En palabras de Alberto Athié, exsacerdote de la Arquidiócesis de México, los numerosos casos de abusos sexuales eclesiásticos sucedidos en Argentina integran la tercera oleada de esos hechos cometidos por sacerdotes que comenzó con los descubiertos en Estados Unidos (primera) y continuó en Europa (segunda).
En el libro La Trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica*, de reciente aparición, el autor (Julián Maradeo) entrevistó al obispo de San Francisco, Córdoba, Sergio Buenanueva. Se trata de uno de los responsables (y sostenedores) del sistema de encubrimiento pergeñado en el Vaticano. Resulta imprescindible rebatir algunas de las respuestas vertidas por el prelado.
Titulado “Son abusos de poder”, el capítulo VIII del libro deja ver a primera vista el nivel de descaro y cinismo de un sujeto cuyo rol en el tema ha sido penoso. El obispo en cuestión fue uno de los responsables de haber gestionado ante el Vaticano un título honorífico (prelado de honor de Su Santidad), a favor del sacerdote Francisco Sirvent Domínguez, expulsado del ejército español por pederasta. Dicho sacerdote prometió dinero para el seminario que regenteaba el obispo Buenanueva.
La misma línea coherente la continuó en su propio blog. El sábado 13 de marzo de 2010 publicó un post titulado “Abusos”, donde simulando autocrítica se refirió al “modo absolutamente equivocado y repudiable como han sido gestionados por los obispos y superiores”.
El acto de simulación, motivó que quien escribe estas líneas le preguntara por la situación del flagelo en la Arquidiócesis de Mendoza, haciendo referencia a dos casos, uno expuesto en un libro de un exsacerdote y el otro del cura Sirvent.
Hasta acá, ningún problema. Lo que nunca imaginó el obispo es que quien fuera a responder -ante su silencio- fuera una víctima del sacerdote Jorge Luis Morello.
Esa respuesta, fue borrada por el obispo Buenanueva y motivó que el joven abusado tomara la decisión de iniciar una demanda judicial por daños y perjuicios contra el Arzobispado de Mendoza, proceso judicial donde este obispo incurrió y avaló falsedades. Tampoco hizo nada para suministrar la documentación existente en el Arzobispado del sacerdote acusado, que fue solicitada a través de una medida previa ordenada por la justicia mendocina.
Acostumbrado a vociferar ante sus feligreses, de nuevo demostró ser parte del sistema de encubrimiento. En 2017 declaró a la agencia Télam que “uno de nuestros grandes errores fue proteger a los curas abusadores”. Y no contento con semejante y atroz declaración, no brindó ayuda alguna a una de las víctimas del cura abusador Carlos José, cuando recurrió a él.
Con ese perfil y emulando Tartufo, el personaje de Moliére, llegó con sus declaraciones al libro, que aquí comentamos brevemente. El capítulo dedicado al obispo consta de una introducción y tres títulos.
La primera pegunta planteada por el autor tiene que ver con las etapas a través de las cuales la Conferencia Episcopal Argentina trató el tema de los abusos. Al respecto dijo: “Yo estoy en la Comisión Episcopal de Ministerios desde que me hicieron obispo en 2008. En 2010, la comisión llevó por primera vez al plenario de obispos la temática de los abusos. Fue un trabajo intenso con un enfoque predominantemente jurídico” […] “Esa fue la primera vez que instalamos el tema en el Episcopado, donde la recepción fue muy buena y seria, porque era una problemática que estaba en el ambiente”.
Dos cuestiones caben destacar. La primera, el hecho de que recién en 2010 la Comisión Episcopal de Ministerios llevara al plenario de obispos el tema, es señal del oscurantismo y el pacto de silencio que reinaban en la materia. No era ninguna novedad que implicara sorpresa alguna.
Recordemos que el flagelo de los abusos se visibilizó públicamente en el año 2000 en Estados Unidos, en Boston, lo que obligó al Vaticano a retirar del país -con pasaporte diplomático- al cardenal Bernard Law, principal encubridor de pedófilos en aquella ciudad, para sustraerlo de la justicia norteamericana.
Law nunca salió del Vaticano. El papa Francisco tampoco lo entregó a las autoridades del país del norte y el cardenal falleció en el mismo Vaticano sin que se haya hecho justicia con él. Bergoglio estuvo en la misa de exequias.
Otra circunstancia grave es la existencia de los archivos secretos en los obispados, lo que echa por tierra de modo rotundo el argumento de que -en Argentina- el problema se “trató y descubrió” por primera vez en un plenario en 2010. Cabe aclarar, que los debates de los plenarios son secretos y no se publica ningún acta.
De modo tal que dejar sentado que el flagelo recién fue abordado en 2010 por un plenario de obispos es lisa y llanamente falso. Todos sabían del flagelo.
La segunda cuestión tiene que ver con algo sintomático dentro de la institución religiosa. La obsesión por protegerla, blindarla, priorizándola por sobre el daño producido a las personas y aun en contra de estas.
Esa dañina obsesión -todo un indicio de que lo único que les interesa es mantener blanqueado el sepulcro- la manifestó así: “Son las líneas guía que están actuando hoy, las cuales han llevado mucha tranquilidad a los obispos”. Nos preguntamos ¿Y el interés de las víctimas?
En esta parte de la entrevista manifestó que “después de mucho bregar el cardenal Ratzinger, quien ya en los 80 había visto la dimensión que esta crisis tenía en la Iglesia, logró que el delito canónico de abusos de menores pasara a ser un delito reservado a la Santa Sede, vale decir: que los obispos solamente hicieran la investigación preliminar para ver si la denuncia era verosímil”.
Esa especie de exaltación a Ratzinger es otra mentira. Ese clérigo fue el principal responsable del encubrimiento de curas pedófilos durante todo el reinado de Juan Pablo II, hasta que siendo él papa, le explotó el flagelo y fue una de las causas de su renuncia. Cabe aclarar que una vez asumido el cargo por Bergoglio, aquél le entregó un informe secreto, una especie de dossier, de 300 páginas.
Para terminar, hizo referencia al procedimiento. Luego de mencionar que, luego de la investigación inicial -una parodia de investigación sumarial, secreta, donde las víctimas sólo tienen derecho a presentar una denuncia-, las constancias se envían a Roma “que es la que indica qué hacer”, sostiene que esa circunstancia “ha sido un factor muy importante para agilizar los casos, porque cuando los gestionábamos los obispos es cuando la cosa se embarraba”. Falso.
Primero, porque agilizar los casos no implica que se respeten garantías procesales para las víctimas. La más evidente es que no se puede acceder a un expediente que se tramita a miles de kilómetros de distancia. Segundo, porque lo que se notifica es sólo el resultado, no sus fundamentos. Es decir, el denunciante jamás tendrá la posibilidad de saber cómo se llegó al resultado que se le notifica. Tercero, este culparse por no saber hacer las cosas, también es una mentira. Los obispos, lo que han hecho históricamente, es cumplir con las instrucciones que el Vaticano les dio para dar trámite a las denuncias por abuso sexual.
A Buenanueva se le plantea uno de los principales cuestionamientos que se le hace a la jerarquía eclesiástica: ¿Por qué demoraron tanto en reconocer el problema en la Argentina, siendo que en 2002 ya se conocía, por ejemplo el caso de Edgardo Storni?.
La respuesta fue un argumento falso, la falacia por generalización o secundum quid. “Siempre pongo en paralelo el tema de los abusos eclesiásticos con el tema de la violencia de género en la sociedad. También se podría poner a los abusos sexuales, no ya de los clérigos sino en el resto de la sociedad. La sociedad misma ha tardado en reaccionar y captar la gravedad del problema”.
Las mentirillas del obispo se encuentran en pretender generalizar con el abuso sexual intrafamiliar, o la violencia de género respecto a la cual la religión e iglesia católica son usinas generadoras y en simular falta de reacción y concientización.
El flagelo de los abusos sexuales del clero católico está presente desde el siglo II dC. En el año 177 el obispo Atenágoras fue quien empezó a hablar de pederastas; los concilios de Elvira (305) y Ancria (314), condenaron el flagelo.
Los antecedentes “olvidados” por Buenanueva siguen con el Liber Gomorrhianus (Libro de Gomorra), del año 1051, dedicado a la sodomía clerical; el decreto de Graziano de 1140; la Constitución Apostólica de Pío V Horrendum illud scelus de 1568; hasta llegar a la instrucción Crimen sollicitationis (“delito de solicitación”), aprobada por Juan XXIII en 1962.
Siempre supieron del flagelo. La falta de reacción y captación del problema, como también que los cambios fueron fogoneados por Benedicto XVI son, lisa y llanamente, más mentiras.
Buenanueva alcanza un punto alto de sandez y cinismo humanos: “Nosotros hemos adoptado una definición: el abuso sexual es básicamente una forma de abuso de poder”. ¡Vaya capacidad de percepción y sinceridad!
Al obispo se le pregunta si tienen estadísticas sobre los abusos eclesiásticos, a lo que responde el preboste “no, no tenemos ningún tipo de estadísticas”. Se le insiste: “¿se debe a una decisión de fondo?”. Respuesta: “no, porque recién hace siete años que venimos metiéndonos de a poco en este tema. No es que se decidió no hacerlas, sino que estamos abordando un problema que nos ha estallado”. Falso.
La existencia de archivos secretos en cada diócesis; la falta de colaboración de la Iglesia con la justicia estatal, al negarse a entregar los antecedentes en la materia; la violación de derechos y garantías de las víctimas denunciantes; la ausencia de denuncias masivas por parte de obispos de los curas abusadores, demuestran la mentira del obispo.
No tienen estadísticas, no por falta de información, sino porque subestimaron y despreciaron a los denunciantes. Los invisibilizaron.
Se suma a ello, que el problema les “estalló” porque de no ser por la valentía de las víctimas y la ayuda de los medios de comunicación social, el flagelo del abuso sexual clerical seguiría oculto, invisible para la opinión pública. El problema no les estalló; hace tiempo que lo sabían y no movieron un pelo.
El mismo cinismo y caradurez también se observan cuando manifiesta que “el problema está desde hace más de veinte años en la Iglesia, pero acá en Argentina recién ahora [empezó] a hacerse público. La toma de conciencia, como dijo el Papa, es recién de ahora. Eso es lo que tenemos que cuestionarnos en la Iglesia. ¿Por qué ha sido posible que estas cosas crecieran, sabiéndose, pero esto no se dijera o encarara de otra manera? No quiero lavarme de responsabilidad, pero el problema de los abusos funciona así en otras instituciones también”.
El final de la entrevista es repulsivo. Al preguntársele por qué no ocurrió aún un diálogo frontal entre la Conferencia Episcopal Argentina y la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico, Buenanueva respondió que le alegraba que se le preguntara porque él también cree “que es fundamental que haya un contacto entre las víctimas y la Iglesia”.
Habrá que recordarle al obispo que la Red de Sobrevivientes nunca solicitó un “contacto” con autoridad eclesiástica alguna. Otra cosa es que personas abusadas -que mantienen su identidad católica- hayan deseado encontrarse con obispos, o hasta con el mismo papa.
Es lo que pasó con los chilenos abusados por la dupla Barros/Karadima quienes, incluso, fueron al Vaticano a sacarse una foto y “dialogar”. Un acting que sólo le sirvió al Vaticano para fingir dolor, empatía, seguir manipulando y sonsacar información relativa a los pasos legales que podrían dar las víctimas. Un fiasco que quedó al descubierto cuando el mundo se enteró, hace pocos días, de los miles de abusos en Pensilvania.
Lo que la Red ha hecho desde siempre es exigir a la Iglesia Católica, cumpla con las Observaciones que la Convención de los Derechos del Niño realizó a la Santa Sede en 2014, dirigidas a extirpar de raíz el sistema de encubrimiento de abusadores, mantenido hasta la fecha.
Cualquier tipo de diálogo es desaconsejado de plano, aunque siempre se respetan las decisiones individuales de cada víctima.
El breve análisis de estas declaraciones del obispo Sergio Buenaventura deja, en definitiva, una sensación amarga ya que su inclusión en el libro ensombrece el testimonio de los sobrevivientes, la transparencia de la investigación y le tiende una mano a un jerarca cómplice del sistema ilegal que dice criticar, que aprovechó la ocasión para colarse y cometer un acto más de fingimiento institucional y personal.
* La trama detrás de los abusos y delitos sexuales en la Iglesia Católica; Ediciones B; Buenos Aires; 2018 |