En el ciclo de charlas, conferencias y entrevistas denominado Arte Magistral (Artema) que se realizó el pasado lunes en el Teatro Coliseo, con el fin de juntar fondos para la Casa del teatro, se llevaron a cabo una serie de actividades en las que participaron Norma Aleandro, Marcos Carnevale, Gustavo Errico y culminó con la presencia estelar de Álex de la Iglesia.
Pasadas las 20:30, mientras una presentación formal desplegaba el curriculum del cineasta nacido Bilbao, la sala del Coliseo empezó a entonar algunos gritos fervorosos. Cinéfilos, actores, estudiantes, freaks, aplaudieron de manera emotiva cuando el telón del escenario dejó ver la figura retacona del español con anteojos de marco negro y barba canosa. Ahí estaba el broche de oro de una jornada que se había iniciado a las 16 hs con la participación destacada de Aleandro.
El director de El día de la bestia, La comunidad o Muertos de la risa, entre otras, mantuvo una charla con la actriz y conductora de televisión Verónica Varano (tal vez recordada por protagonizar el videoclip de Luis Miguel en la canción Entrégate). Cualquiera, en un marco como el que se describe, podría pensar en una conversación atravesada por cuestiones técnicas del cine o por las clásicas preguntas de influencias o de por qué terminó haciendo lo que hizo, pero no. De la Iglesia, consecuente con su personalidad, nunca dejó que el tono - por más que las preguntas lo intentaran - se le vaya hacia un lugar solemne.
“Mi carrera como cineasta es muy olvidable en comparación con todo lo que hice en la universidad”, reconoció ante un público que entendió el código humorístico y disfrutó de las anécdotas en su época de estudiante. Recordó como un amigo suyo se colgaba del techo desnudo y se ataba a sus genitales una televisión para llamar la atención de la gente que buscaba expresión artística. O el día que hicieron cuadros con embutidos y se los terminaron comiendo. “La exposición duró quince minutos”, aclaró, acompañado por las risas y los aplausos de la sala.
Varano, sobrepasada por el histrionismo del cineasta, intentó encaminar la formalidad y preguntó por sus comienzos en el cine. “Empezó por envidia. No fue por amor a (Carl Theodor) Dreyer ni al cine de John Ford, sino por la envidia a Enrique Urbizu”, aclaró. Según explicó (siempre en modo gracioso) todo venía bien con su colega español hasta que pasó de filmar Super- 8 (formato que utiliza película de 8 mm) y se fue al bando de los 35 mm. Algo impensado en aquel momento para De la Iglesia, que recién se animaba a los primeros cortos (Mirindas asesinas, 1991). Cuando se lo consultó por el proceso de su primera película y que sensaciones tuvo, pese a la carcajada constante que despertaban todas sus confesiones, en un destello de seriedad afirmó que “el motor para hacer algo artístico es la ignorancia…te da valor”.
La clave del éxito
De la Iglesia, ante la pregunta que apuntó a conocer la formula de sus logros, indicó que la gente le tiene mucha misericordia y empatía. Lejos de afirmar algo extravagante que lo pusiera del lado de los que tienen una característica especial por portar sensibilidad artística, pareció dejar en claro que su lugar en el cine es más para reconocer el mundo que tiene a su alrededor y su vida en general, a la cual reconoce como “ una tortilla de patatas cocinada por un psicópata”.
El humor, queda claro, es el escape de este cineasta que pasó su infancia en medio de la pólvora y los atentados de ETA. A veces puede plasmarlo mejor y otras debe dosificarlo, pero siempre está la marca de la exageración y el absurdo de una vida que lo tiene al psicópata como sujeto preferido.
La sala se llevó la comedia en persona de un director que ha logrado conseguir voz propia a lo largo de toda su carrera. Cualquiera que ve una película suya la reconoce fácilmente. Esa marca registrada es la que lo destacó por encima del ejército de directores que anda suelto por la vida, profesando una corrección política que intenta quedar bien con dios y con el diablo. “El cine es la expresión de nuestra manera de ver la vida”, confesó.