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14 de octubre de 2018 Twitter Faceboock

Semanario Ideas de Izquierda
¿“El urinario” de Elsa para Duchamp?
Carmela Torres | Contraimagen

En el 2004, “La fuente” o “El urinario”, del artista dadaísta Marcel Duchamp, fue votada como la obra de arte más influyente del siglo XX, pero ahora se cuestiona su autoría. Según algunos estudios, la artista dadaísta Elsa Von Freytag-Loringhoven fue quien ideó “El urinario” y se lo dio a uno de sus vecinos en un edificio de Brodway: Marcel Duchamp.

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Originalmente esta obra fue presentada a la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, de la cual Duchamp era miembro fundador. Esta institución buscaba difundir el arte de vanguardia con el objetivo de realizar exposiciones abiertas, sin jurados ni premios, es decir, a contramano de los museos, sosteniendo que las obras de todos los artistas que pagaran la inscripción serían aceptadas. Sin embargo, “El urinario” fue rechazado y no participó de la muestra que se realizó en el centro de exposiciones “The Grand Central Palace”. El comité a cargo se excusó diciendo que la obra fue entregada tarde, pero el motivo era otro: la obra no estaba firmada por su autor sino que aparecía el seudónimo “R. Mutt” y era un ready made, un objeto de uso cotidiano sacado de contexto para producir cierto impacto.

Este hecho tuvo una particular relevancia en la historia del arte moderno, y aunque para ese entonces nadie había visto “El urinario”, fue expuesto y luego fotografiado en el estudio de Alfred Stieglitz para difundirse en la revista dadaísta The Blind Man haciendo de su presentación e inmediato rechazo un acto vanguardista, por su intencionalidad provocativa en el seno de una institución que supuestamente era cuestionadora.

Publicación The Blind Man, "The Richard Mutt Case", 1917. Fotografía de Alfred Stieglitz.

La historia hasta ahora oficial, relatada por Duchamp, decía que corriendo el año 1917, mientras almorzaba con sus amigos Josep Stella y Walter Arensberg, se le ocurrió presentar a la Sociedad de Artistas Independientes, una pieza que no fuera consideraba arte para ver qué sucedía. Cerca del restaurante, en el número 118 de la Quinta Avenida, se encontraba el negocio de sanitarios J. L. Mott Iron Works; fueron ahí y compraron un urinario para presentarlo.

“A lady´s not a gent´s”, un ingenioso juego de palabras que significa “hecho por una dama, no por un caballero” y al mismo tiempo “una dama no es un caballero”; fue el nombre de la muestra realizada en 2015, donde se exponen varios interrogantes a esta versión de la historia. Basándose en un trabajo de investigación publicada por Julian Spalding y Gly Thompson hace cuatro años, se considera que “El urinario” fue apropiado por el artista francés cuando en realidad fue realizado en 1917 por Elsa Von Freytag-Loringhoven, una artista dadaísta. Tiempo después de la muerte de Elsa, que ocurrió en 1927, Marcel Duchamp (que para ese entonces ya era un artista reconocido), se apropió de la obra y transformó su significado.

Partiendo de este relato, lo que es hoy en día considerado en la historia del arte como una de las obras vanguardistas del arte moderno, habría sido una intervención invisible [1] de una artista mujer, develando una genealogía patriarcal y una crítica institucional.

Incongruencias en la historia y publicaciones

En el ‘87 se publicó una carta de Marcel Duchamp, fechada el 11 de abril de 1917, solo dos días después que la obra fuera rechazada, donde le escribía a su hermana Suzanne: "Una de mis amigas, bajo un seudónimo masculino, Richard Mutt (R. Mutt), me ha enviado un urinario de porcelana como si fuese una escultura”. Tiempo después, entre 1996 y 2008, el profesor William Camfield, la profesora Rhonda Roland y Kirk Varnedoe, publicaron investigaciones demostrando que la tienda “J. L. Mott Iron Works” no vendía ese tipo de pieza, y que quién presentó la misma para la participación del premio no fue Marcel Duchamp. Más recientemente en Canadá, Irene Gammel investigó la identidad de la amiga mencionada en la carta, Elsa von Freytag-Loringhoven, que "bajo el seudónimo masculino de Richard Mutt" sí podría haber realizado el envío de “El urinario” en 1917. En el 2002 Gammel publicó una biografía, Baroness Elsa, y siguiendo con dichos estudios, que contribuyeron Hector Obalk y el británico Glyn Thompson, fue un aporte para la publicación de “Cómo Duchamp robó el urinario” en Scottish Review of Books de Julian Spalding y Glyn Thompson, donde se documenta el supuesto robo del urinario de Elsa por Marcel Duchamp.

Los mismos historiadores y curadores son los que sostienen que, luego de la declaración de la guerra por Estados Unidos a Alemania, Elsa decidió declararles “la guerra”, de manera simbólica, a los hombres, a los que consideraba responsables de la escalada bélica, y como desde la Sociedad de Artistas Independientes se sentía constantemente ninguneada, mandó “El urinario” colocado al revés con la firma R. Mutt, homófona de Armut (que usaba la artista en sus poemas). En esta versión de la historia, Marcel Duchamp no solo robó la obra, sino que cambió su significado.

Sin embargo, si bien estos rumores y documentos datan de los años ‘80, ninguna galería o museo quiso cuestionar de modo alguno la autoría del ready made. Calvin Tomkins por ejemplo, quién en 1996 publicó una nueva biografía de Marcel Duchamp, no mencionó este hecho ni siquiera como rumor.

La baronesa dadá, artista olvidada

Elsa Von Freytag-Loringhoven es el nombre de la artista que pocos conocen. Pintora, escultora, poeta y performer, fue parte de la vanguardia dadaísta.

Nació en Swinemünde en 1874, que en ese momento pertenecía a Alemania, y su vida intensa la llevó a mudarse a Estados Unidos, donde desarrolló parte de su obra. Trabajo como modelo vivo y como camarera en distintos cabarets. Toda su obra y su vida fue vanguardista, era una artista del objet trouvé, lo que en inglés se popularizó como ready made, demostrando que cualquier objeto mundano podría considerarse una obra de arte con tal que el artista lo sacará de su contexto original. Levantaba cosas de la calle para convertirse ella misma en una obra de arte, disfrazándose para realizar sus lecturas y performances. Se relacionó con toda la vanguardia artística del momento, como Man Ray, Frank Wedekind, Ezra Pound, Djuna Barnes, Ernest Hemingway y Marcel Duchamp, entre otros.

La única obra de arte escultórica que se conserva de Elsa, tiene el título “God” (Dios), y es un caño de desague retorcido, oxidado sobre una madera. Basándose en un poema de la baronesa, Irene Gammel junto con Julian Spalding y Glyn Thompson, sostienen que “El urinario” y “God” eran en realidad un díptico, dos obras que dialogaban, y que hacía referencia a la relación con Marcel Duchamp. Un retrato, donde Duchamp era Dios y la baronesa era el urinario acostado. El poema dice: “Él llegó protegido por la fama a este país / a usar sus cañerías o divertirse con ellas. / Y yo soy un útero teutónico / que aún no ha recibido sus jugos”.

Elsa, murió en París a los 53 años de edad, rodeada de su arte y sin reconocimiento.

"God", 1917, Elsa von Freytag-Loringhoven, Philadelphia Museum of Art.

¿Reescritura del arte moderno?

La pregunta es, más allá de la polémica sobre cómo ocurrieron efectivamente los hechos y la caída del mito de Duchamp, ¿qué nos dice este debate sobre las concepciones sobre el arte que manejamos hoy?

Hasta ahora, la historia indicaba que “El urinario” era una de las más ejemplificadoras obras de las llamadas vanguardias históricas de principios del siglo XX, que en sus diversas expresiones cuestionaron las instituciones artísticas, criticando la tradición anterior con acciones provocadoras y escribiendo múltiples manifiestos. Duchamp, con “El urinario”, ridiculizaba lo que se entendía como obra de arte, preguntándose si una simple firma y su exhibición en una muestra podía elevar cualquier elemento a la categoría de obra, inclusive un objeto cotidiano y “vulgar”, como un urinario.

Por otro lado, en el marco de una incipiente industria cultural en desarrollo, “El urinario”, un producto industrial, señalaba una contraposición que no hizo más que destacarse en las décadas posteriores y en los debates sobre cómo definir a la práctica artística: ¿era la producción artística, artesanal, subjetiva, original, lo opuesto a la lógica de producción industrial alienada?

Duchamp, en 1917, renunció a la Sociedad de Artistas Independientes que él mismo había fundado, cuando se negaron a exponer el ready made, cuestionando inclusive a quienes criticaban las instituciones artísticas tradicionales, dejando ver que no fue verdaderamente abierta la muestra. Pero la pieza original se perdió y actualmente hay unas 14 copias, en los museos más prestigiosos del mundo, que el mismo Duchamp autorizó en los años ‘60. Así, Duchamp es ejemplo también de cómo esas “provocaciones” fueron digeridas por la misma institucionalidad del arte y por los mercados, más allá de que hubiera o no sido robada a Elsa.

Con el avance de la industria cultural y las nuevas tecnologías, estas cuestiones aún están en debate. De hecho, la venta actual de obras de artes plásticas por valores delirantes, y su creciente financierización, parecen mostrar que “la firma del autor”, además de un valor tradicional sobre el arte, se ha convertido en “marca”. Y así es como hoy, paradójicamente, nos encontramos con una disputa sobre la autoría de una obra que cuestionaba esa idea misma.

La aparición de Elsa en esta historia agrega otro problema, que no es nuevo pero que presenta nuevos matices en la actualidad, ¿por qué él mismo Duchamp, años después, aceptó la adjudicación de la obra e hizo copias? ¿Machismo? No sería una novedad: las mujeres tienen históricamente menos presencia en las exhibiciones, en los museos y en los premios. “El urinario” se atribuyó a Duchamp, y si bien hace largo tiempo hay dudas sobre ello, ninguna institución se pronunció, incorporó aclaraciones o dudas al respecto.

Seguramente no es solo un problema de discriminación: tener un Duchamp en catálogo cotiza mucho más que tener una ignota Elsa; un artista reconocido hombre por sobre una artista que fue olvidada. Aceptar esta “nueva autoría” sería bajar unos cuantos ceros al capital de cualquier museo.

Pero, ¿billetera mata galán? Los museos han demostrado que también pueden ser políticamente correctos y hasta “feministas” si el viento sopla a favor. Nada quita que, así como las instituciones intentaron absorber a las provocaciones de las vanguardias limando sus críticas, puedan hacerse ahora eco del actual movimiento de mujeres que cuestiona en todos los ámbitos las expresiones del patriarcado. En los últimos años, alrededor del mundo, no fueron pocos los casos de museos que pretendieron descolgar obras consideradas “misóginas”, cayendo en la censura y el paternalismo más que cuestionando su historia y sus políticas machistas como institución. No es de extrañarse que puedan llegar a reivindicar la autoría de Elsa, solo por el hecho de ser mujer y porque ahora sí garparía tenerla en catálogo.

 
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