y los dueños.
Dueños que no toleran la llegada tarde, ni los desmayos y mucho menos el pasto alto. Menos que menos comprenden los palos que recibimos, solo quieren sus palos, a costa de cada sudor y lágrima nuestra.
Que brillen en su sol que exhausta mientras puedan, porque vamos a apagarlo.
Y nos vamos a encender, con los amaneceres de nuestro lado esta vez. |